Repenzar La Pobreza
bella_mar31 de Mayo de 2014
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Introducción
El principal problema al enfrentarse a la pobreza radica en que hasta ahora
no se ha considerado a los propios pobres como una fuente de información
válida y efectiva a la hora de definir los problemas y las soluciones en la
desigualdad global. Banerjee y Duflo desvelan la importancia que tiene —y va
a tener— acercarse a las víctimas y distinguirlas como protagonistas y
sujetos clave en el desarrollo de las acciones antipobreza. Repensar la
pobreza nos permite, justamente, reconsiderar los puntos de partida y las
generalizaciones y definir otro tipo de teoría para aplicar una nueva práctica.
Ésta debe romper con los clichés en los que caen algunos proyectos de ONGs
y gobiernos, debe acercarse al problema, romper la barrera de la distancia
entre el que ayuda y el que es ayudado.
En los 50 países donde vive la mayoría de los pobres, el umbral medio
de pobreza se sitúa en 16 rupias indias por persona, es decir, 36 céntimos de
dólar. Los precios en estos lugares son más bajos; el equivalente en Estados
Unidos sería de unos 99 céntimos de dólar. Es decir, para posicionarse al nivel
de pobreza que se evalúa, es preciso imaginarse viviendo en un ciudad como
Manhattan con menos de un dólar al día para todos los gastos, a excepción del
alojamiento. En 2005, 865 millones de personas (el 13% de la población
mundial) gestionaban su vida, y la de su familia, con esta cantidad. Por lo
tanto, se vuelve imprescindible conocer la vida económica de los pobres para
poder llevar a cabo políticas útiles.
«Cada capítulo de este libro relata una búsqueda para descubrir cuáles son
estos escollos y cómo se pueden superar. Empieza con los aspectos básicos de
la vida familiar: qué compran; cómo tratan la escolarización de sus hijos, su propia salud o la de sus hijos o padres; cuántos hijos deciden tener, etcétera. A
continuación se describe cómo funcionan para los pobres los mercados y las
instituciones: ¿pueden pedir préstamos, ahorrar y asegurarse frente a los
riesgos que afrontan? ¿Qué hacen por ellos los gobiernos y cuándo les fallan? A
lo largo de todo el libro se retoman las mismas preguntas básicas. ¿Existen vías
para que los pobres mejoren su vida? ¿Qué les impide utilizarlas? ¿Es mayor el
coste de empezar, o eso es fácil y lo difícil es continuar? ¿Qué hace que las
cosas sean costosas? ¿La gente se da cuenta de la naturaleza de los beneficios?
Si no es así, ¿qué es lo que dificulta su comprensión?»
Desde Occidente
Las primeras reacciones contra la pobreza han sido siempre de generosidad.
La esperanza se pierde rápido ya que se tiende a hacer preguntas demasiado
Grandilocuentes que no tienen respuestas claras y operativas que permitan un
trabajo humanitario con sentido. No se cuestionan los remedios contra la
malaria, sino las causas absolutas de la desigualdad y la pobreza.
Hasta ahora pueden distinguirse dos claras tendencias de actuación al
respecto: por un lado, la ayuda externa resulta fundamental ya que permite
que los países pobres puedan invertir en zonas críticas; la otra vía sostiene
que la ayuda hace más mal que bien, al disuadir a la gente de buscar
soluciones propias, al corromper y socavar las instituciones locales y crear un
entramado de ONGs que tiende a perpetuarse. En este sentido, y pese al
análisis estadístico, es improbable conocer los efectos de la ayuda a gran
escala, pero sí es posible, como hacen los autores, detenerse en los ámbitos en
los que ha sido muy útil y en los que no.
Los ejemplos se suceden a lo largo de la obra para ilustrar de manera
cercana y práctica la problemática. Por ejemplo, la distribución de
mosquiteros en el África subsahariana para prevenir el contagio de la
malaria, ¿debe subvencionarse?, ¿deben regalarse, venderse a precio de
mercado?, ¿se utilizan? ¿Una vez deteriorados, se adquieren unos nuevos?
Conocer lo que están dispuestos a pagar los pobres y si los van a usar cuando
los consiguen gratis no es relevante sólo en lo que se refiere a la distribución
del bien, sino porque ayuda a entender su toma de decisiones, sus prioridades
y su gestión de la economía.
