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Cenicienta, el cuento de hadas


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2015  •  Trabajos  •  20.527 Palabras (83 Páginas)  •  168 Visitas

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«Cenicienta»    

En todos los aspectos, «Cenicienta» es el cuento de hadas más conocido y, probablemente, el preferido de todo el mundo.71 Es un relato muy antiguo, pues cuando se escribió por primera vez en China en el siglo IX d.C., tenía ya una larga historia.72 El diminuto tamaño del pie, que no encontraba rival alguno, como signo de virtud, distinción y belleza, y la zapatilla hecha con algún material precioso, son elementos que apuntan hacia un origen oriental, aunque no necesariamente chino. Para el oyente actual, la extrema pequeñez de los pies no provocará las connotaciones de atractivo sexual y de belleza en general, que despertaba en los chinos, quienes acostumbraban a vendar los pies a las mujeres. Como ya es sabido, «Cenicienta» es un relato sobre las esperanzas y las angustias presentes en la rivalidad fraterna, y sobre el triunfo de la heroína rebajada por las dos hermanastras que abusan de ella. Mucho antes de que Perrault diera a «Cenicienta» la forma bajo la que actualmente se ha hecho famosa, «el tener que vivir entre cenizas» significaba la inferioridad respecto a los propios hermanos, sea cual fuere su sexo. En Alemania, por ejemplo, existían historias en las que un muchacho, que se veía obligado a vivir entre las cenizas, se convertía finalmente en un rey, gozando así del mismo destino que Cenicienta. «Aschenputtel» es el título de la versión de los Hermanos Grimm. Este término designaba originariamente a la fregona, sucia y humilde, que estaba al cuidado de las cenizas del fogón. En la lengua alemana existen numerosos ejemplos que nos demuestran que el hecho de verse obligado a vivir entre las cenizas, no sólo era símbolo de degradación sino también de rivalidad fraterna; sobre todo, del hermano que consigue superar a los otros que lo han relegado a esa posición despreciable. Martín Lutero en sus Sermones cita a Caín como el poderoso malvado, alejado de Dios mientras que el piadoso Abel se ve forzado a ser el hermano ceniciento (Aschenbrödel), una nulidad a manos de Caín; en uno de sus sermones, Lutero nos recuerda que Esaú fue obligado a ocupar el puesto del hermano ceniciento de Jacob.74 Caín y Abel, y Jacob y Esaú, son ejemplos bíblicos de la destrucción y aniquilación de un hermano a manos de otro. Los cuentos de hadas sustituyen las relaciones fraternas por las relaciones entre hermanastros, mecanismo que permite explicar y aceptar las rencillas que uno desearía que no existieran entre verdaderos hermanos. Aunque la rivalidad fraterna sea universal y «natural», en el sentido de que es la consecuencia negativa del ser hermano, esta misma relación genera, también, sentimientos igualmente positivos entre los hermanos, como queda perfectamente ilustrado en cuentos del estilo de «Los dos hermanitos». Ningún otro cuento de hadas expresa tan bien como las historias de la «Cenicienta» las experiencias internas del niño pequeño que sufre la angustia de la rivalidad fraterna, cuando se siente desesperadamente excluido por sus hermanos y hermanas. Cenicienta es menospreciada y degradada por sus hermanastras; su madre (madrastra) la obliga a sacrificar sus propios intereses en beneficio de los de aquéllas; tiene que realizar los trabajos más sucios de la casa y, aunque los lleve a cabo con toda minuciosidad, no recibe gratificación alguna; al contrario, se le exige cada vez más y más. Esta es la descripción exacta de cómo se siente el niño cuando le acosan los efectos de la rivalidad fraterna. Por muy exageradas que puedan parecer las tribulaciones y penalidades de Cenicienta a los ojos de un adulto, éstas corresponderán exactamente a los sentimientos del niño que se halle inmerso en este conflicto: «Ese soy yo; así es como me maltratan, o como les gustaría hacerlo; me consideran insignificante y me desprecian». Hay momentos —a menudo largos períodos de tiempo— en los que el niño, por razones internas, se siente igual que Cenicienta, aun cuando su posición entre los hermanos no parezca dar motivo para ello.  Al plasmar en imágenes fantásticas lo que el niño experimenta en su interior, la historia —como ninguna narración realista es capaz de hacer— consigue una cualidad emocional de «verdad» para el niño. Los episodios de «Cenicienta» le ofrecen imágenes palpitantes que materializan sus abrumadoras y, a menudo, vagas e imprecisas emociones; consecuentemente, estos acontecimientos son más convincentes para el niño que sus experiencias en la vida real. El término «rivalidad fraterna» hace referencia a una compleja constelación de sentimientos y a sus causas inherentes. Con muy pocas excepciones, las emociones originadas en la persona presa de este conflicto son desproporcionadas si las comparamos con su situación real con sus hermanos y hermanas, considerándola desde un punto de vista objetivo. Mientras que los niños sufren, en ocasiones, los efectos de la rivalidad fraterna, los padres raramente sacrifican a uno de sus hijos en aras de los otros, ni perdonan la persecución con la que éstos atormentan a uno de sus hermanos. Al niño le resulta sumamente difícil pensar en términos objetivos —y le es prácticamente imposible cuando sus emociones están en juego—; sin embargo, en sus momentos más racionales el pequeño «sabe» que, en realidad, no le tratan tan despiadadamente como a Cenicienta. Pero, con todo, el niño se siente, a menudo, maltratado, a pesar de que «reconoce» que no es cierto. Por eso cree en la verdad inherente de «Cenicienta» y en su eventual liberación y victoria final. Del triunfo de la heroína el niño extrae sus exageradas esperanzas respecto al futuro, que vendrá a contrarrestar las penas que experimenta cuando se ve atacado por la rivalidad fraterna. A pesar de que se le atribuya el nombre de «rivalidad fraterna», este miserable sentimiento hace referencia sólo de modo accidental a los verdaderos hermanos y hermanas de un niño, ya que tiene su origen en los sentimientos del pequeño respecto a sus padres. El que un hermano o una hermana mayor sea más competente provoca, en el niño, un sentimiento de celos que desaparece después de algún tiempo. Pero, el hecho de que otro niño reciba especial atención por parte de los padres, sólo se convierte en un insulto si el pequeño teme sentirse despreciado o rechazado por aquéllos. Debido a esta ansiedad, uno o todos los hermanos de un niño pueden llegar a convertirse en el aguijón que roe sus entrañas. Lo que provoca la rivalidad fraterna es el temor de que, al ser comparado con sus hermanos, el niño no logre ganar el amor y la estima de sus padres. En las historias, este elemento se pone de manifiesto al conceder poca importancia al hecho de que uno de los hermanos sea realmente más inteligente. La historia bíblica de José nos demuestra que la conducta destructiva de sus hermanos está provocada por los celos de éstos ante el afecto que el padre le prodiga. Contrariamente al caso de Cenicienta, el padre de José no contribuye a la degradación de su hijo, sino que lo prefiere a todos los otros. Pero, al igual que Cenicienta, José es rebajado a la condición de esclavo, de la que logra escapar milagrosamente, como aquélla, y termina imponiéndose a sus hermanos Aunque digamos a un niño que sufre la rivalidad fraterna que cuando sea mayor será igual de capaz que sus hermanos o hermanas, no le liberamos de las penas que siente en el momento actual. Por mucho que lo desee, le resulta muy difícil confiar