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Invitación A La Axiología

lucascavs8 de Octubre de 2014

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Invitación a la axiología

Mario Aníbal Burgos (()

Índice:

I.- Introducción. - II.- Sobre gustos no hay nada escrito. - III. ¿Qué son los valores? - IV. Objetivistas versus subjetivistas - V. Objetivistas y subjetivistas.-. – VI.- Naturaleza de los valores. - VII.- Valoración de la acción humana. – VIII. El punto de indiferencia. - IX.- La discusión sigue abierta.

I. Introducción

El hombre en su vida cotidiana toma innumerables decisiones, desde las más triviales; como desayunar con café o té, ir al trabajo en su automóvil, en ómnibus o caminando; hasta las más relevantes como la elección de una carrera o profesión, la concreción de un negocio, la realización de un viaje o de contraer matrimonio. Para decidir debe, entre varias opciones posibles, elegir una; para ello antes debe preferir. El acto de preferir conlleva una valoración.

San Agustín decía bellamente sobre la noción de tiempo. “¿Qué es pues tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé; si deseo explicarlo a alguien que me lo pregunta, no lo sé”1. Cuántos conceptos utilizamos con total naturalidad dando por sobreentendido lo que afirmamos, como cuando hablamos de moral, derecho, justicia, libertad, igualdad, solidaridad, deber, fines, valores; hasta que alguien realiza la incómoda pregunta y nos hace notar que lo que teníamos por cierto no lo es en realidad y nos pone ante la evidencia de que carecemos de cabal comprensión del sentido y alcance de dichas expresiones. No bastan en estos casos

las definiciones etimológicas o sinonímicas ni las interminables discusiones semánticas, y no son pocas las veces que damos vueltas en círculos tautológicos para retornar al punto de partida sin haber progresado mucho en el conocimiento, o que nos encontramos con definiciones con términos que a su vez necesitan ser definidos.

Entre los temas problemáticos, los valores se ubican entre los de mayor dificultad cognoscitiva, porque el valor en tanto objeto de reflexión es un remolino de complejidades, discusiones y conflictos; porque la axiología en tanto disciplina autónoma y metódica está en proceso de hacerse a sí misma y cada paso que da genera fuertes polémicas y las tensiones y contracciones de su dialéctica no son siempre pacíficas. Pero la mayor dificultad -a mi juicio- se genera por el hecho de que en la raíz misma de los temas que inflaman los intensos debates del mundo jurídico, moral y religioso, se retuercen los problemas de la axiología, y con ingenuidad e imprudencia los damos por sabidos, cometiendo errores fundamentales en el punto de partida del análisis que, aunque sea coherente, no soluciona el error inicial sino que lo arrastra y prolonga. Muchas doctrinas de impecable lógica interna se han desmoronado por equivocaciones en su fundación.

Las interpretaciones incorrectas de los valores conducen a errores en el enfoque de los problemas en los que éstos se hallan involucrados. “¿En qué se diferencia el derecho de las órdenes respaldadas por amenazas, y qué

relación tiene con ellas? ¿En qué se diferencia la obligación jurídica de la obligación moral, y qué relación tiene con ella? ¿Qué son las reglas y en qué medida es el derecho una cuestión de reglas?”2 Son las tres cuestiones que plantea H. L. A. Hart como especulación acerca de la naturaleza del derecho y que no serán inteligibles sin la luz de la axiología.

¿La solidaridad es una virtud individual como la piedad y la caridad o un valor social como la igualdad y la libertad? “Plantear la solidaridad como virtud es plantearla siempre desde el individuo, plantearla como valor superior, es hacerlo desde una función inspiradora de la organización social, aunque pueda tener un reflejo individual, como en este caso, en que se concreta en derechos humanos”3 ¿Cuál es el criterio de validez, si lo hay, para declarar las razones de necesidad y urgencia que justifiquen la actividad legislativa del Poder Ejecutivo? El fundamento del predominio del interés general sobre los intereses particulares estriba en una correcta función estimativa. El juez al dictar una sentencia realiza una actividad valorativa y debe hacerlo según la sana crítica racional, la ciencia y la experiencia. ¿Tendría sentido la noción de equidad desprovista de estimaciones? ¿Puede haber divorcio entre “telos” y “axios”? ¿Qué es una crisis de valores?