En 2003 los autores fundaron el Laboratorio de Acción de la Pobreza
(Poverty Action Lab), que más tarde se convirtió en el Abdul Latif Jammel
Action Lab (J-Lab). «La respuesta al trabajo de J-PAL sugiere que muchos
comparten nuestra premisa básica, es decir, que es posible conseguir un
avance muy significativo en la lucha contra el mayor problema del mundo
mediante la acumulación de una serie de pequeños pasos, cada uno de ellos
bien pensado, probado cuidadosamente y realizado con criterio». Los estudios
que se utilizan en Repensar la pobreza siguen esta línea, y presentan, como
rasgos comunes, un alto nivel de rigor científico, la disposición a aceptar el
veredicto de los datos y un enfoque basado en preguntas concretas y
específicas que tienen relevancia para la vida de las personas pobres. Los
autores identifican las múltiples «trampas» que existen tanto para los que
viven en la pobreza como para los que quieren eliminarla. Es muy fácil caer en
medidas equivocadas, sobre todo dentro de lo que los autores llaman las «tres
íes»: ideología, ignorancia e inercia. Y además, se debe lidiar con el inevitable
escepticismo en relación a las supuestas oportunidades que se les brinda y a
la posibilidad de que haya cambios radicales en sus vidas.
El hambre
La pobreza no es sólo la falta de dinero, es también la incapacidad para
desarrollar el potencial de una persona como ser humano. El hambre y la
miseria, además de deshumanizar, son dos de las verdaderas trampas de la
pobreza: los pobres que no puedan permitirse una nutrición suficiente serán
menos productivos y esto, a su vez, les mantendrá en las mismas condiciones
de una manera casi crónica. Uno de los casos en que se detienen los autores
para ilustrar esta trampa es en el de un hombre demasiado débil para hacer
un trabajo físicamente más exigente, demasiado inexperto para hacer las
tareas más cualificadas y demasiado deteriorado para empezar como
aprendiz en cualquier otro empleo. Puede ocurrir que quienes tengan acceso
a una mayor alimentación realicen trabajos agrícolas mejor pagados, sin
embargo, un supuesto oculto tras la trampa es que no siempre se come tanto
como se puede o se «debe»: un hogar pobre representativo que suprimiese
totalmente el gasto en alcohol, tabaco y fiestas podría aumentar su consumo
de comida hasta en un 30 por ciento. Existen alternativas, pero deciden en
muchos casos no gastar en alimentación todo lo que podrían. Cuando las
personas muy pobres tienen la posibilidad de gastar algo más de dinero en
ello, no siempre lo usan para conseguir más calorías, sino para comprar
alimentos más ricos, más sustanciosos y apetecibles, para obtener «calorías
más caras».
La inanición es una realidad en el tercer mundo, pero la mayor parte
de la responsabilidad se la lleva la repartición de la comida. No hay una
escasez absoluta como tal: según los datos, el porcentaje ha caído
drásticamente con el paso del tiempo, pasando del 17 por ciento de población
en 1983 al 2 por ciento en 2004. Por tanto, es posible que se coma menos
porque haya menos demanda alimenticia, menos hambre, pero aun así impera
la teoría de que la mayor parte de las hambrunas recientes no han sido
causadas por un problema de disponibilidad o existencia de alimentos, sino
por fallos institucionales que llevaron a una mala distribución, o incluso por
acaparamiento y almacenamiento.
Los aspectos más sorprendentes de la gestión de sus recursos se ponen en
evidencia al entrar en contacto directo con la población. Por ejemplo, un
entrevistado en Marruecos afirmaba: «Oh, ¡la televisión es más importante
que la comida!». Los autores, tras pasar algún tiempo en ese pueblo marroquí,
entendieron algunas de las razones: la vida en el pueblo es aburrida, no hay
salas de cine, no hay salas de conciertos, no hay siquiera donde sentarse,
charlar y ver pasar a la gente. Parece probado, en este sentido, que los pobres
no invierten en más cantidad y mejor calidad de alimentos incluso cuando
crecen sus ingresos; hay demasiadas presiones y deseos que compiten con la
alimentación, como la celebración de bodas, funerales o el simple huir del
tedio. Por ejemplo, como consecuencia de la epidemia de sida/VIH,
aumentaron las muertes en adultos jóvenes, y hubo personas que murieron
sin haber ahorrado para los gastos de su funeral y cuyas familias se sentían
obligadas a honrarles. Esto significa que una familia, nada más perder a uno de sus miembros potencialmente más productivos, puede llegar a gastarse en
el funeral una cantidad cercana a los 3.400 rands (aproximadamente 825
dólares PPC), lo que equivale al 40 por ciento de los ingresos anuales per
cápita.
La sanidad
Las soluciones asequibles y efectivas para prevenir enfermedades no siempre
calan o tienen el efecto conveniente
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