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Dragón Cactus Es Muy Fuerte


Enviado por   •  15 de Mayo de 2014  •  1.460 Palabras (6 Páginas)  •  233 Visitas

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Desde su llegada, en 1961,Gabo recorrió lugares de México que terminaron marcados por su presencia.

Ciudad de México. Su último cumpleaños, el número 87, en marzo pasado, García Márquez lo celebró con su esposa, Mercedes, y un grupo de amigos en el restaurante El Cardenal, a pocos minutos de su casa, en la colonia San Ángel. A ese lugar iba con frecuencia, entraba por la puerta lateral (para evitar lo más posible ser el foco de miradas), se sentaba en la planta baja, en un salón privado preparado para su visita, y pedía su pescado de siempre. “Este restaurante existe por don Gabriel, de eso estoy convencido”, dice Leopoldo Chávez, administrador de esa sucursal y uno de los que atendían a Gabo desde cuando el escritor iba a la sede de El Cardenal, en Alameda, en el centro histórico, hace una década. Desde entonces, Gabo, que se volvió amigo de los dueños –la familia Briz Garizurieta–, les preguntaba con insistencia cuándo iban a abrir un restaurante más cerca de su casa, seguro aburrido de los eternos trayectos en carro en Ciudad de México. Y lo hicieron: abrieron esta sucursal en el sur del DF, en una casona de finales del siglo XIX, donde el mes pasado le cantaron Las mañanitas.

Así querían a Gabo.

Ellos, y el resto de mexicanos.

García Márquez, su esposa y su primer hijo, de brazos, llegaron en tren a Ciudad de México en junio de 1961, a la estación Nuevo Laredo en Tamaulipas (que hoy, por ese motivo, se llama estación Palabra Gabriel García Márquez). Venían de Nueva York, donde el escritor acababa de renunciar a su trabajo en Prensa Latina; llegaron con menos de veinte dólares y “nada en el porvenir”, como él mismo contó. En la estación los esperaba Álvaro Mutis, que se volvió una especie de ángel protector para ellos en sus primeros meses en el DF. Les ayudó a conseguir un apartamento en la calle Mérida, su primer hogar en esa ciudad, de donde se trastearon poco después a uno más grande aunque vacío –solo tenían un colchón y una mesa– en la calle Román. Sin un peso en el bolsillo y un segundo niño en camino, Gabo aceptó un empleo como editor de dos revistas, La familia y Sucesos para todos, en las que trabajó sin firmar ni figurar porque sentía que no tenían que ver con lo que él quería hacer de su escritura. Le pagaban bien. Empezaron a llegar los electrodomésticos a casa y un Opel blanco sedán modelo 62. Luego vinieron los empleos en publicidad, los guiones de cine (en los que trabajó con Carlos Fuentes y Arturo Ripstein, entre otros) y una casa nueva, que Gabo describió como “formidable, con jardín, estudio, en un sector muy tradicional”.

La casa quedaba en la colonia San Ángel Inn, en la calle La Loma, número 19.

Esa casa, donde, entre 1965 y 1966, escribió Cien años de soledad, está hoy tal como él, su esposa y sus dos hijos la habitaron. Su propietario, Luis Coudurier –“uno de los hombres más elegantes y pacientes que habíamos conocido”, dijo Gabo en su discurso del Congreso de la Lengua en Cartagena, cuando le agradeció haberlos esperado durante meses para el pago del arriendo– le encargó a su hija Laura Coudurier que la mantuviera igual que cuando el escritor vivió en ella. En el 2006, Gabo y su esposa se encontraron por casualidad con Laura y acordaron una cita para visitar la antigua casa, de fachada blanca. Al cruzar la puerta, Gabo se detuvo en el jardín y se quedó mirando el aire, como si la memoria, a saltos, lo llevara cuarenta años atrás. “En este jardín, Mercedes extendía la ropa. Un día vi cómo las sábanas se sacudían con el viento. Entonces se me ocurrió lo de Remedios la Bella subiendo al cielo”, dijo.

Laura Coudurier recuerda cada detalle de esa visita y de la placa que pusieron en la puerta (‘En esta casa García Márquez escribió Cien años de soledad’) cuando Gabo ganó el Nobel y que solo duró una noche. “Se la robaron ahí mismo –dice Laura, que cuenta que el contrato de arrendamiento de Gabo tenía la firma de Ripstein como aval–. De pronto la quitó él mismo, quién sabe, porque nos advirtió que no quería placas. Nos advirtió que eso era para los muertos.”

Ella quiere poner de nuevo

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