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Herramientas De Participacion

richirj13 de Mayo de 2014

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Herramientas de participación[editar]

Las herramientas de participación son diversas. Pueden clasificarse en dos tipos:

- De entrega y recogida de información.

Información pública impresa como cartas, postes, folletos, boletines, etc. Telefónicas y de programas de radio y TV. Técnicas de Internet. Encuestas y sondeos.

- Otras de carácter interactivo como:

Eventos informativos. Visitas técnicas. Grupos de trabajo, talleres, etc. Conferencias.

En cualquier caso, es importante tener en cuenta a grupos especiales como minorías étnicas (que pueden tener problemas con el lenguaje), discapacitados físicos y mentales, jóvenes y ancianos, personas con bajo nivel de alfabetización, etc.

Figura. Métodos de participación pública

Tabla3.4.2 Herramientas de participación

formas de participar.

Desde las asambleas de los ciudadanos en la Grecia antigua hasta el individualismo contemporáneo que busca presencia en iniciativas no políticas, la historia de la participación ciudadana es diversa e irregular. Aquí se repasan los hitos que han marcado la manera en que los hombres construimos sociedad y gobierno con nuestros semejantes.

Óscar Godoy A. | Instituto de Ciencia Política, PUC.

I. Participación política en la Antigüedad: la democracia más madura

La participación política tiene una larga trayectoria histórica: se remonta a la Grecia antigua. Los primeros registros de la práctica de la reunión o asamblea de los ciudadanos se encuentran en Heródoto (485/490-413 a.C.). Gracias a sus Historias, sabemos que en el siglo VI a.C. se desarrolla un ideal político llamado isonomía, que posteriormente adoptaría el nombre de democracia. La isonomía es la igualdad de la ley, pero como ideal político preconizaba la participación de los hombres libres en las decisiones públicas, en la definición de las leyes y en el gobierno de la ciudad. Este ideal era una respuesta racional a la tiranía de la época, que era la práctica corrupta del gobierno de uno, que gobernaba sin leyes y sin fundamento en la razón, y con la exclusión total de la participación ciudadana.

Tomemos como escenario de la participación democrática originaria el siglo IV a.C. Y, además, fijemos nuestra atención en Atenas. En ese siglo la democracia ateniense experimentó su mayor auge y madurez. La participación política tenía como actor central al ciudadano (polítes). La dualidad vida privada-vida pública estaba marcada por fuertes diferencias entre ambas y por la supremacía moral de la vida pública. Los atenienses consideraban al bien público o bien del conjunto de la pólis como superior al privado. La vida pública constituía un privilegio de una parte de la población. En efecto, solamente podían acceder a ella los varones libres. Y eran libres los hijos y descendientes de progenitores libres, retrocediendo hasta dos generaciones. La mujer libre cumplía, cuando era casada, una función importante en la casa (oikía), que era una entidad más compleja que la familia moderna. La esposa, en ese ámbito, junto con criar y educar a los hijos, co-administraba la casa, junto con su marido, y ejercía autoridad sobre la servidumbre y los esclavos. Pero estaba privada del bíos politikós, de la vida política. Los griegos concebían la vida privada como carente de un bien superior, que era la pertenencia a la ciudadanía. Los extranjeros no podían ser ciudadanos, ni los niños ni los ancianos, y, obviamente, tampoco los esclavos.

Aristóteles (384-322 a.C.) afirmaba que la ciudadanía, en grado pleno, es una característica de la democracia, porque en ella los ciudadanos deliberan y participan en las instituciones establecidas por la constitución (politeía), especialmente en aquella que es la soberana. Y agrega que la constitución democrática establece que el elemento soberano de la ciudad son «los más», o sea, el pueblo. Así, la institución capital del sistema político es la Ekklesía o asamblea de todos los ciudadanos. En la Ekklesía ateniense la participación política alcanzaba su plenitud, pues ella reunía al pueblo en un espacio y en un tiempo determinado. En consecuencia, el pueblo estaba realmente presente, para deliberar y adoptar decisiones que afectaban a toda la ciudad.

Además, la democracia ateniense contemplaba otras instancias de participación ciudadana. Ellas eran el Consejo (boulé), los tribunales de justicia y el gobierno (funciones ejecutivas). Estas instituciones incluían cientos de cargos, a los cuales se accedía por un procedimiento de sorteo, salvo contadas excepciones. Además, las funciones públicas tenían una duración limitada a un año, como máximo. De este modo, el procedimiento aleatorio para atribuir autoridad y la acotada duración de los mandatos, tenían el efecto de maximizar la participación de los ciudadanos en la estructura política de la ciudad.