en nuestras alentadoras palabras. Un niño ve las cosas de modo subjetivo y, al compararse, en estos términos, con sus hermanos, le es imposible pensar que algún día pueda igualarlos. Si pudiera confiar más en sí mismo, no se sentiría tan destruido por sus hermanos ni le importaría demasiado lo que éstos le hicieran, pues esperaría pacientemente que el tiempo invirtiera los papeles. Pero, puesto que el niño, por sí solo, es incapaz de mirar con optimismo hacia un futuro, en que las cosas serán más agradables para él, sólo encontrará alivio a través de fantasías de grandeza —llegar a dominar a los hermanos— que confía que puedan convertirse en realidad si se da alguna maravillosa coincidencia. Sea cual fuere nuestra posición en el seno de la familia, todos nos hemos sentido acosados, en alguna época de nuestra vida, por la rivalidad fraterna. Incluso el hijo único cree que los demás niños gozan de mayores ventajas, hecho que le hace experimentar intensos celos. Además, puede llegar a sufrir con la idea de que, si tuviera un hermano, éste sería el preferido de sus padres. La «Cenicienta» es un cuento que atrae tanto a los niños como a las niñas, ya que ambos sexos experimentan por igual la rivalidad fraterna y desean, del mismo modo, ser arrancados de su humillante posición para, así, sobrepasar a aquellos que parecen superiores. Desde un punto de vista superficial, «Cenicienta» es, aparentemente, tan simple como la historia de Caperucita, con la cual comparte una enorme popularidad. «Cenicienta» trata de los sufrimientos que la rivalidad fraterna origina, de la realización de deseos, del triunfo del humilde, del reconocimiento del mérito aun cuando se halle oculto bajo unos harapos, de la virtud recompensada y del castigo del malvado; es, pues, una historia íntegra. Pero, bajo todo ese contenido manifiesto, se esconde un tumulto de complejo y extenso material inconsciente, al que aluden los detalles de la historia para poner en marcha nuestras asociaciones inconscientes. El contraste entre está aparente superficialidad y la complejidad subyacente despierta un mayor interés por el relato y justifica su popularidad, que se mantiene a lo largo de los siglos. Para comprender este significado oculto de la historia, hemos de penetrar más allá de los orígenes evidentes de la rivalidad fraterna, que hasta ahora se ha comentado. Como ya se ha mencionado anteriormente, si el niño pudiera convencerse de que su posición inferior se debe únicamente a sus capacidades, que se hallan limitadas por la edad, no padecería tan atrozmente los efectos de la rivalidad fraterna, puesto que podría confiar en que el futuro solucionará las cosas. Al pensar que su degradación es algo que merece, siente que su problema es absolutamente irresoluble. La aguda observación de Djuna Barnes sobre los cuentos de hadas — que el niño sabe algo de ellos que no es capaz de expresar (como, por ejemplo, que disfruta con la idea de que Caperucita y el lobo estén juntos en la cama)— podría ampliarse dividiendo las historias en dos grupos: uno en el que el niño reacciona sólo de modo inconsciente a la verdad inherente del relato, sin poder, así, verbalizar sus impresiones; y otro en el que el pequeño capta, a nivel preconsciente o incluso consciente, el «verdadero sentido», y, por lo tanto, puede comentarlo, aunque en realidad no quiere manifestar lo que sabe.75 Algunos aspectos de «Cenicienta» entran dentro de esta última categoría. Muchos niños, al principio de la historia, están convencidos de que Cenicienta merece su destino, puesto que piensan exactamente igual sobre sí mismos; pero no quieren que nadie lo sepa. A pesar de ello, al final del relato, la heroína resulta ser digna de alabanza, ya que el niño espera correr la misma suerte, sin que se tengan en cuenta sus primitivos defectos. Todo niño, en algún momento de su vida —cosa que ocurre no pocas veces—, cree que, debido a sus secretos y quizá también a sus acciones clandestinas, merece ser degradado, apartado de los otros y relegado a una existencia inferior, rodeado de cenizas y suciedades. Teme que sus angustias se cumplan, olvidando lo satisfactoria que puede ser su situación en la realidad. Odia y teme a todos aquellos que —como sus hermanos— se ven libres de esta maldad; tiene miedo de que ellos o sus padres descubran lo que él es en realidad y le traten como a Cenicienta. El niño espera que los demás —especialmente sus padres— crean en su inocencia, por eso le encanta saber que «todo el mundo» cree en la bondad de Cenicienta. Este es uno de los mayores atractivos de dicho cuento. Puesto que la gente está dispuesta a confiar en la sinceridad de Cenicienta, el niño espera que se acabe, también, por creer en la suya. El relato de «Cenicienta», al alimentar estas esperanzas, se convierte en una historia deliciosa.  Otro elemento que posee gran atractivo para el niño es la perversidad de la madrastra y de las hermanastras. Sean cuales fueren los defectos de un niño, ante sus propios ojos, palidecen y se tornan insignificantes comparados con la falsedad y bajeza de aquéllas. Por otra parte, el comportamiento de las hermanastras para con Cenicienta justifica los sentimientos, por muy bajos que sean, que el niño experimenta hacia sus hermanos: éstos son tan ruines que cualquier cosa que deseemos que les ocurra estará más que justificada. Teniendo en cuenta esa circunstancia, Cenicienta es totalmente inocente. De ese modo, el niño, al oír la historia, comprende que no tiene por qué sentirse culpable a causa de sus malos pensamientos. A un nivel completamente distinto —los elementos de la realidad coexisten tranquilamente con las exageraciones fantásticas en la mente infantil—, aunque el pequeño sienta que sus padres y hermanos lo tratan pésimamente, y por más que sufra por ello, su situación no es tan grave comparada con el destino de Cenicienta. Al mismo tiempo, la historia le indica lo afortunado que es y cómo podrían empeorar las cosas. (Sin embargo, esta última posibilidad no despierta ansiedad alguna, pues, como en todos los cuentos de hadas, el desenlace feliz se encarga de ello.) El comportamiento de una niña de cinco años y medio, tal como su padre nos lo refiere, ilustra lo fácil que le resulta a un niño identificarse con la «Cenicienta». Esta niña tenía una hermana menor de la que se sentía intensamente celosa. Le encantaba la historia de «Cenicienta», pues el cuento le ofrecía un material con el que podía descargar sus sentimientos; sin aquellas imágenes le hubiera sido realmente difícil comprender y expresar sus propias emociones. Le gustaba ir siempre muy aseada y lucir bonitos vestidos, pero repentinamente se volvió desaliñada y sucia. Un día, su madre le pidió que fuera a buscar un poco de sal, pero, mientras lo hacía, la niña exclamó: «¿Por qué me tratas como a Cenicienta?». La madre, casi sin habla, le preguntó: «¿Por qué crees que te trato como a Cenicienta?». «¡Porque me obligas a hacer el trabajo más duro de la casa!», replicó la pequeña. Al introducir a sus padres en sus fantasías, las representaba más abiertamente, barriendo así toda la suciedad, etcétera. Llegó incluso más lejos, jugaba a vestir a su hermanita pequeña para ir al baile. Sin embargo, extrajo de la historia de «Cenicienta» lo que necesitaba, basándose en su comprensión inconsciente de las emociones contradictorias aunadas en el papel de «Cenicienta», pues un día dijo a su madre y a su hermana: «No deberíais sentir celos de mí sólo porque soy la más guapa de la familia».76 Esto muestra que, bajo la aparente humildad de Cenicienta, yace la convicción de su superioridad frente a su madre y hermanas, como si pensara: «Podéis