Los Peces
Intermelpuntocom8 de Julio de 2015
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Los titanes del tiempo
Aroldo Moisés PESCADO TOMÁS
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Se acercaba el tiempo de las luciérnagas en el aire, esas pequeñas luces que con las primeras lluvias dan la idea de ser chispas de fuego al extinguirse el incendio que quemaba la tierra en el verano.
La noche que no era noche delineaba figuras chinescas por el camino de tierra, de piedra, de polvo, de lodo. En el lento vaivén del alarido de un viento quejumbroso flotaba la frescura de un cielo estrellado, sin nubes, sin sombras. Cuando pasaba por el camino de pedregales el sonido se hizo grande, que cubría todo, que lo envolvía todo y el firmamento se movía como si viajara en barco. De pronto se sintió caer en un profundo abismo, sintió volar hacia atrás, de espaldas por un segundo sin fin.
El ladrido de un perro negro que dormía en el camino lo vino a despertar, era como alma de diablo que mostraba sus dientes blancos mientras pasaban Lila, una vieja mula acanelada, y él montado sobre ella casi dormido en el sueño del amanecer eterno.
¡Guau!, ¡guau!, ¡guau!, ¡guau!, guauuuu… ladraba el perro en tanto corría y regresaba como queriendo jugar a espaldas de la bestia, Lila seguía con su andar tranquilo como si también durmiera de tanto caminar. Don Encarnación se tocó la cintura para revisar si seguía ahí el machete que colocó con mucho cuidado al salir de su casa. Y tubo que sostenerse también el sombrero ancho para no caerse porque la mula despertó asustada, ya que se sintió caer de espaldas frente a la fuerza del ladrido de un lebrel pinto que se oponía a su camino.
-¡ShÍÍtT!, ¡chucho! –dijo, para apartar al animal del pasaje-. Silencio. Atrás quedó la granja de los frailes y sus fieros guardianes caninos.
-¡Mercado central!, ¡mercado central!, ¡vamos madre!, ¡llega, llega! Con las primeras luces sonaban las bocinas como reses para el matadero, docenas de canastos y sacos con plumas, frutos, verduras y hortalizas eran cargados al camión donde viajaría Ña Candelaria. Bajo la luz de las estrellas y luceros pálidos florecía un verdadero mercado terrestre, casi acuoso por el vapor de las tazas de café que servían unas mujeres prietas a los camioneros rechonchos y malhumorados. Cestos con gallinas, patos, pavos; limón, toronja, chile, tomate, cebolla; calabazas, porotos y maíz.
En la alforja fósforos, ocote, pixtones, sal, chile, agua. La oscuridad palidecía como hombre que se asusta y que dormido enflaquece y despierto muere. La aurora aparecía tímida y ligera detrás de cerros con dioses seculares. El canto del cenzontle lloraba agua, y el hombre con su mula llegaba al monte, para trabajar la tierra sagrada y benévola, que generosa da a su tiempo la espiga que es la madre del pan, y el maíz, padre del hombre americano. El sol pintaba el horizonte con sus rayos de luz, mula y hombre eran como sombras en ese paisaje de oro. Los brazos y piernas reumáticos de tanto labrar la tierra comenzaron su larga faena. Olía a tierra seca.
Doña Candelaria, mujer vieja y paciente como su esposo, llevó a vender miltomates verdes, gallinas amarillas y conejos blancos a la plaza de la ciudad.
-¡Hoy no hay venta!, ¡aquí nadie vende más! –gritaron unos gendarmes. Y hubo que correr para salvar la vida, y dejar la venta para no ir al calabozo, y llorar para destruir el badajo de plomo en la garganta. Los miserables no tienen derecho a ganarse la vida honradamente porque causan desorden y afean las horribles ciudades. Y causan enojos a los grandes estadistas idiotas, burgueses que creen ver todo y no ven nada.
Los primeros aguaceros agujerearon las viejas láminas de cinc. Don Encarnación regresó a casa y se quitó las botas de hule, ahora llenas de agua limpia y llovida. Entró a la cocina y vio a su esposa con las pupilas llenas de granizos calientes, tan calientes como lágrimas. Doña Candelaria narró con la voz quebrada cómo perdió todo y quedó ella sola, sin dinero, sin gallinas, ni conejos, ni nada. Los toscos brazos envolvieron a su esposa, los dos viejos lloraban. Menos mal que a ella no le había pasado nada. El agua sonaba como piedras en la lámina roja de tan oxidada, pero eran piedras tan duras como diamantes, gotas de esperanza. Un colibrí hecho con cabellos de luna volaba entre las gotas de lluvia y de sus alas se desprendían fracciones de tiempo color del arco iris en el crisol de la tierra seca y sedienta. Los trabajadores con su trabajo honrado y noble son los verdaderos héroes de la historia, de la patria, de esta tierra milagrosa y legendaria.
