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Cartas para Claudia

PaulaPPPTesis22 de Abril de 2015

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

De todas maneras, si puedo elegir, elijo que me aceptes para quedarte, elijo aceptarte y

tenerte cerca, tan cerca como ahora...

Es que ahora que te escribo, que te cuento estas cosas, que comparto con vos mis

delirios, ahora estás aquí a mi lado, del mismo modo que me sentirás a tu lado -lo sé-

cuando leas esta carta.

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

CARTA 48

Claudia:

Hoy murió Sara. Sara tenía 52 años. Sara sufría de cáncer.

Conocí a Sara hace un año. Llegó al consultorio con un cuadro depresivo. Me contó que

hacía unos años había sido operada de un tumor de mama. Que el tumor era benigno, pero

debía seguir un tratamiento profilácticamente.

Sara tenía una calidez muy especial. Charlamos mucho sobre su vida y la relación con

sus hijos. Sobre el final de la entrevista, Sara me dijo que ella iba a ser uno de mis fracasos.

Le dije que no alcanzaba a darme cuenta de lo que me quería decir. Contestó que había

estado con varios terapeutas antes y no había recibido nada de ninguno de ellos. Llegó a la

conclusión de que el problema era ella. Le respondí que no tenía ninguna posibilidad de ser

mi fracaso; fracasar implica una expectativa previa y yo no la tenía con ella; yo le iba a dar

lo que tenía y ella podría usar eso como quisiera. Para crecer, para mortificarse, para pasar

el tiempo o para suicidarse. Eso era su decisión, no la mía.

Sara se quedó muy sorprendida y quedamos en seguir viéndonos.

Durante el siguiente mes, paseamos un poco por toda su vida. Sara tenía una estructura

de personalidad muy sana.

Me sorprendía que físicamente estuviera tan desmejorada. Me trajo sus análisis clínicos

con valores normales. Días después, a mi pedido, me entrevisté con su hijo mayor.

Sara estaba siendo engañada. Su tumor era maligno, había metástasis ósea en pelvis,

columna y cráneo, una metástasis probable en cerebro y sus posibilidades eran nulas.

Le dije a su hijo que yo creía que Sara tenía derecho a saberlo, que era su vida y que no

era honesto para con ella ocultárselo. Me contestó que era una decisión familiar y que no la

iban a modificar y me pedía que me comprometiera a no revelarle la verdad.

Respondí que no era mi manera de trabajar: el engaño (?) la estafa, y que no estaba

dispuesto a negarle a Sara una enfermedad que, por otra parte, yo estaba convencido de que

ella sabía que tenía. Agregué que el paciente podrá negárselo pero, internamente, conoce su

mal.

Sara dejó de venir, imaginé que influida por sus hijos y su marido.

De vez en cuando, me hablaba por teléfono y charlábamos unos minutos.

Pasaron los meses.

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

Hace tres semanas, me llamó desde el hospital. Estaba internada para ”un estudio” como

otras veces; me pedía que la visitara. Lo hice. Sara estaba muy desmejorada, pálida,

adelgazada y temblorosa. Me acerqué a su cama, le tomé las manos y sentí que apretaba las

mías con fuerza. Me miró y me dijo:

-Usted tenía razón, doctor, no existen los fracasos cuando no hay expectativas; y esto es

cierto en su trabajo y también en la vida.

Sonrió y siguió:

-No se enoje, doctor, quería verlo y decirle esto, pero estoy cansada y quiero dormir.

Me acerqué, la besé y me fui.

Hoy murió Sara.

Hoy me entristece tu muerte, Sara. Hoy me alegra haberte conocido.

Hoy te agradezco tu llamado de hace tres semanas. Hoy, Sara, me despido de vos para

siempre.

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

CARTA 49

Claudette:

Así es: la muerte conecta con la gran impotencia. Y quizás este sea el gran temor a la

muerte que está en (¿casi?) todos nosotros. El temor a la impotencia.

Vivimos en un mundo exitista. El triunfador, el ganador, el vencedor, el fuerte, el

poderoso; estos son nuestros modelos. Estos son los héroes admirables que damos a

nuestros hijos en cine, televisión, libros y revistas. Este es el modelo de nosotros mismos

que queremos darle a nuestros hijos: ”papá puede”, ”papá sabe”, ”papá es bueno”, ”papá

nunca se equivoca”. En resumen: ”papá es Supermán”. Y así hemos crecido, con estos

mensajes.

Y así hemos llegado a ser adultos, perdón, rectifico: quise decir mayores.

Y así nunca hemos aprendido a aceptar lo que no podemos.