mandarme hacer todos los trabajos más sucios, que yo fingiré ser sucia, pero, en el fondo, sé que me tratáis así porque estáis celosas de que yo sea mucho mejor que vosotras». Esta convicción está alentada por el desenlace feliz de la historia, que asegura a toda «Cenicienta» que, en el último momento, llegará un príncipe y se fijará en ella. ¿Por qué cree el niño, en su fuero interno, que Cenicienta se ha hecho merecedora de esta situación humillante? Esta cuestión nos remite al pensamiento infantil al término del período edípico. Antes de verse complicado en los problemas edípicos, el niño está convencido, si las relaciones en el seno de la familia son satisfactorias, de que puede ser amado, y, de hecho, lo es. El psicoanálisis califica a este estadio de completa satisfacción con uno mismo de «narcisismo primario». Durante este período el niño cree que él, indiscutiblemente, es el centro del universo, por lo tanto no hay por qué sentir celos de nadie. Los conflictos edípicos, que aparecen al finalizar este estadio de desarrollo, dejan profundas huellas de duda en el sentido que el niño otorga a su propio valor. Tiene la impresión de que si realmente fuera digno del cariño de sus padres, como antes creía serlo, éstos nunca le hubieran criticado ni frustrado. La única explicación que puede encontrar a las críticas de sus padres es que debe haber algún fallo grave en él, que provoca lo que el pequeño experimenta como rechazo. Si sus deseos no se satisfacen y sus padres causan en él constantes frustraciones, no hay otra justificación que, o bien algo está mal en el niño, o bien sus deseos son equivocados, o ambas cosas a la vez. El pequeño todavía es incapaz de comprender que puede haber otras razones que influyan en su destino, al margen de las que residen en su interior. Mientras el niño experimentaba los celos edípicos, el anhelo de deshacerse del progenitor del mismo sexo parecía lo más natural del mundo, pero ahora se da cuenta de que no puede seguir por su propio camino, y quizá por eso sus deseos sean erróneos. Ya no está tan seguro de que sus padres le prefieran a él más que a sus hermanos, y empieza a sospechar que la causa de todo esto se deba a que aquéllos están libres de los malos pensamientos y acciones que él experimenta. Todas estas incertidumbres van aumentando a medida que el pequeño va adquiriendo un cierto nivel de socialización, en el que se ve sujeto a actitudes cada vez más críticas. Tiene que comportarse de modo contrario a sus deseos naturales, cosa que le afecta enormemente. No obstante, debe limitarse a obedecer sin más, lo cual le hace sentirse furioso; y esta cólera va dirigida contra todos aquellos que le imponen exigencias, especialmente sus padres. Esta es otra razón por la que el niño pretende deshacerse de ellos, y que, a su vez, provoca en él sentimientos de culpabilidad. Teniendo en cuenta estos procesos, parece lógico que el pequeño crea merecer un castigo por sentir esas cosas, castigo del que sólo podría escapar si nadie se enterara de lo que piensa cuando está enojado. El sentimiento de que no es digno del amor de sus padres, cuando más desea que éstos le quieran, origina el temor al rechazo, aunque en realidad no haya motivo para ello. A su vez, este miedo al rechazo acarrea la angustia de que los otros son los preferidos, es decir, los mejores; estas son las raíces profundas de la rivalidad fraterna. Algunos de los influenciables sentimientos de inutilidad que el niño tiene de sí mismo se originan en las experiencias que rodearon a la educación sobre el control de los esfínteres y a todos los otros aspectos de la educación en general: ser limpio, aseado y ordenado. Mucho se ha hablado de cómo las exigencias de los padres, al ver que sus hijos no son lo pulidos que ellos quisieran, hacen que el pequeño se sienta sucio y malo. Pero, aunque el niño logre ser limpio y aseado, sabe que, en realidad, preferiría dar rienda suelta a sus tendencias, que le impelen a ser desaliñado, sucio y desordenado. Al finalizar el período edípico, el sentimiento de culpabilidad por sus deseos de suciedad y desorden se une a la culpabilidad que provoca el conflicto edípico, al querer sustituir al progenitor del mismo sexo en el cariño del otro. El anhelo de ser el amor, si no la pareja sexual, del progenitor del sexo opuesto, que, al principio del desarrollo edípico, parecía natural e «inocente», al término del mismo se reprime como algo sumamente negativo. Pero, mientras este deseo como tal puede reprimirse, la culpabilidad que provoca y los sentimientos sexuales en general permanecen conscientes y hacen que el pequeño se sienta sucio e insignificante. Una vez más, la falta de objetividad insta al niño a pensar que sólo él experimenta tales deseos y que únicamente él es malo. Esta convicción hace que todo niño se identifique con Cenicienta, obligada a permanecer siempre junto a las cenizas. Puesto que experimenta estos «sucios» deseos, le corresponde, también, el lugar de la Cenicienta, donde sus padres lo relegarían si conocieran sus anhelos. Esta es la razón por la que el niño tiene que creer que, aun siendo degradado hasta este punto, será rescatado de tal humillación y devuelto al rango que le corresponde, al igual que le ocurre a Cenicienta.  El niño necesita, desesperadamente, captar la naturaleza de estas ansiedades y sentimientos de culpabilidad para poder soportar la humillación e insignificancia que fantasea durante este período. Además, a nivel consciente e inconsciente, debe estar seguro de que será capaz de salir victorioso de tales dificultades. Uno de los aspectos más valiosos de «Cenicienta» es que, dejando aparte la ayuda mágica que recibe, el niño comprende que Cenicienta se libera de su situación humillante para pasar a otra muy superior, gracias a su personalidad y a sus propios esfuerzos, y a pesar de que los obstáculos que la rodean parecen insuperables. El niño confía en que lo mismo le sucederá a él, pues la historia se adapta muy bien a la causa de su culpabilidad consciente e inconsciente.  Evidentemente, «Cenicienta» trata de la rivalidad fraterna en su forma más exagerada: los celos y la hostilidad de las hermanastras y los sufrimientos de la muchacha a causa de ello. Otros aspectos psicológicos a los que alude esta historia se mencionan de modo tan sutil que el niño no llega a ser consciente de los mismos. Sin embargo, en su inconsciente, el niño reacciona a estos importantes detalles que se relacionan con hechos y experiencias de los que se ha apartado conscientemente, pero que continúan ocasionándole serios problemas. En el mundo occidental, la historia del origen de «Cenicienta» empieza con la primera versión publicada, a cargo de Basile: «La Gata Cenicienta».77 En ella aparece un príncipe viudo que quiere tanto a su hija «que no veía más que por sus ojos». Pasado un tiempo se casa con una malvada mujer que odia profundamente a la niña —podemos suponer que siente celos de ella— y «le lanzaba unas miradas tan penetrantes que la hacían estremecer de miedo». La muchacha se queja de ello a su querida nodriza, diciéndole que la hubiera preferido a ella como madre. Ésta, alentada por esas palabras, indica a la niña, llamada Zezolla, que le pida a su madrastra que busque algunos vestidos en un viejo baúl. De este modo, Zezolla podrá dejar caer la tapa del arca sobre la cabeza de la madrastra y romperle el cuello. La niña sigue los consejos de la nodriza y da muerte a la perversa mujer.78 A continuación convence a su padre para que se case con la nodriza. Algunos días después de la boda, se descubre que la nueva esposa tenía seis hijas que había mantenido ocultas hasta aquel momento. Entonces, empieza a degradar a Zezolla a los ojos de su padre: «Fue rebajada de tal modo que pasó de los salones a la cocina, de sus aposentos a los fogones, de espléndidos vestidos de seda y oro a burdos delantales, y del cetro al asador; no sólo cambió su posición sino también su nombre; dejó de llamarse Zezolla para tomar el nombre de "Gata Cenicienta"».  