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AdanxdInforme6 de Noviembre de 2014

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Cuando de repente, como salido de la nada, un automóvil se le cruzo en el camino. Entonces, Power supo lo que era volar. Ala misma velocidad a la que se escapa un estornudo, su cuerpo salió despedido de su asiento, dio una vuelta completa en el aire y se estampo contra el frio pavimento. El impacto fue certero, seco: en una fracción de segundo se quebraron sus brazos, su pierna derecha, los dos pómulos del rostro, la mandíbula superior, la nariz y parte del cráneo, pese a llevar puesto el casco.

“No me acuerdo mucho del accidente –dice Power con cierta carga de alivio-. Recuerdo 5 minutos antes y luego despertarme en el hospital Morriston, varios meses después con un respirador artificial en la boca”

Para entonces, Power se sentía –y era- otro: con el cuerpo cubierto de ´placas y tornillos, cada vez que se veía en el espejo asomaba un rostro pulverizado, asimétrico, para él irreconocible. En su reflejo habitaba un extraño. “Empecé a notar que la gente me miraba raro en la calle”, confiesa. Como si no solo hubiera algo malo en su rostro, sino también dentro de él.

Stephen comenzó a usar gorras y lentes, no porque los necesitara si no para pasar desapercibido, para ocultar y disimular sus lesiones: un ojo hundido, su nariz desviada…Dolorida y deprimida, un día decidió ya no salir de su casa. Abandono el mundo.

Stephen Power regreso hasta que investigadores del Centro de Tecnologías Reconstructivas Aplicadas en Cirugía (CARTIS), una colaboración entre investigadores del hospital Morriston de Swansea y de la Cardiff Metropolitan University, le acercaron una propuesta y {el no pudo rechazarla: la posibilidad de reconstruir su rostro –y su confianza- al estado anterior al de aquel fatídico día de septiembre de 2012. Con un pequeño gran detalle. Para hacerlo no recurrirían a las técnicas ya conocidas de la cirugía plástica,

sino a una tecnología aún en pañales: una impresora 3D para crear los implantes con los cuales recomponer los dañados huesos de su rostro.

Stephen Power sintió, al fin, que podía abrigar algo de esperanza. Ya que si las impresoras 3D están llevando a medio mundo al éxtasis tecnológico con sus promesas de dar inicio a una tercera revolución industrial –y de paso, fabricar en segundos la inimaginable: comida, armas, órganos, prótesis, casas-, bien podrían reconstruirlo a él. Sin dudarlo, acepto, y los largos meses de preparación comenzaron a correr: consultas infinitas, exámenes de todo tipo, charlas con psicólogos y cirujanos y hasta maratónicas sesiones dentro de un tomógrafo. El equipo quirúrgico no quería dejar nada al azar. Para eso escanearon con sumo detalle su rostro dañado y obtuvieron un modelo simétrico en tres dimensiones de su cráneo. El plan era simple: establecer las guías de corte necesarias para extraer las zonas dañadas y sustituir los huesos dañados por placas de titanio hechas a la medida.

“Dada la gravedad de sus lesiones, lo último que queríamos hacer era empeorarlas –cuenta el ingeniero de diseño Sean Peel, quien participo en esta metamorfosis facial-. De esta manera utilizamos tecnologías digitales desde las primeras etapas del proceso: para analizar los daños en modelos atómicos o hallar en software el mejor modo para reconstruir el rostro y planear la cirugía en ambientes virtuales”.

Y entonces llego el ansiado día, En una operación que duro ocho horas y tuvo lugar en febrero pasado en el hospital Morriston de Swansea, Gales, la simetría de la cara de Stephen fue restaurada.

“Esta tecnología nos permite ser mucho más precisos –dice Adrián

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