Redaccion

Córdoba, en el verano, se puebla de insectos voladores. La noche se llena de minúsculos monstruos y las habitaciones de sombras movibles. Tratan de atravesar los vidrios de las ventanas, o el cristal de las lámparas, intentan arder inútilmente en la incandescencia mortecina de los focos, se les oye golpear y golpear, desesperados, cada cual como un Fénix sin hoguera. Por la mañana las fuerzas se les acaban, también la vida: caen marchitos entonces, dando débiles aletazos de un lado a otro de los burós, llueven en los manteles, dejan un polvillo sutil y repugnante sobre el pan y naufragan entre la leche próxima a los labios y entonces, un grito y un vaso roto pueden ser pompas fúnebres.

Carlos no supo nunca si le desagradaban más esos monstruos enormes, negros, de la caparazón y el cuerno único, o las grandes mariposas del nombre prostituido, las falenas de color sucio y cars de mal agüero.

Infalible, la palomita eso era esta vez cayó en su vaso. Nerviosamente lo hizo a un lado, la tía Roció le trajo otro sin decir nada y aparto aquel para la gata. Carlos dijo gracias, tía con los labios, para no interrumpir al padre, que desgranaba una lección interminable sobre el cuidado de los animales.

Carlos n había bañado el chivo, a Carlos se le había olvidado darle de comer al chivo, Carlos no lo había amarrado bien y el chivo entonces se había tragado un camisón de dormir muy fino, que la vecina había traído de los Estado Unidos.

Era nailon, lleno de encajes acoto suspirando Roció.

Porque si no lo amarras y no lo cuidas, ya sabes: barbacoa.

Cuando lo vi todavía le colgaba de la boca una tirita. Ya ni se la quite, me dio miedo que me mordiera. Roció y sus miedos.

Si cuando menos no hiciera tanto calor. Desde esa hora, empezar a sudar.

No van a valerte lágrimas ni ruegos. Quiero ver blanco a ese animal, ¡y bien amarrado! O si no, ya sabes, con mucho gusto nos lo comeremos todos, y a ti voy a obligarte a que te comas un pedazo.

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