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Heraclito


Enviado por   •  14 de Abril de 2015  •  1.521 Palabras (7 Páginas)  •  242 Visitas

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. Heráclito de Éfeso

Heráclito vivió entre los siglos VI y V a.C., en Éfeso. Tenía un

carácter huraño y un temperamento esquivo y desdeñoso. No quiso

participar de ninguna forma en la vida pública: «Habiéndole rogado sus

conciudadanos que promulgase leyes para la ciudad», escribe una

fuente antigua, «se rehusó, porque aquélla ya había caído bajo el poder

de la mala constitución.» Escribió un libro titulado Sobre la naturaleza,

del cual nos han llegado numerosos fragmentos, constituido quizás por

una serie de aforismos, y voluntariamente redactado de manera

obscura, con un estilo que recuerda las sentencias de los oráculos,

«para que se acercasen allí sólo aquellos que podían» y el vulgo

permaneciese alejado. Hizo esto con el propósito de evitar el

menosprecio y las burlas de aquellos que, al, leer cosas aparentemente

fáciles, creen entender lo que en realidad no entienden. Debido a esto

fue llamado «Heráclito el obscuro».

Los milesios habían advertido el dinamismo universal de las

cosas que nacen, crecen y mueren y del mundo, (o más bien de los

mundos que se hallan sometidos al mismo proceso.) Además, habían

considerado que el dinamismo era un rasgo esencial del principio que

genera, rige y reabsorbe todas las cosas. Sin embargo, no habían

elevado a nivel temático. De un modo adecuado, este aspecto de la

realidad. Y esto fue lo que hizo Heráclito. «Todo se mueve», «todo

fluye» (panta rhei), nada permanece inmóvil y fijo, todo cambia y se

modifica sin excepción. Podemos leer en dos de sus fragmentos más

famosos:.«No podemos bañarnos dos veces en el mismo río y no se

puede tocar dos veces una substancia mortal en el misino estado, sino

que a causa de la impetuosidad y la velocidad de la mutación, se

dispersa y se recoge, viene y va»; «Bajamos y no bajamos al mismo rio,

nosotros mismos somos y no somos».

El sentido de estos fragmentos es claro: el río es

aparentemente siempre el mismo, mientras que en realidad está constituido por aguas siempre nuevas y distintas que llegan y se

escabullen. Por eso, no se puede bañar dos veces a la misma agua del

río, porque cuando se baja por segunda vez es otra agua la que está

llegando; y también, porque nosotros mismos cambiamos y en el

momento en que hemos acabado de sumergirnos en el no nos hemos

convertido en alguien distinto al que éramos en el momento de

comenzar a sumergirnos. De modo que Heráclito puede afirmar con

razón que entramos y no entramos en el mismo río. Y también puede

decir que somos y no somos, porque, para ser lo que somos en un

momento determinado, debemos no-ser-ya aquello que éramos en el

instante precedente. Igualmente, para continuar siendo, debemos de

modo constante no-ser-ya aquello que somos en cada momento. Según

Heráclito, esto se aplica a toda la realidad, sin excepción alguna.

Indudablemente, éste es el aspecto más conocido de la doctrina

de Heráclito, que algunos de sus discípulos llevaron a límites extremos,

como en el caso de Cratilo, que reprochó a Heráclito el no haber sido lo

bastante riguroso. De hecho, no sólo no podemos bañarnos dos veces

en el mismo río, sino que no podemos bañarnos ni siquiera una vez,

debido a la velocidad de la corriente (en el momento en que

comenzamos a sumergirnos en el río aparece ya otra agua y nosotros

mismos —antes de que se haya acabado la inmersión, por rápida que

ésta haya sido— ya somos otros, en el sentido antes explicado).

Para Heráclito, sin embargo, esto no es más que una

constatación básica, que sirve como punto de partida para posteriores

inferencias aun más profundas y audaces. El devenir, al que todo se ve

obligado, se caracteriza por un continuo pasar desde un contrario al

otro: las cosas frías se calientan, las calientes se enfrían, las húmedas

se secan, las secas se humedecen, el joven envejece, lo vivo muere,

pero de lo que ha muerto renace otra vida joven, y así sucesivamente,

Existe pues una guerra perpetua entre los contrarios que se van

alternando. No obstante, puesto que las cosas sólo adquieren su propia

realidad en el devenir, la guerra (entre los opuestos) es algo esencial:

«La guerra es madre de todas las cosas y de todas las cosas es reina.»

Se trata, empero, de una guerra —adviértase con cuidado—, que, al mismo tiempo, es paz, y de un contraste que es, simultáneamente,

armonía. El perenne fluir de las cosas y el devenir universal se revelan

como una armonía de contrarios, es decir, como una constante

pacificación

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