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Conclucion


Enviado por   •  9 de Febrero de 2014  •  1.607 Palabras (7 Páginas)  •  221 Visitas

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CONCLUSIÓN

La profundización de la democracia es hoy más que nunca una necesidad urgente y una práctica que debe ser incorporada en nuestra vida cotidiana. El derecho a elegir nuestros representantes a los cargos públicos, la posibilidad de expresarnos libremente, la oportunidad de vivir en democracia, todas esas condiciones que consideramos eternas o naturales como si hubiesen estado allí siempre son más bien derechos que los venezolanos hemos venido conquistando de manera progresiva a lo largo del tiempo.

Hoy más que nunca hemos de entender la importancia de educar para "vivir en democracia" y de lo necesario que resulta el fortalecimiento de los valores de manera masiva y constante para todos los ciudadanos. Es a la vez un llamado ético a asumir la responsabilidad individual que cada quién debe tener para la construcción de una sociedad más justa, participativa y que progrese. Gente que esté dispuesta a cumplir sus deberes y a defender sus derechos.

Sostenemos que la sociedad venezolana viene labrando, desde la masacre de El Amparo en 1988 y el Caracazo de 1989, un proceso social y político, en parte reactivo y en parte orgánico, que reivindica la necesidad de un cambio profundo por una mayor justicia e inclusión social a través de la profundización de la democracia. Ese anhelo era anterior al proceso sociopolítico que llevó al poder en 1998 a Chávez y la alianza de fuerzas que entonces lo apoyaba.

Soportamos esa percepción porque compartimos la idea de que si bien los problemas de la sociedad venezolana eran de vieja data, algunos tan viejos como la conformación misma de la sociedad, también percibimos en nuestro haber dividendos positivos derivados de nuestra trayectoria social en el tiempo, en especial desde la democracia instituida en 1958. Esos problemas históricos se potenciaron con el deterioro socioeconómico sostenido que hemos sufrido desde fines de los años 70, y del cual aún no vemos salida. A esto, añadimos los funestos efectos de programas de ajuste y reestructuración económica de naturaleza neoliberal, divorciados de nuestra realidad, que agudizaron y profundizaron la exclusión económica, social, cultural y política en Venezuela

Pocos términos se usan con más frecuencia en el lenguaje político cotidiano que el de participación. Y quizá ninguno goza de mejor fama. Aludimos constantemente a la participación de la sociedad desde planos muy diversos y para propósitos muy diferentes, pero siempre como una buena forma de incluir nuevas opiniones y perspectivas. Se invoca la participación de los ciudadanos, de las agrupaciones sociales, de la sociedad en su conjunto, para dirimir problemas específicos, para encontrar soluciones comunes o para hacer confluir voluntades dispersas en una sola acción compartida. Es una invocación democrática tan cargada de valores que resulta prácticamente imposible imaginar un mal uso de esa palabra. La participación suele ligarse, por el contrario, con propósitos transparentes - públicos en el sentido más amplio del término - y casi siempre favorables para quienes están dispuestos a ofrecer algo de sí mismos en busca de propósitos colectivos. La participación es, en ese sentido, un término grato.

Sin embargo, también es un término demasiado amplio como para tratar de abarcar todas sus connotaciones posibles en una sola definición. Participar, en principio, significa "tomar parte": convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona. Pero también significa "compartir" algo con alguien o, por lo menos, hacer saber a otros alguna noticia. De modo que la participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera exclusiva, privada, para sí mismo. La participación no existe entre los anacoretas, pues sólo se puede participar con alguien más; sólo se puede ser parte donde hay una organización que abarca por lo menos a dos personas. De ahí que los diccionarios nos anuncien que sus sinónimos sean coadyuvar, compartir, comulgar. Pero al mismo tiempo, en las sociedades modernas es imposible dejar de participar: la ausencia total de participación es también, inexorablemente, una forma de compartir las decisiones comunes. Quien cree no participar en absoluto, en realidad está dando un voto de confianza a quienes toman las decisiones: un cheque en blanco para que otros actúen en su nombre.

Ser partícipe de todos los acontecimientos que nos rodean es, sin embargo, imposible. No sólo porque aun la participación más sencilla suele exigir ciertas reglas de comportamiento, si no porque, en el mundo de nuestros días, el entorno que conocemos y con el que establecemos algún tipo de relación tiende a ser cada vez más extenso. No habría tiempo ni recursos suficientes para participar activamente en todos los asuntos que producen nuestro interés. La idea del "ciudadano total", ése que toma parte en todos y cada uno de los asuntos que atañen a su existencia, no es más que una utopía. En realidad, tan imposible es dejar de participar - porque aun renunciando se participa -, como tratar de hacerlo totalmente. De modo que la verdadera participación, la que se produce como un acto de voluntad individual a favor de una acción colectiva, descansa en un proceso previo de selección de oportunidades. Y al mismo tiempo, esa decisión de participar con alguien en busca de algo supone además una decisión paralela de abandonar la participación en algún otro espacio de la interminable acción colectiva que envuelve al mundo moderno.

- El problema de la representación política

La democracia es una forma de norma. Aún en la democracia directa, las decisiones de una

mayoría son obligantes para todos, incluyendo a la minoría, que encuentra que estas decisiones son

contrarias a sus opiniones o intereses. En una democracia representativa - nuestra forma de gobierno -

estas decisiones son tomadas por representantes electos e implementadas por funcionarios designados

en

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