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Luis Tejeda


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2012  •  1.167 Palabras (5 Páginas)  •  353 Visitas

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El primer poeta argentino

Se lo tiene por el primer poeta argentino; es, en todo caso, el más antiguo de los nacidos en este país que nos dejó testimonio de haberlo sido: cuatro siglos se cumplen el 25 de este mes del nacimiento de Luis de Tejeda, en Córdoba del Tucumán, en Córdoba de la Nueva Andalucía o en Córdoba la Llana, que todavía no era la Docta, pues la casa de Trejo no fue fundada hasta 1613.

Historia muy rara la suya, en la que cada párrafo necesita de una glosa. ¿Tejeda era argentino? ¿Lo era en una época en que el nombre futuro del país estaba encapsulado en una petulante cita humanista, aplicable a un desierto ignoto recorrido por bandas de aventureros desharrapados? Y más allá del rigor cronológico, ¿se le puede llamar "primer poeta" a alguien que en vida sólo alcanzó los halagos de una nombradía de campanario y al que pasados más de dos siglos de su muerte algunos eruditos rescataron del total desconocimiento y lo convirtieron en manjar para sus paladares?

En ambos casos y con entera certeza, la respuesta es asombrosamente afirmativa. En cuanto a lo primero, lo legitiman la desmesura, la exageración, la autocompasión, la introspección amarga que signan los textos que de él nos quedan, en un aproximado avant la lettre de los rasgos tangueros que, con el tiempo, habrían de exaltarnos y humillarnos. Acerca de lo segundo está la evidencia de que cabe entresacar del conjunto de su obra un puñado de versos notables -modosos, cadenciosos, gongorinos-, construidos con una dignidad literaria que luego se ausentaría durante siglos de estas comarcas. Además, tuvo la ventura de poder mencionar las márgenes del "pobre Suquía" con un tono entrañable que no volvería a sonar hasta que tres centurias más tarde se adueñase de los labios de Arturo Capdevila.

Americano, hijo de americanos y nieto de conquistadores, con una porción de sangre aborigen en sus venas, obviamente no era español en sus sentimientos, carencia quizás dolorosa y que acaso haya influido en su talante melancólico, en cierta renuencia esencial a la alegría de vivir. Cuando nació, Córdoba tenía unos 250 vecinos blancos más algunas indiadas; cuando murió, en 1680, esa cifra pudo haberse multiplicado por tres o cuatro. Pero de un modo u otro se trataba de pocas casas y ranchos dispersos entre incipientes estructuras de iglesias y conventos y árboles frutales traídos por el español. En torno, una campaña inmensa y temible a la que enriquecía el trabajo de indios sometidos al régimen de encomiendas, en tanto los amos vivían en pie de guerra, alertados para sofocar las constantes sublevaciones.

Aunque no completó estudios, parece ser que Luis de Tejeda fue alumno excepcional. Conocía bien el latín y se dice que también el griego y el hebreo. A la vez, atiborraban su cabeza la medicina, la filosofía, la teología, la jurisprudencia, la oratoria, las matemáticas y la mitología clásica, y era asimismo experto en dibujo, música y artes de la agricultura. Enumeración tan amplia de saberes movió en su momento a don Ricardo Rojas -inicial descubridor de este poeta- a preguntarse si semejante fama no era simple reflejo de la ingenuidad de los contemporáneos o, para decirlo con mayor precisión, de la índole pueblerina de éstos.

De nuevo -curiosa, increíblemente-, Tejeda pasa la prueba. Es verdad que manejaba con soltura a Duns Scoto y a Pico de la Mirándola y que en su rústico aislamiento protagonizó gallardos atrevimientos

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