El título de esta ponencia no es novedoso, se inspira en la “Invitación a la fenomenología” de Edmund Husserl y en la “Invitación a la ética” de Fernando Savater. “Invitación a la

axiología” es la sugerencia de dirigir la mirada de manera singular hacia la axiología, que en el centro de un laberinto aguarda ser estudiada. La teoría de los valores es una disciplina filosófica por su aspiración de universalidad, y la axiología jurídica se entronca en la filosofía del derecho que, “en relación con la introducción al derecho, deberá ser una proveedora de materiales por aquella revelados, y entregados a ésta en su versión primaria. La filosofía desgranará los fundamentos del saber jurídico e iluminará los fines últimos que éste debe realizar, entregándolos en una versión simplificada a la introducción al derecho, para que esta pueda exhibirlos a quienes comienzan a transitar por este celoso mundo de la juridicidad”[1].

II. Sobre gustos no hay nada escrito.

En las simples discusiones de salón se evidencia la problemática axiológica cuando dos personas no se ponen de acuerdo sobre la belleza de una mujer, sobre el sabor de una comida, la habilidad de un deportista o la calidad de un programa de televisión, e intentan convencerse mutuamente de que tal o cual cosa es la mejor. La discusión por lo general concluye abruptamente cuando alguno de los interlocutores, o ambos afirman categóricamente que algo “me gusta” o “no me gusta” y que “sobre gustos no hay nada escrito”. Este parece ser el único argumento sostenible cuando el desacuerdo es acerca de meras opiniones y ninguna de las partes da razones relevantes de lo que afirma. Esto pondrá fin a una discusión de

café pero no resuelve el problema de fondo.

El adagio latino “de gustibus non disputandum” (sobre gustos no se discute) representa una postura extrema de la axiología. Quien se atrinchera en esta posición ingenua encarna en el subjetivismo, según el cual un objeto es valioso sí sólo sí el sujeto le confiere valor, sea con su agrado deseo o interés. Pero, si cada cual tuviera la unidad de medida para mensurar los valores reinaría el caos. ¡Qué sería del mundo ético, jurídico y estético, con qué patrón se resolverían los conflictos axiológicos! “Finalmente y sobre todo, si el hombre es la medida de todas las cosas, Protágoras estaría obligado a contradecirse, pues la fórmula que nos propone no hace más que reflejar su propia medida y no podría, consecuentemente, erigirse en máxima universal”[2].

La reacción de la contraria no se hace esperar, el objetivismo, que sostiene que el valor es inherente al objeto, independientemente de la conciencia valorativa del sujeto. Para el subjetivista el sujeto crea al valor, para el objetivista el sujeto lo descubre. Estas cuestiones representan algunos de los problemas neurálgicos de la teoría de los valores. ¿Tienen las cosas valor porque las deseamos? ¿Las deseamos porque tienen valor? ¿Es el valor subjetivo o es objetivo? ¿Es empírico o a priori? ¿Es absoluto o relativo?

III. ¿Qué son los valores?

Antes de ensayar una reconciliación entre los extremos de esta discusión, conviene hacer una breve referencia respecto de la

naturaleza de los valores, pues ninguna discusión será virtuosa si no se conoce el objeto que la motiva.

La axiología, como disciplina autónoma, sistemática y metódica que estudia los valores es nueva. Nace en la segunda mitad del siglo XIX. Si bien la belleza, la bondad y la justicia ya interesaron a los griegos en la antigüedad, lo hicieron aisladamente, no como partes de una disciplina más amplia. El griego se ocupó de la belleza en sí, de la justicia en sí, del bien en sí, pero no de los valores en sí, como unidad temática. “Cuando Sócrates y sus amigos se preguntaban ¿Qué es la Justicia?, intentaban definir lo justo en sí mismo y descubrir lo que es o su ser”[3].

La filosofía medieval se orientó por el fuerte dogmatismo del pensamiento cristiano, pero sin brindar soluciones a los problemas de los valores en sí. “Toda verdad absoluta establecida por el hombre, sea a través de una meditación, sea a través de circunstancias históricas, es una verdad revelada por Dios y, por lo tanto, es el fundamento inconmovible de una auténtica filosofía”[4]. Los economistas, y en especial Adam Smith (1723-1790), se interesaron en el examen riguroso de los valores, pero circunscriptos a la economía.

Hasta bien entrada la modernidad persistió la confusión entre el valer y el ser, entre el valor y el objeto valioso. La belleza y la valentía no existen sino incorporadas a una cosa, vale decir que una estatua es bella y un guerrero es valiente. Pero no debe confundirse lo que es la valentía con

lo que es el guerrero valiente. Los valores no tienen existencia real en sí mismos sino que encarnan en objetos reales. Se identificaba, en consecuencia, la irrealidad de los valores con los objetos ideales: relaciones, entes matemáticos o geométricos como el punto y el triángulo. No obstante, los valores no son objetos ideales. “Cualquier

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