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Etica Y Valores

tiatima3 de Diciembre de 2013

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El corazón de la educación y la educación del corazón. Algunas reflexiones éticas y poéticas sobre la relación educación y valores en la obra de Pablo Latapí1

The heart of education and the education of heart. Some ethical and poetical reflections about the relation between education and values in Pablo Latapi's work

Juan Martín López Calva*

* Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Coordinador del doctorado interinstitucional en Educación por la Universidad Iberoamericana Puebla. CE: martin.lopez@iberopuebla.edu.mx

DE LA MODA AL RECLAMO

Está de moda hablar de valores en la educación. En mi opinión no es una moda; es un reclamo, es el deseo de recuperar algo esencial que hemos abandonado: la función formativa de la escuela. Esencial porque nadie puede educar sin valorar, porque toda educación se dirige hacia ciertos fines que considera valiosos para el individuo y la sociedad (Latapí, 2001: 59).

En efecto, está de moda hablar de valores en la educación. Si revisamos los documentos institucionales, las misiones y visiones de la mayoría de escuelas y universidades; si ponemos atención a la publicidad de las instituciones educativas y escuchamos los discursos de maestros, directores y funcionarios del sistema educativo encontraremos con mucha frecuencia afirmaciones que destacan la formación valoral de los estudiantes y la preocupación y orientación —real o declarada— de los educadores y los centros educativos por esta dimensión de la educación, que era ignorada, o incluso rechazada, hace unos años.

Un análisis de la literatura de investigación educativa de los años ochenta del siglo pasado daría cuenta de la escasez de estudios, tesis, ponencias o investigaciones sobre el tema de los valores. La tradición laicista del sistema educativo mexicano impedía que este tema fundamental permeara los currículos, las prácticas educativas y las investigaciones sobre el tema con el argumento de que educar en valores implicaba necesariamente relación con lo religioso.

Latapí describe anecdóticamente esta oposición al tema de los valores en la década referida desde su experiencia como asesor del secretario de Educación, Fernando Solana, al registrar lo sucedido en una reunión en la que propuso el tema de los valores como central en la agenda educativa y fue refutado por la intervención de otro asesor que afirmaba que abordar el tema de los valores era contrario al artículo tercero constitucional y podía "abrir la puerta a valores religiosos" en la escuela, a pesar de que, como señalaba don Pablo en esa reunión, el artículo tercero "abundaba en valores" como la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la democracia como forma de vida, etc. (2009: 14 6).

Pero hoy en día la situación es distinta. La moda de la educación en valores invade el sistema educativo nacional aunque en los hechos no tengamos todavía muchas evidencias de que esta moda tenga resultados. La reaparición del tema en el escenario educativo se debe a muchos factores, sobre todo a aquellos relacionados con la crisis civilizatoria que estamos padeciendo y que tiene manifestaciones en todos los ámbitos de nuestra vida. Sin embargo, uno de los motores fundamentales para que "la moral regresara a la escuela" en México fue la preocupación y el trabajo serio y sistemático de investigación y difusión de un grupo de académicos que fueron conscientes de la relevancia de esta dimensión de la educación. Entre estos investigadores pioneros se encuentra gente del prestigio de Sylvia Schmelkes (1995, 1996) y por supuesto, de manera central, Pablo Latapí, quien hizo del tema de la ética en la educación uno de sus temas centrales de investigación y reflexión filosófica.

Sin embargo, es cada vez más necesario, urgente podríamos decir sin exagerar, que pasemos de la moda a la respuesta al reclamo social que está pidiendo de manera urgente que el sistema educativo se enfoque de manera seria, sistemática, integral, transversal y eficiente hacia la educación en valores de las nuevas generaciones.

La violencia que se ha apoderado de nuestras calles y sus complejas raíces estructurales, pero sobre todo la cultura distorsionada en la que se apoyan estas estructuras, nos están diciendo que algo tenemos que hacer desde la educación que se ofrece en la familia, en la escuela, en la universidad y en los medios de comunicación masiva para responder a esta situación.

Porque nadie puede educar sin valorar, y hoy en día el reclamo que parecemos no escuchar los educadores es el que nos dice que estamos colectivamente valorando de manera inadecuada, que una cultura que pone por encima del ser humano a la economía, la política partidista, la riqueza, el poder, la apariencia y el confort es una cultura que requiere de una radical reforma moral, de una conversión ética que nos abra los ojos a lo que verdaderamente puede "salvar a la humanidad, realizándola", en estos tiempos oscuros que vivimos, en esta "era de hierro planetaria", como la llama Morin (2003).

