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EL LIBERTADOR. SIMON BOLIVAR


Enviado por   •  27 de Enero de 2013  •  5.354 Palabras (22 Páginas)  •  540 Visitas

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"El hombre que hoy, con toda justicia, es conocido en el mundo entero como el Libertador, nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Su ciudad natal, capital entonces de la Capitanía General de Venezuela, provincia del Imperio Español, sería en 1810 la matriz del movimiento independentista hispanoamericano. El recién nacido, cuarto vástago del matrimonio formado por el coronel Juan Vicente Bolívar Ponte y doña María de la Concepción Palacios Blanco, criollos ambos, fue bautizado en la Catedral con los nombres de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Pero la historia lo llama Simón Bolívar, el Libertador. Su ejemplo, su acción, su pensamiento - su legado , en suma - están más vigentes que nunca. Pues él actuó, sintió, reflexionó y escribió para su época, y también para la posteridad.

Los Bolívar-Palacios, familias arraigadas desde hacía varias generaciones al suelo americano, pertenecían a la encumbrada y poderosa clase social de los "mantuanos", que dentro de la Provincia tenían la primacía en todo, excepto el pleno poder político. Simón vino al mundo "en cuna de oro" y, además, al poco tiempo un pariente suyo el padre Juan Félix Jérez-Aristiguieta y Bolívar instituyó en su favor un rico patrimonio, llamado "Vínculo de la Concepción".

Simón, cuya madre no podía amamantarlo, tuvo por nodriza a una vitalmente robusta y san esclava de la familia, la negra Hipólita. Esta no sólo calmó con su seno el apetito del niño (sustituyendo a una amiga de doña Concepción, la dama cubana Inés Mancebo de Miyares, que lo alimentó unos días) sino que se ocupó luego de él, ya más crecido; sobre todo después de la muerte del coronel Bolívar, ocurrida cuando Simón tenía apenas dos años y medio. Junto con su veneración por doña Concepción, su "buena madre", y el cariño a doña Inés, Bolívar guardó siempre en su pecho un sentimiento de afecto, gratitud y respeto hacia la esclava que, en su tierna infancia, le sirvió de guía y cumplió para con él las funciones de un padre, después de haber sido su nodriza.

Alrededor de 1790 la señora Bolívar, con sus hijos María Antonia, Juana, Juan Vicente, Simón, con otros parientes y amistades, iba de paseo a sus haciendas, especialmente a la de San Mateo, en los valles de Aragua. La serena belleza del paisaje tropical despertaría entonces en Simón el amor a la naturaleza que nunca dejó de sentir y que expresó más tarde, ya adulto, en sus decretos conservasionistas.

El encanto se quebró el 6 de julio de 1792, al morir su madre, probablemente de tisis, en Caracas. Los Bolívar-Palacios quedaron huérfanos. Las dos hijas, aunque muy jóvenes, no tardaron en casarse. El abuelo materno, don Feliciano, fue tutor de Simón, quien contaba 9 años. Aquel mismo muchacho que sintió en su alma el frío y el vacío de la orfandad -aunque no el abandono ni las privaciones- fue el mismo que treinta años después dictaría un decreto para proteger a la infancia desvalida: "... un gran parte de los males de que adolece la sociedad, proviene del abandono en que se crían muchos individuos por haber perdido en su infancia el apoyo de sus padres", escribía en Chuquisaca en 1825.

El niño Simón que había aprendido a leer, escribir y contar con varios preceptores, asistió a la Escuela Pública, regentada por el educador venezolano Simón Rodríguez, hombre de originales y progresistas ideas pedagógicas y sociales, quien ejercería luego una profunda influencia sobre Bolívar. Entre tanto, murió el abuelo, y la tutoría recayó en Carlos Palacios, tío de Simón, con quien éste no se entendía muy bien. Don Carlos, soltero, pasaba mucho tiempo en sus haciendas, y Simón salía a pasear, a pie y a caballo, por Caracas y sus alrededores, en compañía de muchachos que no eran "de su clase".

Al cumplir 12 años, el niño, en ausencia del tutor, se fugó de su casa y fue a buscar calor de hogar en la de su hermana María Antonia y su esposo. Esto

suscitó un pleito, que terminó cuando Bolívar, a pesar de su resistencia, fue conducido, en calidad de interno, a la casa de su maestro Simón Rodríguez.

La recia personalidad de aquel muchacho, que más tarde habría de convertirse en el Libertador y ser conocido por su firmeza y constancia, se puso ya de manifiesto en aquel momento. Cuando quisieron llevarle a la fuerza a otra casa, él se resistío, diciendo que de sus bienes podrían disponer, pero no de su persona, pues en ésta sólo mandaba él. Otra vez exclamó que si los esclavos tenían derecho a cambiar de amo por lo menos a él debía permitírsele vivir en la casa que mejor le acomodase. Sin embargo, tuvo que ceder.

En estas circunstancias, Rodríguez logró ganarse la confianza y se convirtío desde entonces en "El Maestro" de Bolívar. Entre ellos, durante esos pocos meses de 1795, se anudaron estrechos lazos de simpatía, que no cesarían sino con la muerte.

La siembra afectiva en el espíritu del joven pupilo la hizo en caracas Rodríguez, no con teorías a la Rousseau, sino con tacto, comprensión, sensibilidad y firmeza. Le impartiría también conocimientos; pero más que éstos, lo importante fue cómo le abrió los ojos, la mente y el corazón a las perspectivas de una vida consagrada a un ideal. Por esto le escribía Bolívar a su antiguo maestro en 1824: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso..."

En 1799 viajó por primera vez a España, visitando de paso Veracruz y Ciudad de México y haciendo una corta escala en la Habana. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban y Pedro Palacios y del sabio Marqués de Ustáriz, su mentor intelectual, Simón perfeccionó sus conocimientos literarios y científicos (el francés, la historia, las matemáticas, etc.) y su educación de hombre de mundo con la esgrima y el baile. La frecuentación de tertulias y salones en la corte pulió su espíritu, enriqueció su idioma y le dio mayor aplomo.

Conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, joven española con antepasados venezolanos, de la cual se enamoró. "Amable hechizo del alma mía", le decía en sus cartas. Pensaba en construir un hogar, tener descendencia y volver a Venezuela para atender al fomento de sus propiedades. Pero hubo un compás de espera: en la primavera de 1801, viajó a Bilbao, donde permaneció casi todo el resto del año. Hizo luego un breve recorrido por Francia que le condujo a París y Amiens. Le encantó ese país, su cultura y su gente. En mayo de 1802, estaba de nuevo en Madrid, donde contrajo matrimonio, el día 26, con María Teresa. Los jóvenes esposos viajaron a Venezuela, donde llegaron en julio; pero poco duró la felicidad de Simón. María Teresa murió en enero de 1803.

En una

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