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Las leyes de Newton

ScragEnsayo6 de Octubre de 2014

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Las leyes de Newton y de otras teorías físicas trajeron como resultado la idea del determinismo científico, expresado inicialmente por Laplace. Fue en 1927 cuando Werner Heisenberg, físico de origen alemán y dedicado al estudio de la física teórica, se dio cuenta de que las reglas de la probabilidad que gobiernan las partículas subatómicas nacen de la paradoja de que dos propiedades relacionadas de una partícula no pueden ser medidas exactamente al mismo tiempo y que cualquier intento de medir ambos resultados, conlleva a imprecisiones.

Esta afirmación de Heisenberg se tradujo en lo que fue denominado Principio de Incertidumbre, mejor llamado Principio de Indeterminación, el cual vino a decir al mundo que el resultado de una observación está vinculado a la presencia del observador.

El Principio de Indeterminación afectó profundamente al pensamiento de los físicos y de los filósofos y ejerció una influencia directa sobre los aspectos filosóficos asociados al concepto de causalidad, pero sus implicaciones para la ciencia no son las que se suponen generalmente. Pareciera que lo derivado del principio de indeterminación tiende a anular toda certeza acerca de la naturaleza, al suponer que el conocimiento científico está a merced de los caprichos imprevisibles de un universo donde el efecto no sigue necesariamente a la causa. Nada más lejos de la “verdad”: Si, por ejemplo, no se puede predecir con certeza el comportamiento de las moléculas individuales en un gas, también es cierto que las moléculas suelen acatar ciertas leyes, y su conducta es previsible sobre una base estadística, tal como las compañías aseguradoras calculan con índices de mortalidad fiables, aunque sea imposible predecir cuándo morirá un individuo determinado.

Por su parte, una perspectiva que plantea el fin de la certidumbre (en términos de Prigogine), nos permite apreciar y entender al mundo y a los seres vivos en permanente interacción y no como elementos separados; ha permitido entender procesos tales como la absorción atómica de los núcleos; ha permitido entender que el universo es complejo pero no irracional, al favorecer la integración, mediante la mecánica cuántica, de conceptos aparentemente contradictorios como determinismo y azar, desorden y orden.

A manera de corolario, afirmamos que:

Podemos convivir en y con un universo lleno de probabilidades.

Es posible el desorden y el orden, el azar y el determinismo: Esto es el caos.

Lo único cierto es la indeterminación.

Complejidad más anticipación igual a incertidumbre más acción (Wagensberg, 2003).

La vida sólo es posible en un universo alejado del equilibrio (Prigogine, 1997).

Necesitamos la incertidumbre para establecer relaciones afectivas, para aumentar nuestros conocimientos, para fortalecer nuestra conciencia, y para desarrollar nuestra autoestima. La incertidumbre ante el futuro, ha sido y será el motor que mueve a la humanidad hacia delante. La seguridad absoluta en todos los órdenes es parálisis, castradora de la personalidad y arrullo de vagancias (Zapatero, 2004).

Sincronicidad

Imaginamos que a muchos de nosotros, nos han ocurrido hechos o señales como dicen, los metafísicos que nos conectan con ese espacio de la sincronicidad y no lo hemos percibido como tal, por que no lo comprendemos. Muchas personas expresan testimonios como estos: “en estos últimos días me han ocurrido cosas tan extrañas, que me han alterado”. “Me estoy encontrando muy seguido contigo, ¿por qué?” “Estoy buscando algo en el dormitorio y me aparece un objeto que estaba perdido o que tenía tiempo que no veía”. En el marco de los principios del Paradigma emergente, podemos darle respuesta a esas inquietudes e interrogantes que durante mucho tiempo, han estado allí en nuestra mente como gestalts abiertas, es decir cosas inconclusas que ahora podemos retomar, desde un espacio y paradigma diferente.

Deepack Chopra (2003), en su libro “Sincrodestino” plantea que más allá de nuestro ser físico y de nuestros pensamientos, en nuestro interior existe un reino que es potencialmente puro; en este lugar, cualquier cosa y todas las cosas son posibles. Incluso los milagros, en especial los milagros.

El psicólogo C. G. Jung y el físico cuántico W. Pauli, coinciden en afirmar que existe en la naturaleza un principio de vinculación no causal que se manifiesta a través de coincidencias significativas. Dicho en otros términos, plantean la existencia de una estrecha relación entre los acontecimientos interiores y los acontecimientos exteriores de las personas.

