La Ciencia Y El Sentido Comun
liccangri25 de Agosto de 2014
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LA CIENCIA Y EL SENTIDO COMÚN
Mucho antes de los comienzos de la civilización moderna, los hombres adquirían una gran cantidad de
información acerca de su medio ambiente. Aprendieron a reconocer las substancias que alimentaban
sus cuerpos. Descubrieron las aplicaciones del fuego y adquirieron la habilidad de transformar las
materias primas en refugios, vestidos y utensilios. Inventaron las artes de cultivar el suelo, de
comunicare entre sí y de gobernarse. Algunos de ellos descubrieron que es posible transportar más
fácilmente los objetos cuando se los coloca sobre carros con ruedas, que es más seguro comparar las
dimensiones de los campos cuando se emplean patrones de medida y que las estaciones del año, así
como muchos fenómenos de los cielos, se suceden con cierta regularidad. La broma que John Locke
dirigió a Aristóteles -según la cual Dios no fue tan mezquino con los hombres como para hacerlos
simplemente seres de dos piernas, dejando a Aristóteles la tarea de hacerlos racionales- parece
obviamente aplicable a la ciencia moderna. La adquisición de un conocimiento confiable acerca de
muchos aspectos del mundo ciertamente no comenzó con el advenimiento de la ciencia moderna y del
uso consciente de sus métodos. En realidad, a este respecto, muchos hombres, en cada generación,
repiten durante sus vidas la historia de la especie: se las ingenian para asegurarse habilidades y una
información adecuada, sin el beneficio de una educación científica y sin la adopción premeditada de
modos científicos de procedimiento.
Si es tanto el conocimiento que se puede lograr mediante el ejercicio perspicaz de los dones naturales
y los métodos del “sentido común”, ¿qué excelencia especial poseen las ciencias y en qué contribuyen
sus herramientas intelectuales y físicas a la adquisición de conocimientos? Este interrogante exige
una respuesta cuidadosa, si se quiere asignar un significado definido a la palabra “ciencia”.
Por cierto, no siempre se emplean discriminadamente esa palabra y sus variantes lingüísticas; con
frecuencia, se los usa simplemente para otorgar una distinción honorífica a una u otra cosa. Muchos
hombres se enorgullecen de tener creencias “científicas” y de vivir en la “era de la ciencia”. Sin
embargo, el único fundamento discernible de su orgullo es la convicción de que, a diferencia de sus
antepasados o de sus vecinos, poseen cierta presunta verdad última. Es este el espíritu en el que se
describen a veces como científicas teorías de la física o la biología comúnmente aceptadas, mientras
que se niega firmemente este rótulo a todas las teorías de esos dominios aceptadas con anterioridad
pero que ya no gozan de crédito. Análogamente, ciertas prácticas muy exitosas en las condiciones
físicas y sociales prevalecientes, como ciertas técnicas agrícolas o industriales, a veces son
contrapuestas con las prácticas presuntamente “no científicas” de otros tiempos y lugares. Una forma
extrema, quizás, de la tendencia a quitarle al término “científico” todo contenido definido es el uso muy
serio que la propaganda hace a veces de expresiones como “corte de pelo científico”, “limpieza de
alfombra científica” y hasta “astrología científica”. Está claro, sin embargo, que en ninguno de los
ejemplos anteriores se asocia con la palabra una característica fácilmente identificable y
diferenciadora de creencias o prácticas. Ciertamente, sería desafortunado adoptar la sugerencia,
implícita en el primer ejemplo, de limitar la aplicación del adjetivo “científico” a creencias que sean
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