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VIOLENCIA DE GENERO-CASOS


Enviado por   •  22 de Octubre de 2013  •  2.194 Palabras (9 Páginas)  •  439 Visitas

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Violencia de género

 ANGÉLICA GUTIÉRREZ MARÍN, tenía 19 años y estudiaba derecho en el Tecnológico de Comfenalco.

Angélica Gutiérrez se convirtió en una nueva víctima de la brutalidad contra las mujeres, Cuando el día 29 de Junio en el barrio El Socorro de Cartagena fuese agredida brutalmente por su exnovio conocido como Jhon Jairo Echenique o Diego Piñeres en su propia casa: el hombre le hizo varias cortadas en el cuerpo, le roció combustible y le prendió fuego el viernes por la tarde.

Angélica Gutiérrez, llegó internada al pabellón de quemados de la clínica Sol de las Américas, antigua clínica Ami en Cartagena con el 90 % de su cuerpo con quemaduras agravadas por las cortadas que el ex novio le realizó en sus dedos de las manos, rostro y abdomen dejaron en un estado de gravedad a esta joven que hoy se convierte lamentablemente en una víctima más del maltrato a la mujer por parte de hombres.

Falleció debido a la gravedad de las quemaduras y heridas propinadas por su ex novio.

 Graciela Es un ama de casa. Lo suyo, cuenta mientras pasa un trapo sobre la mesa de un comedor reluciente, había sido un cuento de hadas. Conoció a su esposo en el colegio y en el anuario ellos fueron nombrados la pareja reina de la promoción. Eran los años ochenta y en las fotos, de verdad, la felicidad de ambos casi tiene un aire monárquico: él es alto, de espalda ancha, mentón cuadrado; ella, una princesita de nariz respingada y pelo hasta la cintura. En el retrato, como telón de fondo, hay un bosque de árboles enanos y un castillo de torres gigantes.

Poco después de la boda, Graciela quedó embarazada y abandonó la universidad. Tuvieron tres hijos. Ella dice que de común acuerdo decidieron que lo mejor era que la mujer se quedara en la casa para ayudar en la crianza, mientras el esposo se ponía al frente de un negocio automotriz que había heredado de su papá. Hasta allí todo bien.

Luego vinieron las crisis económicas. El negocio familiar se fue a pique y el príncipe, cada vez más, se empezó a desteñir. Graciela habla sin levantar la mirada de la mesa. Su mano, todavía empuñando el trapo, empieza encontrar manchas de grasa en apariencia inexistentes.

Entonces cuenta de cosas escuchadas en todo este tiempo. De palabras que permanecen pegadas en algún recoveco doloroso de su interior y que ella no alcanza ya a limpiar: culpable, lastre, incapaz, bulto e’ sal, sirvienta...

Graciela jura que su marido nunca le ha levantado una mano, pero que desde hace mucho, ya no sabe cuánto, se acostumbró a que la tratara así, como una cosa, un mueble. Dice que él la culpa de todo: de su mala suerte, de los negocios mal hechos, de las enfermedades, el precio del arriendo, de los ladrones que se metieron a la casa. Son las siete de la noche y Graciela habla despacio, con una voz bajita, desgastada. Tiene los ojos negros, limpios de hechizos románticos. La mujer vive en el piso once de un edificio al sur de Cali por el que hace días el esposo no aparece. De lejos, la construcción se ve como un castillo en ruinas.

 Camila Entonces su cuerpo, sintió ella, se convirtió de repente en un saco de box. Un bulto de carne inmóvil dando tumbos al vaivén de los golpes. Fue un jueves. O un martes o un viernes, qué más da. Camila sólo recuerda ahora, mientras recuesta la cara entre sus manos, que todo empezó cuando el hombre la encontró viendo las fotos de un ex novio en aquella vitrina del pasado que es el facebook. El primer golpe, una palmada con la mano abierta, lo recibió cerca del oído: ¡blummm! El resto fue una andanada de manotazos mudos; en el interior de la chica, una estudiante de electrónica, quedó retumbando un pitido como si su cabeza fuera un televisor que recién había perdido la señal.

Luego vinieron puños en la nariz, los ojos, el mentón, la cabeza. Y ya en el suelo, patadas: en el estómago, las costillas, las piernas. El novio de Camila medía uno con ochenta. Sus amigos de la universidad, mucho antes de toda esta barbaridad, ya lo llamaban Conan. La chica es flaca, calza 35. Si no fuera por todo el maquillaje que ahora lleva encima, el suyo no se vería como el rostro de una niña de 22 años, sino como el de una boxeadora que no ha tenido suerte esquivando golpes.

Camila está sentada en la plazoleta de un centro comercial. Tiene el cabello rubio y los ojos pequeños. De tanto en tanto hurga en su bolso y se da cuenta de que el celular repica en el fondo. Es su mamá, dice. Después de que pasó todo eso, la chica volvió a vivir con sus padres. Ahora cursa su carrera a distancia y sale poco. El viento de esta tarde le da de frente y ella no puede evitar mirar a los lados, como si temiera que algo más le pudiera llegar a pasar.

 SONIA tenía 17 años cuando sufrió una experiencia que le marcó para toda la vida. Salían en pandilla con otros chicos y chicas del barrio y un día apareció un chico nuevo que era vecino de su amigo Sergio. Este chico procedía de una familia desfavorecida, su padre era alcohólico y un hermano mayor estaba en prisión por robar en una gasolinera (era toxicómano). Este chico se hizo en pocos días el líder del grupo: era el más divertido y chistoso, gustaba mucho a todas las chicas del instituto y su labia les tenía a todos encandilados. Pasados unos meses comenzaron a salir como pareja. A Sonia no le parecía nada serio puesto que le conocía y sabía que iba de flor en flor, pero a ella le gustaba y pasaban buenos ratos juntos. Los problemas comenzaron cuando un día le dijo que no se pusiera faldas cortas ni tops, que la quería sólo para él y que los demás se buscaran a otra”.

A Sonia le pareció excesivo dado lo incipiente de la relación, pero poco a poco fue cohibiéndose a la hora de vestir, hasta el punto de que sus amigas se reían de ella por hacerle caso. Comenzaron a aflorar los puntos más negativos de este chico, todo resultó una carátula y detrás había una persona agresiva y conflictiva. Cualquiera que mirara a Sonia o que la saludara era un motivo para ensalzarse en una pelea o discutir con amenazas e insultos. Las amigas comenzaron a separarse de ella por el miedo que le tenían y se veían o hablaban a escondidas para que él no se molestara. Sabía que podían ser las causantes de que Sonia reaccionara.

El aspecto físico de Sonia se fue deteriorando, tenía ojeras y la ansiedad le hacia comer poco y a veces vomitar. Lloraba por las noches porque no sabía qué hacer y el miedo la tenía paralizada. Un día, tras la presión de su madre, le contó lo que sucedía y a partir de ahí todo se resolvió. Sus padres y ella fueron juntos a denunciar a este chico

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