Valores Morales Y Prones
d.romina19 de Marzo de 2015
3.584 Palabras (15 Páginas)236 Visitas
Patrones y valores morales
un patrón moral es un modelo de conducta internamente aceptado en los valores de una sociedad determinada en un momento concreto, por contraposición a las normas o leyes que vienen impuestas por razones externas, es decir, por otros sujetos. En cualquier sociedad moderna existe el patrón moral de que el canibalismo es malo, si bien, si nos remontamos a las culturas prehistóricas, era una técnica muy extendida y así sucede con todos los valores morales, evolucionan conforme lo hace la sociedad.
Nacen de valores y principios. Los valores son conductas que ves en tus padres, familiares, amigos, y todos los seres humanos, pero especialmente que ayudan a la convivencia pacífica de las personas, convivencia de respeto a los demás. Los valores se tornan en normas y también en principios de vida. Los principios son máximas de vida.
Así que todos los patrones morales son creados por la sociedad, para vivir mejor y especialmente en una convivencia pacífica. Desde un punto de vista sociológico, los patrones morales consagran determinados tabúes, acciones que incumplen dichos patrones morales y que sufren rechazo social. Estos tabúes son la forma en que la sociedad se defiende de las acciones que son perjudiciales tanto para quienes las cometen como para la sociedad en su conjunto, aunque dichas acciones no sean ilegales desde el punto de vista estricto de su tipificación como delito por las leyes vigentes.
Valores Morales
Ética: Disciplina filosófica que se ocupa de la rectitud del comportamiento humano y se propone justificar los principios y normas que lo regulan. En forma general y llevándola a la práctica, se trata de un conjunto de normas morales que regulan la moralidad de los actos humanos.
Solidaridad: Es un principio adquirido en el grupo familiar ya que esta es determinante para tener éxito en la vida y facilitar la adaptación del hombre a los diferentes grupos sociales que conforman su entorno.
Generosidad: Es una virtud que conlleva nobleza de espíritu y sentimiento o sensibilidad humana y social y se exterioriza con actitudes de desprendimiento, caridad, solidaridad y consideración hacia sus semejantes.
Cooperación: Es toda forma de integración donde las personas o grupos determinados trabajan juntos prestándose ayuda mutua de un modo organizado para el fomento de fines comunes de este modo el éxito de uno depende del éxito de los demás.
Honestidad: es una cualidad de calidad humana que consiste en comprometerse y expresarse con coherencia y autenticidad (decir la verdad), de acuerdo con los valores de verdad y justicia.
Respeto: es una de las bases sobre la cual se sustenta la ética y la moral en cualquier campo y en cualquier época. El respeto exige un trato amable y cortés; el respeto es la esencia de las relaciones humanas, de la vida en comunidad, del trabajo en equipo, de la vida conyugal, de cualquier relación interpersonal. El respeto es garantía absoluta de transparencia.
Responsabilidad: es un valor que está en la conciencia de la persona, que le permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de lo moral.
Tolerancia: Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona.
El significado moral de la tecnología genética
No es que esta o aquella hipótesis sea acertada: todo esto es muy incierto. Desde luego, yo no tengo medio de saber si se harán realidad mis más negros temores, pero, desde luego, usted tampoco puede estar seguro de que no se harán realidad. La cuestión es más bien si es plausible o aun sensato aplicar a la tecnología genética la antigua y profunda idea de tragedia. En una tragedia, el fracaso del héroe está incrustado en su mismo éxito, sus derrotas en sus victorias, sus miserias en su gloria. Lo que quiero decir es que el estilo tecnológico de pensar el mundo y la vida humana, profundamente enraizado en el alma humana y espoleado por las promesas utópicas del pensamiento moderno y sus cruzados científicos, puede muy bien resultar inevitable, heroico y maldito.
Decir que la tecnología, abandonada a sí misma, como modo de vida, es maldita, no significa que la vida moderna -nuestra vida- necesariamente tiene que ser trágica. Todo depende de si se permite a la tecnología avanzar sin límites o si se puede dominarla poniéndola bajo control intelectual, espiritual, moral y político. Lamento tener que decir que hasta ahora las noticias al respecto no son alentadoras. Pues los recursos intelectuales, espirituales y morales de nuestra sociedad, el legado civilizador trabajosamente adquirido y largamente preservado, están en retroceso, y no sólo porque los hallazgos de la ciencia moderna los pongan en cuestión. Las tecnologías presentan difíciles dilemas éticos, pero los presupuestos científicos cuestionan los fundamentos mismos de nuestra ética.