Y así vivimos: esquivando, negando y evitando sentirnos impotentes,

Hoy me encuentro con un otro cuya actitud me desagrada. Hablo con él, pero no la

modifica. Me siento impotente y no me banco mi impotencia. Entonces, le grito.

No alcanza para que él cambie. Sigo sin bancarme mi impotencia. Entonces, lo insulto.

No me sirve, él sigue en la suya. Y yo, con mi impotencia. Entonces le pego, y si me

sigo sintiendo impotente, entonces, lo mato. Y me sigo sintiendo impotente, entonces... ¡ah!

entonces, me suicido.

Parece muy loco, ¿verdad? ¡Lo es!

¿Pero no es este, acaso, el mecanismo por el cual algunos padres les pegan a sus hijos?

Cuando en la guardia del hospital llegaban los niños con heridas, moretones y a veces

serias lesiones, producidas por alguno de sus padres, ¿qué era esos? ¿Incentivos de

aprendizaje? ¿Correctivos?

Cuando en una discusión callejera, uno de los individuos saca un arma y ataca a otro,

¿qué es eso? ¿”Un exceso”, “producto de la pasión”?

Cuando un alguien renuncia a su vida y salta de una ventana, ¿qué es eso? ¿”un acto de

protesta?

¡Sostengo que no!

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

Sostengo que estas y todas las demás hostilidades que pululan en nuestro mundo, son el

resultado de la incapacidad de alguien o algunos para soportar su no poder, son la expresión

de una absoluta negación de la realidad. Una realidad que impone que no somos

omnipotentes.

Te invito a que lo investigues en vos misma.

La próxima vez que te encuentres en una actitud hostil (esto es: destructiva o cruel,

dañosa o hiriente), la próxima vez, miráte hacia adentro. Buscá la impotencia implícita. Y

cuando la encuentres, cuando sepas qué es lo que no aceptás, qué es lo que no podés

modificar, intentá aceptar simplemente que quizás no puedas, date cuenta de que, si podés,

quizás no sea en este momento o por este camino. Aceptá tu impotencia.

Y si lo hacés, cuando vuelvas a tu realidad de este momento, quizás compruebes con

sorpresa que tu hostilidad ha desaparecido.

Lo más interesante es que, muchas veces, cuando yo recorro este camino y, de vuelta,

renuncio a la actitud hostil, el otro, quienquiera que sea, suele hacer una apertura de su

capacidad de escuchar. Aparece así una probabilidad adicional de interactuar que me estaba

vedada cuando él gastaba todas sus energías en defenderse de mí y entonces no tenía

espacio ni siquiera para replantearse su postura.

Atención: no confundas hostilidad con agresión. ¿Otra vez con las palabras? Sí, otra vez.

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Cartas para Claudia

Jorge Bucay

CARTA 50

Amada Claudia:

Agresión viene de ”agressio” y significa: acometer, embestir, ir hacia.

Hostilidad viene de ”hostillos”, que significa enemigo, adversario. Es verdad que la

actitud hostil es una agresión, en cuanto significa un movimiento hacia, pero no toda

agresión es hostil.

La hostilidad tiene como función específica la herida, el daño, la aniquilación del otro.

En resumen, su destrucción.

La agresividad puede, en cambio, ser constructiva. Agredir es desestructurar. Sigamos a

Perls:

”Cuando comemos, cortamos los alimentos antes de llevarlos a la boca. Ahí los

reducimos a partes más pequeñas con los dientes y los trituramos con las muelas. La saliva

tiene enzimas que comienzan un proceso de rupturas, que seguirá luego en el estómago.

Allí, un poderoso ácido (el clorhídrico), ataca los alimentos rompiendo sus estructuras

mientras los movimientos de zarandeo ayudan a la acción de estos ácidos. ¿Qué pasaría si

alguno de nosotros cancelara toda actitud agresiva, incluidos estos actos evidentemente

agresivos: cortar, morder, triturar, corroer con ácidos, zamarrear, etc.?

Pues el resultado sería que eliminaríamos lo que ingerimos tal como ingresó en nosotros.

Nuestro aparato digestivo necesita desestructurar los alimentos para poder asimilar lo

útil...”

Y lo más importante: si esto pasara, si canceláramos esta agresión hacia lo de afuera (el

alimento), nuestro organismo buscaría la energía en nuestra propia sustancia.

Comenzaríamos a agredir a nuestros propios tejidos, en busca de esos nutrientes.

Bien, esta agresión desestructurante es parte de mis mecanismos "incorporadores”. El

metabolismo psíquico reproduce el metabolismo digestivo.

Es por esto que,

...

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