Un día, cuando el príncipe debe salir de viaje, pregunta a sus hijas qué regalo desean que les traiga. Las hijastras piden cosas sumamente valiosas, mientras Zezolla quiere únicamente que la paloma de las hadas le conceda algún presente. El obsequio que hace llegar a sus manos es una palmera, con todo lo necesario para plantarla y cultivarla. Después de haber plantado y cuidado el árbol con gran esmero, la niña lo ve crecer hasta alcanzar el tamaño de una mujer. Entonces, del árbol surge un hada, dispuesta a conceder a Gata Cenicienta todo lo que ésta desee. Todo lo que pide es que se le permita abandonar la casa sin que se enteren sus hermanastras. Un día se celebra una fiesta a la que asisten las hermanastras elegantemente vestidas. Tan pronto como se queda sola, Gata Cenicienta «corrió al árbol y pronunció las palabras que el hada le había enseñado, viéndose, al instante, ataviada como una reina». El rey de aquellas tierras, que también acude a la fiesta, queda prendado de la extraordinaria belleza de Gata Cenicienta. Para averiguar quién es, en realidad, aquella hermosa doncella, ordena a uno de sus criados que la siga al salir del baile, pero la muchacha consigue esquivarlo. Al cabo de un tiempo se celebra otra fiesta, en la que ocurre exactamente lo mismo. Durante la tercera recepción, se repiten los mismos hechos, pero, esta vez, mientras el criado sigue a Gata Cenicienta, ésta pierde una de sus chinelas, «la más bella y extraordinaria que os podáis imaginar». (En la época de Basile, las mujeres napolitanas, cuando salían, se calzaban unos zapatos de tacón alto, llamados chinelas.) Para poder encontrar a la bella muchacha a quien pertenece la zapatilla, el rey celebra una fiesta y ordena a todas las mujeres del reino que acudan a ella. Al final del baile, el rey obliga a cada una de ellas a que se pruebe la chinela y, «al irse acercando a Zezolla, el zapato escapó de sus manos y fue a ajustarse al diminuto pie de la muchacha». Ante esta evidencia, el rey convierte a Zezolla en su esposa, mientras que «las hermanas, pálidas de envidia, salieron sigilosamente de palacio».    El tema de un niño que mata a su madre o madrastra es muy poco frecuente.*79 La degradación temporal de Zezolla no es un castigo adecuado a la gravedad de su crimen, por lo que debemos buscarle una explicación, sobre todo teniendo en cuenta que la humillación de ser rebajada hasta convertirse en «Gata Cenicienta» no es consecuencia de su mala acción, o por lo menos no está directamente relacionada con ella. Otro rasgo que sólo encontramos en esta versión es la existencia de dos madrastras. En «Gata Cenicienta» no se menciona para nada a la verdadera madre de la muchacha, mientras que en la mayoría de los cuentos de «Cenicienta» se alude a ella de alguna manera; y quien proporciona los medios a la hija maltratada para que pueda unirse con su príncipe no es una representación simbólica de la madre original, sino un hada en forma de palmera.  Es posible que, en «Gata Cenicienta», la madre real y la primera madrastra sean la misma persona en distintos períodos de desarrollo; y que su asesinato y sustitución se deban más a fantasías edípicas que a la realidad. Si nuestra interpretación es cierta, parece lógico que Zezolla no reciba castigo alguno por crímenes que sólo ha cometido en su imaginación. Su degradación en favor de sus hermanas puede tratarse también de una fantasía en cuanto a lo que le hubiera ocurrido si hubiera actuado de acuerdo con sus deseos edípicos. Cuando Zezolla ha superado la edad edípica y está ya lista para establecer las relaciones con su madre, ésta regresa bajo la forma de un hada y ayuda a su hija a tener éxito con el rey, objeto no edípico, desde el punto de vista sexual. En muchas versiones de este ciclo de cuentos se insinúa el hecho de que la situación de Cenicienta es consecuencia de una relación edípica. En todas las historias divulgadas por Europa, África y Asia —en Europa, por ejemplo, en Francia, Italia, Austria, Grecia, Irlanda, Escocia, Polonia, Rusia y Escandinavia—, Cenicienta huye de un padre que pretende casarse con ella. En otra serie de cuentos también ampliamente difundida, el padre expulsa a la muchacha porque no lo ama como debiera, cosa que no es cierta en absoluto. Así pues, hay muchos ejemplos del tema de «Cenicienta», en los que su degradación —a menudo sin la presencia de ninguna madre (madrastra) ni hermana (hermanastra) en la historia— se debe a un vínculo edípico entre padre e hija. M. R. Cox, que ha recopilado 345 historias de «Cenicienta», las divide en tres grandes grupos.80 La primera categoría contiene tan sólo dos características esenciales: una heroína maltratada y la zapatilla que sirve para reconocerla. El segundo grupo abarca otros dos rasgos esenciales: lo que Cox, en su lenguaje victoriano, califica de «padre desnaturalizado» —es decir, un padre que quiere casarse con su hija— y otra característica que es consecuencia de la primera, la huida de la heroína, que la convierte en una «Cenicienta». En la tercera categoría, los dos aspectos adicionales pertenecientes a la segunda son sustituidos por lo que Cox llama un «Juicio del rey Lear»: un padre cree que las muestras de afecto de su hija no son suficientes, por lo que la destierra del lugar, condenándola así a la humillante posición de Cenicienta.  La historia de Basile es una de las pocas versiones de «Cenicienta» en que la propia heroína es culpable de su destino; es el resultado de sus maquinaciones y delitos. En casi todas las demás versiones la muchacha es aparentemente inocente. No hace nada que despierte en el padre el deseo de casarse con ella; y lo ama realmente aunque éste la expulse por creer que su estimación no es suficientemente fuerte. En las historias más conocidas en la actualidad, Cenicienta no es culpable de la humillación que sufre en aras de sus hermanastras. En la mayoría de los relatos de «Cenicienta», excepto en el de Basile, se pone de relieve la inocencia de la protagonista, ya que se la presenta como una persona llena de virtudes. Por desgracia, en las relaciones humanas, no es muy corriente que uno de los miembros de la pareja sea totalmente inocente, mientras que el otro es el único culpable. Sin embargo, esta exageración parece factible en un cuento de hadas; no es un milagro mayor del que llevan a cabo las hadas madrinas. Pero cuando nos identificamos con la heroína de una historia, lo hacemos de acuerdo con nuestras necesidades y en ello entran en juego asociaciones conscientes e inconscientes. La reacción de una niña ante esta historia puede estar influenciada por lo que desearía que fuera la relación con su padre y por los sentimientos que siente hacia él, pero que desea ocultar.81 Muchas historias, en las que el padre desea por esposa a su inocente hija —destino que la muchacha sólo puede evitar mediante la huida—, podrían interpretarse como expresiones de fantasías infantiles universales en las que la niña desea que su padre se case con ella pero, sintiéndose culpable a causa de esas fantasías, niega haber despertado dicho deseo en el padre. No obstante, la niña que sabe, en su fuero interno, que desea que su padre la prefiera a ella antes que a su madre, tiene la sensación de que merece ser castigada por estos pensamientos; de ahí que huya, sea expulsada o degradada a una existencia de Cenicienta.  