ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

WORD INSTRUCCIONAL

mayralex213 de Marzo de 2014

14.369 Palabras (58 Páginas)308 Visitas

Página 1 de 58

ÍNDICE

C

CAPITULO 1 3

CAPITULO 10 36

CAPITULO 2 7

CAPITULO 3 11

CAPITULO 4 15

CAPITULO 5 18

CAPITULO 6 22

CAPITULO 7 26

CAPITULO 8 29

CAPITULO 9 33

ANEXOS----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------49

CREAR TABLAS--------------------------------------------------------------------------------------------------49

CREAR COLUMNAS--------------------------------------------------------------------------------------------50

LAS TABULACIONES-------------------------------------------------------------------------------------------51

CREAR VIÑETAS----------------------------------------------------------------------------------------------52

SMART ART----------------------------------------------------------------------------------------------------53

CINCO SEMANAS EN GLOBO JULIO VERNE

CAPÍTULO 1

E

l día 14 de enero de 1862 había asistido un numeroso auditorio a la sesión de la Real Sociedad Geográfica de Londres, plaza de Waterloo, 3. El presidente, sir Francis M .... Comunicaba a sus ilustres colegas un hecho importante en un discurso frecuentemente interrumpido por los aplausos.

Aquella notable muestra de dialéctica finalizaba con unas cuantas frases rimbombantes en las que el patriotismo manaba a borbotones:

"Inglaterra ha marchado siempre a la cabeza de las naciones (ya se sabe que las naciones marchan universalmente a la cabeza unas de otras) por la intrepidez con que sus viajeros acometen descubrimientos geográficos. (Numerosas muestras de aprobación.) El doctor Samuel Fergusson, uno de sus gloriosos hijos, no faltará a su origen. (Por doquier.¡No! ¡No!) Su tentativa, si la corona el éxito (gritos de: ¡La coronará!), enlazará, completándolas, las nociones dispersas de la cartografía africana (vehemente aprobación), y si fracasa (gritos de: ¡Imposible! ¡Imposible!), quedará consignada en la Historia como una de las más atrevidas concepciones del talento humano. (Entusiasmo frenético.)"

-¡Hurra! ¡Hurra! -aclamó la asamblea, electrizada por tan conmovedoras palabras.

-¡Hurra por el intrépido Fergusson! -exclamó uno de los oyentes más expansivos.

Resonaron entusiastas gritos. El nombre de Fergusson salió de todas las bocas, y fundados motivos tenemos para creer que ganó mucho pasando por gaznates ingleses. El salón de sesiones se estremeció.

Allí se hallaba, sin embargo, un sinfín de intrépidos viajeros, envejecidos y fatigados, a los que su

Temperamento inquieto había llevado a recorrer las cinco partes del mundo. Todos ellos, en mayor o menor medida, habían escapado física o moralmente a los naufragios, los incendios, los tomahawk de los indios, los rompecabezas de los salvajes, los horrores del suplicio o los estómagos de la Polinesia. Pero nada pudo contener los latidos de sus corazones durante el discurso de sir Francis M .... Y la Real Sociedad Geográfica de Londres, sin duda, no recuerda otro triunfo oratorio tan completo.

Pero en Inglaterra el entusiasmo no se reduce a vanas palabras. Acuña moneda con más rapidez aun que los volantes de la Royal Mint. Se abrió, antes de levantarse la sesión, una suscripción a favor del doctor Fergusson que alcanzó la suma de dos mil quinientas libras. La importancia de la cantidad recaudada guardaba proporción con la importancia de la empresa.

Uno de los miembros de la sociedad interpeló al presidente para saber si el doctor Fergusson sería presentado oficialmente.

-El doctor está a disposición de la asamblea -respondió sir Francis M...

-¡Que entre! ¡Que entre! -gritaron todos-. Bueno es que veamos con nuestros propios ojos a un hombre de tan extraordinaria audacia.

-Acaso tan increíble proposición -dijo un viejo comodoro apoplético- no tenga más objeto que embaucarnos.

-¿Y? si el doctor Fergusson no existiera- -preguntó una voz maliciosa.

-Tendríamos que inventarlo -respondió un miembro bromista de aquella grave sociedad.

-Hagan pasar al doctor Fergusson -dijo sencillamente sir Francis M...

Y el doctor entró entre estrepitosos aplausos, sin perturbar lo más mínimo.

Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura y constitución normales; el subido color de su semblante ponía en evidencia un temperamento sanguíneo; su expresión era fría, y en sus facciones, que nada tenían de particular, sobresalía una nariz asaz voluminosa, a guisa de bauprés, como para caracterizar al hombre destinado a los descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y más inteligente que audaz, otorgaban un gran encanto a su fisonomía; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban en el suelo con el aplomo propio de los grandes andarines

Toda la persona del doctor respiraba una gravedad tranquila, que no permitía ni remotamente acariciar la idea de que pudiese ser instrumento de la más insignificante farsa.

