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EL MANATI


Enviado por   •  16 de Noviembre de 2012  •  6.632 Palabras (27 Páginas)  •  601 Visitas

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MANATI

Introducción

Frente a las costas de La Española, Cristóbal Colón escribió en su Diario de Navegación que “vido tres sirenas (…) pero no eran tan hermosas como las pintan”. Al Almirante le pasó lo mismo que a Marco Polo cuando confundió al rinoceronte de Sumatra con el unicornio.

Las “sirenas” caribeñas de Colón no eran más que manatíes. A partir de esa confusión original, las fabulaciones de los Cronistas de Indias se multiplicaron, creándose incluso la leyenda de un cacique de Santo Domingo que navegaba con diez indios en el lomo de un manatí domesticado. Pedro Mártir de Anglería incrementó estos trasvases mitológicos confundiendo a los manatíes con los tritones y aun con las nereidas.

En su inevitable libro Ocaso de sirenas, José Durand nos cuenta que, ante la magnificencia del manatí, el conquistador Juan de Salinas Loyola, equivocó el nombre y escribió “magnatí”. Las denominaciones insólitas proliferaban a medida que aumentaba el batiburrillo taxonómico.

Al manatí le llamaron “vaca marina”, porque se alimenta de plantas acuáticas y pasta bajo el agua; también lo nombraron “pez-mujer”, Porque tiene tetas y amamanta a las crías apretándolas contra el pecho con sus aletas en forma de “manitas”. Los mexicanos del siglo XV lo apodaron “tlacamichin”, es decir, “hombre-pez”, del náhuatl tlacatl (hombre) y michin (pez).

Dócil, pacífico, vegetariano, del rostro del manatí emana cierta nobleza a pesar de su evidente fealdad. Su constitución antropomorfa lo convierte en un enigma biológico, una criatura inclasificable, acaso el animal más desconcertante del planeta junto con el ornitorrinco. Es el único mamífero acuático herbívoro y, según los registros fósiles del Eoceno, está remotamente emparentado con el elefante por los restos de proteínas que conserva, sus características dentarias y las uñas de las “manitas”, que son planas y redondeadas.

Así las cosas, no es de extrañar que marinos y científicos de otros tiempos confundieran a los manatíes no solo con sirenas sino también con delfines, focas, morsas y hasta tiburones. El conde de Buffon los clasificó entre los cuadrúpedos y Alexander Von Humboldt —que fue el primero en diseccionarlos en la cuenca del Orinoco— los catalogó entre los cetáceos.

Todos se equivocaban con el manatí, al que también denominaron “lamantino”, “lamentin”, o “lamantin”, del francés “lamenter”. “Lamantín” le llama Buffon. “Lamentino”, dice el jesuita Clavijero. Y todo ello porque parece que llora o gime cuando lo matan.

Ciertamente estos animales emiten chillidos o llantos, como afirma el naturalista Herbert Wendt.

Si en la mitología clásica las sirenas cantaban, en nuestra cruda realidad, los manatíes gimen, sobre todo durante las matanzas a que han sido sometidos hasta ser casi borrados de la faz del planeta. Experimentamos una vergüenza cósmica al constatar que el animal más manso del mundo es una especie en peligro de extinción por culpa de su

Principal depredador, que es el hombre, por encima del tiburón y del cocodrilo. Las sirenas tuvieron mejor suerte al quedar convertidas en arrecifes.

Para colmo de males, el manatí no ha llegado a ser tan famoso como el delfín, porque no es tan “bonito”. Al ser más arcaico y nada post-moderno, es menos hollywoodense, en suma, nada circense. Sin embargo, no hay espectáculo más digno de verse que una manatina abrazando a sus manatos cuando les da el pecho a flor de agua. Todo el instinto maternal del universo se concentra en este animal. También se abrazan entre sí los adultos y juguetean en el fondo de las lagunas, incluso con los humanos, a quienes no guardan rencor por el daño que les infligen. En sus retozos, los manatíes llegan a besuquearse entre ellos.

Sin duda es el animal más tierno de la creación. Tan tierno que hay testimonios según los cuales los indios del Orinoco y de los ríos

Amazónicos incurrían con las manatinas “en diabólico pecado”. La carne de estos animales siempre ha seducido a los hombres, no solo como sede de concupiscencia, sino también como manjar. Otro cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, nos habla del manatí desde el punto de vista gastronómico. Su carne cruda es como ternera, y cocida, tiene sabor a atún. Para Oviedo su manteca es la mejor para hacer huevos fritos y “muy buena para arder en el candil”. Hasta el mismísimo Fray Bartolomé de las Casas nos informa que la carne del manatí es muchísimo mejor que la ternera, sobre todo si es tierna y se hace en adobo. Fray Toribio Motolinía también lo probó. Los conquistadores comían manatí principalmente en Cuaresma. En días de abstinencia, guisar manatí, en las Antillas y en México, equivalía a saborear ternera que a su vez era pescado. Así burlaban el precepto eclesiástico. Comer manatí en viernes Santo se convirtió en una tradición del Nuevo Mundo. Humboldt también lo paladeó, para él su carne “se asemeja más al puerco que a la vaca”. Alexander Olivier Exquemelin, el cirujano pirata, llegó más lejos: “he tenido la curiosidad de chupar la leche de algunas de estas hembras que daban de mamar; la he hallado tan buena como la de los animales perfectos por la cópula”.

La carne del manatí se ha aprovechado incluso con fines ceremoniales. Desde tiempos inmemoriales, Olmecas y mayas la apreciaban mucho. Ya había terribles matanzas de manatíes en los ultimos años del siglo XVIII. Hacia 1768 se extinguió una especie —la “vaca marina de Steller”— debido a la intensa cacería a que fue sometida en el Estrecho de Bering. El dugón —hermano del manatí en aguas del océano Índico y en la costa suroeste del Pacífico— también está en peligro de extinción.

El manatí ha desaparecido de las costas antillanas hasta quedar reducido a topónimos en Puerto Rico y en Martinica. En Cuba —donde tanto escasea la carne de res— no quedan manatíes. En Campeche, hacia 1960, se vendía la carne de manatí a 50 pesos el kilogramo. A partir de 1987 la legislación mexicana estableció una multa de 7 millones de pesos por matar uno de estos animales. En 1992 otra ley subió la multa a 26 millones de pesos. A pesar de lo cual siguen vendiéndose artesanías (aretes, collares…) confeccionados con huesos de manatí.

Antiguamente se usaba su piel en la construcción de canoas. Tradicionalmente las mujeres han usado el polvo de su cráneo y de sus costillas para detener el flujo menstrual. La grasa servía como ungüento. Un enemigo más moderno del manatí es el turismo, sobre todo las lanchas rápidas cuyas hélices los destrozan, porque el manatí nada muy lentamente

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