Otros relatos, en los que el padre expulsa a Cenicienta porque su afecto es insuficiente para él, pueden considerarse como proyecciones del deseo de una niña de que su padre quiera que el amor de ésta supere todos los límites, que es, precisamente, lo que la pequeña anhela que su padre sienta hacia ella. Por otra parte, el que Cenicienta sea expulsada por esta razón puede interpretarse también como una encarnación de los deseos edípicos paternos hacia la hija, implicando así los sentimientos edípicos inconscientes, hasta ahora reprimidos, tanto del padre como de la hija. En la historia de Basile, Cenicienta es inocente si se la compara con sus hermanastras y con la nodriza convertida en madrastra, pero sigue siendo culpable del asesinato de su primera madrastra. Ni en la versión de Basile ni en la variante china, todavía mucho más antigua, se cita ningún detalle que haga suponer que Cenicienta era maltratada por sus hermanas ni que sufra ninguna otra humillación por parte de su madre (madrastra), aparte de verse obligada a realizar las tareas domésticas vestida con harapos. No se le prohíbe explícitamente que acuda a la fiesta. La rivalidad fraterna, que es un elemento constantemente presente en las versiones de Cenicienta actualmente conocidas, apenas si tiene importancia en estas antiguas historias. Por ejemplo, cuando las hermanas, en la narración de Basile, sienten envidia porque Cenicienta se convierte en una reina, este hecho no parece ser más que una reacción natural y lógica al compararse con ella. Sin embargo, en las versiones de «Cenicienta» conocidas en la actualidad, la rivalidad fraterna se presenta de modo distinto: las hermanas participan activamente en los malos tratos infligidos a Cenicienta y, por ello, son severamente castigadas. Aun así, la madrastra queda sin recibir su merecido, aunque no sea más que un elemento insignificante en las acciones de sus hijas. La historia parece señalar, pues, que el abuso por parte de la madre (madrastra) es algo merecido, pero no así las injusticias cometidas por las hermanastras. Únicamente en las historias de Basile o en las que Cenicienta despierta el amor de su padre, que quiere casarse con ella, se pone de manifiesto lo que Cenicienta ha hecho o deseaba hacer, justificando así el castigo que su madre (madrastra) le inflige. Analizando estas primeras versiones, en las que la rivalidad fraterna no desempeña ningún papel significativo, y cuyo tema central son los rechazos de tipo edípico —una hija huye de su padre a causa de los deseos sexuales que éste alimenta hacia ella; un padre rechaza a su hija porque ésta no lo quiere lo suficiente; una madre discrimina a su hija porque su marido la quiere demasiado; y, por último, el caso nada frecuente en que la hija desea sustituir a la esposa de su padre por otra que ella misma escoge—, podríamos concluir que, originalmente, los deseos edípicos frustrados explican la degradación de la heroína. Sin embargo, no podemos encontrar una secuencia histórica clara en relación con estos cuentos de hadas probablemente porque, siguiendo la tradición oral, las versiones más antiguas coexisten con las más recientes. El retraso con que se recopilaron y publicaron finalmente los cuentos de hadas convierte a cualquier intento de disposición secuencial anterior en algo meramente especulativo.  Pero, aunque existan enormes variantes en cuanto a los pequeños detalles, todas las versiones de esta historia son semejantes en sus características esenciales. Por ejemplo, en casi todas las historias, la heroína goza, al principio, de cariño y respeto para descender de esta posición favorable hasta la máxima degradación, tan repentinamente como vuelve a recuperarla al final de la historia. El desenlace se produce en el momento en que Cenicienta es reconocida gracias a que la zapatilla se ajusta a su pie. (En alguna ocasión puede tratarse de algún otro objeto, por ejemplo, una sortija.)82 El punto más importante en que difieren todas estas historias —en los términos en que (tal como se ha comentado) se han clasificado por grupos— yace en la causa deja degradación de Cenicienta.  Hay un grupo en el que el padre desempeña un papel central, como antagonista de Cenicienta. En el segundo grupo, la madre (madrastra) con las hermanastras son los personajes que se oponen a Cenicienta; en estas historias, madre e hijas están tan íntimamente relacionadas entre sí que uno tiene la sensación de que se trata de un solo personaje disociado en figuras distintas. En el primero de estos grupos, el desmesurado amor de un padre por su hija es la causa de las desgracias de Cenicienta. En el otro, el odio de una madre (madrastra) y sus hijas, es decir, la rivalidad fraterna, es el elemento que da lugar a la situación de la protagonista. Si nos basamos en las pistas que nos proporciona la historia de Basile, podremos decir que el exagerado amor de un padre por su hija, y viceversa, es el punto de partida del relato, y la humillación de Cenicienta, provocada por la madre con las hermanas, es su consecuencia lógica. Esta situación es paralela al desarrollo edípico de una niña. En primer lugar ama a su madre, a la madre buena original, que reaparece más tarde en esta historia bajo la forma del hada madrina. A continuación su cariño se dirige hacia el padre, por el que quiere, al mismo tiempo, ser amada; en este momento, la madre —y todos los hermanos, reales o imaginados y, en especial, las hermanas— se convierten en sus rivales. Al final del período edípico, la niña se siente marginada, totalmente abandonada; sin embargo, si todo se desarrolla normalmente en la pubertad, la muchacha será capaz de hallar el camino de vuelta hacia la madre, pero ahora viéndola ya no como una persona de la que debe disfrutar de su amor en exclusiva, sino como alguien con quien identificarse. El fogón, la parte central de una casa, simboliza la madre. El hecho de vivir tan cerca del hogar, que uno llega incluso a cubrirse de cenizas, puede ser un símbolo de los esfuerzos por mantener la relación con la madre o volver hacia ella y hacia lo que ésta representa. Todas las niñas, al experimentar la frustración que les inflige el padre, intentan volver a la madre. No obstante, esta nueva relación que la niña quiere establecer con la madre ya no es satisfactoria, puesto que ésta ya no es la madre de la infancia que todo lo daba, sino que ahora, se ha vuelto exigente con su hija. Bajo este punto de vista, Cenicienta, al principio de la historia, se lamenta, no sólo por la pérdida de la madre original, sino también porque se han esfumado sus sueños sobre la maravillosa relación que iba a sostener con el padre. La protagonista tiene que superar las profundas frustraciones edípicas para acceder a una vida satisfactoria al final del relato, ya no como una niña, sino como una doncella lista para el matrimonio. Así pues, los dos grupos de historias de «Cenicienta», que, a nivel superficial, son tan distintos en cuanto a las causas de la desgracia de la niña, resultan tener una estructura profunda muy semejante. Simplemente, transcriben por separado algunos de los principales aspectos de un mismo fenómeno: las ansiedades y deseos edípicos de la niña. La trama es mucho más compleja en las historias actualmente conocidas del tema de «Cenicienta», por lo que será necesario hablar extensamente para poder explicar por qué estas versiones han sustituido a las anteriores, como, por ejemplo, la de Basile. Los deseos edípicos en cuanto al padre aparecen reprimidos si exceptuamos el hecho de que la niña espera algún regalo mágico por parte de éste. El presente que el padre trae a Cenicienta, como la palmera en «Gata Cenicienta», le brinda la oportunidad de encontrarse con el príncipe y ganar su amor, hecho que le permite sustituir al padre, que, hasta entonces, había sido el hombre que más amaba, por la pareja ideal. El deseo de Cenicienta de eliminar a la madre está totalmente reprimido en las versiones modernas y sustituido por desplazamiento y proyección: no es la madre quien desempeña, de modo manifiesto, un importante papel en la historia, sino una madrastra; la madre ha sido sustituida. La muchacha no quiere rebajar a la madre, para ocupar su lugar en la vida del padre, sino que, proyectando este deseo, es la madrastra la que anhela la desaparición de la niña. Aún hay otro indicio de que el desplazamiento sirve para ocultar los verdaderos deseos: son las hermanas las que quieren arrebatar el lugar que, por derecho, le corresponde a la heroína.  