Así es que los hurras y los aplausos no cesaron hasta que, con un ademán amable, el doctor Fergusson pidió un poco de silencio. A continuación se acercó al sillón dispuesto expresamente para él y desde allí, en pie, dirigiendo a los presentes una mirada enérgica, levantó hacia el cielo el índice de la mano derecha, abrió la boca y pronunció esta sola palabra:

-¡Excélsior!

¡No! ¡Ni una interpelación inesperada de los señores Dright y Cobden, ni una demanda de fondos, extraordinarios por parte de lord Palmerston para fortificar los peñascos de Inglaterra, habían obtenido nunca un éxito tan completo! El discurso de sir Francis M... había quedado atrás, muy atrás. El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrio y circunspecto; había pronunciado la palabra adecuada a la situación: "¡Excélsior!"

El viejo comodoro, completamente adherido a aquel hombre extraordinario, reclamó la inserción "íntegra" del discurso de Samuel Fergusson en los Proceedings of the Royal Geographical Society of London.

¿Quién? era, pues, aquel doctor, y cuál la empresa que iba a acometer-

El padre del joven Fergusson, denodado capitán de la Marina inglesa, había asociado a su hijo, desde su más tierna edad, a los peligros y aventuras de su profesión. Aquel digno niño, que no pareció haber conocido nunca el miedo, anunció muy pronto un talento despejado, una inteligencia de investigador, una afición notable a los trabajos científicos; mostraba, además, una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; no se apuró nunca por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera en la comida del tenedor, cosa en la que los niños no suelen sobresalir.

Su imaginación se inflamó muy pronto con la lectura de las empresas audaces y de las exploraciones marítimas. Siguió con pasión los descubrimientos que señalaron la primera parte del siglo XIX y soñó con la gloria de los Mungo-Park, de los Bruce, de los Caillié, de los Levaillant, e incluso un poco, según creo, con la de Selrik, el Robinsón Crusoe, que no le parecía inferior. ¡Cuántas horas bien ocupadas pasó con él en la isla de Juan Fernández! Aprobó con frecuencia las ideas del marinero abandonado; discutió algunas veces sus planes y sus proyectos. Él habría procedido de otro modo, tal vez mejor; en cualquier caso, igual de bien. Pero, desde luego, jamás habría dejado aquella isla de bienaventuranza, donde era tan feliz como un rey sin súbditos... No, ni siquiera en el caso de que le hubieran nombrado primer lord del Almirantazgo.

Dejo a la consideración del lector si semejantes tendencias se desarrollaron durante su aventurera juventud lanzada a los cuatro vientos. Su padre, hombre instruido, no dejaba de consolidar aquella perspicaz inteligencia con estudios continuados de hidrografía, física y mecánica, acompañados de algunas nociones de botánica, medicina y astronomía.

A la muerte del digno capitán, Samuel Fergusson tenía veintidós años de edad y había dado ya la vuelta al mundo. Ingresó en el cuerpo de ingenieros bengalíes y se distinguió en varias acciones; pero la existencia de soldado no le convenía, dada su escasa inclinación a mandar y menos aún a obedecer. Dimitió y, ya cazando, ya herborizando, remontó hacia el norte de la península india y la atravesó desde Calcuta a Surate. Un simple paseo de aficionado.

Desde Surate le vemos pasar a Australia, y tomar parte, en 1845, en la expedición del capitán Sturt, encargado de descubrir ese mar Caspio que se supone existe en el centro de Nueva Holanda.

En 1850, Samuel Fergusson regresó a Inglaterra y, más dominado que nunca por la fiebre de los descubrimientos, acompañó hasta 1853 al capitán Mac Clure en la expedición que costeó el continente americano desde el estrecho de Behring hasta el cabo de Farewel.

A pesar de todas las fatigas, y bajo todos los climas, Fergusson resistía maravillosamente. Se hallaba a sus anchas en medio de las mayores privaciones. Era el perfecto viajero, cuyo estómago se reduce o se dilata a voluntad, cuyas piernas se estiran o se encogen según la improvisada cama, y que se duerme a cualquier hora del día y despierta a cualquier hora de la noche.

Nada menos asombroso por consiguiente, que hallar a nuestro infatigable viajero visitando desde 1855 hasta 1857 todo el oeste del Tíbet en compañía de los hermanos Schtagintweit, para traernos de aquella exploración observaciones etnográficas de lo más curioso.

Durante aquellos viajes, Samuel

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (91 Kb)
Leer 57 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com