Por eso es necesario pasar de la moda al reclamo y del reclamo a la acción, recordando persistentemente este legado de Latapí, porque como decía Rosario Castellanos:

EL CORAZÓN DE LA EDUCACIÓN

En otro sustrato de la persona, más misterioso e inasible, se desarrollan fuerzas y procesos, amores, atracciones, afinidades, solidaridades, esperanzas, ahí se abre la posibilidad —tenue pero real— de la decisión libre y del orden moral. Llamamos a ese sustrato de la persona, a falta de mejor término, el terreno de los valores. Es el corazón de la educación (Latapí, 2001: 59).

El terreno de los valores es el corazón de la educación porque ahí, en ese sustrato "misterioso e inasible", imposible de estudiar al cien por ciento empíricamente, se está jugando la posibilidad de la libertad humana efectiva, es decir, la capacidad real de autodeterminación de los sujetos, los grupos y la sociedad toda en medio de los múltiples condicionamientos que tiene todo lo humano. El espacio para el desarrollo de la "autonomía dependiente", cada vez más autonomía y menos dependiente pero siempre sujeta a estos factores biológicos, psicológicos, sociológicos, económicos, religiosos, etc., es el espacio de los valores. Es en ese pequeño o más grande margen de maniobra donde se define lo que somos, el drama de la vida personal y el drama de la humanidad como colectivo en "el instante de su ser que es todo el tiempo" (Lonergan, 1999).

Este terreno donde se desarrollan multiplicidad de fuerzas y procesos no está desligado, como se ha planteado erróneamente en nuestra cultura occidental y su lógica simplificadora, del campo del conocimiento, y por tanto del currículo general de formación en contenidos, habilidades o competencias teóricas y prácticas en las distintas disciplinas. El juicio de valor está intrínsecamente ligado al juicio de hecho y no separado de él, afirma Morin (1999), porque el juicio de hecho que surge del conocimiento es siempre "responsabilidad de quien lo afirma" (Lonergan, 1999) y todo conocimiento tiene implicaciones éticas para el individuo que conoce y para el contexto socio-histórico en el que se produce ese conocimiento.

De manera que el corazón no está desligado del centro del organismo, y mucho menos del cerebro, por lo que cuando Latapí habla de los valores como el corazón de la educación no está hablando de abandonar la educación en contenidos y competencias disciplinares o profesionales, y no está implicando tampoco que basta con que se hagan adiciones a los planes de estudio para incluir materias de formación valoral para lograr atender este reclamo urgente; sin embargo, valoraba como positiva la inclusión de la asignatura de Formación cívica y ética en el currículo oficial a pesar de los errores que desde su punto de vista contenía (Latapí, 1999).

Se trata de atender el terreno de los valores como el corazón de la educación, entendiendo el corazón como el órgano que procesa, redimensiona, "oxigena" y distribuye los aprendizajes de todo tipo que se hacen en la escuela para darles un sentido en la existencia personal del educando y para hacerlos pertinentes para la transformación de la sociedad en y para la que ese individuo se está educando.

Porque como sujetos eco-ego-auto-exo-organizados (Morin, 2003), somos un todo inseparable en el que la dimensión del significado y el valor articula todo lo aprendido. Porque como sujetos conscientes (Lonergan, 1988) tenemos estructuralmente la necesidad de valorar lo que aprendemos y descubrir su significado o insignificancia para nuestro proyecto existencial y el proyecto social del que formamos parte de manera ineludible.

Latapí concibe esta integralidad en lo que escribe acerca de la educación en valores y por eso mismo apela a una búsqueda de conocimiento interdisciplinar (psico-socio-filosófico-pedagógico) de esta dimensión humana y de las concepciones teóricas que fundamenten la acción educativa en este terreno, así como de las propuestas metodológicas para tratar de hacerlo operativo en el aula (2001).

A partir de esta visión integral del ser humano —y de la concepción de la finalidad de la educación como el esfuerzo sistemático para "hacer mejores a los hombres"— (2001: 49) es que el tema de la ética en la educación y su operativización, lo que llamamos "educación en valores" (a falta, como dice Latapí, de mejor término), se convierte en un eje central en su obra. Esta visión surge de la convicción, experimentada personalmente, estudiada

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