En las versiones actuales, la rivalidad fraterna suplanta al conflicto edípico que ha sido reprimido y ocupa el punto central del argumento. En la vida real, las relaciones edípicas, positivas y negativas, y la culpabilidad que de ellas se desprende, permanecen a menudo ocultas tras la rivalidad fraterna. Sin embargo, como suele ocurrir con los fenómenos psicológicos complejos que provocan sentimientos de culpabilidad, lo único que la persona experimenta a nivel consciente es la ansiedad debida a dichos sentimientos, y no la culpabilidad como tal n¡ lo que la originó. Por lo tanto, «Cenicienta» trata únicamente de lo que representa el ser degradado.  Como es tradicional en los cuentos de hadas, la ansiedad que despierta la penosa existencia de Cenicienta en el que escucha el relato se ve pronto aliviada por el final feliz. Al identificarse con la protagonista, la niña (implícitamente y sin ser consciente de ello) se enfrenta, de alguna manera, a la ansiedad edípica y la culpabilidad consiguiente, así como a los deseos que subyacen en el fondo. La esperanza que tiene la niña de poder superar y liberarse de los conflictos edípicos, al encontrar un objeto amoroso al que pueda entregarse sin sentir ansiedad ni culpabilidad, se convierte en realidad, puesto que la historia le asegura que el penetrar en las mayores profundidades de su existencia no es más que un paso necesario hacia el reconocimiento de las propias y grandes potencialidades. Hay que subrayar que, al oír las versiones más populares de Cenicienta, sería imposible reconocer, a nivel consciente, que su humillante situación se debe a implicaciones edípicas por su parte y que, al insistir en su incomparable inocencia, la historia oculta su culpabilidad edípica. Las historias más conocidas de «Cenicienta» disimulan eficazmente todos los rasgos edípicos y no ofrecen ninguna duda en cuanto a la inocencia de la protagonista. A nivel consciente, la maldad de la madrastra y de las hermanastras resulta ya suficiente para explicar la situación de Cenicienta. El argumento de los relatos modernos se basa en la rivalidad fraterna; el hecho de que la madrastra degrade a Cenicienta no tiene otra causa que el deseo de favorecer a sus propias hijas, mientras que la hostilidad de las hermanastras se debe a los celos que sienten por Cenicienta. Sin embargo, «Cenicienta» no deja de despertar en nosotros aquellas emociones e ideas inconscientes que, en nuestra experiencia interna, están relacionadas con nuestros sentimientos de rivalidad fraterna. Debido a lo que el niño experimenta, puede comprender perfectamente —aunque no «sepa» nada sobre ello— el cúmulo de experiencias internas relacionadas con Cenicienta. En el caso de la niña, al recordar sus deseos reprimidos de desembarazarse de la madre para poseer al padre de modo exclusivo, y al sentirse ahora culpable por estos «sucios» deseos, la pequeña «comprende» perfectamente por qué una madre es capaz de querer perder de vista a su hija y de obligarla a vivir entre cenizas, prefiriendo a los otros hermanos. ¿Qué niño no ha deseado alguna vez poder expulsar a un progenitor, sintiendo que, en consecuencia, él merece el mismo castigo? y ¿qué niño no ha anhelado revolcarse por el barro, siguiendo sus propios impulsos, y no se ha sentido sucio ante las críticas de sus padres, que han llegado a convencerle de que no merece otro lugar que el rincón de las cenizas? Al elaborar el trasfondo edípico de «Cenicienta», se pretendía demostrar que la historia ofrece una profunda comprensión de lo que se oculta tras los sentimientos de rivalidad fraterna. Si el oyente permite que su comprensión inconsciente «corra» paralelamente al mensaje que se transmite a la mente consciente, capta mucho más profundamente las causas de las complejas emociones que le hacen sentir sus hermanos. La rivalidad fraterna, tanto negada como manifiesta, es parte importante de nuestras vidas hasta que alcanzamos la madurez, al igual que los sentimientos positivos que albergamos respecto a nuestros hermanos. Sin embargo, ya que estos últimos no suelen causar dificultades emocionales, pero sí dicha rivalidad, una mayor comprensión de los elementos psicológicos implícitos en ella podría ayudarnos a luchar con este importante y difícil problema. Al igual que «Caperucita Roja», «Cenicienta» se conoce actualmente bajo dos formas distintas, la de Perrault y la de los Hermanos Grimm, versiones que difieren considerablemente. Como es característico en todas las historias de Perrault, el fallo de su versión es que tomó el material de un cuento de hadas —el relato de Basile o alguna otra historia de «Cenicienta» que llegó a sus oídos a través de la tradición oral, o bien una combinación de ambas posibilidades—, lo despojó de todo contenido, según él, vulgar, y pulió los demás rasgos para convertirlo en un producto adecuado para ser narrado en la corte. Al tratarse de un autor de gran ingenio y sensibilidad, inventaba detalles y transformaba otros para elaborar la historia según sus propios criterios de estética. Por ejemplo, un rasgo de este relato que debemos a la imaginación de Perrault es que la zapatilla estuviera hecha de cristal, elemento que sólo encontramos en las versiones que derivan de la suya. Este detalle ha levantado grandes polémicas. Puesto que en francés la palabra vair (que significa piel jaspeada) y verre (cristal) se pronuncian de manera similar, podemos suponer que Perrault, al oír dicho relato, sustituyó la palabra vair por verre equivocadamente, convirtiendo, así, una zapatilla de piel en una de cristal. Aunque esta explicación esté ampliamente divulgada, parece ser que Perrault inventó deliberadamente la zapatilla de cristal. Esto le llevó a eliminar un detalle importante, presente en las primeras versiones de «Cenicienta»: las hermanastras se cortaban un dedo para que el zapato se ajustara a su medida. El príncipe no se daba cuenta del engaño hasta que el canto de los pájaros le comunicaba que había sangre en el zapato. Evidentemente este detalle hubiera resultado absurdo si la zapatilla hubiera sido de cristal, pues la transparencia hubiera delatado el engaño. Por ejemplo, en «Rashin Coatie» (una versión escocesa), la madrastra logra introducir el zapato en el pie de su hija tras cortarle el talón y los dedos. De camino hacia la iglesia, los pájaros empezaron a cantar:  No sigas, príncipe amante,  mira y repara un instante  que el zapato que ésa tiene para su pie no conviene;  y tu novia verdadera  está en su casa y te espera. El canto de los pájaros advierte al príncipe que la hermanastra no es su verdadera novia. Pero esta desagradable mutilación no se hubiera adaptado al modo sumamente gentil en que Perrault pretendía repetir la historia. La versión de