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Entes transgénicos y ruina ambienta


Enviado por   •  6 de Octubre de 2023  •  Apuntes  •  10.102 Palabras (41 Páginas)  •  21 Visitas

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Entes transgénicos y ruina ambiental. Hoy día cohabitamos con entes biológicos y gozamos sus frutos. Ignoramos cuáles serán sus efectos en el entorno y la salud humana. La soya y el maíz, por ejemplo, contienen material alterado genéticamente en 90 y 25%, respectivamente; sabemos que estos bienes son insumos obligados del pan nuestro de cada día. Sin consentirlo, somos, por tanto, usuarios habituales de entidades manipuladas genéticamente.  Con mercados tan promisorios, los centros biotecnológicos tienen defensores con mucho poder y capacidad de negociación a nivel mundial. Las más poderosas firmas, productoras de semillas, insumos y pesticidas, están siendo lideradas por Norteamérica, China y Canadá. Dicen, quienes defienden estos procedimientos y los nuevos entes biológicos, que ahora sí se encontró la oportunidad de oro para extender la oferta de comida barata y promover, conjuntamente, actividades agropecuarias sostenibles y respetuosas del ambiente. El Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, (FAO), opina, por ejemplo, que la ingeniería genética puede acrecentar la producción y el rendimiento de la agricultura, la silvicultura y la pesca mundialmente. Con estas tecnologías –creenpodrán desarrollarse los genotipos de las diferentes especies de forma más rápida y selectiva, ignorando el azar y la lentitud propia de la selección natural y artificial. Esta institución, reconoce, no obstante, los peligros que pueden acarrear algunos aspectos de las nuevas tecnologías biológicas. Pero los ve como eventualidades indeseadas, que podrían atacar las diferentes especies y aflorar en el entorno. Ante esta eventualidad, sugieren que es prudente actuar con precaución. Así, se reduciría el peligro que acarreará, transferir información genética entre especies o crear artificialmente nuevos virus o bacterias. Para superar el impase, se sugiere diseñar un modelo de evaluación científica, capaz de fijar, fríamente, las ventajas y desventajas de los entes intervenidos genéticamente. Sus dirigentes se dieron a la tarea de promover un dispositivo prudente que evalué los procedimientos y los bienes transgénicos, antes de su homologación. Están seguros de que éste será un método capaz de prevenir los daños irreversibles o nocivos en la biodiversidad y la salud humana. El principio de precaución, reconocido y suscrito por la FAO, invita a que, en ausencia de evidencia científica acerca de la inocuidad de entidades tratadas genéticamente, debe impedirse su libre tráfico; solo así podremos advertir sobre los molestos efectos en la salud humana y su secuela en el ecosistema. Dicha etiqueta, aplicada con rigor, deberá ser muy estricta; pero no lo es. Al estar manipulando el núcleo de la vida misma para construir entidades transgénicos, sin saber de qué manera la nueva configuración biológica afectará la salud humana e interactuará en los diferentes ecosistemas, tenemos la obligación de actuar con responsabilidad, más que con mesura y precaución. Debemos estar preparados, pues algo malo puede pasar y nosotros, definitivamente, no sabemos nada acerca de la conducta que asumirá la nueva entidad biológica. Ignoramos cual será su proceder en ciernes y como coevolucionará, acoplada o no, a los diferentes ecosistemas. Debemos certificar, la inocuidad de la nueva entidad; persuadidos de que su mercadeo traerá beneficios a la población. Los nuevos protocolos biotecnológicos, son usados, no obstante, con amplio margen de libertad y tolerancia. Los nuevos organismos son patentados y comercializadas, por empresas de países industrializados, que buscan, a como dé lugar, mejorar sus estados financieros y no solucionar los problemas del hambre y desnutrición, que padece gran parte de la población mundial. Es un hecho que la conducta de los nuevos entes biológicos es incierta y que los riesgos, asociados a la ingeniería genética, se desconocen. Así sus defensores afirmen que los bienes transgénicos, eliminan sólo el azar y la indeterminación propios de la naturaleza y que son, en rigor, exactamente homologables a los procesos históricos de selección artificial llevados a cabo por campesinos y pueblos indígenas. Eso no es cierto. Se debe ejecutar, cuando menos, la guía técnica de valoración divulgada por la FAO. Las entidades transgénicas no deberían distribuirse, a menos que se tenga evidencia de la inocuidad para la salud humana; de que el nuevo material genético, no infecte a otras especies vivientes. La carga de la prueba, sobre bioseguridad y efectividad del nuevo ente biológico, debe recaer, en su totalidad, en quien busca su aprobación. Al final, el público es el que paga las consecuencias de las ligerezas y ansias de beneficios de las compañías biotecnológicas, a nivel mundial. “La degradación de la base ecológica de la región es, por tanto, un problema preocupante, no sólo por su valor intrínseco como parte de la naturaleza (…) sino porque los ecosistemas afectados constituyen la base ecológica de la producción y de la habitabilidad, así como son los proveedores de recursos y servicios.” (HERRERA, Op. cit., pp. 133) La nueva biotecnología ha visto aparecer, por tanto, un sinnúmero de críticas. Sus bienes, son resultado de las potentes tecnologías que permiten, sin medir secuelas, insertar genes extraños en la información biológica de un órgano receptor. Estamos olvidando –dice la oposición- que al trasladar información entre especies vivientes, la mayoría de las veces no emparentadas, se pasa por alto la evolución y la selección natural, mecanismo selectivo y adaptativo, de las especies vivientes. Al momento en que la nueva forma de vida es liberada en la biosfera y empieza a formar parte de las diferentes cadenas alimentarias, no hay manera de revertir el hecho y no sabemos los efectos que éstas entidades puedan tener en los diferentes ecosistemas. Greenpeace (Paz verde) considera, por ejemplo, que la liberación de semillas o plantas transgénicas al medio es un hecho irresponsable. El nuevo espécimen, impacta sin distinción los ecosistemas de manera invariable y pone en apuros la salud humana. La ONG cree, también, que el desarrollo de la ingeniería genética en el ámbito agroalimentario, está siendo realizado, por pocas pero ricas firmas biotecnológicas, cuya estrategia de penetración en los mercados es sustituir los cultivos tradicionales, que utilizan semillas mejoradas convencionalmente, por simientes transgénicas sobre las cuales existen serias dudas sobre su inocuidad en la biosfera. La revolución del genoma y las nuevas biotecnologías, como expectante solución a los problemas del hambre y desnutrición, que padecen países empobrecidos, son, por tanto, un engaño. Sus problemas han generado serias dudas. Hoy en día sabemos que podría detenerse el flujo humano del sur, pero no puede levantarse  una barrera que separe la agricultura biotecnológica de la libre de transgénicos. Las simientes transgénicas, una vez liberadas en entornos naturales, realizan sus procesos de polinización dependiendo de factores naturales. En libertad pueden colonizar cultivos de variedades tradicionales y parientes silvestres. Incluso pueden propagarse de forma irreversible a organismos no relacionados, al ser posible la hibridación entre especies vecinas. El gene tolerante a un herbicida, la soya, verbigracia, puede transferirse a otra planta, las malas hierbas, por ejemplo, haciéndolas también tolerantes al herbicida que antes las destruía. Serían hierbas invulnerables que crecerían autónomamente y sin enemigos potenciales. Es una mala idea aplicar masivamente un herbicida, y esto es lo que está haciéndose con el Round up Ready, cuyo componente activo es el glifosato.Como los humanos, cada día más inmunes a la