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Computacion+Word


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2011  •  1.016 Palabras (5 Páginas)  •  639 Visitas

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OPTIMIZACIÓN DE DOCUMENTOS

1. Transcribir a un archivo en Word, el cuento histórico con el que has trabajado en las asignaturas Lengua y Cs. Sociales.

2. Aplicar en él, al menos 20 formatos de los trabajados en clase, atendiendo al diseño agradable del documento. Listar los formatos aplicados al pie del documento.

3. Corregir la ortografía y la gramática del texto, eliminando errores presentes.

4. Agregarle gráficos que ilustren el contenido, y ajustarlos para que se vean adecuadamente.

5. Con titulo y etiquetas significativas, postea el cuento a tu blog escolar, de forma que no pierda los formatos aplicados. Para ello, revisa y utiliza la herramienta de difusión de contendidos en Internet que se ajusta a estos requisitos.

6. Enviar a trabajos3ro.2009@gmail.com: (Hasta las 12 hs del 6 de julio)

a. El archivo del cuento optimizado con los formatos detallados al pie.

b. El vinculo a la entrada del cuento en tu blog.

En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de la vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.

Y

, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetière des Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los muertos del hospital Hôtel-Dieu y de las parroquias vecinas; durante ochocientos años, carretas con docenas de cadáveres habían vaciado su carga día tras día en largas fosas y durante ochocientos años se habían ido acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolución Francesa, cuando algunas fosas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del atestado cementerio incitó a los habitantes no sólo a protestar, sino a organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y abandonado después de amontonar los millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmarttre. Una vez

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