AL DISCRETO LECTOR
lopezjuanSíntesis9 de Junio de 2015
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AL DISCRETO LECTOR
Se promulgó hace unos años en Roma un edicto saludable, que saliendo al paso de algunos peligrosos escándalos de la edad presente, imponía oportuno silencio a la opinión pitagórica de la movilidad de la Tierra. No faltó quien temerariamente aseguró que ese decreto provenía no de un examen atento, sino de una pasión poco informada, y se oyeron también voces que afirmaban que, consultores totalmente ajenos a las observaciones astronómicas, no debían, con esa prohibición repentina, cortar las alas a las mentes especulativas. No pude callar al oír la temeridad de tan lamentables hechos. Consideré oportuno, como perfecto conocedor de aquella prudentísima determinación, aparecer públicamente en el teatro del mundo, como testimonio de sincera verdad. Me encontraba por entonces en Roma; obtuve no sólo audiencia, sino también el aplauso de los más eminentes prelados de aquella Corte; y no sin mediar alguna previa información mía, apareció tal decreto. Por tanto, es mi intención en el presente trabajo, mostrar a las naciones extranjeras que sobre esta materia se sabe tanto en Italia y particularmente en Roma, cuanto jamás haya podido imaginar la escrupulosa mente ultramontana; y, recogiendo todas las especulaciones referentes al sistema copernicano, hacer saber que el conocimiento de todas ellas precedió al decreto en la censura romana; y que en esta disposición y en este clima salen no sólo los dogmas para la salud del alma, sino también ingeniosos hallazgos para delicia de las mentes.
Con este fin, he tomado en el discurso la posición copernicana, procediendo en pura hipótesis matemática, e intentando por cualquier camino ingenioso presentarla como superior, no a esa otra que habla del reposo absoluto de la Tierra, sino como quien se defiende de algunos que, de profesión peripatéticos, tienen de ello sólo el nombre, contentándose, sin pesar, con adorar las sombras y no filosofando según su propio criterio, sino con la sola recitación de cuatro principios mal aprendidos.
Tres serán los temas principales que se van a tratar. Primeramente, intentaré demostrar que todas las experiencias que se pueden hacer en la Tierra resultan medios insuficientes para concluir su movilidad, pero que indiferentemente pueden adaptarse con igual derecho a la Tierra en reposo; y espero que en este apartado se revelarán muchas observaciones desconocidas en la Antigüedad. En segundo lugar, se examinarán los fenómenos celestes, reforzando la hipótesis copernicana, como si debiese resultar absolutamente victoriosa, añadiendo nuevas especulaciones que sirvan para facilidad de la astronomía y no como necesidad de naturaleza. En tercer lugar, propondré una fantasía ingeniosa. Dije hace muchos años, que el desconocido problema del flujo del mar, podría recibir alguna luz, admitido el movimiento terrestre. Esta teoría mía, al correr de boca en boca, encontró padres caritativos que la adoptaron como fruto de su propio ingenio. Ahora, para que no vuelva a surgir ningún extranjero que, fortificándose con nuestras propias armas, nos eche en cara nuestro poco juicio en un asunto tan importante, he decidido exponer aquella probabilidad que la haría razonable, en el supuesto de que la Tierra se moviese. Creo que con estas consideraciones, el mundo conocerá que si otras naciones han navegado más, nosotros no hemos razonado menos, y que afirmar el reposo de la Tierra, o aceptar lo contrario, sólo por un capricho matemático, no nace de no tener conocimiento de cuanto otros hayan pensado, sino, y aunque no fuera por otra cosa, de esas razones que la piedad, la religión, el conocimiento de la divina omnipotencia y la conciencia de la debilidad del ingenio humano, nos imponen.
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