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Relato "El Chelo Blanco"


Enviado por   •  23 de Enero de 2019  •  Tareas  •  2.420 Palabras (10 Páginas)  •  97 Visitas

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El Chelo Blanco.

Pronto se me acabara el aire, llevo al menos 3 horas aquí y no quiero que el sueño me venza. Ya no puedo soportar lo que ven mis ojos. Sucinta y rápidamente me dispondré de contar; a todo aquel que haya leído sobre mí en el periódico, con esas grandes letras rojas que rezaba la palabra “desaparecida”, y también al que quiera enterarse de cómo es que ese anuncio me involucra, la historia de toda esta desgracia.

Mi pasado antes del suceso ahora no es relevante, más que uno u otro detalle que deberé mencionar para hacer más entendible la naturaleza de dicho acontecimiento. Yo pertenecía a la afamada Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca de Durango, que aún sigue vigente. Días después de haber celebrado mi decimoprimero cumpleaños, el profesor de música que me tuteaba en 6° de primaria me había invitado a formar parte de esta orquesta, ya que estaban buscando nuevos talentos, no sin antes felicitarme. La música era, es y siempre será mi más grande tesoro, es algo que me apasiona bastante y las melodías me acompañan el corazón; iba a tener la oportunidad de estar cerca y aprender del género más importante e influyente de toda la historia: la música clásica. ¡Yo moría de la emoción! Acepte la propuesta sin ni siquiera pensarlo. El me indico donde se impartirían las clases y el monto mensual que debía pagar por mi estancia, también me dijo que al llegar era necesario escoger mi instrumento para poder ocupar una vacante.

Empecé a pensar un par de días después: ¿qué instrumento puedo tocar? ¿En qué puedo llegar a ser buena?  El canto no era mi fuerte y mucho menos los aerófonos. Recordé con amargura las incontables veces que intente tocar la “Oda a la Alegría” con mi flauta dulce sin poder entonar un miserable Si o un Fa. La percusión me llamaba la atención, pero no lo suficiente para convencerme. Entonces me decidí por las cuerdas, porque me evocaban un sentimiento hermoso de sabiduría, tragedia y antigüedad; varias veces había estallado en llanto al escuchar una singular melodía con un sutil violín, o un estridente bajo, pero mi personal favorito era el violonchelo, ya saben: ni tan grande ni tan pequeño. Pensé que eso sería lo mejor para mí, pues había tenido sueños constantes con un hermoso chelo blanco.

El primer día que acudí a la escuela primaria Revolución (donde eran las clases) me recibió nada más ni menos que el director en persona, Armando Severino. Emocionado, me explico que ansiaba mi llegada, ya que había sido la única persona que procedía de la escuela primaria “Alberto M. Alvarado”, donde él se había educado y había conocido al gran músico quien le dio nombre a la institución. No podía caber en la impresión de lo que eso me provoco. Minutos después me presento a Alicia, la subdirectora y coordinadora, quien me dio un recorrido a lo largo y ancho de todo el lugar, que no era para nada chico, visitando los departamentos musicales que existían. El director no borraba esa sonrisa medio torcida que me mostro desde el principio y de cierta manera me intimidaba (finalmente me atemorizaba); deseaba no haber sido la única allí. Llegamos a donde las cuerdas para conocer a Ernesto, quien sería mi maestro de chelo. Antes de irse, el estrecho su mano con la mía.

-De verdad espero que pase bien su estancia aquí, todo lo que necesite lo tiene a la mano con Alicia. Tenemos altas expectativas y tenga por seguro que depositamos nuestra total confianza sobre usted-.

«Genial, ahora debo cargar con este horrendo peso, ¿qué pasara si llego a fallar?» pensé para mis adentros. No imagine que nada más llegar me diera tal… ¿amenaza? Intentaba comprender por qué de pronto tenía tanta relevancia.

-No se preocupe- dije forzando una sonrisa. -Daré todo de mí para ser de las mejores y no decepcionarlos, después de todo esta es mi gran pasión-.

-Es nuestra salvación, Fernanda- casi jadeo, con los ojos vidriosos. –Bienvenida a la familia-.

Se alejó junto a Alicia, quien me dedico una mirada de aprobación con cierto deje de tristeza. Sentí que la cabeza me iba a estallar.

Desde entonces no hubo novedades, todos los días me presentaba desde las 4 de la tarde hasta las 9 de la noche, extrañamente salía una hora más tarde que toda la orquesta y me dejaba completamente exhausta. Ernesto era uno delos profesores más exigentes y todo lo recibía de su parte, empecé a ponerme paranoica cada que escuchaba pasos tras de mí, pues significaba que el llegaría para arrebatarme el arco de las manos y empezaría a recriminarme todo lo que hago mal. En verdad me lastimaba todo eso, pero seguía aferrada a mi sueño de llegar a participar en un gran concierto, y de verdad empecé a creerme que todo era mi culpa. Así duro 3 meses y yo nunca le decía nada a nadie, pero mi mama empezó a sospechar sobre qué tan saludable era la orquesta para mí.

Un día, Alicia me recibió con una muy mala noticia: mi chelo se había hecho añicos al caer de las escaleras de la bodega. Me llevo hasta allá y pude verlo con mis propios ojos, pero estaba completamente confundida y enojada.

-¿Qué no se supone que aquí se cuidan todos los instrumentos? Yo no pienso pagar por él, aunque le haya puesto las marcas para las notas, esto no fue culpa mía- dije tajante.

-Yo sé que no- me dijo tranquila. –Estamos pensando que algún trabajador se descuidó y no lo acomodo como debía-.

-¿Y qué puedo hacer por ahora? Si dejo de practicar, Ernesto sería capaz de matarme-.

-Qué cosas piensas de mí, Fernanda. ¿Acaso no te educan en tu casa?- Ernesto apareció de la nada en la puerta, de brazos cruzados y fulminándome con la mirada. –Vete al salón, pídele la partitura a Alexa y practica con ella, veré que hago para arreglar este problemita- espeto de forma sarcástica. Salí como un bólido de allí, dejando a Alicia con él. Estaba harta de sus horribles maneras, pero no me cabía duda de que todo eso no se lo hacía a nadie más.

Más tarde, llego al salón con un estuche color carmesí y me lo entrego. Al abrirlo me encontré con un chelo completamente negro y brillante, a excepción de una pequeña mancha blanca bajo el puente. Era el instrumento  más hermoso que jamás había visto en mi vida. Me sentí tan feliz, era la primera vez que él me había sonreído y me hizo un enorme favor.

Sin más lo afine y empecé a tocar. Pronto me di cuenta de que para nada era un violonchelo particular. Su sonido era terriblemente potente, como si tuviera bocinas, y mi pecho vibraba cada que entonaba las notas más graves. Era muy pesado y el arco pasaba tan finamente sobre las cuerdas que casi no movía mi brazo, era como si tuviera vida propia y me ayudara a mejorar cada vez más. Me aprendía las partituras a la velocidad de la luz y ya no necesitaba las marcas, incluso me había dedicado a ayudar a mis compañeros y el director se encontraba muy satisfecho conmigo. No volví a ver a Alicia para comentarle lo bien que me estaba yendo, y Armando me aseguro que había conseguido un nuevo trabajo, lo que me dejo algo sorprendida y triste.

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