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INTRODUCCIÓN A FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN


Enviado por   •  23 de Junio de 2018  •  Apuntes  •  424 Palabras (2 Páginas)  •  216 Visitas

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INTRODUCCIÓN A FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN

De Sveg a Salamanca, recuerdo que pensé. Es un largo viaje, del interior de una Norrland nevada y melancólica a la vieja ciudad española de Salamanca. Nadie podría predecir que, un día, una calurosa noche de agosto, me vería aquí, buscando un restaurante.

Dudé varias veces delante de otros tantos locales, pero continué. Al final me detuve en un lugar que parecía más una tasca de barrio, llena de gente que viviría por allí cerca, seguramente, que un restaurante orientado sobre todo a los turistas. Entré y me asignaron una mesa en un rincón. Tanto la silla en la que me senté como la mesa se movían un poco, pero no dije nada. El camarero, que iba vestido de blanco y negro, se me acercó y me sugirió la ternera.

Comí la ternera acompañada del vino que estaba un poco rancio, y luego me tomé un café.

De repente, estalló una discusión en una mesa. Un hombre de edad y una mujer joven empezaron a lamentarse ruidosamente ante el camarero. Algo le pasaba al postre que acababan de servirles. El hombre lo apartó indignado y –según creo- aseguró que no se podía comer y que era un escándalo que se lo hubiera servido siquiera. El camarero se quedó escuchándolo en silencio. No con la  cabeza inclinada como un escolar avergonzado, sino sin apartar la mirada de la pareja. Cuando ya parecía que el hombre no encontraba más palabras que decir, lo relevó la mujer. Hablaba con voz chillona y, por lo que pude captar, me dio la impresión de que se limitó a repetir lo que había dicho el hombre.

El camarero sostenía en la mano la bandeja, cargada de vasos y tazas de café que había ido recogiendo de las mesas.

Lo que vino después fue muy deprisa. La mujer no había terminado de hablar con aquella voz estridente cuando, de pronto, el camarero levantó la bandeja en el aire por encima de su cabeza y la lanzó contra el suelo de modo que las copas, los vasos y las tazas se hicieron añicos. Luego se quitó tranquilamente el delantal blanco y lo tiró al suelo. Y se fue. Dejó el restaurante en mangas de camisa, no se volvió a mirar, y desapareció.

Se hizo un silencio cada vez más denso. El hombre de la caja se levantó y se disculpó ante los pocos clientes que quedaban. Todos se apresuraron, terminaron de comer y pagaron. Al final, sólo quedaba yo.”

Henning MANKELL, “Arenas Movedizas”, Buenos Aires, Tusquets editores, 2015, páginas 191 a 193.

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