Stanley Hall
oswaldotp23 de Septiembre de 2012
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PRIMERA PARTE
LA ADOLESCENCIA
Y LA ESCUELA
…. es preciso no olvidar que la adolescencia y la juventud es la edad de la energía, la fuerza, la belleza, la curiosidad, la imaginación, la creatividad, la esperanza, el desinterés, la pasión, la sensibilidad, la entrega, la generosidad y otras riquezas asociadas.
Emilio TentiFanfani
en: Culturas juveniles
y cultura escolar.
De entre los múltiples retos que ha confrontado siempre la educación secundaria, el más relevante es la forzosa consideración de las características y necesidades de los adolescentes, como condición previa para el diseño y elaboración de planes y programas de estudios, actividades de enseñanza, aprendizaje, práctica docente, auxiliares didácticos y organización de la escuela. Derivadas de ellos, adquieren singular importancia la selección de contenidos educativos y la capacitación y actualización del personal docente.
Aunque no ha sido determinada la edad precisa en la que, desencadenada por el proceso biológico de la pubertad, inicia la adolescencia, así como la edad en que termina, lo que depende de los más variados factores biopsicosociales, económicos y culturales, lo cierto es que en la escuela secundaria las generaciones de alumnos son siempre adolescentes, pertenecientes a un grupo de edad prácticamente invariable, pero a la vez altamente heterogéneo, siempre diferentes, renovándose año tras año con nuevas vivencias, expectativas, conocimientos y visiones de la realidad circundante, como producto natural del desarrollo y evolución histórica, política y social del país y dependientes en mucho de las condiciones y oportunidades imperantes en su particular desarrollo personal. Mientras tanto, el funcionamiento de la escuela secundaria, con todos sus elementos, permanece casi inmutable desde su creación.
Frente a las severas críticas y reclamos de que es objeto la educación secundaria, es justo reconocer que, a diferencia de los otros niveles de la educación básica y aun de los de la educación superior, es el único nivel al que corresponde atender a una población escolar en el pleno despertar a la adolescencia; la que debe favorecer el desarrollo humano de sus educandos partiendo de sus peculiares características, conductas, ilusiones, esperanza y desafíos; la que debe brindar una educación de calidad así como la formación de actitudes y valores a púberes, adolescentes y jóvenes frecuentemente provenientes de un contexto adverso y arrastrados por un incontenible cambio social. Un componente más, que ha formado parte inveterada de ese contexto a pesar de los más encontrados argumentos, es el hecho de que la educación secundaria es propedéutica y terminal. Y es terminal de facto, porque para muchos jóvenes hasta ahí llegó la educación formal, máxime si se interrumpe antes de concluirla. Esta reflexión viene al caso porque paso a paso, la educación secundaria ha de cumplir permanentemente, como prioridad siempre presente, su función formativa, día tras día como si fuera el último.
Refiriéndonos al alumno de la escuela secundaria, de nuestras escuelas secundarias, y hasta del nivel medio superior, vale la pena reiterar que es un adolescente, y hacer hincapié, aunque sea de manera fugaz, en sus características más significativas. Como resultado del desarrollo del pensamiento de tipo formal, manifiesta actitudes y comportamientos tales como: la objeción a la autoridad; la renuencia a aceptar los argumentos del buen funcionamiento familiar; la tendencia a cuestionar incisivamente las inconsistencias y las incongruencias que percibe en sus padres y maestros; los afanes de adquirir nuevos ideales y su fácil apego a las “corrientes de moda” y a personajes populares, esto último con un sustrato que va más allá de una simple frivolidad o pura rebeldía. Por si fuera poco, nuestro personaje es sujeto de una serie de cambios y manifestaciones psíquicas, sociales y biológicas inesperadas, inexplicables por él mismo, que incluyen el despertar a la vida sexual, a las veces turbulento, acompañado de interpretaciones, consejos, tabúes y artificios, argumentados por sus iguales, por otros jóvenes que se consideran expertos o por individuos sin escrúpulos, cuando el fenómeno no es abordado abierta y francamente por la escuela y/o la familia.
