Novela
Laura Hernandez RuizTrabajo29 de Noviembre de 2020
12.898 Palabras (52 Páginas)214 Visitas
ÍNDICE
Todo por un bolso 3.
Recuerdos 8.
Vómito
Paliza
Escape
Antes de la tormenta viene la calma
Todo por un bolso
Solo es un día más de trabajo…
Se decía Ana después de la larga “charla” que tuvo con sus compañeras de trabajo, en la que quedó muy claro que para el resto de la oficina ella no es más que un sucio trapo que tirar y pisar cada día. Después de salir de la cafetería con su traje manchado de café, cortesía de Catalina, quien en medio de la amena conversación decidió que podría mejorar su traje más costoso que con arduo esfuerzo logró comprar, con el café que tomaba. Llegó al baño para revisar mejor la gran mancha, e intentar limpiar lo mejor que pudo. Diez minutos después de fallidos esfuerzos, escuchó el taconeo que desde afuera hacía eco por el pasillo; venían las súbditas de Catalina – tres pobres mujeres, que a pesar de estar rondando casi los 30 años sufren de una terrible enfermedad llamada; falta de personalidad. Quienes en medio de su busca por un malvado a quien servir se cruzaron con la bella demonio Catalina, una mujer alta y esbelta, con largas piernas y gruesos labios; todo muy al estilo minions, pero menos adorable y mucho más grotesco, los amplios escotes, cortas minifaldas y excesos de maquillaje les quitaban toda la adorabilidad que podrían llegar a poseer- las infames venían hablando de la divertida escena vivida hace escasos minutos, porque no hay nada mejor que ver como el demonio molesta a un pobre cachorrito indefenso. A veces se preguntaba cómo es que no se cansaban de la misma escena de todos los días, no es que cada día recibiera una taza de café caliente directo en cualquier parte de su cuerpo, pero en resumen era similar; todas las mañanas la recibían con empujones e insultos, al medio día un poco más de lo mismo, a veces acompañado de algún producto de dudosa procedencia entre su almuerzo, puesto de trabajo, etc -y aun se preguntaba cómo era posible que incluso cuando pedía de un restaurante cercano, las arpías lograban interceptar sus alimentos para “mejorarlos”-. Y en las tardes la rutina parecía invadir los cuerpos de sus compañeros al idealizar nuevas formas de molestarle, pues siempre acababa igual, pero acompañada de un siempre muy profesional jefe, que le recordaba que el rechazar su “muy” amable invitación a un motel de quinta era igual o peor que insultar lo de la forma más infame jamás pensada.
Ana como ya sabía bien, no tendría otra opción más que esconderse dentro de uno de los estrechos cubículos del baño -una técnica que aprendió con los años- nada muy diferente a su puesto de trabajo, que constaba de tres paredes de algún material muy similar al cartón, apenas pintado de un horrible color verde oscuro desgastado; un escritorio en el que apenas cabían los documentos, un computador y una silla para nada ergonómica, que estaba casi segura de que la habían sacado de la utilería que guardaban desde hace veinte años, sino es que venía directamente de la basura.
Desde el retrete pudo oír con toda claridad cómo se regocijaban ante su calvario las desdichadas mujeres, cinco minutos más tarde y siete bromas absurdas sobre cómo había quedado su traje o cuál fue su rostro al sentir el cálido líquido en su piel, las sin cerebro –como comenzó a decirles después de ponerlas aprueba y darse cuenta de que no sabían nada más allá de “estar guapas siempre para poder encontrar a un lindo pichón que nos case y mantenga”- salieron dejándola sola, libre de huir. Es una lástima que en medio del pasillo entre el cubículo de trabajo y el baño, estuviera Francisco, el adorado jefe; ese maravilloso hombre que rondaba constantemente los baños de las mujeres en busca de poder fisgonear; ese precioso ser casi calvo, gordo, de 170 cm de alto, mal vestido, que, como es de esperarse, se cree la última Coca-Cola del desierto, debido a que posee una empresa y no hay mujer que se niegue a sus encantos (monetarios).
-señorita Ana, veo que tiene un precioso traje color no sé comer y vengo mal vestida al trabajo, -dijo con un tono bastante chillón, solo para molestar los oídos de la susodicha- disculpe si la molesto, pero le recuerdo que está es una empresa en donde la presentación personal es sumamente importante y su presencia en este lugar es ya por sí misma horrible, como para que ahora venga así. -finalizó a modo de regaño, haciendo un gesto con su rostro y mano que claramente decía “cuánto asco das, ya hasta pareces de la basura”-
Su mente en ese momento entró en un breve colapso, casi en un estado de shock, puesto que quien decía eso era el mismo hombre que traía una corbata mal arreglada, un saco de paño color verde, una camisa azul mal puesta, unos mocasines “marrones” que más parecían naranja y un jean negro.
