Memorias Placa Madre

Era el 24 de diciembre, Nochebuena, el día era frió en la pequeña aldea. La nieve cubría todos los caminos, todo estaba desierto.

En las pequeñas casas casi cubiertas por el frió manto blanco solo se divisaba el humo de las chimeneas, en todas menos en una.

Allí vivía la pequeña Ana, y estaba sola desde el pasado verano, sola desde que su madre murió.

El invierno era más crudo que nunca, las nevadas empezaron en noviembre y desde entonces prácticamente no habían cesado.

Todos los habitantes de la aldea querían tener consigo a la pequeña huérfana, pero ella solo quería estar en la casa que tan feliz había sido con su madre. Aprovechando que el día había amanecido limpio la pequeña Ana decidió salir al bosque a buscar leña para el fuego.

Era la primera vez en mucho tiempo que el sol podía verse y el cielo era de un azul limpio y ninguna nube hacia presagiar nada, la niña cojio su trineo y se adentro en el bosque, el paisaje era maravilloso, todo estaba cubierto de un espeso manto blanco, los arboles doblaban sus ramas bajo el peso de la nieve, y a lo lejos podían verse algunos ciervos morder la corteza de los árboles para obtener algo de alimento.

El día era tan placentero que al la niña el tiempo se le paso sin sentir, y tampoco se dio cuenta como lenta pero inexorablemente el cielo cambiaba de aspecto. Las pequeñas nubes que salieron por el horizonte se estaban agigantando para terminar por cubrir todo el cielo a la vez que la temperatura descendía aun más. Cuando la pequeña reparo en ello la tarde ya se le había echado encima, se disponía a volver cuando se levanto una ventisca y la nieve caída de los árboles axial como la que el viento levantaba borraron las huellas que la niña había dejado en el camino.

En esta época del año la noche cae rápidamente, todos en la aldea se preparaban para la cena de nochebuena, alguien se acordó de la pequeña huérfana y quiso ir a ver si se encontraba bien y e paso llevarla a su casa para pasar la noche en compañía. Cuando llego y no encontró a nadie fue de casa en casa en busca de la niña, pero todos coincidieron que no la habían visto en todo el día. Para entonces ya era noche cerrada y la alarma cundió en toda la aldea. Inmediatamente todos se pusieron en busca de la pequeña Ana, salieron en varios grupos y diversas direcciones con la esperanza de encontrarla pronto.

El cielo estaba cubierto y unos pequeños copos de nieve flotaban ingravidos en el gélido aire de la noche como anunciando lo que se avecinaba.

En plena y en la espesura del bosque prácticamente sin visibilidad a la pequeña le era imposible orientarse y en un desesperado intento de regresar se adentro más aun en el bosque.

Todos los hombres del pueblo participaban en la búsqueda de la niña, para entonces la nevada era copiosa y la visibilidad se reducía a unos pocos metros pese a que todos iban provistos de antorchas y lámparas de petróleo, conforme el tiempo pasaba todos perdían esperanzas de encontrar a la pequeña Ana y aunque se esforzaban hasta el máximo de sus fuerzas nada consiguieron, todo estaba en su contra, la nevada era ya impenetrable y el fri les cortaba la piel como si de afiladas cuchillas se tratara.

Cuando la pequeña exhausta comprendió la imposibilidad de todo esfuerzo se dejo caer en la fría nieve llorando por su mala suerte.

Miles de recuerdo cruzaron por su mente y aunque su vida era corta ya había visto morir a sus padres, volvió a revivir el día en que su padre salio de su casa para ya nunca volver, fue victima del bosque, del mismo bosque en que ella ahora se encontraba. Dos años después también murió

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