Camisa Floreada
Dorian4427 de Septiembre de 2013
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Camisa Floreada”
Juan Hernández Luna
Un día de tantos en el «Defe», Camisa Floreada llega a la Terminal de Autobuses del Sur con sus audífonos incrustados en las orejas. Camina tranquilo siguiendo el ritmo que The Cure envía directo a la neurona del sentimiento, la voz de Robert Smith provoca un escalofrío que le pone a bailar a galope mientras compra el boleto. Destino: la Cuernavaca del enamoramiento y el despiste primaveral.
No hay prisa. Tiene el tiempo justo para ir y tomar esas fotos del Palacio de Cortés que necesita para Semanario de lo insólito; revista para la que trabaja haciendo artículos por algunos devaluados pesos que le permiten continuar metido en el CUEC, estudiando para director de cine. Ja, ja, ja. Vale la pena reír, que la vida se agota y en esta esquina nadie baja.
Esa misma noche debe regresar. Al día siguiente le espera la chinga con su tía a quien ayuda a surtir todo lo necesario para el restaurante que ésta tiene. «Vaya jodita», piensa mientras sigue el deslizar de pies en la fila de servicio directo a Cuernavaca.
Sentada en una butaca de la sala de espera duerme una chiquilla. Su vestido está maltratado y a su pelo le hace falta un buen pase de peine. «Necesita un buen baño», piensa Camisa Floreada Audífonos Incrustados, al tiempo que saca de su mochila la revista Premiere que será su material de lectura durante el viaje. En sus páginas, los ojos desnudos de Glenn Close le incitan desde la página veintitrés. Ojos inquietos, angustiantes, casi tristes, tan parecidos a los de la chiquilla despeinada que en ese momento, al escuchar el altavoz anunciando la próxima salida, mira asustada a su alrededor y Camisa Floreada imagina que acaso tiene miedo que el autobús parta sin ella.
Camisa Floreada observa a la chica. Tiene una caja de cartón, atada con lazo de tendedero, que abraza con ansia, como si temiera que alguien se la pudiera arrebatar. « ¿A dónde viajará?», piensa Camisa Floreada mientras sube al autobús.
Llega a Cuernavaca, toma las fotografías que necesita, hace anotaciones sobre cada una de ellas y luego de comer y beber cerveza en los portales toma el autobús que le deposita sano y salvo, humilde chilango prófugo de un día, en el meritito «Defe.»
De nuevo en la Terminal del Sur, Camisa Floreada baja del autobús y camina por los andenes. Cuando se dirige hacia el puente peatonal que comunica con el Metro Taxqueña, descubre una caja de cartón atada con lazo de tendedero que lleva una chiquilla.
Camisa Floreada se detiene a ver los pósters de un establecimiento, aparenta interesarse por los discos que un comercio ofrece bajo luz fosforescente y saborea los encabezados de los periódicos vespertinos. No ha dejado de observar a la niña de la caja de cartón que, camina frente a las taquillas con la mirada temerosa.
¿Habrá perdido su boleto?
¿El camión habrá partido mientras ella dormía?
¿Espera a alguien que no llegó y no llegará nunca?
Camisa Floreada detiene su vista en el nuevo álbum de los Stone Temple Pilots y cuando voltea, Caja de Cartón ha desaparecido.
De prisa, regresa el camino, sube escalones, esquiva maleteros, se topa con gente que prepara su dinero para la compra del boleto y por fin llega a las taquillas, pero no encuentra a Caja de Cartón. Tal vez en las salas de espera, piensa, justo en el momento que una punzada ataca su escroto; necesita orinar. Se encamina hacia el sanitario, aprovecha para mirar su reloj. ¡La una de la mañana! ¿Qué diablos estaba pensando cuando intentaba tomar el metro a esa hora? Pa'cabarla de chingar no habrá ningún camión que lo lleve a Tlatelolco. Mala suerte; deberá gastar en un taxi que le permita dormir unas horas antes que den las cinco de la mañana y su tía lo despierte
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