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La Sociedad Contemporanea

bibiitha2 de Diciembre de 2012

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La sociedad actual, producto de profundos cambios económicos que han traído aparejados importantes transformaciones culturales, es abordada y hasta denominada de diferentes maneras.

Stuart Hall designa esta época como "postfordista", considerándola un estadio posterior del capitalismo. El mismo autor considera esta etapa como resultado de una profunda transformación en los modos de trabajo (tecnología de por medio), en los productos y esencialmente en su comercialización y consumo.

Según D. Bell: «... La ética protestante fue socavada no por el modernismo sino por el mismo capitalismo. El mayor instrumento de destrucción de la ética protestante fue la invención del crédito. Antes para comprar había que ahorrar. Pero con una tarjeta de crédito los deseos pueden satisfacerse de inmediato...» (1990:31).

El marco económico de esta sociedad está caracterizado por el predominio de empresas multinacionales y la globalización de los mercados financieros. En nuestras sociedades, con las agrupaciones obreras y profesionales debilitadas, las multinacionales han actuado con gran autonomía frente a estados débiles que priorizan el ingreso de capitales privados sobre el bienestar social.

Para Hall, la sociedad contemporánea está atravesada por «...la existencia de una gran fragmentación y pluralismo social, el debilitamiento de viejas solidaridades colectivas y de las identidades concebidas como ‘bloques’ ante la emergencia de nuevas identidades. Por eso, la maximización de elecciones individuales a través del consumo personal son dimensiones igualmente significantes de las tendencias del posfordismo...» (Hall, 1993: 94). En los medios masivos, especialmente en la televisión, es donde se vislumbra con mayor claridad esta situación.

Frente a esta posición fuertemente económica existen otros autores como Scott Lash, para quienes el posmodernismo está confinado al ámbito de la cultura.

«...El posmodernismo es estrictamente cultural. Es sin duda una especie de paradigma cultural... un ‘régimen de significación’...» (Lash, 1997: 20).

Para Gilles Lipovetsky, la cultura posmoderna mediante un ‘proceso de personalización’ tiene un marcado sesgo narcisista y hedonista que acentúa el individualismo hasta el egoísmo. Para él, la consigna del sujeto posmoderno es mantenerse joven y hermoso. Se encumbra el placer y el cuerpo. Ya no se habla de dietas, gimnasias o tratamientos médicos para sentirse físicamente bien, sino para lucir un "envase" o "envoltorio" atractivo y lo más joven posible.

Este estilo de vida consumista y hedonista se difunde, con el aporte de la tecnología y los nuevos diseños. La "‘estética" ha penetrado el mundo de la producción moderna acorde a los ‘nuevos tiempos’.

La "‘imagen" se ha vuelto un lugar clave en la comercialización y el consumo. El estilo y su representación del cuerpo son puntos clave donde se apoya el consumo de hoy.

Más aún, a través de la publicidad, existe una proliferación de mundos que tienen sus propios "códigos de comportamiento" que remiten a ciertas "escenas", "economías" y "placeres" que sólo pueden ser alcanzados, como en un espejismo, a través del consumo. La sociedad posmoderna va más allá del consumo, sencillamente lo honra y exalta.

Sociedad "‘cool"

Otro de los rasgos centrales de la mentalidad actual es el planteo del humor y lo cómico.

En el ámbito de lo cotidiano, no se presenta como sarcástico sino más bien en una dimensión lúdica, relacionada con la seducción y la proximidad de los individuos.

La gente busca la proximidad a través del tuteo y con bocadillos sin pretensión de risas logra "‘romper el hielo", es decir, aproximarse. El código de comunicación con el otro se establece en clave de proximidad gestual y verbal humorística.

Hoy, todo es divertido, y debe ser así, en un registro cálido y cordial: un humor cool, que requiere de espontaneidad, naturalidad y se muestra insustancial a la vez que describe un universo radiante.

El humor se incorpora a la seducción junto a otros valores posmodernos como el hedonismo y la banalización en personajes de los medios masivos como: héroes, melodramáticos o personajes burlescos. En los medios masivos, las películas de James Bond, de Indiana Jones y tantas otras de acción norteamericanas así como de otros países ponen en evidencia las características de los nuevos héroes. El personaje en cuestión desdramatiza lo real y se caracteriza por una actitud absolutamente relajada ante los acontecimientos más tensionantes de peligro y violencia. La adversidad es atenuada con el humor tranquilo (cool) y resuelto del héroe que escapa a un fantasmagórico mundo agresivo y de alto riesgo.

