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Discurso A Mandela


Enviado por   •  8 de Enero de 2014  •  2.102 Palabras (9 Páginas)  •  250 Visitas

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continuación una traducción del discurso pronunciado por el presidente Obama en el funeral de Nelson Mandela:

LA CASA BLANCA

Oficina del Secretario de Prensa

Johanesburgo (Sudáfrica)

10 de diciembre de 2013

DISCURSO DEL PRESIDENTE OBAMA EN EL FUNERAL POR EL EXPRESIDENTE SUDAFRICANO NELSON MANDELA

Estadio First National Bank

Johanesburgo (Sudáfrica)

PRESIDENTE OBAMA: Gracias. [Aplausos]. Muchísimas gracias. Gracias a Graça Machel y a la familia Mandela; al presidente Zuma y a miembros del gobierno; a los jefes de Estado y de Gobierno, tanto pasados como presentes. Distinguidos invitados: es un honor singular estar aquí hoy con ustedes para celebrar una vida incomparable. Al pueblo sudafricano — [aplausos] —personas de todas las razas y clases sociales: el mundo le da las gracias por compartir con nosotros a Nelson Mandela. Su lucha fue la lucha de ustedes. Su triunfo fue el triunfo de ustedes. La dignidad y esperanza de ustedes encontraron sentido en su vida. Y la libertad de ustedes, la democracia de ustedes es su legado valioso.

Es difícil ensalzar a cualquier hombre —capturar en palabras no sólo los hechos y las fechas de que consta una vida, sino también la verdad esencial de una persona— sus alegrías y tristezas privadas, los momentos de tranquilidad y las cualidades singulares que iluminan el alma de una persona. Aún más difícil hacerlo con un gigante de la historia, que movilizó a una nación hacia la justicia y con ello movilizó a miles de millones en todo el mundo.

Nacido durante la Primera Guerra Mundial, lejos de los pasillos del poder, que de niño se crió arreando ganado bajo la tutela de los ancianos de su tribu thembu, Madiba emergería como el último gran libertador del siglo XX. Al igual que Gandhi, encabezaría un movimiento de resistencia, un movimiento que en sus comienzos tenía pocas posibilidades de triunfar. Al igual que el Dr. King, daría voz potente a los reclamos de los oprimidos y a la necesidad moral de la justicia racial. Sufriría un encarcelamiento brutal que comenzó en la época de Kennedy y Kruschev y que concluyó en los últimos días de la Guerra Fría. Al salir de prisión, y sin la fuerza de las armas, mantendría unido a su país —como lo hizo Abraham Lincoln—cuando le acechaba la amenaza de hacerse añicos. Y al igual que los padres fundadores de Estados Unidos, erigiría un decreto constitucional que protegería la libertad para las futuras generaciones, lo cual fue un compromiso con la democracia y con el estado de derecho que quedó ratificado no sólo por su elección, sino también por su deseo de entregar el poder después de un solo mandato.

Teniendo en cuenta lo mucho que abarcó su vida, el alcance de sus logros, la adoración que con tanta razón se ganó, es tentador recordar a Nelson Mandela como un ícono, sonriente y sereno, distante de los sórdidos quehaceres de hombres inferiores. Pero el propio Madiba resistió enfáticamente semejante retrato sin vida. [aplausos]. En lugar de ello, insistió en compartir con nosotros sus dudas y sus miedos, sus errores de juicio, así como sus victorias. “Yo no soy un santo, a menos que consideren que un santo es un pecador que persiste en el intento”, según dijo.

Fue precisamente porque podía admitir que no era perfecto —porque podía estar rebosante de buen humor, incluso de travesuras, a pesar de la pesada carga que llevaba— que lo queríamos tanto. No era un busto de mármol, sino un hombre de carne y hueso: hijo y marido, padre y amigo. Y por eso aprendimos tanto de él, y por eso todavía podemos seguir aprendiendo de él, puesto que nada de lo que logró era inevitable. En el rastro de su vida, vemos un hombre que se ganó su lugar en la historia con la lucha y la astucia, con la persistencia y la fe. Él nos dice lo que es posible no sólo en las páginas de los libros de historia, sino en nuestras propias vidas.

Mandela nos enseñó el poder de la acción, de arriesgarse en nombre de nuestros ideales. Quizás Madiba tuviese razón al decir que heredó de su padre “una rebeldía orgullosa, una persistente sensación de la justicia. Y sabemos que compartía con millones de sudafricanos negros y de color la ira que nace de “mil desaires, mil indignidades y mil momentos no recordados… el deseo de luchar contra el sistema que aprisionaba a mi pueblo”, según dijo.

Pero al igual que los primeros gigantes del ANC —los Sisulus y los Tambos— Madiba controló su ira y canalizó su deseo de lucha en establecer una organización, y plataformas, y estrategias de acción, para que hombres y mujeres pudiesen luchar por el don divino de su dignidad. Además, aceptó las consecuencias de sus acciones, sabiendo que enfrentarse a poderosos intereses y a la injusticia tiene un precio. “He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He abrigado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para cuyo logro espero vivir. Pero si es necesario, es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”. [aplausos].

Mandela nos enseñó el poder de la acción, pero también nos enseñó el poder de las ideas; la importancia de la razón y los argumentos; la necesidad de tener que estudiar no sólo a aquellos con los que uno está de acuerdo, sino también a aquellos con los que se disiente. Entendió que las ideas no podían estar contenidas detrás de los muros de prisión, ni podían ser extinguidas por la bala de un francotirador. Convirtió su juicio en una condenación del apartheid gracias a su elocuencia y su pasión, pero también gracias a su formación como defensor de causas. Utilizó las décadas que pasó en la cárcel para perfeccionar sus argumentos, pero también para difundir su sed de conocimiento a los demás que integraban el movimiento. Y aprendió el idioma y las costumbres de sus opresores, para que un día pudiera mostrarles de la mejor manera cómo su misma libertad dependía de la de él. [aplausos].

Mandela demostró que las acciones y las ideas no son suficientes. No importa lo correctas que sean, han de cincelarse en el derecho y en las instituciones. Era un hombre práctico, puso a prueba sus convicciones contra la dura superficie de las circunstancias y la historia. Fue inflexible en lo que respecta a principios fundamentales, motivo por el cual rechazaba las ofertas de liberación incondicional, recordándole

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