En la Antigüedad también Roma practicó la participación política. Durante el período de vigencia de la república, los ciudadanos romanos estaban habilitados para elegir magistrados del pueblo (tribunos de la plebe) y aprobar leyes (plebiscita). Pero la república romana no fue nunca un régimen cuyo poder soberano fuese algo similar a la asamblea de los ciudadanos atenienses.

II. La participación política en la Edad Media y el Renacimiento: del autogobierno al absolutismo

Otro hito en el desarrollo de la reflexión sobre la participación cobra forma en la Edad Media y el Renacimiento. Durante ese período no existe nada similar a la democracia antigua. No obstante, entre 1300 y 1500, una vez que se consolida la vida urbana, en los burgos se desarrollan libertades y derechos políticos. En efecto, las ciudades adquieren el poder de autogobernarse. El autogobierno municipal incluía la elección de autoridades (alcaldes y concejales o regidores), facultades para darse leyes internas y libertades para sus habitantes. En ellas se desarrolla una cultura política cercana a la democracia. Esa cultura va a ser determinante para el florecimiento de las «repúblicas» del Renacimiento. Pero, tanto en las ciudades libres originales como en estas repúblicas, el concepto de participación es restringido. En efecto, durante un largo período prevalece la idea de que el pueblo es un cuerpo, una corporatio o universitas, una universitas civium, compuesta de dos partes: una minoritaria y aristocrática, por su educación y riqueza; a la gente llamada «del común» (mayoría), en cambio, se le atribuye ignorancia y desinterés por lo público. Por esta razón, la primera asume la representación del cuerpo entero, restando a la parte inferior de la participación.

Hay otros elementos que pueden incluirse en esta línea de reflexión sobre la participación. Me parece relevante el principio denominado q.o.t., abreviatura de una máxima que establece que aquello que atañe a todos debe ser aprobado por todos (quod omnes tangit ab omnibus comprobetur). Este principio, extraído del derecho romano privado, fue extrapolado a la esfera política por los juristas medievales. A través suyo se afirma que el consentimiento es el fundamento de la participación de todos los ciudadanos en las decisiones públicas. El principio q.o.t. es una aproximación al concepto de soberanía popular, que tiene aplicación en un aspecto capital del gobierno moderado.

La teoría del gobierno moderado, tal como la concibe Tomás de Aquino (1224-1274), incluye elementos normativos relevantes para el desarrollo de la cultura política. Entre ellos hay que destacar la idea de que el príncipe no está libre del imperio de la ley. Pero, en la práctica, un elemento central de la moderación del poder real, y que se sostiene en el principio q.o.t., es la corte o parlamento de la monarquía de la época. Esas cortes, en sus inicios, estaban integradas por las personas de confianza del príncipe, que pertenecían a la nobleza y el clero. Posteriormente, a medida que se despliega el fenómeno ya mencionado de las libertades burguesas, las ciudades eligen representantes para que participen en las cortes.

Así, ya en el siglo XIV, las cortes estaban conformadas por tres estamentos: dos privilegiados, la nobleza y el clero, y un tercero, llamado de la gente común, common people o gens de tiers état, ampliándose de este modo sustancialmente la participación política. Pero los estamentos solamente ejercían derechos políticos limitados, como el de petición y el de hablar libremente para aconsejar al príncipe, sin que el ejercicio de estos derechos surtiesen efectos vinculantes. Su mayor poder era el de aprobar impuestos. Pero los parlamentos, a excepción de Inglaterra, prácticamente desaparecieron o perdieron influencia en casi toda Europa durante los siglos XVII y XVIII, afectando gravemente a la participación política, a causa de la incontrarrestable marcha del absolutismo.

III. Participación política en los siglos, XVIII y XIX: aires de libertad y representación

Durante el auge del absolutismo aconteció la revolución inglesa (1688). Así, mientras en el resto de Europa los regímenes absolutistas se consolidaban y fortalecían, en Inglaterra se instauraba un sistema constitucional fundado en la supremacía del parlamento y la ley. De este modo, se estabilizaba la participación política a través de representantes en el parlamento. Estos representantes, que integraban la Cámara de los Comunes,

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