Perrault y las que derivan directamente de ella describen el carácter de la heroína de manera muy distinta a las demás variantes. La Cenicienta de Perrault es demasiado sosa e insulsamente buena, carece de toda iniciativa (lo cual podría justificar que Walt Disney se basara en el relato de Perrault sobre Cenicienta para realizar su propia versión de la historia). La mayoría de protagonistas centrales de este cuento son, en otras versiones, mucho más humanas. Mencionando alguna de las diferencias, citaremos el detalle de que es la propia Cenicienta quien elige dormir entre cenizas en la historia de Perrault: «Al terminar su trabajo, se arrinconaba en una esquina de la chimenea y se sentaba entre las cenizas», cosa que dio lugar a su nombre. En la historia de los Hermanos Grimm no encontramos esta autodegradación, pues se nos dice que Cenicienta tenía que acostarse entre las cenizas. Cuando las hermanastras se visten para acudir al baile, la Cenicienta de Perrault «les aconseja con la mejor voluntad del mundo y se ofrece a arreglarles el pelo», mientras que en la versión de los Hermanos Grimm las hermanastras le ordenan que las peine y les limpie los zapatos; la muchacha obedece entre sollozos. A la hora de ir al baile, en Perrault, Cenicienta no actúa lo más mínimo; es su hada madrina quien le dice que, en el fondo está deseando ir. Sin embargo, en el relato de los Hermanos Grimm, la muchacha ruega a su madrastra que le permita asistir al baile, insistiendo en ello a pesar de las negativas, y realizando trabajos, que parecían imposibles, para conseguir sus propósitos. Al final del baile, se va por su propia voluntad y se esconde del príncipe que la persigue. Por el contrario, la Cenicienta de Perrault no se marcha porque lo considere oportuno, sino que simplemente obedece las órdenes de su hada madrina: no debe permanecer en la fiesta pasada la medianoche; de otro modo, la carroza volverá a convertirse en una calabaza, etc. A la hora de probar la zapatilla, en la historia de Perrault no es el príncipe el que busca a su dueña, sino que envía a uno de sus criados para que encuentre a Cenicienta. Antes de que la muchacha se reúna con el príncipe, su hada madrina se le aparece de nuevo y la viste con hermosos atuendos. Así, se pierde un importante detalle que, sin embargo, está presente en la versión de los Hermanos Grimm y en muchas otras, es decir, que el príncipe no sufre decepción alguna al ver a Cenicienta vestida con harapos porque sabe reconocer sus cualidades inherentes, al margen de su apariencia externa. De esta manera, se disminuye el fuerte contraste que existe entre las hermanastras, que sólo se fijan en lo externo y material, y Cenicienta, que apenas se ocupa de ello. En la versión de Perrault no hay demasiada diferencia entre la maldad y la virtud. En este relato se considera que las hermanastras abusan mucho más de Cenicienta que en el de los Hermanos Grimm; sin embargo, al final, Cenicienta abraza a todos los que la habían degradado, les dice que los quiere con toda su alma y les desea lo mejor. No obstante, por lo que dice la historia, es incomprensible que la muchacha se preocupe por su amor hacia ellos o que los demás la quieran después de lo sucedido. Tras contraer matrimonio con el príncipe, Cenicienta llega incluso a «alojar a sus hermanas en palacio y a casarlas el mismo día con dos chambelanes de la corte».  En el relato de los Hermanos Grimm, el desenlace es totalmente distinto, así como en otras versiones del mismo cuento. En primer lugar, las hermanas se cortan los dedos de los pies para poder calzarse la zapatilla y, en segundo lugar, van por su propia voluntad a la boda de Cenicienta para congraciarse con ella y poder, así, compartir su buena suerte. Pero, cuando iban hacia la iglesia, aparecieron unas palomas —probablemente las mismas aves que habían ayudado a Cenicienta a realizar las complicadas tareas que le habían sido impuestas— y les sacaron un ojo a cada una, repitiendo esta misma acción al acabar la ceremonia. La historia termina con las siguientes palabras: «Por su maldad y falsedad se les privó de la vista para el resto de sus días».  Mencionaremos ahora las dos diferencias más notables entre ambas versiones. En el cuento de Perrault el padre no desempeña papel alguno. Todo lo que sabemos de él es que se casó por segunda vez y que Cenicienta «no se atrevía a quejarse a su padre porque la hubiera reprendido, tan embobado estaba por culpa de su esposa». Además, tampoco se hace alusión alguna al hada madrina hasta que aparece de sopetón para conceder a Cenicienta la carroza, los caballos y el vestido. Hemos de tener en cuenta los importantes aspectos incluidos en la historia que, al estar combinados en ella, contribuyen a su gran atractivo consciente e inconsciente y a su profundo significado, ya que «Cenicienta» es el cuento de hadas más popular y más extensamente divulgado por el mundo entero. Stith Thompson, que ha hecho el análisis más exhaustivo que podemos encontrar sobre los distintos aspectos de los cuentos de hadas, refiriéndose a la «Cenicienta» de los Hermanos Grimm, cita los siguientes: una heroína maltratada; su condena a vivir junto a los fogones; el regalo que pide a su padre; la ramita de avellano que planta en la tumba de su madre; las tareas que se imponen a la heroína; los animales que la ayudan a llevarlas a cabo; la madre que, transformada en el árbol que Cenicienta plantó en su tumba, le proporciona hermosos trajes; el encuentro en el baile; las tres veces en que Cenicienta huye apresuradamente de la fiesta; su búsqueda de refugio, primero en un palomar y después en un peral, que el padre destruye con un hacha; la trampa que el príncipe le tiende al pintar las escaleras con pez y el zapato que se queda pegado a un escalón; la elección de la novia mediante la zapatilla perdida; la mutilación que las hermanas se infligen, siendo aceptadas como (falsas) novias; los animales que descubren el engaño; el feliz enlace; y el castigo de los malvados.85 En mi comentario acerca de esta historia se incluyen algunas observaciones respecto a los detalles más conocidos de la Cenicienta de Perrault y que están omitidos en el cuento de los Hermanos Grimm.  Ya hemos discutido sobre la degradación de Cenicienta debida a la rivalidad fraterna, tema central de las versiones modernas. Este importante elemento causa un impacto inmediato en el oyente y provoca su empatía. Le lleva a identificarse con la heroína y lo prepara para captar el resto de los mensajes de la historia. El hecho de que Cenicienta tenga que vivir entre las cenizas —de ahí deriva su nombre— es un detalle de enorme complejidad. Antiguamente, el estar al cuidado del fuego —el deber que debían cumplir las Vírgenes Vestales— era uno de los rangos más elevados, si no el mejor considerado, a que una mujer podía acceder. En la antigua Roma, el hecho de llegar a ser Virgen Vestal era algo que toda mujer envidiaba. Para alcanzar tal honor, se elegían niñas, cuyas edades oscilaban entre seis y diez años, probablemente la edad de Cenicienta durante sus años de esclavitud. En la historia de los Hermanos Grimm, Cenicienta planta una ramita y la cultiva con sus lágrimas y plegarias. Sólo después de convertirse en un árbol le concede lo que la muchacha necesita para acudir al baile; así pues, esto nos demuestra que tiene que haber transcurrido mucho tiempo entre ambas acciones. De seis a diez años es también la edad en que este relato deja su huella más profunda en los niños, y, a menudo, permanece indeleble y les ayuda a lo largo de toda la vida. En lo referente a los años de esclavitud de Cenicienta, podemos compararlo a: sólo