El principio de sincronicidad puede ser entendido como “la coincidencia entre una imagen mental y un hecho exterior objetivo que no están vinculados causalmente, pero que establecen entre sí una relación de significación” (en línea: http://www.adepac.org/P06-4.htm). David Peat (en Grandío, 2003), citando a Jung, señala que la sincronicidad es la coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos no relacionados causalmente, que tienen el mismo significado o un significado parecido. También llamados actos creativos o paralelismos acausales, las experiencias de sincronicidad se fundamentan en que las coincidencias significativas no pueden concebirse como pura casualidad. Dado que dichos fenómenos se multiplican y que es mayor y más precisa la correspondencia entre ellos, ya no pueden considerarse pura casualidad, sino que, por falta de una explicación causal, deben ser considerados combinaciones significativas.

Para complementar la tríada de la física clásica, Jung propuso la inclusión de la sincronicidad para convertirse en una tétrada que hiciera posible el juicio completo; según refiere Peat, sobre la base de conversaciones con Jung, la sincronicidad es para los otros tres principios, lo que la unidimensionalidad del tiempo es para la tridimensionalidad del espacio (Peat en Grandío, 2003). Esta relación fue ampliada posteriormente, con base en la integración de los aportes que hiciera Pauli, incluyendo la relación opuesta complementaria del espacio-tiempo con la sincronicidad.

Finalmente, podemos decir que la hipótesis radical subyacente a la sincronicidad es la de suponer una conexión, en el sentido literal, entre la mente y la materia, entre lo psíquico y lo físico.

Identidad – Autonomía

La identidad es considerada un conjunto de cualidades, virtudes, intereses, actitudes, capacidades, potencialidades, situaciones y circunstancias de la vida que componen la personalidad del individuo, fortalecen su autoestima y que forma parte del conocimiento que se tiene de si mismo (Lozada,2006). Según esta definición, podríamos añadir que todo aquello que nos representa y la forma como nos proyectamos ante el mundo, estaría dentro del campo de la identidad de la persona.

De acuerdo a la forma con que abordemos ese proceso de identidad, surge la autonomía; ésta se ubica como un proceso de autodeterminación, de libertad que se logra en base a la experiencia, al contacto con los otros y con el medio. Este cúmulo de práctica, hábitos y costumbres repercuten positivamente para alcanzar esa interdependencia en el fluir armónicamente con las otras personas que nos rodean. En el caso contrario que la experiencia no favoreciera el crecimiento hacia la autonomía, desarrollaríamos patrones de conducta dependientes (sumisos) o contradependientes (rebeldes).

Complejidad

Al hablar de complejidad necesariamente nos referimos a los estudios de Edgar Morin, quien expresa que la palabra complejidad viene de complexus: lo que está tejido en su conjunto. Un grupo de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados, presenta la paradoja de lo uno y de lo múltiple.

Morin toma el planteamiento de Pascal: “El todo está en las partes y las partes están en el todo” para explicar el funcionamiento de la complejidad, que según sus propias palabras es como un matrimonio mal llevado entre el orden y el caos. Define tres principios: el principio hologramático, en el que no sólo la parte está en el todo, sino el todo, en cierto modo, está en la parte. Las relaciones que se establecen entre el todo y las partes son complejas: La unión de las diversas partes constituye el todo, que a su vez retroactúa sobre los diversos elementos que lo constituyen confiriéndoles propiedades de las que antes carecían. El producto es productor de lo que se produce, y el efecto causante de lo que causa. Lo que Morín llama principio recursivo organizacional, que junto al principio dialógico, que se basa en la asociación compleja de instancias necesarias juntas para la existencia, el funcionamiento y el desarrollo de un fenómeno organizado, estos instrumentos son los que nos ayudan a movernos en la complejidad (en Villanueva, 2004).

Este planteamiento no coloca en el punto intermedio entre lo que creímos y como fuimos educados y los nuevos acontecimientos que se nos presentan y que no podemos explicarlos, con esos conocimientos. ¿Qué hacer ante tal disyuntiva? En estas nuevas teorías podemos encontrar, por lo menos, explicación con respecto a algo, que no podemos explicar. Por ejemplo, el caso de una persona moribunda, que renace de sus cenizas, a pesar de los pronósticos médicos, los cuales le daban horas vida. A partir de ese momento, su vida cambia y se autoorganiza de una manera diferente, hacia la salud. Retomando la explicación de Prigogine, entre más desorden haya, más cerca estamos del equilibrio.

La aceptación de la confusión puede convertirse en un medio para resistir a la simplificación

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