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Jean Piaget


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2013  •  7.672 Palabras (31 Páginas)  •  270 Visitas

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El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación

comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIV, nos 1-2, 1994, págs.

315-332.

©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999

Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente

JEAN PIAGET

(1896-1980)

Alberto Munari1

La idea de considerar educador al gran epistemólogo y psicólogo suizo podría sorprender en

primera instancia: en efecto, ¿cómo llamar educador a Jean Piaget que jamás ejerció esta profesión,

que siempre se negó a considerarse pedagogo, hasta el punto de declarar: “En materia de

pedagogía, no tengo opinión” (Bringuier, 1977, pág. 194), y cuyos escritos sobre educación2 no

superan las tres centésimas partes3 del conjunto de su obra?

La perplejidad puede estar totalmente justificada si se piensa exclusivamente en la producción

científica del propio Piaget. Sin embargo, lo es menos si se piensa en el considerable número de

obras de otros autores que se refieren a las consecuencias educativas de la obra de Piaget4. Es un

hecho que, desde hace muchos años, son innumerables los educadores y pedagogos de diversos

países que se refieren expresamente a la obra de Piaget para justificar sus prácticas o sus principios.

Pero ¿Se trata siempre de la misma interpretación? ¿Se hace referencia invariablemente a la

psicología de Piaget o se evocan otros aspectos de su obra compleja y multiforme? ¿A cuál de los

tan diversos Piaget debemos las aportaciones más importantes: al Piaget biólogo, al epistemólogo,

al psicólogo, o estamos particularmente en deuda con el “político”, como podríamos calificar al

Piaget director de la Oficina Internacional de Educación?

El combate de una vida: la ciencia

Empecemos por pintar el telón de fondo. Figura característica del académico “iluminado”, Jean

Piaget luchó toda su vida contra las instituciones y los prejuicios intelectuales de su época, y tal vez

también contra sus propias preocupaciones espiritualistas e idealistas de la juventud (Piaget, 1914,

1915, 1918), para defender y promover el enfoque científico.

Incitado por un padre “de espíritu escrupuloso y crítico a quien disgustaban las

generalizaciones apresuradas” (Piaget, 1976, pág. 2), iniciado de muy joven en la precisión de la

observación naturalista por el malacólogo Paul Godet, director del Museo de Historia Natural de

Neuchâtel, su ciudad natal (ibid., págs. 2 y 3), lanzado, todavía en la escuela, al ruedo de la

confrontación científica internacional –en 1911, a la edad de 15 años, publicó sus primeros trabajos

en revistas de gran circulación– Piaget cedió rápidamente a la seducción y el rigor de la

investigación científica. Escuchemos sus palabras: “Estos estudios, por prematuros que fueran,

resultaron sin embargo muy útiles para mi formación científica; además, funcionaron, podría decir,

como instrumentos de protección contra el demonio de la filosofía. Gracias a ellos, tuve el raro

privilegio de entrever la ciencia y lo que representa antes de sufrir las crisis filosóficas de la

adolescencia. Haber tenido la experiencia precoz de estos dos tipos de problemática constituyó,

estoy convencido, el móvil secreto de mi actividad posterior en psicología (ibid., pág. 3).

Así, pues, y pese a dos importantes “crisis de adolescencia”, una religiosa y la otra filosófica

(ibid., pág. 4), Piaget llegó progresivamente a la convicción íntima de que el método científico era la

única vía legítima de acceso al conocimiento y que los métodos reflexivos o introspectivos de la

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tradición filosófica en el mejor de los casos sólo podían contribuir a elaborar un cierto conocimiento

(Piaget, 1965b).

Esta convicción, cada vez más fuerte, determinó las opciones básicas que Piaget asumió hacia

los años veinte y que nunca más modificó, ya se tratara de la psicología que decidió estudiar, de la

política académica que decidió defender o del compromiso que aceptó contraer ante los problemas de

la educación. En lo que respecta a la psicología decía “ello me hizo adoptar la decisión de consagrar la

vida a la explicación biológica del conocimiento” (ibid., pág. 5), abandonando así, tras un interés inicial

vinculado a su propia experiencia familiar (ibid., pág. 2), el psicoanálisis y la psicología patológica. En

cuanto a su trabajo de investigador y profesor universitario, la preocupación constante que animó y

orientó su obra y su vida entera fue la de conseguir el reconocimiento, en particular por parte de sus

colegas del campo de las ciencias físicas y naturales, del carácter igualmente científico de las ciencias

del hombre y, concretamente, de la psicología y la epistemología. En cuanto a su actitud y su

compromiso

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