penicilina –dicen los especialistas-, puede presentarse un fenómeno conocido como presión selectiva, consistente en activar el crecimiento de malezas resistentes al glifosato. La agricultura tradicional y la agricultura transgénica, en definitiva, no pueden coexistir sin contaminarse genéticamente. Están dadas, por cierto, las condiciones para aumentar la productividad y dar paso a coherencias económicas superiores; salvar al hombre del hambre; adelantarse al agotamiento de los hidrocarburos; integrar informativamente todo el planeta. Pero a pesar del progreso y crecimiento, de la tendencia creciente de la ganancia, existe el riesgo de dar al traste con toda forma de vida; de romper el frágil equilibrio ecológico que todavía queda. Que de cualquier laboratorio de manipulación genética, terrestre o espacial, se escape, si no se ha escapado aún, una bacteria o radiaciones nucleares, que acaben con la humanidad o seres que nos vean, posteriormente, como copias defectuosas de ellos mismos. Alguno de estos eventos está a la orden del día, pues, al estar manipulando el núcleo de la vida y partículas nucleares, cualquier desastre inesperado puede sobrevenir. “Los ingenieros genéticos están jugando con los genes, los bloques fundamentales constructivos de la vida (…) Una diferencia primordial entre un fracaso nuclear y un fracaso genético es que las cosas vivas se reproducen y propagan por sí mismas. No hay forma de poner el producto obtenido de vuelta en la botella.” (Ikerd, John. Universidad de Missouri) Por lo referido, urgen dispositivos de bioseguridad para que las puertas de peligrosos laboratorios, que usan átomos o mutantes biológicos, encajen con precisión absoluta. No pueden existir cortes ni de milésimas de milímetro. El más mínimo error permitirá que se escurran genes mutantes, mortíferos para la humanidad; simientes de plantas de tal voracidad, capaces de engullirse avivadamente a todos los ecosistemas del planeta; o residuos nucleares imposibles de limpiar y que causen en el ser humano, mutaciones crueles y fatales. Pues bien, este tipo de seguridad sólo puede garantizarla una máquina que haya sido programada para tal efecto. Nunca estaremos seguros y la duda nos acompañará hasta la muerte. La  informática y los nuevos materiales, están siendo utilizados, no obstante, para la producción de máquinas de precisión milimétrica y la automatización de complejos industriales enteros. Podremos, si la bioseguridad está enteramente garantizada, llegar a viejos y no morirnos por una mutación letal o una toxina para la cual el ser humano no ha desarrollado la inmunidad necesaria. Automatización del proceso de trabajo. La idea de progreso llegó hasta la automatización de complejos industriales enteros y el traslado de partes de la actividad a la periferia del mundo. Los países que crearon sistemas de información y transitan, hacia mundos inalámbricos e informáticos, poseen fábricas donde todo se vigila desde un computador; la tarea la ejecutan autómatas con brazos robotizados o rígidos replicantes, con programas especiales que los disponen para soldar, pintar, pulir, atornillar, cortar, clasificar o contar. Atrás quedó la época en que la división del trabajo, aumentó la productividad en las tareas ejecutadas por el hombre con ayuda de la máquina. El tiempo presente, está alternando al trabajador directo, con dispositivos electrónicos y máquinas computarizadas. Complejos enteros lograron la automatización del proceso de trabajo, descentralizando la fábrica en unidades vigiladas por terminales inteligentes. Todo es vigilado a través de una pantalla y el trabajo lo efectúan autómatas, con brazos mecánicos conectados a cables de fibra óptica. La revolución científico tecnológica permitió, además, el nacimiento de un estilo fabril que integra alta tecnología y obreros cualificados, en centros de creación y producción, con filiales de ensamblaje que usan trabajo barato. La robotización del proceso de trabajo, la estandarización de partes y control electrónico de la producción, permitió, en efecto, partir el proceso productivo. Descentraliza la actividad productiva por el mundo entero. En los países industrializados se halla la planta central automatizada, asesorada por doctores en las distintas ramas del saber; a la periferia, por el contrario, se desplazó el proceso de armado, embalaje y la distribución de la producción a mercados regionales. Esto reduce el costo de producción, por la calidad del trabajo y las facilidades dadas por los estados para atraer al inversor. Muchas veces, las corporaciones están a la caza de facilidades y de trabajo barato y femenino, verbigracia la maquila en México. “A partir del momento en que el obrero es separado del proceso productivo directo el avance tecnológico se orienta a aumentar el grado de automatización, el cual culminaría con la automatización integral, y de continuarse la tendencia, con una futura producción automática de autómatas” (CORONA, Leonel. México ante las nuevas tecnologías. México: UNAM, 1991, p. 20) En este contexto, los países industrializados disminuyen sus niveles de pleno empleo en el momento en que la tasa de innovaciones tecnológicas, afín a sus competidores más cercanos decaiga; o, como lo vemos y leemos a diario, en la medida en que la situación política y laboral de la periferia, obligue a la gente a buscar en alguna capital occidental su última esperanza de vida. Esto explica por qué, países del Atlántico Norte, para preservar su empleo y mantener su estilo de vida, deben contar con una tasa de creación científico tecnológica, permanente; contratar guardacostas y guardias para vigilar sus fronteras; o, electrizar las láminas de acero que como muro de Berlín, se levantan para detener los enjambres de población que emigran del sur, a alguna capital occidental en busca de trabajo y una mejor oportunidad de vida. La ciudad de Dios y final de su obra maestra. Con el avance científico, el pueblo elegido activa la llegada del milenio y el retorno de Cristo. Espera el juicio que castigará a los malos y premiará a los buenos. En esta sociedad fantasiosa, con la ciencia del genoma, ricos y famosos lograrán erradicar sus males y dilatar su vida. En esta ciudad de Dios, con los avances científicos y equipos médicos, podremos crear un séquito de servidores domésticos y complacientes damiselas, para que, ricos linajes sean más alegres y sensuales. En este recinto de Dios, plantas y animales, manipulados genéticamente, superarán el azar y la lentitud característicos de la Made Tierra. Logramos darnos cuenta como, en su imparable carrera contra el tiempo, para acelerar la llegada del milenio y participar en la obra creadora, la cultura occidental está realizando actos desafiantes para culturas con diferente fe. En laboratorios de ingeniería genética es posible, teóricamente, clonar seres humanos o retardar la llegada de achaques. Así, la ciencia, guiada por la ficción descrita en el génesis, el instante en que Dios dio vida a Eva de una costilla de Adán, podrá copiarlo. Imitando esa referencia bíblica, en 1997, el escocés Ian Wilmut, anunció que había clonado a la oveja Dolly, a partir de una célula de la glándula mamaria de su hermana adulta. Luego de este logro científico, el siguiente paso será, afín a la cultura occidental, suplir la vida misma con vida artificial para servirse de ella; esta será la verdadera fe de los científicos: sentirse dioses recreando su propio paraíso terrenal, pues, el Creador, les dejó las pistas para que conocieran las leyes de la creación y la afinaran. Con el avance científico somos capaces de conocer y manipular, el hermético y hasta hace poco ignoto, mundo del átomo y la vida; estamos usando ignoradas fuerzas y seres insólitos, para calmar angustias existenciales. Coreógrafos del nuevo edén, saben la teoría y tienen los útiles técnicos, para reconstruir, como en la literatura, un mundo feliz. Mantener la concepción por el camino de Dios o