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Metodología - Los Hijos De Sánchez


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2015  •  Tareas  •  5.812 Palabras (24 Páginas)  •  151 Visitas

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Metodología

Los Hijos De Sánchez


Introducción

El presente libro de Óscar Lewis fue editado en su primera versión española por el Fondo de Cultura Económica en octubre de 1964; la segunda edición apareció en diciembre del mismo año. El día  9 de febrero de 1965, el licenciado Luis Cataño Morlet, en una conferencia leída en la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, condenó la obra como obscena y denigrante para nuestro país. Una parte de los asistentes a la conferencia apoyaron las críticas formuladas por el licenciado Cataño Morlet, y, basándose en los párrafos del libro leídos por éste, resolvieron por votación que la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística debía consignar ante las autoridades respectivas al autor, a la obra y a la editorial. La denuncia fue formalmente presentada dos días después ante la Procuraduría General de la República, que de inmediato inició una averiguación previa, tomando constancia de las declaraciones tanto de los denunciantes como del doctor Arnaldo Orfila Reynal, Director del Fondo de Cultura Económica, y auscultando, a través de los comentarios con que la prensa se ocupó activamente del asunto, la expresión del sentir público. Con fecha 6 de abril de 1965, la Procuraduría dio a conocer su resolución manifestando que el Ministerio Público se abstenía de ejercitar acción penal alguna por no haber delito que perseguir. «Proceder de otra manera —asienta el texto de la resolución— sería mucho más inquietante y lesivo a la libertad y al derecho que los actos y las palabras sobre las que pretendiera descansar y justificarse.» Y, más adelante: «La opinión pública no ha generalizado un juicio condenatorio sobre el libro de Lewis y sería muy difícil, en tales condiciones, hablar de que se ha ultrajado a la moral, si hombres llenos de cualidades intelectuales y de valía social se han pronunciado en defensa del libro y contra la pretensión de que al autor y a los editores se les sancione penalmente.» Al ofrecer ahora a los lectores de nuestra lengua una nueva edición de este libro que tanto ha apasionado y dividido a la opinión pública de México, y que la crítica extranjera no ha vacilado en calificar como obra «de gran literatura», hemos considerado de interés general la inclusión del texto completo de la resolución dictada por la Procuraduría, agregándolo como apéndice al final del volumen. E. J. M. DEDICO ESTE LIBRO, CON PROFUNDO AFECTO Y GRATITUD, A LA FAMILIA SÁNCHEZ, CUYA IDENTIDAD DEBE PERMANECER ANÓNIMA AGRADECIMIENTOS En el proceso de escribir este libro he pedido a diversos amigos y colegas que leyeran y comentasen el manuscrito. Guardo especial agradecimiento a los profesores Conrad Arensberg y Frank Tannenbaum, de la Universidad de Columbia, William F. Whyte, de la Universidad de Cornell, y Sherman Paul, de la Universidad de Illinois, por haber leído la versión final. También debo agradecer a Margaret Shedd, a Kay Barrington, al Dr. Zelig Skolnik, a los profesores Zella Luria, Charles Shattuck y George Gerbner por su lectura de una primera redacción de la historia de Consuelo. Al profesor Richards Eells por leer parte de la historia de Roberto. Por su lectura crítica de la Introducción estoy en deuda con los profesores Irving Goldman, Joseph. Casagrande, Louis Schneider, Joseph D. Phillips y con mi hijo Gene L. Lewis. Agradezco al Dr. Mark Letson y a la Sra. CarolinaLuján, de la ciudad de México, sus análisis de las pruebas de Rorschach y de apercepción temática y por sus muchas indicaciones útiles sobre la estructura del carácter de los miembros de la familia Sánchez. Las pruebas mismas, los análisis de ellas y mi propia valoración serán publicados posteriormente. Agradezco a la señorita Angélica Castro de la Fuente su ayuda en algunas de las entrevistas con un miembro de la familia Sánchez. Asimismo quiero hacer llegar mi agradecimiento a la señorita Lourdes Marín por haberme prestado su cooperación en la preparación de esta edición en español. A mi esposa, Ruth M. Lewis, compañera y colaboradora en mis estudios de temas mexicanos, le agradezco su invaluable ayuda para organizar y retocar mis materiales de investigación. Agradezco a la Fundación Guggenheim la beca que me concedió en 1956, a la Fundación Wenner-Gren para Investigación Antropológica y al Consejo de Investigación de Ciencias Sociales sus subsidios otorgados en 1958, y a la Fundación Nacional de Ciencias por la ayuda económica de que disfruté en 1959. Finalmente, en lo que toca a la Universidad de Illinois, quiero agradecer la ayuda financiera que me prestaron la