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Actividad Cuarta Semana


Enviado por   •  31 de Mayo de 2015  •  2.999 Palabras (12 Páginas)  •  245 Visitas

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QUINTA SEMANA

UNIDAD XII El ensayo

Ejercicios de asimilación

I- Desarrolla las cuestiones siguientes:

1.- ¿Qué es un ensayo?

2.- Describe el papel de las funciones denotativa y connotativa del lenguaje en el ámbito del ensayo.

3.- El ensayo es una reflexión personal del autor. Sin embargo, se recomienda hacer una documentación del tema antes de empezar a escribir. ¿Por qué?

4.- ¿Cuáles son las características del ensayo?

II.- Lee detenidamente el siguiente ensayo. Responde las interrogantes que aparecen al pie del mismo:

Para un arte de escribir

Jorge Mañach

Cubano (1898 – 1961)

Evidentemente, escribir es sólo cuestión de tener algo que decir y de decirlo lo mejor posible. Por lo tanto, de substancia y de forma.

Prescindamos por el momento de lo que resulta anterior aún a eso, que es la preparación general, el fondo de cultura y de adiestramiento específico indispensable para tener algún depósito contra el cual girar. Sobre eso vendremos luego, aunque sea previo. Asumamos que ese fondo existe en mayor o menor medida, y que nuestro escritor en ciernes experimenta unas ganas irresistibles de expresarse literariamente. Lo primero, repito, en ese trámite, es lo que se quiere decir: la substancia.

La substancia puede ser de índole muy variada; substancia de pensamiento, substancia de cosas o substancia de emoción. En otras palabras: el escritor se pone ante la cuartilla como un meditador, como un “reportador” o como un poeta…aunque sea en prosa. Obviamente, el trance menos severo es el del que llamo “reportador”. Tiene éste el mundo, o una parcela de él, frente a sí. Las cosas que se propone entresacar de él y revelar o destacar al lector están ahí: es sólo cuestión de elegirlas con acierto, por lo que tienen de insólitas o, al contrario, de características; por lo que tienen en todo caso, de significativas. Si no ve eso, no vale la pena que escriba. El escritor es por definición, un señor que cree ver más o mejor que los demás. No hay modo de quitarle al oficio esa vanidad. Y ya el ver claras las cosas significativas, el verlas con su propio perfil, no es poca substancia. De los buenos informadores, entran pocos en libra.

Otro modo de substancia es la emoción que se experimenta ante las cosas o por la ausencia y nostalgia de ellas. Es la materia del poeta; del escritor de sensibilidad o el escritor de fantasía. El primero es el que se conmueve con presencias; el segundo, el que se emociona con ausencias. Aquél podrá informar primero de las cosas que le impresionan, como en el caso del cronista o del narrador, pero lo más importante de su materia será siempre la herida que ellas hacen en su sensibilidad, y su acierto expresivo consiste en respirar por esa herida. El segundo se crea un mundo a su gusto o su angustia. Tendrá que ser un mundo interesante, un mundo en que el aleteo de su fantasía sea bastante vigoroso para despertar la fantasía que los demás hombres llevan dormida.

Y finalmente, está el escritor cuya materia es el pensamiento. Se parece mucho al escritor emotivo; sólo que en él la sensibilidad es de la inteligencia y de la conciencia, y consiste en la aptitud para reaccionar con ideas ante las cosas del mundo, o ante las ideas mismas de él y de los demás.

Es evidente que esas substancias _ imágenes de cosas, emociones, ideas_, se tienen o no se tienen cuando se va a escribir. No sé que haya ninguna fórmula para hacerse de ellas, para agenciárselas a la fuerza. La cultura contribuye mucho a esa dotación, pero si no va acompañada de sensibilidad, la cultura por sí sola no vale. Hay mucha gente cultísima que no sabe escribir, no ya porque carezca de la técnica del caso, a que luego me referiré, sino porque tiene lo que pudiéramos llamar la cultura pasiva, sin vibración de sensibilidad bastante para irradiar las substancias de ella. Miran, sienten y piensan para sí. La experiencia del mirar, el sentir y el pensar no los llena y estremece al punto de que necesiten desbordarse en la comunicación literaria. El escritor genuino es siempre una sensibilidad que no puede contenerse. Por eso generalmente, se les paga tan mal.

Una vez en posesión de esa materia efusiva, el problema del escritor es precisamente la efusión; cómo expresarla, cómo sacársela de dentro y darle un cauce comunicativo. Y aquí me parece que no hay más que dos vías posibles: la de la inspiración y la del método.

La inspiración es un modo de expresarse que, misteriosamente, se ordena a sí mismo. Es propio de los escritores poéticos, pero no patrimonio exclusivo de ellos. Hay días en que también el reportador ve las cosas más significativas que nunca; impudorosamente parecen mostrarle de por sí su perfil desnudo y agruparse en su justa jerarquía, sin que haya más que trasladar al papel su misteriosa espontaneidad. También el meditador habitualmente afanado tras la esquivez y sutileza de los conceptos, tiene días en que éstos se le echan encima como un rumoroso enjambre y le punzan lo más delicado de la conciencia, como si quisieran incitarle al hallazgo y la plenitud. En esos días, se dice que se está “inspirado”.

Vaya usted a saber de qué depende eso. A lo mejor, de una buena digestión, de una víspera de sueño reparador. O tal vez de un culto destilamiento que lentamente se le ha ido produciendo entre los cuarzos del espíritu.

La inspiración, pues, es un estado de gracia. Lo mismo le puede sobrevenir al escritor novicio que al veterano. Los poetas dependen casi enteramente de ella (por eso escriben tan poco…si son poetas de verdad). Los demás, no pueden depender de cosa tan adventicia, sobre todo si son escritores profesionales. Cuando las imágenes y las ideas no hallan su camino de por sí, no hay más remedio que abrírselo. Esto es lo que se llama metodizar la exposición. Método significa, como es sabido, camino.

Permítaseme tomar el ejemplo que me es más cercano en este momento. Mientras esto escribo, ando un poquillo afortunado. Mal que bien, esto va saliendo con cierto orden, sin que yo hiciera demasiado plan previo de expresión. Sencillamente, antes de ponerme a escribir, puse en una cuartilla, a la carrera, diez o doce renglones de tipo telegráfico, con las ideas y las fórmulas verbales que de entrada se me ocurrieron acerca del tema. Como no tenían orden espontáneo

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