LOS VALORES MORALES
naquipa13 de Abril de 2015
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EL RESPETO
Micha y su abuelo
El abuelo, el mayor de la casa, era muy muy anciano.
Sus piernas ya no soportaban su peso, sus ojos ya no podían ver,
sus oídos no escuchaban y en su boca no quedaba un solo diente.
Su hijo y su nuera no le servían la comida en la mesa, sino al lado
de la estufa, para que no ensuciara. Una vez le pusieron la comida en un tazón. Cuando el viejecito quiso levantarlo, lo dejó caer sin querer, y el traste se rompió. Todo se derramó sobre el piso. Muy disgustada, su nuera le reprochó que dañara los objetos de la casa y que rompiera así los trastes de su vajilla. Empleando un tono grosero, le dijo que a partir de ese día le servirían de comer en una cubeta de madera, como las que se usaban para dar su alimento a los animales.
El anciano suspiró hondamente pero no dio respuesta alguna a esas palabras que lo habían lastimado. Pasó algún tiempo desde esa ocasión. Un día estaban en la casa el hijo y la nuera del anciano.
Los dos esposos miraban con mucha atención al pequeño niño de ambos. El infante estaba en el suelo, jugando con unos bloques de madera. Los acomodaba de una manera y de otra, como si quisiera darle forma a un objeto en particular.
—¿Qué figuras est•s haciendo con esos pedazos de madera, hijo? —preguntó con curiosidad su padre.
—Estoy haciendo una cubeta de madera papá. De esa forma, cuando tú y mamá sean tan viejos como el abuelo podré usarla para servirles su comida —informó el pequeño Micha.
Sin decir palabra, el hombre y la mujer se pusieron a llorar. Sentían vergüenza de haber tratado al abuelo de aquella manera. Desde aquel día le sirvieron nuevamente la comida en la mesa, y lo cuidaron bien.
—León Tolstoi
Un buey llamado Hermoso
En Takkasila, hace muchos siglos, nació un tierno becerro.
Fue adquirido por Amir, un hombre rico, que lo llamó Hermoso.
Lo atendía adecuadamente y lo alimentaba con lo mejor.
Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande y potente, pensaba con gratitud: “Mi amo me dio todo. Me gustarÌa agradecer su ayuda”. Un dÌa le propuso:
—Mi señor. Busque a algún ganadero orgulloso de sus animales. Dígale que puedo tirar de cien carros cargados al máximo.
Amir aceptó y visitó a un mercader.
—Mis bueyes son los más fuertes —comentó éste.
—No. El mío puede tirar de cien carros cargados —respondió Amir.
Apostaron mil monedas de oro y fijaron un día para la prueba.
El mercader amarró cien carros llenos de arena para volverlos más pesados. Cuando comenzó la prueba, Amir se subió al primero.
No resistió el deseo de darse importancia ante quienes lo veían. Hizo sonar su látigo y le gritó a Hermoso:
—Avanza, animal tonto.
Hermoso pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Permaneció fijo en el lugar y se resistió a tirar.
El mercader rió y pidió el pago de las monedas.
Cuando volvieron a casa Hermoso le preguntó a Amir:
—¿Por qué estás tan triste?
—Perdí mucho dinero por ti.
—Me diste con el látigo. Me llamaste tonto. Dime, en toda mi vida rompí algo?, ó te causé algún perjuicio? —preguntó Hermoso.
—No —respondió el amo.
—Entonces ¿por qué me ofendiste? La culpa no es mía, sino tuya… Pero como me da pena verte asÌ, acude con el mercader y apuesta de nuevo: que sean dos mil monedas. Eso sí: usa conmigo sólo las palabras que merezco.
El mercader aceptó pensando que volverÌa a ganar.
Todo estuvo listo para la nueva prueba. Cuando Hermoso tenÌa que tirar de los carros, Amir le tocó la cabeza con una flor de loto y le pidió:
—Hermoso, øpodrÌas hacerme el favor de jalar estos cien carros?
Hermoso obedeció de inmediato y con gran facilidad los desplazó.
Incrédulo, el mercader pagó las dos mil monedas de oro. Quienes presenciaron la sorprendente muestra de su fuerza llenaron al buey de mimos y obsequios. Pero más que el dinero, Amir apreció la lección de humildad y respeto que habÌa recibido.
—Leyenda de Bután
l respeto no es miedo ni temor; es la capacidad de ver a las personas tal cuales son, estar conscientes de su carácter único como individuos. Así, el respeto implica la ausencia de cualquier tipo de explotación: me interesa que las personas crezcan y se desarrollen por su propio bien, empleando su propio estilo de hacerlo, y no para el propósito de servirme.”
—Erich Fromm, El arte de amar
“Nunca dobles la cabeza. Mantenla en alto. Mira al mundo directamente a los ojos.”