Junta de Investigaciones de la Universidad y el Centro de Estudios Superiores, por el nombramiento con que éste me favoreció para investigar en México, y al Departamento de Antropología por su licencia para ausentarme de él para realizar esta investigación. INTRODUCCIÓN Este libro trata de una familia pobre de la ciudad de México: Jesús Sánchez, el padre, de cincuenta años de edad, y sus cuatro hijos: Manuel, de treinta y dos años; Roberto, de veintinueve; Consuelo, de veintisiete; y Marta, de veinticinco. Me propongo ofrecer al lector una visión desde adentro de la vida familiar, y de lo que significa crecer en un hogar de una sola habitación, en uno de los barrios bajos ubicados en el centro de una gran ciudad latinoamericana que atraviesa por un proceso de rápido cambio social y económico. En el siglo XIX, cuando las ciencias sociales todavía estaban en su infancia, el trabajo de registrar los efectos del proceso de la industrialización y la urbanización sobre la vida personal y familiar quedó a cargo de novelistas, dramaturgos, periodistas y reformadores sociales. En la actualidad, un proceso similar de cambio cultural tiene lugar entre los pueblos de los países menos desarrollados, pero no encontramos ninguna efusión comparable de una literatura universal que nos ayudaría a mejorar nuestra comprensión del proceso y de la gente. Y, sin embargo, la necesidad de tal comprensión nunca ha sido más urgente, ahora que los países menos desarrollados se han convertido en una fuerza principal en el escenario mundial. En el caso de las nuevas naciones africanas que surgen de una tradición tribal y cultural no literaria, la escasez de una gran literatura nativa sobre la clase baja no es sorprendente. En México y en otros países latinoamericanos donde ha existido una clase media de la cual surgen la mayor parte de los escritores, esta clase ha sido muy reducida. Además, la naturaleza jerárquica de la sociedad mexicana ha inhibido cualquier comunicación profunda a través de las líneas de clase. Otro factor más en el caso de México ha sido la preocupación, tanto de escritores como de antropólogos, con su problema indígena, en detrimento de los habitantes pobres de las ciudades. Esta situación presenta una oportunidad única para las ciencias sociales y particularmente para la antropología de salvar la brecha y desarrollar una literatura propia. Los sociólogos, que han sido los primeros en estudiar los barrios bajos urbanos, ahora concentran su atención en los suburbios, pero descuidando relativamente a los pobres. En la actualidad, aun la mayor parte de los novelistas están tan ocupados sondeando el alma de la clase media que han perdido el contacto con los problemas de la pobreza y con las realidades de un mundo que cambia. Como ha dicho recientemente C. P. Snow: «A veces temo que la gente de los países ricos haya olvidado a tal punto lo que quiere decir ser pobre que ya no podemos sentir o conversar con los menos afortunados. Debemos aprender a hacerlo.» Son los antropólogos, por tradición los voceros de los pueblos primitivos en los rincones remotos del mundo, quienes cada vez más dedican sus energías a las grandes masas campesinas y urbanas de los países menos desarrollados. Estas masas son todavía desesperadamente pobres a pesar del progreso social y económico del mundo en el siglo pasado. Más de mil millones de personas en setenta y cinco naciones de Asia, África, América Latina y Cercano Oriente tienen un ingreso promedio por persona de menos de doscientos dólares anuales, en comparación con los más de dos mil dólares, que privan en los Estados Unidos. El antropólogo que estudia el modo de vida en estos países ha llegado a ser, en efecto, el estudiante y el vocero de lo que llamo cultura de la pobreza. Para los que piensan que los pobres no tienen cultura, el concepto de una cultura de la pobreza puede parecer una contradicción. Ello parecería dar a la pobreza una cierta dignidad y una cierta posición. Mi intención no es ésa. En el uso antropológico el término cultura supone, esencialmente, un patrón de vida que pasa de generación en generación. Al aplicar este concepto de cultura a la comprensión de la pobreza, quiero atraer la atención hacia el hecho de que la pobreza en las naciones modernas no es sólo un estado de privación económica, de desorganización, o de ausencia de algo. Es también algo positivo en el sentido de que tiene una estructura, una disposición razonada y mecanismos de defensa sin los cuales los pobres difícilmente podrían seguir adelante. En resumen, es un sistema de vida, notablemente estable y persistente, que ha pasado de generación a generación a lo largo de líneas familiares. La cultura de la pobreza tiene sus modalidades propias y consecuencias distintivas de orden social y psicológico para sus miembros. Es un factor dinámico que afecta