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Las Religiones

yonyis21 de Octubre de 2014

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L CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES».

PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO

DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

por S.E. Mons. Luis F. Ladaria

En el año 1996 la Comisión Teológica Internacional publicó su documento “El cristianismo y las religiones”. Cuando en el mes de diciembre del año 1992 se reunieron por vez primera los miembros de la Comisión nombrados para el “quinquenio” 1992-1997 propusieron por amplia mayoría el estudio del problema teológico de las religiones. El tema era ya debatido en aquel momento. Sin duda era entonces una de las cuestiones teológicas que suscitaba mayor discusión y por tanto se explica el interés de la Comisión Teológica en abordarla. Aunque hayan transcurrido ya algunos años el interés por el asunto continúa y el texto mantiene en una gran medida su actualidad. De ahí que se siga traduciendo y reeditando en diversas lenguas. Esta breve introducción trata de situar el documento en su contexto y de ofrecer una breve guía para su lectura.

Contexto histórico y doctrinal

El concilio Vaticano II significó un progreso y una profundización en la mirada católica sobre las religiones. Éstas fueron contempladas de un modo más positivo de cuanto se hacía precedentemente, al menos en los documentos oficiales de la Iglesia. El mejor conocimiento de las culturas y tradiciones religiosas de los diferentes pueblos había contribuido sin duda a un cambio de mentalidad del cual el concilio no podía dejar de hacerse eco. Basta leer los números 16-17 de la constitución dogmática Lumen Gentium, la declaración Nostra Aetate, el decreto Ad Gentes 9. 11. Pero en contra de la intención y de la misma letra de los textos conciliares se extendió en algunos ambientes en los años postconciliares un cierto relativismo religioso, como si todas las religiones fuesen de igual valor para alcanzar la salvación; se perdió en gran manera el impulso misionero, la misma mediación única y universal de Cristo fue puesta en duda. Es la situación ante la cual, en 1986, a veinticinco años de distancia de la conclusión del concilio Vaticano II y del decreto conciliar Ad Gentes y a los quince años de la publicación de la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, el beato Juan Pablo II publicó la encíclica Redemptoris missio sobre la validez del mandato misionero. En ella, a la vez que se confirma el deber de la Iglesia de anunciar a Cristo, se encuentran profundas apreciaciones sobre las culturas y las religiones en el contexto de la mediación única y universal de Cristo. En el año 1992, el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos publicaron conjuntamente la instrucción Diálogo y Anuncio. Éstos eran los puntos de referencia inmediatos en particular la encíclica Redemptoris missio, que la Comisión teológica debía necesariamente tener presente para desarrollar su trabajo. Una valoración más abierta y positiva de las religiones no debía llevar en modo alguno a relativizar los contenidos de la fe. Y en efecto, si se analizan con cuidado las declaraciones magisteriales sobre este tema a partir del concilio Vaticano II, se ve claramente que se parte de los datos indiscutibles de la voluntad universal de salvación de Dios y de la mediación única y universal de Cristo. Precisamente se trata de reflexionar cómo puede esta salvación de hecho llegar a todos y cómo Cristo y su Espíritu se hacen presentes en todo el mundo. En el punto de partida está la convicción de que no hay más camino que Jesús para llegar al Padre, y de que solo en la Iglesia, que es, en Cristo, sacramento, es decir, signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre sí (cf. LG 1), y que subsiste en la Iglesia católica (cf. ib. 8), se halla la plenitud de los medios de salvación que en su infinita bondad Dios otorga a los hombres. Basándose en estas verdades fundamentales afrontó la Comisión Teológica el estudio de este tema, con la intención a la vez de explorar, siguiendo las indicaciones magisteriales, si se podría pensar en alguna aportación positiva de las religiones, aun con clara conciencia de su ambigüedad, para la salvación de sus adeptos. Cuatro años después de la publicación de El cristianismo y las religiones, en el año 2000, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia. En ella, con un lenguaje directo y claro, se exponen algunos puntos esenciales e irrenunciables de la doctrina católica sobre los temas indicados a la vez que se señalan algunos campos de estudio que se deberían proseguir. Dada la diversidad del género literario el estilo es diverso del del documento de la Comisión Teológica. Este último recoge más datos, discute diversas posiciones, se permite sugerir alguna hipótesis. Es claro que un documento magisterial, por su misma naturaleza, debe ser más sobrio y más escueto.