endosársela, definitivamente, a las reconocidas maestrías de un ingeniero genetista. Crear seres humanos, pero no como manda el santo cánon, en el tálamo nupcial y con besos sino en los costosos laboratorios de diseñadores biológicos, con pinzas y bisturí. Se podrá concebir el hijo soñado: él que le haga caso a sus padres y sienta temor de Dios. Delinear amantes perfectas, modelos básicos de placer, séquitos caseros, escoltas de seguridad, personal administrativo y enjambres de obreros para realizar labores sucias. Entes dispuestos para que ejecuten las tareas básicas para el normal funcionamiento del Estado, para el placer y goce de una elite estatal, o de quienes puedan pagar por tiernas y sumisas compañías. Podrán crearse clones dotados de hermosura y talento; con el coeficiente genético pactado y con dispositivos de seguridad para que circulen el número de años necesarios; periodo tras el cual como los aviones, autos y motos, podrán, no darse de baja sino sacarse de circulación, para reemplazarlos por un replicante de nueva generación. Clones perfectos, superiores en muchos aspectos a probados hijos de Dios pero carentes de emociones, a quienes, para suavizar sus inquietudes y controlarlos mejor, se les podrá impedir que desarrollen sentimientos de amor, odio, miedo, envidia, todo tipo de terror y desquite. Para cumplir tal objetivo, se debe idear y pegar en el cerebro, un apacible y feliz origen, acompañado de álbumes familiares y videos caseros. Piensan algunos, que los hijos habidos por el amor de sus padres y en legítimo matrimonio, los verdaderos hijos de Dios, no de la ciencia, tienen más posibilidades de ser felices que un clon dotado de hermosura y talento; pero las evidencias desmienten tales aseveraciones. Los hijos de la ciencia gozarán de un intelecto fuera de registro. Estarán mejor dotados para alcanzar la felicidad, que los creados por amor, los auténticos hijos de Dios. Los genetistas, en rigor, sabiendo que nacemos con muchas pifias mentales y físicas añadidas a nuestros genes, pueden darle al crío, antes de nacer, la mejor apertura. Eliminan el azar en la preñez. Apoyados en el nuevo paradigma científico, podremos diseñar seres biológicos irrepetibles. Prototipos con mente y cuerpo, en total armonía. Diseños hechos por encargo y usando el novísimo hallazgo de la genética; vástagos improbables de obtener por los fatigosos caminos del amor. Antes de nacer, rigurosamente, podrán eliminársele a la simiente el mayor número de taras socialmente nocivas. Color indeseado, facciones bruscas, baja estatura, miopía, calvicie prematura, alcoholismo, tendencia a la pereza, a la protesta, a la obesidad o al crimen. Se rechazarán, por lo demás, aquellos prototipos que posean la propensión a desarrollar enfermedades mortales o retardos cerebrales, pues, se conocerá, antes de nacer, la probabilidad de muerte prematura y la esperanza de vida de cada cadena de ADN. Nada será casual o impredecible; regido por azar y caprichos naturales. Todo será sabido y seriamente programado. Inteligencia superior, color de ojos, del pelo y la piel, coordinación corporal, estatura, peso, tipo de nariz, dentadura y sexo. Así, para los genéticamente superiores el éxito estaría garantizado aunque nunca del todo, pues, se requerirá de fortaleza interior, voluntad y del ardor propio, acordes con una sociedad competitiva y con nuevas formas de aceptación o de rechazo social, como la del útero. Los excluidos y alejados de la sociedad serían los concebidos por el amor de los padres, auténticos hijos de Dios; no in vitro como piden últimas mejoras médicas. Con su carga de perfección y belleza, los hijos de la ciencia irán un paso adelante de los concebidos al azar y en el tálamo nupcial. Un nuevo logos nacerá en el futuro; entonces el racismo será secuela de las disposiciones  hereditarias y procederá de la sabiduría y destreza técnica puesta en práctica en los laboratorios, por un ingeniero genetista pagado para tal fin. “Eugene jamás sufrió por la discriminación rutinaria del `útero´, ´nacimiento al azar´ o `no-válido´ como nos decían a nosotros. Siendo un `válido´, un `vitro´ o `un hombre diseñado´, llevaba una carga diferente. La carga de la perfección.” (GATTACA: Experimento genético.) Con la ciencia y el equipo médico existente, se puede, al instante, diseñar y crear grupos humanos simientes de la ciencia. Clones diseñados para el trabajo, ayuda casera o el placer; pero a quienes, al no ser legítimos hijos de Dios, se les permitirá –como a Moisés- contemplar desde lejos la tierra prometida. No podrán ir al cielo y ver la gloria de Dios. Cuando llegue este instante habrá finalizado la obra creadora. El mal y la muerte, el azar y la incertidumbre, habrán sido erradicados de la ciudad de Dios en la Tierra. La ciencia lee la mente de Dios y reescribe el Génesis. En la era del milenio se tendrá una visión cósmica, fruto de la lectura de la mente de Dios. No será una nueva utopía sino la verdad hallada en el plan maestro de la creación. Para la ciencia, cercana a Su obra, será una verdad incuestionable y absoluta. Se habrá alcanzado, una recreación veraz de las leyes que rigen el devenir de la tierra y del cielo. Con estas artes y aciertos investigativos, se ha descubierto, en rigor, que en su nivel más profundo el universo funciona de una manera impredecible y caótica, regido por azar y leyes de probabilísticas; no de manera predecible y mecánica, como enseñó la física clásica. En cualquier espacio y durante el pasar del tiempo, la existencia de ondas y partículas son posibilidades reales que pueden aparecer y desaparecer, como por encanto; se ha debatido acerca de la imposibilidad de fijar estas realidades cuánticas en el espacio, en cualquier tiempo real. Podemos hablar solo del riesgo que una partícula tiene de hallarse en un instante, en un espacio determinado; la probabilidad y la incertidumbre, entonces, rondan el mundo cuántico. Para alegrar el nuevo génesis podemos imaginarnos cómo antes del tiempo todo lo ocupaba la divina sustancia. Esta inmaterialidad trascendental se objetivará en una corte celestial presidida por Dios. Contigua, en su parte externa, a la Nada: lugar vacío, de volumen cero, desprovisto de todo en absoluto. Resulta fácil pensar que en este minuto no existía, espacio ni tiempo. Tampoco materia o energía. Ni mínimos partes de Algo. Sólo las leyes físicas y químicas, existentes en la impenetrable y eterna mente de Dios. Luego las leyes de la física cuántica dejaron entrever, que imperceptibles grados de incertidumbre, dentro de la Nada, podían contener mínimas partículas de Algo o grandes cantidades de energía. Viabilizada por la incertidumbre la Nada se hizo inestable. Entonces inició el tiempo. Acto seguido y fruto de que un evento inesperado sobrevendría, empezaron a deslizarse y colisionar unas contra otras minúsculas partículas de Algo, según la fórmula descubierta por el intelecto humano en su pesquisa por saber el plan de Dios: E = mc2 . Con las certezas científicas que posibilitó este hallazgo, los reeditores del génesis pudieron decodificar el secreto de la vida, así como de desentrañar el misterio de la energía, el núcleo del átomo y enlaces moleculares. Pero lo más atractivo de esto, es que la nueva ciencia, enseña una naturaleza incierta y probabilística, regida por el azar y la generación espontánea, vivida hace miles de millones de años y a millones de kilómetros de distancia de la Tierra, para explicar la vida en el mundo sideral. Para conocer el origen de la vida, debemos remontarnos a las profundidades cósmicas y al inicio del tiempo. Decir que el Sol no tiene temperatura suficiente para forjar, a excepción del hidrógeno, los átomos que componen nuestro cuerpo. Somos un polvo cósmico. Un accidente molecular dentro de la inmensidad del espacio sideral. El hierro, el carbón, el calcio, mejor todos los componentes del sistema solar y formas biológicas alojadas en él, son el resultado de la explosión