Si a ello sumamos el inevitable influjo de la información y la comunicación en continuo desarrollo por los más diversos medios, especialmente la televisión y el internet, tan accesibles como fascinantes, que invaden indiscriminadamente todos los espacios que en mucho deberían ser ocupados por otras oportunidades de reflexión científica, estética y humanística, bien se puede afirmar que la adolescencia, y la juventud, son poseedoras de una “cultura peculiar” que en mucho depende de sus condiciones de vida y desarrollo social, pero que en todo caso se confronta con la monolítica cultura escolar y con la del mundo de los adultos, incluyendo familia y autoridades, quienes la descalifican por no comprenderla y adoptan las más variadas actitudes, desde la displicente de quienes suponen con ligereza que los adolescentes no sienten, piensan ni razonan y que la adolescencia es una etapa que “ya pasará” o la negligente ciega, sorda y muda, porque no aquilata la trascendencia de los hechos o porque no puede o no sabe cómo actuar y se ve totalmente rebasada, hasta la más radical asumida por buena parte de la sociedad, incluyendo autoridades y no pocos docentes y padres de familia que interpretan a los adolescentes y a los jóvenes como sujetos a vencer y someter por sus posiciones escépticas, inconformes, irreverentes y contestatarias; por sus aficiones y hasta por su manera de vestir, con el argumento de que el adulto, sólo por serlo, tiene la verdad y la razón y consecuentemente; lo que piensa, dice y dispone “es lo correcto” aunque en muchos casos su desempeño cotidiano sea contradictorio y deje mucho que desear.
Dependiendo del grado de comprensión y apoyo, o rigidez, tanto de la familia como de la escuela, el adolescente adoptará las más diversas actitudes de defensa, reacción o “sobrevivencia”, pero por impulso natural tenderá a la integración en el “grupo de iguales” que se constituye de manera espontánea, en el que encuentra fuera de la supervisión o control de los adultos, la camaradería la seguridad, el reconocimiento social así como la libertad para sus propias manifestaciones culturales. Este grupo no es intrínsecamente un grupo definido, sino la suma, en un principio dispersa, de las afinidades de adolescentes y jóvenes de edades similares que coinciden y comparten aficiones musicales, indumentaria, formas de expresión, peculiares visiones del mundo y hasta posturas ideológicas, lo que ciertamente en muchos casos no llega a consolidarse en estructuras más complejas.
Sin embargo, en otras ocasiones y bajo el influjo de la similitud de condiciones biopsicosociales del entorno: familia, escuela, comunidad o barrio, el grupo puede llegar a adquirir algunos rasgos de formalidad por cuanto propicia la confraternización, brinda al joven un marco afectivo, reconocimiento de los demás y por ende, seguridad, en un espacio vital que aunque sea de manera imaginaria considera suyo, lo que llega incluso a la adopción de un particular sistema de valores del que se hacen derivar creencias y formas de expresión, diferentes y a menudo confrontadas con las normas culturales vigentes en la sociedad, y que no son otra cosa que su respuesta a las interrogantes no resueltas de la estructura familiar, los conflictos sentimentales, las relaciones de pareja, la salud sexual y reproductiva, la religión, la concepción del mundo y de la vida y la significación de la organización política y social. Lugar preponderante adquiere aquí el peligro de la inclinación al consumo de las drogas. En la medida en que todo esto se rigidiza y radicaliza, puede devenir con el transcurso del tiempo, hacia la franca identificación con las llamadas Tribus Urbanas: Cholos, Punks, Heavies, Skates, Darketos, Emos, etc., etc., etc., y en el extremo menos deseable, cuando el grupo llega a existir un trasfondo patológico en la expresión de sus necesidades psicológicas, consecuencia generalmente de disfuncionalidades familiares, su manifestación suele tornarse además arrogante, insolente y hasta abiertamente agresiva contra el entorno, adquiriendo un tinte delincuencial.
Los diferentes grupos, ya sea formales o informales, “acuerdan” o “adoptan” algunas características “de moda”, que generalmente se manifiestan en el atuendo, el peinado y la música, pero que fácilmente llegan a las marcas corporales como tatuajes o perforaciones y que presumiendo ser originales imitan en todo los modelos que ofrece el aparato publicitario, a fin de cuentas manejado por adultos, incluyendo la creación artificial de “ídolos” artísticos o deportivos más o menos efímeros, como arquetipos de la adquisición fácil de fama y fortuna, que vienen a suplantar de manera insensata la carencia de las figuras heroicas genuinas que requiere el adolescente en su etapa de desarrollo.
No se puede dejar de hacer énfasis en este breve esbozo de las características manifiestas de la adolescencia y la juventud, en la lacerante incursión de algunos al uso y consumo de drogas, incrementado en los últimos años de forma alarmante con el concurso de la delincuencia organizada, lo que a más del daño orgánico y moral que ocasiona a los usuarios y sus familias, conlleva una cadena de acciones colaterales delictivas y actos antisociales, que razonablemente analizada es en su origen imputable a que la respuesta de la sociedad a las inconformidades, angustias y demandas de adolescentes y jóvenes es alejada de la realidad,
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