la participación en la cultura nacional más amplia y se convierte en una subcultura por sí misma. La cultura de la pobreza, tal como se define aquí, no incluye a los pueblos primitivos cuyo retraso es el resultado de su aislamiento y de una tecnología no desarrollada, y cuya sociedad en su mayor parte no está estratificada en clases. Tales pueblos tienen una cultura relativamente integrada, satisfactoria y autosuficiente. Tampoco la cultura de la pobreza es sinónimo de clase trabajadora, proletariado o campesinado, conglomerados que varían mucho en cuanto a situación económica en el mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, la clase trabajadora vive como una élite en comparación con las clases trabajadoras de los países menos desarrollados. La cultura de la pobreza sólo tendría aplicación a la gente que está en el fondo mismo de la escala socioeconómica, los trabajadores más pobres, los campesinos más pobres, los cultivadores de plantaciones y esa gran masa heterogénea de pequeños artesanos y comerciantes a los que por lo general se alude como el lumpen-proletariado. La cultura o subcultura de la pobreza nace en una diversidad de contextos históricos. Es más común que se desarrolle cuando un sistema social estratificado y económico atraviesa por un proceso de desintegración o de sustitución por otro, como en el caso de la transición del feudalismo al capitalismo o en el transcurso de la revolución industrial. A veces resulta de la conquista imperial en la cual los conquistados son mantenidos en una situación servil que puede prolongarse a lo largo de muchas generaciones. También puede ocurrir en el proceso de desprivatización, tal como el que ahora tiene lugar en África, donde, por ejemplo, los migrantes tribales a las ciudades desarrollan «culturas de patio» notablemente similares a las vecindades de la ciudad de México. Tendemos a considerar tal situación de los barrios bajos como fases de transición o temporales de un cambio cultural drástico. Pero éste no es necesariamente el caso, porque la cultura de la pobreza con frecuencia es una situación persistente aun en sistemas sociales estables. Ciertamente, en México ha sido un fenómeno más o menos permanente desde la conquista española de 1519, cuando comenzó el proceso de desprivatización y se inició el movimiento de los campesinos hacia las ciudades. Sólo han cambiado las dimensiones, la ubicación y la composición de los barrios bajos. Sospecho que en muchos otros países se han estado operando procesos similares. Me parece que la cultura de la pobreza tiene algunas características universales que trascienden las diferencias regionales, rurales-urbanas y hasta nacionales. En mi anterior libro, Antropología de la pobreza (Fondo de Cultura Económica, 1961), sugerí que existían notables semejanzas en la estructura familiar, en las relaciones interpersonales, en las orientaciones temporales, en los sistemas de valores, en los patrones de gasto y en el sentido de comunidad en las colonias de la clase media en Londres, Glasgow, París, Harlem y en la ciudad de México. Aunque éste no es el lugar de hacer un análisis comparativo extenso de la cultura de la pobreza, me gustaría elaborar algunos de estos rasgos y otros más, a fin de presentar un modelo conceptual provisional de esta cultura, basado principalmente en mis materiales mexicanos. En México la cultura de la pobreza incluye por lo menos la tercera parte, ubicada en la parte más baja de la escala, de la población rural y urbana. Esta población se caracteriza por una tasa de mortalidad relativamente más alta, una expectativa de vida menor, una proporción mayor de individuos en los grupos de edad más jóvenes y, debido al trabajo infantil y femenil, por una proporción más alta en la fuerza trabajadora. Algunos de esos índices son más altos en las colonias pobres o en las secciones pobres de la ciudad de México que en la parte rural del país considerado en su conjunto. La cultura de la pobreza en México es una cultura provincial y orientada localmente. Sus miembros sólo están parcialmente integrados en las instituciones nacionales y son gente marginal aun cuando vivan en el corazón de una gran ciudad. En la ciudad de México, por ejemplo, la mayor parte de los pobres tienen un muy bajo nivel de educación y de alfabetismo, no pertenecen a sindicatos obreros, no son miembros de un partido político, no participan de la atención médica, de los servicios de maternidad ni de ancianidad que imparte la agencia nacional de bienestar conocida como Seguro Social, y hacen muy poco uso de los bancos, los hospitales, los grandes almacenes, los museos, las galerías artísticas y los aeropuertos de la ciudad. Los rasgos económicos más característicos de la cultura de la pobreza incluyen la lucha constante por la vida, periodos de desocupación y de subocupación, bajos