de supernovas distantes en el tiempo y en el espacio. “(…) excepto el hidrógeno, todos los átomos que nos configuran -el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos, el carbón de nuestro cerebro -fueron fabricados en estrellas gigantes rojas a una distancia de miles de años luz en el espacio y hace miles de años en el tiempo. Somos, como me gusta decir, materia estelar” (SAGAN, Op. cit. p. 31) Luego de la gran explosión, ocurrida –dicen- hace unos quince mil millones de años, en algún punto distante del Universo, la creación molecular se posibilitó como un acto espontáneo y accidental de la naturaleza. Ocurrida esta gran explosión del material atómico, electrones y núcleos, guiados por la incertidumbre y el caos, vagaron por la anchura del espacio sideral hasta hallar cobijo en los mares primitivos del globo terráqueo; en donde efectuaron sucesivos encadenamientos de enlaces químicos prebióticos, descritos sabiamente por Oparin. En esta época, la luz solar, actuando sobre el oxígeno, permitió la aparición del ozono estratosférico y la conservación de algunos gases que mantenían la Tierra cálida. El suceso fue sucediendo así: la radiación solar, luego de llegar a la superficie terrestre a través de la atmósfera, es devuelta, en parte, al espacio exterior. La calidez de la Tierra y su escudo protector de ozono posibilitaron, con el paso de siglos, la aparición y floración de formas de vida, más evolucionadas que los coacervados referidos por el bioquímico ruso. La fijeza y vigor de formas de vida, fue posible, realmente, por la acción del oxígeno al permitir métodos de respiración atmosférica más eficientes y al ozono, actuando como tamiz de lesivos rayos ultravioleta, en una tierra en eterno cambio pero cálida. Así, la superficie terrena perduró con una temperatura llevadera, por miles de millones de años, posibilitando la germinación de diferentes formas de vida, su evolución  y desarrollo. Pequeñas concentraciones de gases de efecto invernadero, oxígeno y ozono circundante, fueron necesarias para la evolución y el origen de la vida humana en la Tierra. Podemos concluir, de este arqueo evolutivo, que las instrucciones que comparten los organismos vivientes son el resultado de la selección y las mejoras vividas por las especies, durante los 3.500 millones de años de retos y adaptación a una corteza terrestre en eterno cambio y ebullición. Con esta sabiduría y útiles a la mano, luego de la revolución científica y tecnológica, Occidente pudo reescribir un nuevo génesis y preparar el milenio: era de dicha espiritual y prosperidad material, que creará las condiciones para que el hebreo llore su pasado deicida y participe de la segunda y última venida de Cristo. Mientras ocurre el descenso resplandeciente del Salvador, la Tierra palpitará con los acordes celestes de ángeles y arcángeles, al unísono, la cristiandad arrepentida, entonará plegarias y salvas de gratitud y alegría, por poder observar a Cristo y su santísima Madre, que lo asiste. Durante este anhelado final, el Redentor hará formar a todos y separando justos de pecadores, premiará a los primeros y castigará los segundos; luego, tras abrirse la puerta del cielo y del averno, el mundo arderá y quedará renovado. El ozono cubierta terrena y los CFC. Es un hecho que el mundo se recalentará, arderá y llegará a su fin, pero sin ver a Cristo en las alturas impartiendo justicia. No será, entonces, la sanción del albur cristiano sino secuela del proceder del hombre. La revolución científica permitió, fatalmente, que países del Atlántico Norte crearan sociedades ricas y seductoras, tal como soñó el misionero, pío e impío; en su júbilo, olvidaron seguir evocando el retorno de Cristo. No es falso decir que la cultura cristiana está permitiendo que el tiempo humano llegue a su fin en la Tierra. Protegidos con la fe de ser los legítimos hijos de Dios y con alma divina, todos los días matamos, sin piedad ni abatimiento, formas de vida sin alma y, por ende: inferiores. El mundo de la máquina, basuras orgánicas, inorgánicas y atómicas, acaban bosques completos y liquidan cientos de especies sin contrición. En este contexto, lo predecible es que llegará el tiempo, cuando contados seres humanos, ricos y famosos, tendrán la posibilidad de viajar a planetas donde se encuentre agua, oxígeno y carbono, con la misión de pensar un nuevo génesis y dilatar el designio divino. Esta catástrofe ambiental y humana fue patente, empezando el siglo XX. En la segunda posguerra, ciertamente, aclamado por los científicos hizo su aparición, el clorofluorocarbono, CFC, familia de gases con eficientes aplicaciones fabriles. Compuesto de cloro, flúor y carbono, destructores tenaces del ozono estratosférico; escudo protector de los cancerígenos rayos ultravioleta (UV). La capa de ozono, es un manto que protege a las especies de los letales rayos ultravioleta; sus inestables moléculas están compuestas por tres átomos de oxígeno (O3), en cuantía superior a la que se halla en otros lugares de la atmósfera. El laboratorio DuPont estaba buscando una sustancia que no fuera tóxica y actuara como refrigerante seguro para reemplazar a los amoníacos y a otros enfriadores algo inestables. Así, se sustituyó el amoníaco, sustancia tóxica y explosiva, como fluido refrescante en los aparatos de refrigeración de los hogares. Con todo júbilo y optimismo posible, el CFC fue catalogado por los industriales como el acierto de la década, por ser un agregado seguro, estable y barato. Se utilizó con profusión para la producción de aerosol, solvente, refrigerante, espumas para empaques y en el módulo de aire acondicionado de los automotores. El optimismo hizo que la demanda por los CFC se duplicará a nivel mundial cada seis o siete años. Con tanto lucro y regocijo, nadie podía imaginarse, entonces, que la nueva sustancia era un destructor duro del ozono. El desastre ambiental fue gestándose, sencilla pero rápidamente. Luego, las moléculas de CFC alcanzaron la estratosfera donde al ser disociadas por la radiación ultravioleta, liberaban átomos de cloro. La presencia del cloro favorece la formación de oxígeno molecular. Así, empezó a abrirse paso la ruina de la capa de ozono. Los átomos de cloro, llegados a la estratosfera, dan cuenta, por casi cien años, de las moléculas de ozono. En la Antártica, la comunidad científica ha podido verificar, empíricamente, que la reacción en cadena del cloro ha abatido al ozono de una manera implacable y probada. Para la década de 1960, a pesar del avance científico, no se habían inventado todavía los instrumentos capaces de medir las concentraciones de CFC en la atmósfera. Será el británico, James Lovelock, quien creó un aparato que revela la cantidad de CFC en el aire. El científico no sólo halló reveladoras cifras de CFC en las muestras de aire recogidas en Irlanda y provenientes de Londres; también las detectó en las pruebas realizadas al norte del mar Atlántico, a gran distancia de los centros fabriles de Europa y Gran Bretaña. Luego, sin apoyo del gobierno sajón y en un buque de investigación, recolectó más de cincuenta muestras de aire tomadas, a través de los mares del Atlántico Norte y Sur. En ellas encontró reveladoras cantidades de CFC. Lovelock concluyó que el gas había sido transportado por el flujo de viento intercontinental; dedujo, también, el ilustre investigador, errando el tiro, que los CFC no eran dañinos para el medio ambiente. En septiembre de 1987 se firmó el Protocolo de Montreal, Canadá, con el fin de reducir, de manera escalonada, la emisión de sustancias nocivas a la capa de ozono. Luego, para activar los acuerdos de Montreal se realizaron dos reuniones más. Una en Londres, Inglaterra, en 1990 y otra en Copenhague, Dinamarca, en 1992. En esos eventos se pactaron recortes y ceses en plazos fijos la producción de CFCs. A los firmantes los movió el firme compromiso de alcanzar pactos, para que la capa de ozono se restableciera para mediados del siglo XXI. Con