Hechas estas breves consideraciones de carácter general y trazado brevemente el contexto histórico, recorremos las diversas partes del documento; pero nos detenemos un momento en el título: El cristianismo y las religiones. Con esta formulación se evitaba el problema de si el cristianismo es o no es una religión más o si se puede, en este sentido, equiparar a las otras. Por otra parte se habla de las “religiones”, es decir, se evita hablar de religiones no cristianas para no definir a los demás por lo que no son.

Parte primera: el status quaestionis

En el momento en que se redactaba el documento era obligado aludir a los intentos de clasificación de las posiciones teológicas sobre las religiones que se utilizaban comúnmente: mientras unos hablaban de la relación del cristianismo con las religiones como del “cumplimiento” de las aspiraciones humanas, y veían en ellas momentos o jalones de espera, pero también de tropiezo y de caída, otros con más optimismo, hablaban de la “presencia” de elementos de salvación en ellas en cuanto en ellas se da una expresión social de la relación con Dios y en este sentido podían ser de ayuda para la acogida de la gracia. Este mayor “optimismo” no impedía con todo hablar de elementos de ignorancia, de pecado e incluso de perversión (n. 4). La ambigüedad del fenómeno religioso, aun con matices diversos, era reconocida por los teólogos más relevantes.

La mayoría de los teólogos católicos, con las diferencias que hemos mencionado, se movían en la línea cristocéntrica, es decir, partían de la convicción de que Jesús es el salvador de todos, de que solo en él se realiza la voluntad salvífica de Dios y de que por tanto su mediación única puede llegar a todos los hombres en la situación, también religiosa, en la que ellos se encuentran. Se hablaba así de una tendencia “inclusivista”, en cuanto la salvación de Cristo, en línea de principio, es accesible a todos los hombres, ya que a todos puede llegar de un modo u otro la gracia divina (n. 11).

A ésta tendencia se oponía una línea “exclusivista”, llamada por otros “eclesiocéntrica”, que ya en aquellos tiempos no era defendida por los teólogos católicos porque los pronunciamientos magisteriales ya no permitían una interpretación estricta del principio extra Ecclesiam nulla Salus (n. 10). En cambio resultaba ya problemática la tendencia “pluralista”, que admitía, con diversos matices, una pluralidad de mediaciones de salvación. Pensaban lo autores que propugnaban esta línea que el cristocentrismo era insuficiente, y que solo el “teocentrismo” podía dar razón de la incomprensibilidad de Dios y de su trascendencia. Ninguna mediación concreta puede pretender la exclusividad de la revelación. Puede haber manifestaciones complementarias del Logos divino, que en ninguna religión quedaría plenamente expresado (n. 12). Es claro que se entraba en el corazón del debate cristológico y teológico. Y que no se podía dejar de lado la cuestión de la verdad (nn. (nn.13-15) como tampoco la del anuncio explícito de Cristo en la época del diálogo (nn. 23-26).

Ante este panorama, la Comisión Teológica proponía tres tareas fundamentales para la teología cristiana de las religiones (cf. n. 7): a) el cristianismo deberá comprenderse a sí mismo en el contexto de una pluralidad de religiones, y, en concreto deberá reflexionar sobre la universalidad que reivindica. b) deberá estudiar el sentido y el valor de las religiones en el conjunto de la historia de la salvación. c) se deberán examinar los contenidos concretos de las religiones para confrontarlos con la fe cristiana. Este tercer cometido no podía ser abordado en el documento. Faltaban en la Comisión Teológica especialistas capaces de llevarlo a cabo. Tampoco los otros dos temas son tratados sistemáticamente, pero sí se dieron elementos fundamentales para su estudio. Tanto el sentido da la universalidad del cristianismo como el valor de las religiones en la historia de la salvación son abordados en diferentes momentos de la exposición.

Parte segunda: los presupuestos teológicos fundamentales

La respuesta a las cuestiones planteadas en relación con la posición del cristianismo en el universo de las religiones y el valor que a éstas se pueda atribuir dependen de una serie de cuestiones teológicas fundamentales. El documento las trata por este orden: la iniciativa del Padre en la salvación; la única mediación de Cristo; la universalidad de la acción del Espíritu Santo; la Iglesia como sacramento universal de salvación.

No hace falta que nos detengamos mucho en el primer punto. Tampoco

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