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LA JUSTICIA NO EXISTE

SpinozistaEnsayo17 de Enero de 2017

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Es común hablar de “la justicia” para referirse a un poder del Estado: el Poder Judicial.

La diferencia no es banal, cuando se habla de “la justicia”, uno se remite inconcientemente a algo indeterminado, inasible, y con visos de ser impoluto, de ahí la trillada frase “yo confío en la justicia”.

Pocas veces se conocen los nombres de jueces o integrantes de cámaras, existe cierto anonimato, similar al que se percibe cuando se emite opinión desde “la Iglesia”.

La “Justicia” como se la nombra asiduamente, está también impregnada de rituales, acentuados por las reglas procesales.

Incluso para la descripción de sus actos utilizan palabras intrincadas, hasta sus vacaciones no son tales, no son como los maestros que tienen vacaciones de verano y de invierno, no, no, “ellos” son especiales, por eso existe la “Feria Judicial”.

Paradójicamente el símbolo que la representa pareciera no vendar sus ojos sino los nuestros, ya que cuando hablamos de “la Justicia” para referirnos al cuerpo institucional que procesa litigios estamos poniendo un velo que nos impide ver la composición concreta de ese cuerpo.

Quitemos ese velo y dejemos al desnudo ese cuerpo, llamemos a las cosas por su nombre: Poder Judicial, una organización estatal compuesta por personas de carne y hueso, cada uno con su carga de subjetividad, no exenta de ideales, posiciones políticas e intereses claro, y por lo tanto no hablamos de una masa homogénea llamada “justicia”, sino de un conjunto heterogéneo de seres humanos, que por supuesto guardan entre sí un mínimo común denominador en cuanto a las formas procesales, pero no así en lo referido a las conductas interpretativas de los hechos y las leyes.

Esto último se fundamenta en que siendo el Derecho una ciencia social, no una exacta, es imposible soslayar la interpretación, no por parte de un inexistente sujeto virtual llamado “justicia”, sino por los sujetos reales, los seres humanos, únicos poseedores de sensibilidad, conocimiento y conciencia.

En definitiva son mujeres y hombres quienes imparten dictámenes, llamados paradójicamente “fallos”, a través de la interpretación de las leyes.

Aquí llegamos a la clave de porque “la justicia” siempre tiende a fallar a favor de los poderosos: la falta de democracia dentro de este Poder del Estado.

Se maneja prácticamente como una casta y es, de los tres poderes, el mayor bastión de los poderosos, el que mejor cuida sus intereses.

Aquí, en nuestro país, lo vemos en numerosos casos de fallos, prescripción de causas y también en la validación que diferentes Cortes Supremas dieron a todos, absolutamente todos, los golpes de Estado.

Más allá de nuestras fronteras, otro ejemplo de estos días lo vemos con claridad en el tema de los fondos buitres.

Indudablemente ese brazo del Estado es el más conservador y, seguimos con las paradojas, el más difícil de “enjuiciar”, el más difícil de corregir.

En los otros dos Poderes del Estado la suerte se juega en cada elección, el pueblo puede incidir, acertadamente o no, en el rumbo de los acontecimientos que condicionan su vida, en el judicial no.

Pero aún dejando de lado esta cuestión no menor, la verdad sigue siendo relativa y por ende lo es la justicia.

No existen los hechos, solo las interpretaciones, sentenció (es oportuno usar este término) Nietzsche, por lo tanto el concepto de justicia deja de ser absoluto, pierde ese “estado sólido” y pasa al “estado líquido” que como se sabe adopta la forma del recipiente que lo contiene, en este caso las personas que imparten “justicia”.

Ningún juez, por honesto que sea, escapa a esto, con el agravante (otro término oportuno) de que deberá impartir sentencia sujetándose a un doble andamiaje, el de las leyes o códigos que tipifican delitos y el de las

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