En la fiesta posmoderna hay un retorno al uso del disfraz, un cierto retorno relajado de lo carnavalesco, pero en este caso no es una recuperación de la tradición, bien por el contrario, el uso del disfraz marca la búsqueda de una sobrediferenciación individualista.

Lejos del conflicto, la significación y el rebajamiento de lo sublime, esta vuelta al disfraz, se produce en un marco de la «suavización de las costumbres» en donde las groserías y las blasfemias ya no producen risa.

La ironía y la parodia ocupan un lugar cada vez más importante en los medios masivos.

Paradójicamente, con la sociedad humorística empieza una liquidación de la risa. Se empieza a disolver progresivamente la propensión de reír. Al respecto, Lipovetksy dice:

«...la personalización posmoderna cierra al individuo sobre sí mismo, hace desertar no sólo la vida pública sino finalmente la esfera privada, abandonada como está a los trastornos proliferantes de la depresión y de las neurosis narcisistas; el proceso de personalización tiene por término el individuo zombiesco, ya cool y apático, ya vacío del sentimiento de existir...» (1996:146).

Del mismo modo que hay una disminución en los afectos se da una mengua en la facultad de reír. ‘Una cierta sonrisa’ más cercana a la mueca permanente, sustituye la risa incontenible.

Valores posmodernos

En este marco civilizatorio, concebida como valor incalculable por la propia sociedad, la juventud se ha convertido en un territorio en el que todos quieren vivir y gozar indefinidamente. Al decir de Beatriz Sarlo «... la juventud no es una edad sino una estética en la vida cotidiana...» (1994: 38) lo que se debe agregar, atravesada por los valores hegemónicos de la mentalidad de esta época.

Aquí, la producción estética posmoderna, a diferencia del modernismo artístico, no escandaliza a nadie, por el contrario se encuentra incorporada a la cultura oficial de la sociedad occidental en la medida en que, como dice F. Jameson, se ha integrado a la producción de mercancías en general.

La multiplicación de imágenes sigue la lógica de la producción en general, las imágenes tienen una vida efímera: están destinadas a perdurar, a provocar un impacto y orientar una conducta. Este impacto puede adquirir distintas características relacionadas con el sentimentalismo y la dramatización.

Daniel Bell dice al respecto:

«...Los medios visuales --por los que entiendo aquí el cine y la televisión-- imponen su ritmo al espectador y, al destacar las imágenes y no las palabras, no invitan a la conceptualización sino a la dramatización. En el énfasis que las noticias de la televisión ponen en los desastres y las tragedias humanas, no instan a la purificación o a la comprensión, sino al sentimentalismo y la piedad, emociones que se agotan rápidamente, y crean un seudorritual de seudoparticipación en los sucesos. Y como la modalidad es inevitablemente de superdramatización, las respuestas pronto se hacen altisonantes o aburridas...» (1993: 42).

Sobre los efectos de este sentimentalismo mediático propuesto a través de las imágenes, G. Lipovetsky relaciona los medios con cierto potencial moralizante sobre los individuos. Al respecto, dice:

«... El proceso de erosión de los deberes continúa: mientras los medios apelan periódicamente a los corazones, desculpabilizan las conciencias y trabajan, tal vez subterráneamente, para apartar a los individuos de las obligaciones permanentes de ayuda y beneficencia. El altruismo del posdeber se complace en la distancia: nos hemos vuelto más sensibles a la miseria expuesta en la pequeña pantalla que a la inmediatamente tangible, hay más conmiseración hacia el semejante distante que hacia nuestro prójimo cercano. La caridad de los medios no culpabiliza, no da lecciones de moral, conmueve mezclando el buen humor y los sollozos contenidos, las variedades y los testimonios íntimos, las hazañas deportivas y los niños impedidos. No ya una moral de la obligación sino una moral sentimental mediática...» (1994: 138).

Esta erosión de los ‘deberes’ se acompaña con la exaltación de modelos y valores que, de una forma u otra, son los imperantes en los productos culturales actuales: La seducción, el goce, el placer y el culto al cuerpo están en primer lugar junto a la habilidad para el deporte, la audacia, la fantasía, la diversión en un individualismo exacerbado.

Al decir de Fredric Jameson, en nuestro tiempo existe una

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