Aroldo Moises Pescado Tomás
Guatemala, Centro América.
Encuentro con mis palabras
Oswaldo Antonio LUGO SEQUERA
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Cuando emprendimos el viaje, el paisaje se veía de retroceso, todas las cosas venían de pronto de reversa, el cielo pintaban nubestas que parecían figuras que nos daban la despedida. La mañana aún era gris, tenía pegada a un a las horas pedacitos de Rocío que al contacto con los tímidos rayos del sol morían atravesados por la luz, el viaje parecían no tener retorno emprendíamos la búsqueda de un nuevo mundo.
El paisaje de olas espumosas que olían a tierra salada, de pronto se empezaba a perder en la distancia, el mundo comenzaba a tener entonces otro nombre, ya el patio enorme, con matas que bailaban todas las tardes con la brisa, y le coqueteaban a la orilla del río sus arrogancias ya sólo quedaban en mis recuerdos. Se hizo de pronto de cemento y asfalto la polvorienta callecita que se pintaba a cada rato de colores delirantes para que decidiéramos seguir pasando por ella como de enamoramiento.
- Señora: dijo de pronto una voz grave que parecía salir de un enorme caracol enrollado - no creo que el niño pueda alguna vez caminar.
La campesinita de ojos color café se le comenzó a derramar a borbotones granos marrón oscuro que parecían de una cosecha triste.
En el hospital del seguro social de Puerto Cabello, la tarde parecía de horas que no se terminaba, se pegaba a la piel de los que caminaban por los interminables pasillos. De repente, el silencio se pierde entre un sonido metálico de una de las puertas sin alma que se abre como impulsada por el viento, surge un vestido blanco largo como una vela, venía dentro una figura aún más larga, que parecía llamar las sombras, con una voz de silbido blanco que acariciara los nombres que pronunciaba.
- Señora Carmen, pase por aquí doñita ya la atiende el pediatra, vamos a tomar los datos del niño.
La luz de la luna brilló esa noche, redonda, de un azul de vidrio, que como por arte de magia volvía blanco todo lo que tocaba, como a las ocho de la noche se cerró la puerta del salón lleno de camas pero seguían los pasos ardiendo en el pasillo, de un extremo a otro. De vez en cuando se detenían y no sonaba más, morían tras una puerta, así era para todas las noches.
Una de las últimas noches que tuviste es en ese hospital después de cerrada la puerta como a las dos horas, el pasillo se hizo largo para unos pasos que no acababan de llegar, sonaban serenos, a pausa breve, limpios y secos; no servían como los de las anteriores noches, era capaz de hacer música. No era ahora de ronda del médico pero entró uno de mediana estatura; no vestía de blanco como todos, un sombrerito negro que la luz absorbía lo hacía más limpio, de faz sencilla, inspiraba confianza, un traje liso negro, que hizo juego con la luz nocturna de la luna, era delegado de bella estatura móvil de pureza; tenía a su alrededor su propia luz que se fragmentaba en pequeños cristales que volaban hacia la ventana, hacia tu cuerpo, hacia los caballitos de mar que adornaban tu cunita. Atravesó la distancia de la puerta a la cuna sin preocupación, ni siquiera se percató de que Má estaba acurrucadita en un rincón de la habitación en el suelo, se detuvo muy cerca de ti aún con las manos cruzadas en espalda, inclinó su torso para verte mejor; fue espléndido ver tu cuerpecito desde la luz que manaba el señor; acercó una mano pálida de dedos delegados casi transparentes, la pasó desde tu cadera hasta la punta del pie, se detuvo el tiempo, no respiraba ni el aire sólo pudo cantar la luz.
Ya cuando pasaban más de las doce del medida, el sol estaba bien alto, casi al punto de derretir todo lo que tocaba, hacía ya bastante tiempo que el paisaje conocido había dejado de existir seguir siendo de retrocesos la visualización de todo pero el paisaje ahora era totalmente nuevo. La antigua camioneta seguía rodando con su quejido de motor, que parecía despertar a su paso hasta la brisa.
De pronto se detuvo en una calle larga triste donde habían unos árboles muertos desde, que se erigían como grandes lanzas queriendo agujerear el cielo, el lugar era pálido, las casas se despegaban como naciendo de entre el barro que se apostaba a las márgenes de la calle sin vida. Habíamos llegados a lo que iba hacer nuestro nuevo lugar para vivir. Comenzaba ahora otra historia.
Oswaldo Lugo Sequera
Guacara, Venezuela
Nacimiento
Olga ALONSO PERALTA
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La representación de navidad había empezado, las mamás vestían a los niños y los papás, cámara en ristre, inmortalizaban a través de la lente la capacidad histriónica de sus retoños.
En Cancún ya había empezado el frío, con
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