estas medidas el descenso de la producción de CFCs fue notable en Europa. La industria química, empero, incrementó la producción de hidroclorofluorocarbonos (HCFCs); sustancias que asistían con átomos de hidrógeno, las moléculas de los CFCs reduciendo su larga vida y frenando, parece, que los nuevos arreglos  llegaran a la estratosfera. Se ha probado, sin embargo, que algunas de estas mezclas hidrogenadas ascienden repentinamente y llegan a las nubes destruyendo el ozono protector. Para la industria química de lo que se trataba, por tanto, era de descubrir compuestos químicos que sirvieran como refrescantes para los aerosoles y refrigerantes, y que, al tiempo, no destruyan el ozono protector. La ruina de la capa de ozono ha tenido secuelas para la salud humana. La radiación de luz ultravioleta hace que el sistema inmunológico tolere la enfermedad, en vez de combatirla, disminuyendo, por tanto, la fortaleza y el sistema de defensa de los seres contra las infecciones; la radiación ultravioleta puede causar, por ejemplo, un cáncer llamado no-melanoma y cataratas. Se estima que los índices de cáncer cutáneo han crecido debido a la baja del ozono estratosférico. Modelos corridos por Naciones Unidas determinaron, que el cáncer de piel aumentará para el año 2050 en un veinticinco por ciento, teniendo como base el nivel de 1980. El ecosistema terrestre y acuático también se vio afectado con la merma de la capa de ozono. Los rayos ultravioleta reducen la biodiversidad planetaria, alteran el crecimiento de las plantas, cambian sus periodos de floración y las hacen más vulnerables a las enfermedades. Se han hallado efectos negativos en cultivos de soya y arroz. Pero también se toparon indicios de cáncer de piel en especies de bovinos y animales caseros. En Antártida se detectaron bajas significativas en los niveles de crecimiento del fitoplancton, el pasto oceánico, base de la cadena alimentaria marina. Ha sido tal la incidencia de los rayos ultravioleta en la salud humana, que se ha medido el lucro económico que se obtendría con el restablecimiento de la capa de ozono, luego de la supresión total de los CFCs y sustancias análogas. Dichos logros serán esencialmente sanitarios, de aumento en la productividad del sistema agrícola, ganadero, pesquero y confianza en campañas sanitarias de vacunación. El calentamiento planetario y pérdida de agua dulce. El progreso le enredó la existencia a la vida. La forma como se suman nuevas síntesis al medio, como los CFC, no solo agujerea implacablemente el escudo protector de la Tierra. Gases como el vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2), los clorofluorocarbonos (CFC), el metano (CH4) y el óxido de nitrógeno (N2O), tienen consecuencias mayores en la atmósfera terrestre, a las que posibilitaron el florecimiento de la vida y que se denominaron: el efecto invernadero. Como se afirmó, el efecto invernadero es un hecho natural. Gracias a la conservación del calor atmosférico fue posible la vida, su evolución y permanencia. Pero la quema de combustibles fósiles y otras actividades fabriles, están liberando sumas exageradas de gases a la atmósfera, haciendo inaguantable el efecto invernadero. La relación de dióxido de carbono en la atmósfera había estado estable durante siglos, sin embargo, luego de la revolución industrial, pero sobre todo después de 1900, las actividades humanas modificaron el tenue equilibrio térmico que debe existir para la supervivencia de la vida en el planeta. El aumento de gas efecto invernadero, ha hecho que la atmósfera retenga más calor del necesario. Aunque se usen como sinónimo, el efecto invernadero y el recalentamiento global, el primero es causa y el segundo su efecto. Se define, en rigor, el recalentamiento global como el aumento de la temperatura media en la atmósfera y los océanos. Este suceso está originando cambios en el régimen de lluvias, en el nivel de tormentas, huracanes y en los patrones de nubosidad del planeta. El calentamiento global ha aumentado la temperatura del planeta y elevado, seguidamente, el nivel de los océanos. Es cierto que el océano crece cuando su agua aumenta de temperatura. El calentamiento global está afectando al Ártico, más que a otras partes del planeta. La temperatura de algunas regiones de Alaska, ha aumentado por encima del promedio; témpanos de hielo que flotan en el océano Ártico están derritiéndose, el casquete polar ha adelgazado y los glaciares se caen, incrementando el nivel de agua líquida que se vierte al océano. La retirada de los glaciares y el derretimiento de los témpanos de hielo del mar, es un fenómeno tenaz. Tiene la desdicha de haberle abierto a la navegación mundial, el mítico estrecho de Annian, buscado persistentemente durante los siglos XVIII y XIX. Al tiempo que el deshielo avanza en el Ártico, la pérdida de zonas polares avanza, de igual manera, en la península Antártica. A menudo, vemos la caída y deshielo de témpanos de hielo de glaciales, del Ártico o de la Antártica, a través de los medios. Debido al aumento del promedio mundial de temperatura, grandes porciones de la masa polar de la Antártica se han separado del continente, reduciendo su tamaño notoriamente. Científicos americanos y anglos, mostraron el cierre de sus pesquisas en la revista Science y explicaron que de un total de 244 glaciales marinos, un 87% registraron bajas en los últimos cincuenta años. En las próximas décadas, a medida que los casquetes polares y glaciares se vayan derritiendo y ríos de agua dulce congelada se viertan en los mares del mundo, el nivel del océano subirá exageradamente. Esto significa la desaparición de áreas insulares, zonas costeras y ciudades, además de la reducción de las reservas de agua para el consumo, con secuelas desconocidas para el futuro de los humanos. Este evento sucede en espiral acumulando efectos. La radiación solar al alcanzar los polos es reflejada de nuevo; hoy en día, como secuela de la pérdida de masa polar, una menor porción de calor es irradiada al espacio exterior, aumentando la temperatura del planeta. Con el calentamiento global crecerá la evaporación de cuerpos de agua superficial, también el nivel de nubosidad y la concentración de vapor de agua. La liberación de más vapor de agua a la atmósfera, aumentará, a su vez, el calentamiento global, reduciendo el nivel freático de los acuíferos: manantial de agua ubicado a pocos metros del suelo, de lenta renovación. Se usan para el consumo humano y el riego en las agroindustrias. Actualmente, los elevados índices de evaporación causados por el calentamiento global, están reduciendo el nivel freático de estas reservas de agua, el nivel de los ríos y las reservas acuíferas. Este efecto se retroalimenta, intensifica y prolonga las olas de calor, afectando el cuerpo y la frecuencia del régimen de lluvias y tifones. Paradójicamente, a pesar de que los eventos lluviosos se multiplican, el nivel de agua de lagunas y ríos, disminuye. Otros cuerpos de agua, por la evaporación creciente y deforestación, han desaparecido por largo tiempo; en época de lluvia, recobran, súbitamente sus cauces naturales, causando inundaciones y quebrantos humanos, cada día con mayor ferocidad y capacidad destructiva. El protocolo de Kyoto y el interés ciego del capitalismo. Como secuela del calentamiento global se reunieron en 1997 en Kyoto, Japón, los delegados de países miembros de la convención marco de las Naciones Unidas para el cambio climático global. La reunión acordó que los países industrializados debían reducir, gradualmente, la emisión de gases causantes del efecto invernadero. Se acordó, además, que los países ricos debían ayudar financieramente y con nuevas tecnologías a los países empobrecidos, con el fin de reducir sus emisiones de gas y forjar economías sostenibles en el tiempo. Norteamérica, apoyando el derecho de sus grupos fabriles, se negó a firmar el convenio. Arguyó que se estaban tomando decisiones sobre un informe que había sido