salarios, una diversidad de ocupaciones no calificadas, trabajo infantil, ausencia de ahorros, una escasez crónica de dinero en efectivo, ausencia de reservas alimenticias en casa, el sistema de hacer compras frecuentes de pequeñas cantidades de productos alimenticios muchas veces al día a medida que se necesitan, el empeñar prendas personales, el pedir prestado a prestamistas locales a tasas usurarias de interés, servicios crediticios espontáneos e informales (tandas) organizados por vecinos, y el uso de ropas y muebles de segunda mano. Algunas de las características sociales y psicológicas incluyen el vivir incómodos y apretados, falta de vida privada, sentido gregario, una alta incidencia de alcoholismo, el recurso frecuente a la violencia al zanjar dificultades, uso frecuente de la violencia física en la formación de los niños, el golpear a la esposa, temprana iniciación en la vida sexual, uniones libres o matrimonios no legalizados, una incidencia relativamente alta de abandono de madres e hijos, una tendencia hacia las familias centradas en la madre y un conocimiento mucho más amplio de los parientes maternales, predominio de la familia nuclear, una fuerte predisposición al autoritarismo y una gran insistencia en la solidaridad familiar, ideal que raras veces se alcanza. Otros rasgos incluyen una fuerte orientación hacia el tiempo presente con relativamente poca capacidad de posponer sus deseos y de planear para el futuro, un sentimiento de resignación y de fatalismo basado en las realidades de la difícil situación de su vida, una creencia en la superioridad masculina que alcanza su cristalización en el machismo, o sea el culto de la masculinidad, un correspondiente complejo de mártires entre las mujeres y, finalmente, una gran tolerancia hacia la patología psicológica de todas clases. Algunos de los rasgos arriba enunciados no están limitados a la cultura de la pobreza en México, sino que también se encuentran entre las clases medias y superiores. Sin embargo, es la modelación peculiar de estos rasgos lo que define la cultura de la pobreza. Por ejemplo, en la clase media, el machismo se expresa en términos de hazañas sexuales y en forma del complejo de Don Juan, en tanto que en la clase baja se expresa en términos de heroísmo y de falta de temor físico. De manera similar, entre la clase media la ingestión de bebidas alcohólicas es una afabilidad social, en tanto que entre la clase baja el emborracharse tiene funciones múltiples y diferentes: olvidar los problemas propios, demostrar la capacidad de beber, acumular suficiente confianza para hacer frente a las difíciles situaciones de la vida. Muchos rasgos de la subcultura de la pobreza pueden considerarse como tentativas de soluciones locales a problemas que no resuelven las actuales agencias e instituciones, porque la gente no tiene derecho a sus beneficios, no puede pagarlos o sospecha de ellos. Por ejemplo, al no poder obtener crédito en los bancos, tiene que aprovechar sus propios recursos y organiza expedientes informales de crédito sin interés, o sea, las tandas. Incapaz de pagar un doctor, a quien se recurre sólo en emergencias lamentables, y recelosa de los hospitales «adonde sólo se va para morir», confía en hierbas y en otros remedios caseros y en curanderos y comadronas locales. Como critica a los sacerdotes, «que son humanos y por lo tanto pecadores como todos nosotros», raramente acude a la confesión o la misa y, en cambio, reza a las imágenes de santos que tiene en su propia casa y hace peregrinaciones a los santuarios populares. La actitud crítica hacia algunos de los valores y de las instituciones de las clases dominantes, el odio a la policía, la desconfianza en el gobierno y en los que ocupan un puesto alto, así como un cinismo que se extiende hasta la Iglesia, dan a la cultura de la pobreza una cualidad contraria y un potencial que puede utilizarse en movimientos políticos dirigidos contra el orden social existente. Finalmente, la subcultura de la pobreza tiene también una calidad residual, en el sentido de que sus miembros intentan utilizar e integrar, en un sistema de vida operable, remanentes de creencias y costumbres de diversos orígenes. Me gustaría distinguir claramente entre el empobrecimiento y la cultura de la pobreza. No todos los pobres viven ni desarrollan necesariamente una cultura de la pobreza. Por ejemplo, la gente de clase media que empobrece no se convierten automáticamente en miembros de la cultura de la pobreza, aunque tengan que vivir en los barrios bajos por algún tiempo. Igualmente, los judíos que vivían en la pobreza en la Europa oriental no desarrollaron una cultura de la pobreza porque su tradición de cultura y su religión les daban el sentido de la identificación con los judíos del mundo entero. Les daba la impresión de pertenecer a una comunidad