Cuando el alma es reducida a química
Este ataque va más allá del conocido caso de la evolución contra la Biblia. ¿Hay alguna idea superior de la vida y el bien humanos que esté a salvo frente a la creencia, proclamada por las voces más sonoras y proféticas de los biólogos contemporáneos, de que el hombre es sólo un conjunto de moléculas, un accidente de la evolución, una imprevisible partícula de inteligencia en un universo sin sentido, que no se distingue fundamentalmente de otros seres vivientes o incluso no vivientes? ¿Qué posibilidades tienen nuestras preciosas ideas de libertad y dignidad frente a las enseñanzas del determinismo biológico, la noción reduccionista del "gen egoísta" (o de los "genes del altruismo", que para el caso da igual), la creencia de que el ADN es la esencia de la vida, y el credo de que las únicas preocupaciones de los seres vivientes son la supervivencia y la reproducción?
En 1997, las lumbreras de la Academia Internacional de Humanismo -incluidos los biólogos Francis Crick, Richard Dawkins y E.O. Wilson, y los humanistas Isaiah Berlin, W.V. Quine y Kurt Vonnegut- publicaron una declaración en la que defendían la investigación sobre la clonación en mamíferos superiores y en seres humanos. Sus argumentos eran reveladores:
"¿Qué problemas morales plantearía la clonación humana? Algunas religiones enseñan que los seres humanos son esencialmente diferentes de otros mamíferos, que una divinidad les ha dotado de alma inmortal, confiriéndoles un valor que no se puede comparar con el de otros seres vivientes. La naturaleza humana se considera única y sagrada. Los avances científicos que plantean un riesgo perceptible de alterar esta 'naturaleza' son airadamente combatidos (...) [Sin embargo,] hasta donde llega la ciencia, (...) las capacidades humanas parecen diferir en grado, no en esencia, de las que tienen los animales superiores. El rico repertorio de pensamientos, sentimientos, aspiraciones y esperanzas de la humanidad parece surgir de procesos electroquímicos del cerebro, no de un alma inmaterial que actúe de manera inaccesible a cualquier instrumento de medida (...) Las ideas de la naturaleza humana enraizadas en el pasado tribal de la humanidad no deberían ser nuestros criterios fundamentales para tomar decisiones morales acerca de la clonación (...) Los beneficios potenciales de la clonación pueden ser tan inmensos que sería una tragedia que anticuados escrúpulos teológicos llevaran a un retrógrado rechazo de la clonación".
Para justificar la investigación en curso, estos intelectuales estaban dispuestos a deshacerse no sólo de enfoques religiosos tradicionales, sino de cualquier perspectiva que atribuya una distinción y dignidad especiales a los seres humanos, incluidos ellos mismos.
No advirtieron que la idea científica del hombre que ensalzan no solo hiere nuestra vanidad: además, socava la concepción que tenemos de nosotros mismos como seres libres, inteligentes y responsables, merecedores de respeto porque solo nosotros de entre todos los animales tenemos mentes y corazones que buscan algo más que la mera perpetuación de nuestros genes. Mina igualmente las creencias que sostienen nuestras costumbres, instituciones y usos, incluida la práctica de la misma ciencia.
Según esta idea radicalmente reduccionista del "rico repertorio" del pensamiento humano, ¿por qué tendría uno que preferir como verdaderos los resultados de los "procesos electroquímicos cerebrales" de esos hombres, en vez de los suyos propios? Cuando el alma es reducida a productos químicos, la verdad y el error mismos, al igual que la libertad y la dignidad, se convierten en conceptos vacíos.
Ser conscientes del peligro
Este reduccionismo, materialismo y determinismo no son ninguna novedad: son doctrinas que ya Sócrates combatió hace mucho tiempo. Lo nuevo es que el progreso científico parece confirmar esas filosofías. Aquí, por tanto, está el más pernicioso resultado de nuestro progreso tecnológico -más deshumanizante que cualquier manipulación técnica, presente o futura-: la erosión, quizá definitiva, de la idea del hombre como ser noble, digno, valioso o divino, y su sustitución por una visión del hombre como un ser más de la naturaleza, simple materia prima susceptible de ser manipulada y homogeneizada.
De ahí nuestra peculiar crisis moral: nos adherimos cada vez más a una visión de la vida humana que nos da una ingente fuerza y que, al mismo tiempo, niega toda posibilidad de criterios no arbitrarios para usar esta fuerza. Aunque estamos bien equipados, no sabemos quiénes somos o hacia dónde vamos. Triunfamos
...