manipulado por científicos inescrupulosos y catastrofistas. Consideraron que en 1995, el informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), de la ONU, había sido modificado en parte sustancial, para incluir relaciones causa-efecto entre altas temperaturas y emisiones humanas. Destacaron que en la versión original del informe no se alegaba parecido despropósito. Argumentaron que el informe amañado había sido la base para las conclusiones del Protocolo de Kyoto. Con esta tesis, los americanos rechazaron las conclusiones de las reuniones de Kyoto. Se recordó, además, para no dejar duda sobre lo legalidad de su rechazo, que la misma comunidad científica que estaba pronosticando el calentamiento global, había vaticinado, hacia muy poco, un apocalipsis, con la eminente llegada de la era del hielo. Se había profetizado, como se estaba haciendo con el calentamiento, que los glaciares y los casquetes polares avanzarían hacia el sur de California, en Norteamérica y hacia las cálidas aguas del Mediterráneo, del Atlántico Norte. Concluyeron, por tanto, que eran augurios infundados y que habían sido utilizados con temeridad por políticos verdes. Pues bien, ahora todos los desfases atmosféricos: olas de frío y de intenso calor, inundaciones y sequías, tormentas y huracanes, se explicaban con idéntico patrón de medida: el planeta se estaba calentando. Como si pudiera olvidarse que hacía poco, la misma comunidad científica catastrofista, había dicho todo lo contrario. Así las cosas para el enlazado grupo de pensadores americanos causas iguales producían efectos contrarios. La crítica más radical contra el tratado de Kyoto, revivió el fundamentalismo económico propio de la Guerra Fría. Se recordó que el mercado y los precios relativos de los factores, asignaban libremente los recursos productivos para usos diversos; el sistema de precios, además, movía al ahorro de ciertos insumos en tiempos difíciles. La elección de usar estos insumos, era, por tanto, la más económica. Se dijo que de obligar a las fábricas a reducir las emisiones de ciertos gases, estaría forzándose a las empresas a una decisión que tendría pérdidas, para ellos y para la sociedad. De no resistir el nuevo plan de emisiones, por ejemplo, tendrían que cerrar fábricas; causando disminuciones en la producción, el empleo y multando al público en general. Se podrían tener métodos de producción más limpia, pero, por supuesto, más costosa. Cualquier decisión que se tomara significaba, de igual manera, una pérdida para todos. Debemos dejarle al mercado y no a los planificadores de Kyoto, la libre asignación de los recursos energéticos. La conclusión, era, inevitable: lo que la sociedad demanda, era más libertad de empresa y más capitalismo; no menos. Por eso las rebajas escalonadas de los gases causantes del supuesto efecto invernadero -dijeron apologistas del mercado y defensores del capitalismo- parecía diseñada por enemigos del progreso y del bienestar, de la talla de Lenin, Stalin o Mao Tse Tung. A pesar del esfuerzo por detener el calentamiento global, Norteamérica no quiso firmar el protocolo de Kyoto. Pensaron, por último, que el protocolo desconocía la eficiencia de su industria y exigía, tanto como a los rusos, con un atraso tecnológico evidente, luego del estrepitoso fiasco del invento comunista. Era inexplicable, además, que diez de los veinte países que contribuían con más emisiones de CO2, como la India y China, se les eximiera de cumplir el protocolo. Así las cosas, ellos, la primera potencia mundial y con una economía de libre mercado, emblemática, que beneficiaba al mundo, no permitirían que se planeara el sector energético a la vieja usanza del Soviet Supremo, de los abatidos comunistas de la URSS. Si vemos la defensa acalorada de la industria y el calentamiento global irrefutable, podemos concluir que la ciencia económica, en vez de edificar focos pletóricos de riqueza y bienestar, debe alarmarse por las secuelas que el progreso y la maquinaria, como antítesis de la naturaleza, ha tenido sobre la naturaleza y toda forma de vida. Extasiados con el ideal de progreso y crecimiento indefinido, los economistas, extirparon de su mente, sin explicación alguna, que el saber científico fragmentado, está conduciendo a la humanidad entera a una catástrofe planetaria de efectos mayores. “(…) la especialización de las ciencias es el factor clave de la desintegración de la capacidad de la sociedad moderna para ver la Tierra como un sistema unificado dentro del cual la especie humana debe funcionar como componente esencial.”(BOWLER, Op. cit. p. 285) El avance científico tecnológico, refleja, entonces, la actitud de la cultura occidental hacia el mundo viviente. No todas las culturas tienen la imagen de un Dios externo a la naturaleza, que erige el mundo y lo dota de leyes. Luego de crear al hombre:  imagen y semejanza suya, le deja pistas para que lea su mente y conozca las leyes de la creación. Así el hombre, como nuevo Dios, finaliza la obra creadora, pues, sabe sus leyes. Somos herederos, por tanto, de quienes construyeron la imagen del mundo como maquina, con todas sus partes unidas y regida por él Gran Artífice. Esta perspectiva fragmentada de la naturaleza y sus procesos naturales, orientó el trabajo de célebres científicos. Apoyados en la segunda revolución científico tecnológica, se profundizó, justamente, en la forma como opera cada una de las partes en que se desmontó la naturaleza. Esperamos se avance en la construcción de una visión que muestre las redes que acoplan los fenómenos naturales. Pues, de seguirse la tendencia, la Tierra seguirá calentándose y, seguro, arderá, pero para agonía del hombre de fe, sin haber podido extasiarse ente el retorno de Cristo y temblado por el juicio final. Bretton Woods, la apertura financiera y la deuda suramericana. Lograda la paz y una vez que la segunda revolución cientifica, estaba en curso, se demandó una moneda que fuera aceptada por las naciones. El plan fue facilitar el desempeño económico de los países y que la liquidez mundial, no dependiera, de la industria del oro ni de la política económica de ningún gobierno. En 1944, Bretton Woods, (BW), Nueva Hampshire, Norteamérica, celebró, la conferencia monetaria y financiera de Naciones Unidas. Sus gestores fueron Inglaterra y Estados Unidos y acudieron cuarenta y tres países más. La reunión ideó crear un nuevo orden mundial regido por un poder supranacional, que vigilara la política económica de sus socios. Se trataba de incentivar el comercio mundial, garantizar la estabilidad de precios y apoyar el desarrollo con política keynesiana. Urgía, asimismo, sanear la economía, adecuar la política y crear entidades que activaran el proceso productivo. Pero BW, igualmente, forzó a los estados para que redujeran la intervención estatal en la economía e iniciaran la apertura comercial. Punto álgido para los líderes del foro interesados en reducir la regulación estatal y abrir el mundo a sus inversores. Las entidades creadas y propósito de BW –dicen unos- marcaron el inicio de un espacio global, pues, esta entidad fue pensada para regular el mercado mundial. Dicen que BW fue un éxito, en tanto que revivió el interés por regular la voluntad de los países; como se hizo en el siglo XIX. Sea BW el inicio de la globalización o extensión del siglo XIX fue un éxito. Surgieron bancos globales y entes multilaterales encargados de vigilar y estabilizar la política económica de sus miembros. Por orden de Naciones Unidas, el foro de BW, creó el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). El último, con el plan de dar préstamos a sus afiliados, pero, sobre todo, a los países definidos como en vías de desarrollo. Así con su aval, el BM asistió la inversión en capital productivo y orientó el capital extranjero. La entidad financió proyectos rentables y bien definidos. El FMI se creó, a su vez, en 1945. Sus treinta y nueve socios firmaron un pacto de cooperación que alentó el comercio mundial, mediante un sistema de pagos multilaterales y con plena libertad de comercio. En 1969 a cada socio se le asignó una cuota de derechos especiales de giro (DEGs), de acuerdo a su posición económica del país en el comercio mundial. Los DEGs, es la unidad de contabilidad monetaria con que opera el Fondo y su valor está tazado por un promedio ponderado de las cinco monedas que más circulan en el mundo. “Numerosos autores consideran que la cumbre de Bretton Woods marca el inicio de la era global. (…dado) el auge de los bancos transnacionales y la creación de varios sistemas multilaterales para las operaciones económicas, entre ellos el FMI y BM, que aún hoy desempeñan un papel central en la economía global.” (SASSEN, Saskia. Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales. Uruguay: KATZ Editores, 2010, p. 220) En la era BW, Estados Unidos forzó ajustes económicos a países deudores, sobre todo europeos. Exigió liberalizar el mercado, incluso el de capitales, a inversores foráneos que eran, en su mayoría, americanos. En Europa, además, el plan Marshall, reforzó las medidas tomadas en BW. Exigió el libre mercado y desreguló las economías. Así, dieciséis países pusieron en marcha el programa de reconstrucción presentado en 1947 por el secretario de Estado de Estados Unidos, George Marshall. Esta liberalización de la economía, principalmente la europea, derivó en una fuga de capital que fortaleció la primacía americana, gracias al acierto de su política económica. La potencia triunfante, en efecto, aplicó dentro del país, políticas de corte keynesiano más que liberales. Protegió y orientó sabiamente su agricultura y preparó la famosa revolución verde. Incentivó el libre comercio de bienes mediante un sistema de tipos de cambio fijos, sujeto a la convertibilidad del dólar en oro a un precio estable. El país fue guía del Estado regulador, planeó el futuro de su economía y reguló el sistema bancario y financiero. Su política económica se diseñó para hacer competitivo al país mediando la economía: su capacidad de consumo y mejorando el trabajo, con becas universitarias, a miles de jóvenes que volvían de la guerra. Pero el ideal de BW, con el tiempo se transformó -según la estudiosa Saskia Sassenen un modelo centrado en el mercado y dirigido por bancos privados, máxime americanos. Para ella ninguna internalización anterior se equipara con el sistema global que existe hoy día. Es cierto, pero en esta globalización no es más que la norteamericanización de la economía, gracias a la capacidad científica, empresarial y el poderío técnico militar americano. Así, como en el pasado fue inglesa. Las instituciones creadas en BW, como el BM y el FMI, son, hoy día, centros que vigilan y presionan los países, para que saneen y ajusten su economía. Así, se acoplan al proceso de acumulación mundial, dirigido por los americanos. A partir de 1982, ciertamente “El FMI y el Banco Mundial se convirtieron (…) en centros para la propagación y la ejecución del fundamentalismo de libre mercado y de la ortodoxia neoliberal.”(HARVEY, David. Breve historia del Neoliberalismo. Madrid: Ediciones Akal. 2007, p. 36) Debemos retomar, entonces, el proceso de reencuentro de la economía mundial, luego de las décadas de proteccionismo keynesiano y la segunda posguerra. Lo hacemos teniendo en cuenta la creación de medios de pago y la reestructuración del sistema financiero mundial. Luego de la guerra la economía europea quedó destruida y paralizada; sus países estaban arruinados, con deudas y sin reservas de oro y plata. Norteamérica, la joven potencia, además de su poderío militar y científico, había creado un sistema bancario con hartos recursos financieros y suficientes conocimientos administrativos y técnicos. Luego de 1960, efectivamente, la escasez de dólares que vivió la posguerra se convirtió en sobreoferta. Los bancos americanos colocaron recursos en todo el mundo. Siempre tuvieron un excelente nivel de actividad financiera, pero esa actividad se intensificó; ahora centrada en préstamos a los países. Pero Norteamérica no tenía suficiente oro para comprar todos los dólares que tenían los bancos centrales del mundo. Había ofrecido adquirirlos cuando los gobiernos desearan vender pero cada día eso era más difícil. Su moneda se convirtió, de hecho, en dinero mundial y su sistema financiero, se arrogó el derecho de crear el medio de pago que requería la mayor productividad de la economía en conjunto. Gracias a su aforo fabril, científico tecnológico, la potencia triunfante asumió el privilegio de emitir la base monetaria mundial y su banca, el de multiplicarla a través del crédito. Lo grave del hecho, es que, como lo dijo David Harvey, al estar los créditos fijados en dinero americano, cualquier alza moderada podría conducir, fácilmente, a una crisis de los países deudores. Pero la locura americana por defender su libertad y democracia, llevaron al país a gastar inmensas sumas de dinero en el montaje y soporte de bases militares en los sitios más apartados del planeta; gasto público que al no ser corregido por medio de políticas monetarias y fiscales, por los repetidos gobiernos, disparó el déficit del presupuesto generando presiones inflacionarias en el país. Así, para la década del sesenta, los títulos del tesoro eran mayores a su reserva de activos y emitía dinero como instrumento de política económica con ligereza e irresponsabilidad. Se llegó al punto que empezó a hablarse del exceso de liquidez mundial, como causa de la inflación; y, además, de un contexto en el cual podían obtenerse dólares a una tasa de interés real negativa. La ventaja que como banquero del mundo adquirió la hábil potencia, llevó en 1965 al líder de Francia, Charles de Gaulle (1958-1969), a pedir el retorno al patrón oro clásico y a declarar, indignado, que la compra de empresas con dólares americanos podía considerarse expropiaciones virtuales. En círculos conservadores y proclives a aceptar el influjo del joven imperio, llegó a pensarse, empero, que si la banca restringía su crédito o la autoridad monetaria corregía el déficit presupuestario, la iliquidez mundial disminuiría el comercio; y, por idéntica razón, menguarían las tasas tan honrosas de crecimiento del producto mundial alcanzadas. “La expansión acelerada de la liquidez internacional había impulsado el crecimiento sostenido de la actividad económica en los países industrializados, a una tasa promedio anual cercana al 5%, de 1959 a 1973. La excesiva liquidez, por otra parte, había generado presiones inflacionarias en esos países durante los últimos años” (MANTEY DE HUGNIANO, G. La inequidad del sistema monetario internacional y el carácter político de la deuda del Tercer Mundo. México: UNAM, 1989, p.47) Ahora bien, Norteamérica todavía tenía topes que frenaban la expansión de su moneda; la banca cumplía unos lineamientos de política económica trazados por la reserva federal. Pero las reglas cambiaron. El alud de medios de pago y, como efecto, la dificultad de seguir comprando la oferta de oro realizada por los estados, de acuerdo al tipo de cambio fijado, llevó en 1971, al presidente, Richard Nixon (1969-1972), a suspender la convertibilidad del oro. Medida resistida por las naciones que tenían excesivos dólares y bonos del tesoro americano. A la sazón el tipo de cambio fluctuó. El oro no siguió siendo el soporte de la divisa internacional y el dólar su base monetaria. Se permitió que el cambio fluctuara libremente, pero la voluntad para vigilar las fluctuaciones duró poco. Entonces, la crecida del medio de pago mundial fue efecto, del consumo americano y sus ganas de dominar el mundo entero. La indisciplina monetaria de repetidos gobiernos multiplicó el dinero base; luego, el control al sistema bancario para limitar el aumento y controlar la inflación doméstica, creó las condiciones propicias para que se realizaran traspasos de dinero entre sucursales bancarias externas a la jurisdicción de