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Las Contribuciones Revolucionarias


Enviado por   •  8 de Abril de 2013  •  6.039 Palabras (25 Páginas)  •  286 Visitas

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Las Contribuciones Revolucionarias: Economía y Orden Espontáneo

Desigual es el desarrollo de cada una de las que venimos denominando como ciencias humanas, porque muy diferentes son también los objetos de sus investigaciones y los desafíos metodológicos peculiares a cada disciplina. No tenemos, naturalmente, la enciclopédica intención de dar cuenta del estado de cada ciencia en particular, o de exponer -siquiera sumariamente- las principales aportaciones teóricas que se han alcanzado. Pero, como nos interesa estudiar, de algún modo, las profundas revoluciones mentales que han caracterizado a las ciencias humanas en los últimos dos siglos, optaremos por seleccionar algunos casos que nos parecen los más adecuados para señalar esos puntos de ruptura. Nuestro criterio, desde luego, podrá ser objetado: siempre hay algo de subjetivo en cualquier escogencia, por lo difícil de ponderar equilibradamente aportes diferentes en contenido e intención. No obstante, creemos que existe un hilo conductor que enlaza a diversas contribuciones revolucionarias, una senda de avances que iremos indicando, y que procuraremos sintetizar en nuestras conclusiones.

Los casos a tratar pueden dividirse en dos grupos disímiles: por un lado trataremos de la forma en que se ha constituido la moderna ciencia económica, haciendo hincapié, por cierto, en las transformaciones revolucionarias que supuso su nacimiento; por otro lado, abordaremos una temática bastante alejada de la exactitud y la formalización que tienden a dominar en la economía actual y que reclama un tratamiento diferente. Estamos aludiendo a la consideración de la propia conciencia humana como objeto de estudio, fundamental no sólo para la psicología -como pudiera parecer a primera vista- sino también para la sociología, la historia y la antropología. En ambos capítulos, como hasta aquí, trataremos de evaluar el contenido transformador de algunas proposiciones que han alterado la perspectiva global con que se percibían los fenómenos, dejando en una comprensible penumbra otras aportaciones teóricas, también quizás fundamentales, pero que se apartan de nuestra preocupación esencial. [Una de ellas, de sumo interés, es la revolución que supuso en el estudio del lenguaje la obra de Saussure, Ferdinand de, Curso de Lingüística General, Ed. Losada, Buenos Aires, 1945. V. su capítulo III, especialmente pp. 49 a 53.]

Antes de hacerlo, sin embargo, deseamos referirnos a otro problema epistemológico común a todas las ciencias humanas y que, por su naturaleza, nos sitúa también frente a la necesidad de un enfoque científico revolucionario, tal como el que ya expusiéramos en la segunda parte de esta obra.

9.1 Particularismo y "Sentido Común"

Mediante un proceso relativamente largo, desconocido para otras especies animales, los hombres somos socializados, es decir, aprendemos un conjunto de pautas y hábitos de comportamiento y pensamiento que nos permiten incorporarnos al modo de vida de la sociedad en que nacemos. [Cf., entre muchos otros, el clásico Estudio del Hombre, de Linton, Ralph, Ed. FCE, México, 1977.] Internalizamos normas de conducta para casi todas la situaciones, aprendemos un lenguaje y nos habituamos a desempeñar todas las funciones biológicas de un modo determinado, específico de cada sociedad, de modo tal que todo ello no queda librado a nuestros impulsos espontáneos sino pasado por el tamiz de los hábitos, usos y costumbres prevalecientes.

El proceso de socialización, que incluye también un conjunto básico de conocimientos, se produce en las fases más tempranas de la existencia, adquiriendo así una consistencia y una permanencia que se imponen fuertemente al individuo. Las normas sociales básicas se ven reproducidas a diario por casi todos los miembros de la sociedad, afirmándose y confirmándose repetidamente. No son completamente rígidas, en general, por lo que sobreviven más fácilmente a diversas circunstancias; cambian históricamente, es cierto, pero lo hacen de un modo tan lento y gradual que sus alteraciones resultan normalmente imperceptibles para los miembros de cada generación. [V. Pareto, Op.Cit., páginas 92 y 93.] Por todo ello, las pautas básicas que rigen a cada sociedad -así como muchos otros elementos de su constitución- aparecen espontáneamente como hechos necesarios y casi intemporales, como algo natural, tan natural como la lluvia, las piedras o las fases de la luna. Parece así que hubieran llegado a cada sociedad como desde afuera, como si no hubiesen sido creadas lentamente por los mismos hombres que las siguen sino producidas por algún acontecimiento impreciso del remoto pasado. De allí el origen mítico que casi todos los pueblos han atribuido a sus costumbres y a las instituciones que son peculiares a su modo de vida, la creencia en personajes legendarios que se conciben como fundadores de cada cultura, de cada reino o comunidad.

Este fenómeno, verdaderamente universal, redunda en la erección de barreras metodológicas que se interponen ante el estudio del acontecer social. Porque no es fácil someter al análisis aquello que percibimos como natural y necesario y, por lo tanto, de alguna manera, como incuestionable. La misma observación, sistemáticamente entendida, se dificulta: requiere de un esfuerzo redoblado de la conciencia, de una especie de complicada introspección. Pero además el examen desprejuiciado de los hábitos sociales puede entrañar, normalmente, una cierta crítica, y por ende la resistencia y el rechazo de quienes se ven sometidos a esa crítica.

Desde la antigüedad, sin embargo, fue posible comprender que tales formas específicas de la vida social no podían ser realmente universales ni naturales. El contacto entre diversas culturas demostraba con claridad que idénticos problemas podían ser resueltos de modo muy diferente, mostrando a los hombres la disparidad de las respuestas culturales y sociales posibles. Pero conocer la diversidad no significa automáticamente aceptarla, ni menos entenderla. Una barrera se alza cuando a ella nos enfrentamos: la del localismo o particularismo.

Si la experiencia indica que cada pueblo se organiza para vivir de un modo diferente, peculiar, hay también una oscura fuerza que tiende a decirnos que los otros son los diferentes, que nuestro modo de vida, nuestras costumbres y valores son los correctos, si no los superiores. En esto reside el origen y la fuerza del particularismo mencionado, auténtico obstáculo para la comprensión de los hechos sociales. Es la percepción de la diferencia desde el punto de vista estrecho -etnocéntrico, diríamos en este caso, ya que no geocéntrico- de nuestra particular formación cultural, de una especie de subjetivismo de grupo que tiende

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