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Gabriela Mistral en la compañía

ccaimanqueBiografía18 de Octubre de 2015

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GABRIELA MISTRAL EN LA COMPAÑÍA

Lo concreto, o lo documentalmente comprobado es que los meses de otoño e invierno de 1903 enmarcan en la vida de Gabriela sucesos de la máxima trascendencia.

 Las tres mujeres debieron separarse  de forma inevitable.  Las gestiones para avanzar en la escolarización de Gabriela concluían definitivamente, y sin buenos resultados. Se cerraba también la época de infancia, comenzaba su entrada en la adultez e iniciaba su vida laboral.

La destinación en La Compañía, ese pequeño villorrio en la ribera norte del río Elqui, frente a La Serena, la arrancaba definitivamente de entre sus cerros tutelares y la ponía en contacto con el mar, con los niños, con el mundo extra familiar. Su escuelita de La Compañía la llevaba nuevamente junto al mar, otro de sus grandes amores, y puerta de salida para sus siguientes destinaciones.

No debió haber sido fácil todo esto para la niña. A los catorce años se piensa en juegos, en deambular libremente o en disfrutar las actividades que van marcando el desarrollo vital, no en iniciar una vida laboral, ni en asumir responsabilidades de adulto. Aunque ya nos va quedando claro que a esa edad Gabriela presenta una inteligencia y una madurez asombrosas que probablemente la hicieran asumir como natural un nivel de compromiso muy fuerte con la situación por la que atravesaba su familia en esos momentos.

 Y podríamos asegurar también que dicha madurez  prematura la llevaba a un estado de reflexión que le hacía ver con claridad  no solamente la situación de su familia, sino la de su entorno, constituyendo su primera destinación como Maestra un campo propicio para la preocupación social, para su interés  por los desposeídos, por los campesinos y el “mujerío”, todo lo cual la inclinaría a llevar a cabo su destino de compromiso vital con ellos. Esto queda claro con esta cita de 1905, cuando tenía dieciséis años:

“...la mujer instruida deja de ser ese ser desvalido que, débil para luchar con la miseria, acaba por venderse miserablemente si sus fuerzas físicas no le permiten ese trabajo.” (Quezada, 2002, 34)

Esta es una muestra palpable de que la joven Gabriela no acababa de iniciar su experiencia escritural, sino que hay, tras estos textos iniciales, años de lectura, de trabajo permanente y solitario traspasando ideas sobre  cuartillas en blanco. Y esta reflexión político-social nos habla de un temprano compromiso,  que tuvo sus primeras luces mucho antes de los dieciséis años. Por ejemplo esta cita (Quezada,2002,213):

“Yo soy una vieja agrarista porque fui una niña del campo y vi el egoísmo y la estupidez de dos aldeas: ni un solo campesino con tierra. Tres haciendas dueñas del suelo y hasta...del mujerío que los patrones se adjudicaban.”

Cuando Gabriela deja de ser “niña de campo”, en 1903,  no vuelve a vivir al valle, salvo los breves espacios en que visita a su hermana en Diaguitas, Arqueros y Altovalsol, por lo tanto esos  egoísmos, esas estupideces, el campesinado sin tierra y el mujerío mancillado los conoció, y reflexionó  sobre ellos, mientras vivió su infancia en Montegrande.

¿Y cuál sería su visión de mundo? Si a los catorce años, ya tenía, como hemos señalado antes, unos diez años de lectura, no cabe duda que también habría una amplia producción escrita, sin concluir mucha de ella y ya lamentablemente perdida. La relación lectura - escritura la establece la propia Gabriela  cuando señala:

“Fue la lectura lo que hizo de mí una escritora, una lectora solitaria...”  (Quezada, 2002, 205)

No sabemos cuáles serían sus lecturas ni cuáles los temas iniciales de sus escrituras. Deducimos  que leyó mucho durante su recorrido por la región tras los pasos de su familia, entre 1893 y 1903, pero no tenemos antecedentes respecto a qué tipo de textos serían los que ocupaban sus tiempo de  lectora. Tampoco sabemos si debía leer todo lo que se ponía a su alcance, a falta de variedad  de libros, o ya podía seleccionar temas, autores o géneros, de acuerdo a sus intereses juveniles. Nos atrevemos a reiterar que ya poseía un ideario y un plan de vida; una ética y una estética incipientes, surgidas de sus vivencias elquinas, de su enorme inteligencia, de su espíritu inquieto, de la observación de la naturaleza y  su entorno, de sus muchos años de lecturas.

Muchos creen que los temas propios de su reflexión temprana debían estar marcados por sus añoradas experiencias familiares transcurridas en Montegrande, pueblo que rememorará  siempre como lugar de aires paradisíacos. No obstante no sucede así, y sus ideas iniciales se verán marcadas por el dolor, el desengaño, la tristeza, como lo sintetiza en una de sus cartas a Magallanes Moure, en 1915(Fernández, 1978,111)

“¡Me han hecho  tanto mal en mi vida! Agregue a eso la convicción sencillamente horrible que tengo sobre mí: nadie me quiso nunca y me iré de la vida sin que nadie me quiera ni por un día.”