la reserva federal. Nacieron así paraísos fiscales donde la banca transnacional depositó sus recursos financieros. Un sistema bancario transnacional, sin marco legal que lo rigiera, con excesivos dólares y dispuestos a prestarlos a países ávidos de plata. Era un negocio seguro. La banca americana estaba de plácemes. Empezó a manejar recursos que huían del sistema impositivo de su país o que se les perseguía por su origen. Luego, estos dineros llegaron como créditos a Suramérica, a fines de la década del setenta y principios del ochenta. Nadie exigía, entonces, los avales hipotecarios exigidos con tanto celo durante finales del siglo XIX y principios del XX. La élite criolla estaba de plácemes. Su cupo de endeudamiento había aumentado y lo utilizó con gusto, hasta la saciedad y algo más. Millones de dólares fueron tomados como préstamo. Pero así como ingresaban al tesoro de estos países, así volvían a salir para ser depositados en cuentas privadas o invertidos en bonos del tesoro, libres de impuestos y con derecho al anonimato. Más tarde, a pesar de la responsabilidad compartida por el dinero que a manos llenas llegó a Suramérica, cuando este flujo de recursos estalló en una crisis de deuda, el director del Banco Interamericano de Desarrollo manifestó, agitado y nervioso: banqueros estúpidos, que hicieron préstamos estúpidos a países estúpidos. Pero al prestante ejecutivo se le olvidó hacer referencia al monopolio que había adquirido la nueva potencia para crear el dinero base y al poder de la banca transnacional de potenciarlo a través del crédito. Otros vieron lo que estaba pasando; así lo sintetizó el director del banco de Inglaterra, Robin Leigh-Pemberton. “Se puede considerar que prácticamente toda la deuda en la cual ha incurrido América Latina en estos cuatro años (1980-1984) se ha usado, de hecho, ya sea directa o indirectamente para financiar la fuga de capitales” (MILLER, Morris. No basta enfrentarse a la deuda externa. México: FCE. 1989, p. 73) Lo vivido durante estas décadas no es ajeno a Suramérica; es un trozo repetido de su historia. Forma parte de la gestión que realiza su elite dirigente. Al tiempo que se concede facilidad al inversor foráneo, se alaba su pericia y arte productivo, útil para que -se dice- estos países progresen y crezcan, la elite suramericana atesora pero lo hace en Panamá, Miami y Nueva York. Neoliberalismo, la libertad de empresa y el capital humano. Luego de la crisis, México fue uno de los primeros países que cayó–según David Harvey- en las redes de lo que iba a ser una creciente fila de estados saneados con el shock neoliberal. Para la reprogramación de la deuda, a los deudores se les exigió una serie de reformas: recortar el gasto social, un mercado laboral flexible y desregular la economía. La cura sirvió para develar el contraste entre la política liberal y neoliberal en ciernes. Bajo la primera, el prestamista asumía la pérdida por inversiones erradas. En la segunda, el prestatario es exigido por poderes transnacionales y Estados que protegen al gran capital, a realizar la totalidad del pago de la deuda sin importar la secuela que esto pueda tener para el sostén y bienestar de la nación. La forma como se trató la iliquidez de los países muestra el inicio de la libertad comercial y financiera; llamada globalización económica. Según el autor citado, el clímax del mercado global de capital marcó el inicio de la integración del poder con aforo para influir en la política económica del país y otras políticas. Antes el gobierno limitaba los préstamos bancarios vigilando el crédito y la tasa de interés, esto le daba margen a su política económica. Hoy día el interés fabril, comercial, agrario, inmobiliario y bancario, forman una corporación, con mayor capacidad financiera, tecnológica y asesores, que miles de Estados del mundo. Están integradas, asimismo, al sistema financiero mundial. Esto debilita la política monetaria y fiscal de los países. Desde 1980 estas corporaciones pueden dar cuenta de pérdidas industriales o en bolsa, lo que las impulsa a reubicar divisas, ampliando o reduciendo la oferta de dólares y debilitando la política económica de los Estados. La pérdida en un sector, se suple, muchas veces, en otra inversión real o especulativa. Verbigracia, en las finanzas: crédito, seguros, mercados de futuros, divisas o especulación en tierras; también en el sector real de la economía: actividad minera, energética, biocombustibles y el clásico sector fabril o comercial. La gran corporación tiene, en síntesis, una cartera variada, al punto que la pérdida de un sector no debilita su poder: aforo financiero, fabril, tecnológico, especulativo, además de tener el apoyo de Estados poderosos. La globalización partió, además, con una andanada de privatizaciones  y desregulación de la economía. Lo que aunó el sistema productivo, financiero y especulativo de la economía, alrededor de grandes corporaciones económicas. “Londres, Frankfurt y Nueva York representan una enorme porción de la exportación mundial de servicios financieros. Más de un tercio de las carteras de títulos y acciones globales en manos de instituciones de inversión se negocian en Londres, Nueva York y Tokio.”(SASSEN, Saskia. Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales. Uruguay: KATZ Editores, 2010, p. 323) Pues bien, la teoría neoliberal ganó reconocimiento gracias al premio Nobel de economía otorgado a Friedrich von Hayek (1974) y a Milton Friedman en (1976). Fue una réplica político académica a la excesiva injerencia y abultado déficit público que representó la política de bienestar social, New Deal. Se usaron las frases: privatización, desregulación y liberalización comercial y financiera, para crear otra realidad y diseñar la política económica: desmonte de políticas fabriles, recorte de impuestos, supresión del Estado benefactor y libertad de mercado. El Estado desistió de vigilar la ecomonía, pues, el desvío del desarrollo era fruto de la injerencia estatal, la ayuda artificial al mercado y al peso del gasto público. Para el neoliberalismo el libre mercado basta para resolver el problema económico y social de los países. Esta idea reduce la libertad a libertad de empresa, pues, todos tenemos capital y somos consumidores. Con esta tesis se dominó el mundo durante el influjo inglés en el siglo XIX y durante el siglo XX y XXI, de primacía americana. El real sujeto económico, no es, por ende, el hombre sino la empresa que mora en todo ser humano. El hombre actúa como empresa y tiene el deber de cualificar su capital; sus padres inician la mejora tras el parto y durante la escuela. Lo que pide la sociedad es, fríamente, un mercado que garantice la libertad de empresa. Liberales y neoliberales creen, a la par, que la libertad individual se avala a través de la libertad de empresa. La libertad dice George W. Bush es un don de Dios y él, líder de la mayor potencia mundial, tiene la obligación con el Todopoderoso de emprender una santa cruzada para llevar la libertad al Oriente Medio. Así la libertad reemplazó a la verdadera fe como evasiva para invadir al mundo entero. El escritor Karl Polany habla, empero, de dos tipos de libertad: una buena y otra mala. La mala libertad es la libertad de explotar para lograr ganancias exageradas, la de destruir la naturaleza y su biodiversidad, la de impedir que el progreso se use para el beneficio social, la libertad para lucrarse de catástrofes públicas tramadas para sacar beneficio privado. El segundo tipo de libertad, legado eterno de Occidente, es la libertad religiosa, de palabra, de reunión, de asociación, para elegir el trabajo y muchas libertades más. Permitir, a la sazón, que el mercado y las malas libertades decidan la suerte de los seres humanos y de la naturaleza, conduce, fatalmente, a la destrucción de la sociedad como lo hacen las corporaciones: mineras y petroleras, en los Andes y la cuenca amazónica.

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