“La bondad es el principio del tacto, y el respeto por los otros es la primera condición para saber vivir.”
—Henri-FrÈdÈric Amiel
JUSTICIA
La fiesta del rey
El rey de un país lejano era admirado por todos los súbditos que
reconocían su generosidad y voluntad de ayudar. Si alguien no
tenía ropa, podía acudir a su palacio -en la cima de una montaña-
y recibía prendas cómodas y abrigadoras. Si los padres no tenían
qué dar de comer a sus hijos, les ofrecía sopa caliente.
Muchos de los súbditos se hallaban en el palacio cuando uno de los lacayos les dijo que éste planeaba organizar una fiesta de cumpleaños. Estaban invitados. Cuando la fiesta terminara cada uno recibiría un regalo. Sin embargo, les pedía un favor. Como sería necesario lavar más trastes de los acostumbrados, y el agua que subía a la montaña no era suficiente, tenían que llevar un recipiente lleno de ese líquido para depositar su contenido en el estanque del palacio.
Todos se entusiasmaron.
Al día siguiente se les veía subir con sus recipientes llenos de agua. Algunos eran de buen tamaño. Otros, sólo para salir del compromiso, llevaban apenas un dedal. Unos más ni siquiera se molestaron en cargar algo. "El rey es tan bueno", pensaron "que no va a pedirnos nada". Cuando llegaron, vaciaron sus recipientes en el estanque y los dejaron a un lado.
La comida fue espléndida: lechones horneados, papas cocidas en el jugo de éstos, jarras de vino, fruta fresca, queso, nueces garapiñadas y turrones. Después de escuchar la alegre música de panderos y guitarras, el rey y su corte se pusieron de pie para retirarse.
Los invitados, que esperaban el regalo, se inquietaron. Si el rey se iba ya no habría regalos. Cuando desapareció por la escalera que conducía a los aposentos reales murmuraron. "Ya ves que tonto eres -decía un hombre a otro- de nada te sirvió cargar ese recipiente gigante. Yo no cargué nada y comí bastante bien."
Cuando la gente comenzó a dispersarse hombres y mujeres caminaron hasta el lugar donde habían dejado sus recipientes y los hallaron repletos de monedas de oro. Entre más grandes eran, más monedas contenían. A los dedales apenas les cupo una y a quienes no habían llevado nada, nada les tocó.
-Agua tengo suficiente -les dijo el rey desde el balcón. Quise ponerlos a prueba y mostrarles que la justicia consiste en darles lo que les toca según su esfuerzo.
-Leyenda popular
La campana de la justicia
En una remota población de Italia el rey Juan había ordenado
que se instalara una campana en el centro del jardín principal.
Podía jalar su cordón cualquier persona que hubiera sufrido
alguna acción injusta, o se le negara un derecho que le correspondía.
Cuando el rey la escuchaba, de inmediato llamaba a sus consejeros para que resolvieran lo que correspondía hacer. Su sonido era frecuente. La usaban las personas que no recibían pago por su trabajo, o los clientes de algún vendedor de fruta que elevaba demasiado los precios de las naranjas y las manzanas.
La campana se hallaba en una pequeña torre y, con el paso del tiempo, las ramas de una enredadera que crecía en el jardín fueron subiendo poco a poco hasta que el cordón se con ellas.
Había en el pueblo un comerciante que tenía un caballo de carga. Éste había sido un animal fuerte y hermoso que lo ayudó mucho en su negocio. Sin embargo, después de años de trabajo, el animal estaba viejo y cansado. Cuando dejó de resultarle útil el caballero simplemente se desentendió de él. Le soltó las riendas y lo abandonó a su suerte.
Triste, el caballo vagaba por el pueblo en busca de refugio y comida. Una tarde llegó al jardín donde estaba la campana. Se acercó a la enredadera y empezó a morder sus hojas, pues no aguantaba el hambre. Al jalar una de las ramas, tiró sin querer el cordón y la campana empezó a sonar.
El rey pensó que el caballo estaba pidiendo ayuda y llamó a los jueces. Éstos averiguaron que, cuando tenía fuerza y vigor, el animal había servido a su dueño. Por eso resolvieron que él debía cuidarlo ahora, cuando ya no podía trabajar, y se le ordenó que así lo hiciera.
El caballo pasó el resto de su vida en un establo confortable. Cuando tenía hambre salía al patio, tomaba el sol, comía toda la paja que se le antojaba y bebía agua fresca del estanque. A veces el caballero iba a saludarlo. Juntos, recordaban sus aventuras de otros tiempos.
-A partir de un cuento italiano incluido en Il Novellino
LA HUMILDAD
El don de las perlas
Una viuda tenía dos hijas muy bellas. Se parecían
mucho pero tenían un carácter muy distinto.
Georgina, la mayor, era presumida e interesada.
Pasaba días enteros mirándose al espejo y pensando
...