-discúlpeme señor, tuve un accidente en la cafetería y no pude arreglarlo.
Siempre tan sumisa y buena chica, Ana era especialmente incapaz de decir algo en contra de alguien, por mucho que lo odiara, jamás diría nada.
-muy bien, no se preocupe, esto no es algo tan grave, se soluciona muy fácil, recuérdeme descontarle esto de la nómina, ya sabe, para darle una lección y que así comprenda que en una empresa no solo se piensa en uno mismo. Su presentación personal es deplorable y no me refiero solo a su vestimenta; en una empresa como estas es un milagro que todavía siga trabajando.- dicho esto empezó a caminar en dirección a su oficina, seguramente tendría mucho trabajo que hacer con una de las súbditas (Diana, la más “colaboradora” con el jefe) puesto que hace menos de dos minutos entró a su oficina esperando encontrarse con él -¡ah! Y espero que para esta tarde tenga listo el informe.
…solo unas horas más…
Volvió a repetirse, miró una vez más el reloj colgado en la pared, que, parecía burlarse –también- de su sufrimiento, deseaba que las manecillas del reloj que tan lento viajaban, aumentando su tortura, se movieran tan rápido como sus propios parpadeos.
Con un suspiro pesado se encaminó a su puesto; lo primero que logró ver fue la linda nota que, seguramente Catalina se había tomado el trabajo de hacer y poner en su computadora.
“la cerdita no sabe comer” con pereza botó el post-it con la nota y se sentó a trabajar, si tan solo hubiera aceptado la primera vez que su jefe intentó acostarse con ella, podría al igual de sus compañeras salir a la hora que quisiera, claro a cambio de una felación, o, podría no estar haciendo el trabajo que le tocaba a alguien más, mientras sus compañeros disfrutaban el burlarse de ella a murmullos.
Poco a poco fue notando que las voces se callaron y que la oficina se iba quedando vacía, dejándola a ella completamente sola, para cuando terminó el informe ya tenía poco más de una hora por encima de su salida, se recargó en el asiento, mientras esperaba a que se imprimiera, al terminar, lo dejó ordenado, recogió su bolso y se fue.
Cuando llegó al elevador, se dio cuenta de que había olvidado su teléfono celular, con el cansancio recorriendo le el cuerpo se devolvió a paso rápido, para evitar a su jefe, ya que solía revisar que sus empleados ya no estuvieran allí después de la hora de salida. Era un ser demasiado tacaño como para gastar en horas laborales no obligatorias de sus empleados.
En cuanto estuvo en su cubículo sintió la presencia de Francisco mirándole penetrantemente, y solo le hizo falta dar media vuelta para confirmarlo, mientras recogía con su mano derecha el aparato, para depositarlo en su bolso sigilosamente.
-señorita Ana ¿qué hace aquí a estas horas? ¿Acaso le gusta tanto estar en el trabajo que también quiere dormir aquí? Porque la puedo ayudar con eso.-agregó en tono sugerente, mientras le miraba de pies a cabeza como queriendo desnudarla.
-no señor, se me fue el tiempo terminando el informe y no me di cuenta de la hora, no se preocupe, ya estoy de salida.- dijo haciendo caso omiso al último comentario, solo respondió cual ciervo indefenso enfrente de su cazador, mientras este le apunta directo al entrecejo para disparar.
-que bien, por fin piensa en alguien más que usted, ya era hora, veo que la charla de esta tarde le sirvió para algo, pero quiero que sepa que aun así no voy a olvidar descontarle la nómina por esas fachas con las que viene a trabajar. -recordó antes de seguir con su camino, Ana volvió al elevador y mientras esperaba a que subiera desde la planta baja escuchó unos ruidos extraños provenientes de la oficina de su jefe. Uno tras otro, subían su intensidad; parecía como si alguien estuviera votando todo lo que estuviera a su paso al suelo, su curiosidad le ganó y terminó volviéndose sobre sus pasos hasta una esquina en donde podría ver si había alguien merodeando por la oficina, pero la puerta del lugar estaba cerrada, junto con las persianas de las dos grandes ventanas por las que Francisco solía supervisar el trabajo y apenas tenía la luz encendida, se acercó silenciosamente, cuidando no ser vista por alguna ranura entre las cortinillas; en cuanto estuvo más cerca, pudo notar la voz de una mujer a quien no pudo reconocer, pensó en un impulso lógico que se trataba de Sandy, su mejor y única amiga, quien también resultaba ser la esposa del degenerado de su jefe, no aguanto mucho más la curiosidad de saber si su amiga se encontraba allí, después del largo día que había tenido, estar con ella le serviría de mucho.
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