La Biblioteca De Hitler

Adolf Hitler el hombre que desencadenó el mayor conflicto de la Humanidad fue un lector contumaz y que curiosamente leyó poco a Schopenhauer y a Nietzsche. El 10 de mayo de 1933 fue un día trágico para los bibliófilos: los nazis quemaron unas 20.000 publicaciones tan sólo en Berlín. Se trataba de un acto simbólico, que marcaba el inicio de la expulsión de los intelectuales y científicos alemanes. A lo largo de los siguientes años emigrarían hacia Estados Unidos 24 premios Nobel de Alemania y Austria.

Nadie podría pensar que alguien que ordena quemar libros pudiera ser una persona capaz de leer con tranquilidad un libro y, sin embargo, Hitler lo hacía. En el año 2010 la Editorial Destino ha publicado Los libros del Dictador y Juan Baráibar, en la Editorial Inédita Ediciones, ha sacado a la luz Libros para el Führer.

En ambas publicaciones se afirma que el dictador nazi llegó a poseer una biblioteca inmensa y que leía, al menos, un libro diario. En cierta ocasión explicó el por qué de esta lectura contumaz: “Cuando uno da, también debe tomar, y yo tomo cuanto necesito de los libros”.

Entre los libros que se conservan hay algunos que fueron subrayados y anotados por el Führer. Uno de ellos es Magia: historia, teoría y práctica, de Ernst Schretel, y es que uno de sus temas favoritos era el ocultismo.

Hitler llegó a poseer una vasta biblioteca -se estima que albergó unos 16.300 libros- de la cual solo se conserva una pequeña parte. Se calcula que hay unos 1.244 en la Biblioteca del Congreso en Washington (Estados Unidos). Muchos de sus libros están encuadernados en cuero marroquí artesanal y en el lomo tienen estampado un águila dorada flanqueada por las letras “A” y “H”. En uno de los libros del dictador los investigadores han llegado a encontrar un pelo de su bigote.

En contra de lo que pueda parecer Hitler no era un bibliófilo, no disfrutaba ni coleccionando libros ni leyéndolos, en la lectura tan sólo encontraba lo que necesitaba para confirmar sus prejuicios. Utilizaba la lectura para rellenar sus diatribas políticas. En MeinKampf explicó su método de lectura: “Leer no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin”. Dicho de otro modo, a través de los libros obtenía el mosaico de ideas que necesitaba para componer su puzzle ideológico.

En su biblioteca se ha podido comprobar que tenía la obra completa de Shakespeare -publicadas en versión alemana por Georg Müller en 1925- y que las obras que más le gustaban del autor inglés eran Hamlet y El mercader de Venecia. En un cuaderno de notas de 1926 llegó incluso a dibujar una escenografía para el primer acto de la tragedia shakespeariana Julio César.

Sabemos que no le gustaba la novela –salvo las del Oeste- y disfrutaba leyendo enciclopedias, almanaques, libros de ocultismo y, como no podía ser menos, libros antisemitas (El judío internacional de Henry Ford o La amoralidad en el Talmud). Sabemos que entre las obras que le acompañaron al final de su vida figura un ensayo sobre Parsifal, otro sobre las profecías de Nostradamus y uno sobre la historia de la esvástica. Se ha encontrado entre sus libros, y no es broma, El arte de convertirse en orador en pocas horas.

El fascismo: italiano nace desde el socialismo estatalita, ya que Mussolini antes del término de la Primera Guerra Mundial era un importante ideólogo obrerista y militante del Partido Socialista donde ya gestaba el fascismo.

El fascismo es un movimiento "totalitario" en la medida en que aspira a intervenir en la totalidad de los aspectos de la vida del individuo. En realidad, el fascismo surge con vocación de ir más allá de las ideologías tradicionales.

Se caracteriza por ser anticomunista, antiliberal, oponerse a la democracia de partidos, a la razón, a la pluralidad y a la variedad. Exalta el sentimiento y promueve

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