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El Diablo De Los Numeros 1


Enviado por   •  10 de Octubre de 2013  •  670 Palabras (3 Páginas)  •  273 Visitas

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El diablo de los números

En los sueños, todo es diferente al colegio o a la ciencia. Cuando Robert y el diablo de los números hablan, se expresan a veces de forma bastante extraña. Tampoco esto es sorprendente, pues El diablo de los números es precisamente una extraña historia.

La primera noche

Hacía mucho tiempo que Robert estaba harto de soñar .Se decía: Siempre me toca hacer el papel de tonto. En sueños le ocurría a menudo ser tragado por un pez gigante y desagradable, cuando estaba a punto de ocurrir llegaba a su nariz un olor terrible. A Robert le jugaban otra mala broma se podría decir, cuando ansiaba mucho algo.

La segunda noche

Apenas se quedaba dormido, empezaba a soñar cosas feas. Siempre tenía que bajar. Esta vez era por una especie de cucaña. El aire a su alrededor zumbaba. Como mosquitos, los números bailaban ante sus narices. Intentó espantarlos con ambas manos, pero eran demasiados, y sintió que cada vez más de esos diminutos doses, treses, cuatros, cincos, seises, sietes, ochos y nueves empezaban a rozarlo.

-¿Te molestan? -preguntó el anciano. Extendió la palma de su manita y ahuyentó a los números con un soplo. De pronto el aire estaba limpio, sólo los unos, altos como árboles, seguían estando allí como un solo uno, alzándose hasta el cielo-. Siéntate, Robert -dijo el diablo de los números. Esta vez era sorprendentemente amable.

La tercera noche

A Robert no le importaba que el diablo de los números le asediara en sueños de vez en cuando.El anciano era un sabelotodo, y sus ataques de ira no resultaban especialmente atractivos. De un tirón el anciano lo sacó de la cama. Le temblaba el bigote, se le empezó a enrojecer la nariz, y su cabeza pareció hincharse.

Empezó a pintar con su bastón en la pared de la cueva todos los números del 2 al 50.

El anciano comenzó a darle órdenes a Robert y una de ellas fue que agarrara su bastón y le empezó a decir q escogiera números pero solo los números que él le decía para ir le enseñando poco a poco.

La cuarta noche

Robert miró a su alrededor. A lo largo y a lo ancho no había más que arena blanca, y detrás de un bote de remos, volcado, en el que se sentaba el diablo de los números.

El diablo de los números alzó su bastón, y ante los ojos de Robert apareció una nueva calculadora. No era tan granujienta como la anterior, pero a cambio era gigantesca: un mueble acolchado y peludo, tan largo como una cama o un sofá. A un costado había una tablita con muchas teclas acolchadas, y el campo en el que se podían ver las luminosas cifras llenaba todo el respaldo del extraño aparato. Robert pensaba que los números eran unas criaturas fantásticas.

La quinta noche

Por la noche se iba a la cama como siempre, y la mayoría de las veces soñaba, pero no con calculadoras grandes como sofás y cifras saltarinas, sino con profundos agujeros negros en los que tropezaba o con un desván lleno de baúles viejos de los que salían gigantescas hormigas.

Se limitó a decir buenas noches, porque sabía que uno no puede explicárselo todo a su madre. Pero apenas se había dormido cuando la cosa volvió a empezar. Caminaba por un extenso desierto, en el que no había ni sombra ni agua. No llevaba más que un bañador, caminó y caminó, tenía sed, sudaba, ya tenía ampollas en los pies... cuando al fin, a lo lejos, vio unos cuantos árboles. Oyó una voz que le resultó familiar. Que era la voz del diablo de los números.

Robert ya estaba nadando, y los números se mecían en las olas a su alrededor, todos los números triangulares, y nadó hasta que ya no pudo oír lo que le gritaba el anciano, más y más lejos. Porque era una gran piscina infinita, infinita como los números e igual de maravillosa.

La sexta noche

Robert en esta ocasión estaba sentado en una silla plegable, en medio de un enorme campo de patatas.

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