unida por una herencia común y por creencias religiosas comunes. He citado alrededor de cincuenta rasgos que constituyen la configuración de lo que yo llamo la cultura de la pobreza. Aunque la pobreza es sólo uno de los numerosos rasgos que, de acuerdo con mi hipótesis, aparecen, he utilizado el término para designar la configuración total porque lo considero muy importante. No obstante, los demás rasgos, y especialmente los psicológicos e ideológicos, son también importantes y me gustaría reflexionar un poco sobre esto. Los que viven dentro de la cultura de la pobreza tienen un fuerte sentido de marginalidad, de abandono, de dependencia, de no pertenecer a nada. Son como extranjeros en su propio país, convencidos de que las instituciones existentes no sirven a sus intereses y necesidades. Al lado de este sentimiento de impotencia hay un difundido sentimiento de inferioridad, de desvalorización personal. Esto es cierto de los habitantes de los barrios bajos de la ciudad de México que no constituyen un grupo racial o étnico diferenciado ni sufren de discriminación racial. En los Estados Unidos, la cultura de la pobreza de los negros tiene la desventaja adicional de la discriminación racial. Los que viven dentro de una cultura de la pobreza tienen muy escaso sentido de la historia. Son gente marginal, que sólo conocen sus problemas, sus propias condiciones locales, su propia vecindad, su propio modo de vida. Generalmente, no tienen ni el conocimiento ni la visión ni la ideología para advertir las semejanzas entre sus problemas y los de sus equivalentes en otras partes del mundo. En otras palabras, no tienen conciencia de clase, aunque son muy sensibles a las distinciones de posición social. Cuando los pobres cobran conciencia de clase, se hacen miembros de organizaciones sindicales, o cuando adoptan una visión internacionalista del mundo ya no forman parte, por definición, de la cultura de la pobreza, aunque sigan siendo desesperadamente pobres. El concepto de una subcultura de la pobreza inserta en la cultura general nos permite ver cómo muchos de los problemas que consideramos peculiarmente nuestros o específicamente problemas de los negros (o de cualquier otro grupo racial o étnico en particular), existen también en países donde no existen grupos étnicos afectados. Sugiere también que la eliminación de la pobreza física per se puede no bastar para eliminar la cultura de la pobreza que es todo un modo de vida. Es posible hablar de borrar la pobreza, pero borrar una cultura o una subcultura es algo muy distinto porque plantea la cuestión básica del respeto a las diferencias culturales. Los miembros de la clase media, y esto incluye por supuesto a la mayoría de los investigadores de ciencias sociales, tienden a concentrarse en los aspectos negativos de la cultura de la pobreza y tienden a asociar valencias negativas a rasgos tales como la orientación centrada en el momento presente, la orientación concreta vs. La abstracta, etcétera. No pretendo idealizar ni romantizar la cultura de la pobreza. Como ha dicho alguien: «Es más fácil alabar la pobreza que vivirla.» No obstante, no debemos pasar por altos algunos de los aspectos positivos que pueden surgir de estos rasgos. Vivir en el presente puede desarrollar una capacidad de espontaneidad, de goce de lo sensual, de aceptación de los impulsos, que con frecuencia está recortada en nuestro hombre de clase media orientado hacia el futuro. Quizá es esta realidad del momento la que los escritores existencialistas de clase media tratan de recuperar de manera tan desesperada, pero que la cultura de la pobreza experimenta como un fenómeno natural y cotidiano. El uso frecuente de la violencia significa una salida fácil para la hostilidad de modo que los que viven en la cultura de la pobreza sufren menos de represión que la clase media. En relación con esto, me gustaría rechazar también la tendencia de algunos estudios sociológicos a identificar a la clase humilde casi exclusivamente con el vicio, el crimen y la delincuencia juvenil, como si la mayoría de los pobres fueran ladrones, mendigos, rufianes, asesinos o prostitutas. Por supuesto, en mis propias experiencias en México, la mayoría de los pobres me parecen seres humanos decentes, justos, valerosos y susceptibles de despertar afecto. Creo que fue el novelista Fielding el que escribió: «Los sufrimientos de los pobres son en realidad menos advertidos que sus malas acciones.» Resulta interesante comprobar que algo de esta ambivalencia en la apreciación de los pobres se refleja en los refranes y en la literatura. Algunos consideran a los pobres virtuosos, justos, serenos, independientes, honestos, seguros, bondadosos, simples y felices mientras que otros los ven malos, maliciosos, violentos, sórdidos y criminales

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