Una vez que ha salido del valle de Elqui, el mundo de su adolescencia se le había convertido para ella en un espacio de sufrimiento y desengaño, en un anti Montegrande, Ya no puede encontrar el afecto  que tanto requiere su alma de niña; una niña tan distinta, tan diferente a su medio, a su época y a sus años, lo que la lleva con frecuencia a tener que convivir en un ambiente de confrontación y desencuentro.  Sin duda que Montegrande marca fuertemente su vida y su visión de mundo. Podemos dividir su breve vida de infancia y adolescencia en dos ejes: antes de Montegrande; después de Montegrande.

Revisando la vida familiar y los años de infancia de Gabriela hasta Montegrande (1900) no se encuentran razones o causas suficientes que justifiquen los calificativos tan duros que emplea para referirse tempranamente a su vida. Creemos que su dolor y su amargura obedecen más bien al conflicto que se establece en la joven adolescente cuando descubre que el mundo no es Montegrande, el desencanto que sufre tras su salida del valle es sentido por ella como un descenso a los infiernos, agravado por la separación de su familia.

 Las nuevas experiencias la convencen de que en la sociedad de fuera de Montegrande no basta con saber y razonar;  adquiere  la convicción de que los valores aprendidos en su familia y en su valle natal no bastan para triunfar; asume la certeza de que ya no podrá  ir por la vida rodeada solamente de afecto y cariño, el que tanto necesitará siempre.

Llama también poderosamente la atención que en sus escritos iniciales no aparezca nada de cristianismo ni catolicidad, habiendo tenido un padre  casi sacerdote, una madre muy devota, una abuela paterna y unas tías tan de iglesia, una hermana también entregada fervientemente a la doctrina católica, y con tantas lecturas de los textos sagrados. Pareciera que no hubiera recibido influencia religiosa alguna o que hubiera reaccionado fuertemente contra ella.

 Este alejamiento temprano de la doctrina católica, y de la enorme influencia familiar al respecto,  solamente se puede justificar si aceptamos esta capacidad reflexiva y analítica de la joven, junto con sus enormes capacidades de observadora aguda, que la habrían llevado a contrastar los postulados de la iglesia con la realidad social y humana de su entorno. Prefirió la Biblia antes que los curas.  

Mientras fue niña en Montegrande el mundo para ella se constituye en un paraíso de armonía, cordialidad, entrega, lealtad, amor, justicia, solidaridad. Cuando salió de allí, cuando comienza a entrar en su adolescencia, su cosmovisión se quiebra, ahora es extraño el mundo, y debe luchar por ella, por los suyos y por los otros. El Dios cristiano no lo siente tan justo, la convivencia ahora es problemática, el mundo de los mayores es extraño, raro, injusto, es el mundo de la impiedad, de la inclemencia, del dolor, de la propiedad privada, del abuso desenfadado, del autoritarismo cruel, de la trampa. Ella no se siente cómoda en este extraño mundo al que ingresa, no son esos sus valores. Pero debe vivir allí, sobrevivir. Debe superar a la culebra que muda su piel cada año, ella debe mudar su alma, su ética social, laboral y religiosa, Y no será fácil, no le fue fácil convertirse en otra.

 Su declaración de tristeza y dolor será la metáfora de su cosmovisión quebrada. No hará el cambio, seguirá con su visión primera y se dispondrá a la lucha permanente por su “Edad Dorada” y le harán pagar el precio de ir caminando  la vida por la vereda contraria.

Con estas concepciones de dolor y decepción se presenta Gabriela en la Escuela de La Compañía, regentada por la Preceptora Rosa Segovia, quien había llegado interina a dicha escuela en reemplazo de la renunciada preceptora Dolores Cortés (Archivo de Intendencia, Decreto 2662 del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública del 16 de diciembre de 1895). Cabe señalar que en esa época no era frecuente la nominación de Directora, ya que en los documentos oficiales se prefería el concepto de “Rejenta”.

Hasta el pequeño villorrio de La Compañía frente a La Serena, en la ribera norte del río Elqui la acompaña doña Petita, su madre. A fines de noviembre de 1903 Ana Emelina, con su hija Graciela,  se ha marchado a asumir sus funciones de maestra  al pueblo de Arqueros. Después de la mala experiencia de enviar sola a Gabriela hacia la  escuela de Vicuña, doña Peta no quiere que Gabriela viva  sin nadie de su familia esta nueva experiencia fuera del entorno familiar.

En lugar de recorrer diariamente los 5 kilómetros desde La Serena, ellas prefieren quedarse a vivir en el lugar. Ya en esta simple decisión de optar por vivir en el villorrio y no en La Serena, se puede observar una tendencia que con el paso del tiempo se hará tradicional en Gabriela: siempre preferirá vivir en la ruralidad, en la periferia, lejos del bullicio de las capitales( “las capitales echan a perder a todos”) y de las ciudades. Desde niña fue una mujer consecuente con sus ideas.

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