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Adrián Valverde Marín


Enviado por   •  24 de Abril de 2015  •  696 Palabras (3 Páginas)  •  252 Visitas

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Carlos Salazar Herrera vivió en San José, Costa Rica, nació 6 de setiembre de 1906 y murió el 24 de julio de 1980, fue un escritor, escultor, dibujante, periodista y grabadista costarricense.

El cuento es una narración breve de hechos imaginarios o reales, protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento sencillo. No obstante, la frontera entre un cuento largo y una novela corta no es fácil de trazar.

Creó 30 cuentos:

La bocaracá, El puente, La calera, El novillo, El calabazo, El bongo, Un matoneado, La bruja, El grillo, El beso, Un grito, La ventana, La dulzaina, El mestizo, Los colores, El botero, La sequía, El temporal, El estero, El curandero, La trenza, El cholo, La saca, La montaña, Las horas, El camino, El chilamate, Una noche, El resuello, El cayuco.

El caballero Carlos Salazar Herrera pinta con palabras cada uno de sus textos ya que describe de una manera completa e interesante cada uno de sus escritos, maneja detalles que transportan e invitan al lector a utilizar su imaginación de una manera exquisita dejando así un paisaje en la imaginación del lector cada vez que termina de leer las páginas de sus obras.

Citas textuales que apoyan la definición:

“La bocaracá”:

Era un galerón de palos cubiertos de corteza, que se asomaba a la orilla de un camino abandonado. En el invierno... una ciénaga; en el verano... un polvazal.

La casucha veíase aún más humilde, bajo la arquitectura de una ceiba, casi tan alta como una plegaria.

En las noches sin luna, una llamita en la linterna tenía el poder de un faro.

“El puente”:

La muchacha, entonces, se asomaba por la ventana de su casa, y tan pronto reconocía a Marcial Reyes, echaba a correr por el cercado hacia la vuelta del camino, y allí esperaba al jinete.

El viento hacía ondas en las espigas moradas de los pastos de calinguero, y en el refugio confidencial, el constante caer y caer de los cuchillitos de un poro enorme, que había crecido junto a los pedrones.

Ya no estaba el pastizal de calinguero, pero en el remate de la colina seguían cayendo, cayendo siempre los cuchillitos del poró, acolchando unlecho vacío, protegido por aquellos pedrones mudos, cómplices, inconmovibles.Aquellas extrañas piedras como dólmenes... o como menhires.

“La calera”:

Alguna vez, en lejanas épocas sin historia, el mar había llegado hasta allí. Por eso en el tajo hay fósiles de conchas.

Casi todo es blanco: el camino, el puente, el muro, la tranquera, la casa y los troncos de los árboles. En el fondo el escarpado tajo de piedra caliza, con el gris del tiempo. Cuando el sol baja, quiebra sus

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