durante los últimos años de la época romana se adoptó la costumbre de que las Vírgenes Vestales sirvieran durante treinta años antes de poder casarse. En un principio, su función como sacerdotisas duraba sólo cinco años: es decir, hasta que alcanzaban la edad adecuada para contraer matrimonio. Este es el lapsus de tiempo que uno imagina que duran los sufrimientos de Cenicienta. El hecho de ser una Virgen Vestal significaba ambas cosas a la vez: estar al cuidado del fuego sagrado y ser absolutamente pura. Después de haber desempeñado con éxito esta función privilegiada, estas vírgenes se casaban con hombres de la nobleza, al igual que Cenicienta. Así pues, la inocencia, la pureza y el estar al cuidado del fuego del hogar poseen connotaciones que datan de muy antiguo. Es posible que con el advenimiento del cristianismo, lo que había sido un cargo sumamente importante y deseado se convirtiera en algo denigrante. Las Vírgenes Vestales cuidaban del fuego sagrado y servían a Hera, la diosa madre. Al sustituir a las deidades maternas por un dios padre, éstas se vieron relegadas y degradadas. En este sentido, Cenicienta se puede considerar también como la diosa madre degradada, que, al final de la historia, renace de las cenizas como Fénix, el ave mítica. El oyente medio no podrá, sin embargo, establecer estas conexiones de naturaleza histórica. El niño es capaz de crear otras asociaciones, igualmente positivas, en cuanto a una existencia dedicada al cuidado de los fogones. A los niños les encanta pasar el rato en la cocina, observando y ayudando a preparar la comida. Antes de que existiera la calefacción central, el lugar más caliente y, a menudo, más codiciado, en todas las casas, estaba situado junto al hogar. Éste origina en muchos niños recuerdos felices del tiempo que solían pasar al lado de su madre. El esparcir cenizas sobre la cabeza, como se hace el Miércoles de Ceniza, es, todavía hoy, un signo de desconsuelo, al igual que en tiempos pasados. El hecho de sentarse entre cenizas como reacción y signo de condolencia se menciona ya en la Odisea, y era una costumbre practicada por muchos pueblos. Al situar a Cenicienta entre cenizas (cinders) y hacer derivar de ahí su nombre, las connotaciones de pureza y de profunda aflicción, presentes en el nombre original italiano (muy anterior al cuento de Perrault), al igual que en el francés y el alemán, son sustituidas en inglés por otras de signo totalmente opuesto: porquería y suciedad.  A los niños les gusta también ir sucios de pies a cabeza: para ellos, es un símbolo de libertad instintiva. El ser una persona que va siempre cubierta de cenizas —significado original del nombre de Aschenbrödel— tiene pues implicaciones positivas para el niño. El ir «sucio de pies a cabeza» produce placer y culpabilidad al mismo tiempo, al igual que ocurría antiguamente. Por último, Cenicienta llora la muerte de su madre. «Convertirse en cenizas» no es la única expresión que establece connotaciones íntimas entre la muerte y las cenizas. El cubrirse uno mismo de cenizas es un símbolo de dolor; vivir cubierto de Harapos es un síntoma de tristeza. Por lo tanto, una existencia entre cenizas puede representar tanto la época feliz al lado de la madre junto al hogar, como el profundo estado de tristeza ante la pérdida de esta intimidad con la madre, a medida que vamos creciendo, simbolizado por la «muerte» de la madre. Gracias a esta combinación de imágenes, el hogar suscita intensos sentimientos de empatía, que nos recuerdan el paraíso, en el que vivimos durante nuestros primeros años, y el modo en que cambiaron nuestras vidas al vernos obligados a abandonar la existencia simple y feliz del niño pequeño, para enfrentarnos a todas las ambivalencias que se presentan en la adolescencia y en la edad adulta. Mientras el niño es pequeño, sus padres lo protegen contra los sentimientos ambivalentes de sus hermanos y las exigencias del mundo externo. Al observar esta época retrospectivamente, nos parece paradisíaca. Pero, de pronto, los hermanos mayores se aprovechan del niño ahora indefenso; le imponen exigencias; y tanto éstos como la madre adoptan una postura crítica ante lo que el niño hace; por lo menos, esto es lo que el pequeño se imagina. Los reproches que se le hacen por ser desordenado, o por ir sucio, le hacen sentirse rechazado y realmente sucio, mientras que los hermanos parecen gozar de todas las cualidades. No obstante, el niño cree que su buena conducta no es más que una farsa, un engaño, una falsedad. Esta es la imagen que corresponde a las hermanastras de «Cenicienta». El niño pequeño oscila entre sentimientos extremos: en un momento dado se siente sucio y cruel, lleno de odio; y, al instante, es él quien encarna la inocencia, siendo los demás las criaturas malvadas. Sean cuales fueren las condiciones externas, durante estos años de rivalidad fraterna, el niño experimenta un período de sufrimientos internos, de privación, incluso de necesidad; y tiene que soportar los malos tratos, e incluso la perversidad de los demás. El tiempo que Cenicienta pasa entre cenizas muestra al niño que se trata de algo inevitable. Hay momentos en los que no parecen existir más que fuerzas hostiles, ya que nadie puede ayudarnos. Si la niña, a la que se le cuenta la historia de Cenicienta, no siente que debe soportar épocas llenas de penalidades, su alivio será incompleto cuando, por fin, las fuerzas benéficas venzan a las hostiles. El desconsuelo del niño es, en ocasiones, tan profundo que parece que haya de durar mucho tiempo. Por lo tanto, ningún período de la vida de Cenicienta puede compararse a lo que el niño siente. Cenicienta tiene que permanecer en su posición mientras el niño así lo crea, para poderle proporcionar la convicción y la seguridad de que lo mismo le ocurrirá a él. Después de haber sentido compasión por el miserable estado de Cenicienta, se produce el primer desarrollo positivo de su vida. «Un día, el padre tuvo que partir para dirigirse a una feria y, entonces, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajera* "Hermosos trajes", dijo una. "Perlas y brillantes", dijo la otra. "Y tú, Aschenputtel, ¿qué quieres?" "Padre, yo sólo te pido que me traigas la primera rama de avellano que te dé en el sombrero cuando estés de regreso por el bosque".» El padre cumple su promesa; una rama de avellano no sólo roza su sombrero, sino que se lo hace caer. Entonces la corta y se la lleva a Aschenputtel. «La muchacha se lo agradeció enormemente y se dirigió a la tumba de su madre, donde plantó la ramita; lloró tanto que sus lágrimas, al regarla, la hicieron crecer hasta convertirse en un hermoso árbol. Cada día acudía tres veces a ese lugar, donde lloraba y rezaba, y cada vez se le aparecía un pájaro blanco sobre el árbol, que cumplía todos los deseos que Cenicienta expresaba.» El hecho de que Cenicienta pidiera a su padre la ramita que quería plantar en la tumba de su madre y de que él se la trajera significa un primer intento de restablecer una relación positiva entre ambos. Por lo que dice la historia, podemos suponer que Cenicienta ha de haber sufrido una grave decepción respecto a su padre, por haberse casado con semejante arpía. Pero los padres son todopoderosos a los ojos del niño; por lo tanto, si Cenicienta quiere ser dueña de sus actos y de su propio destino, debe esperar a que se debilite la autoridad que aquéllos ejercen sobre ella. Esta disminución y transferencia de poder podría estar representada por la rama que hace caer el sombrero del padre y por el hecho de que esta misma rama dé lugar a un árbol con poderes mágicos para Cenicienta. Así pues, lo que desvalorizó al padre (la rama de avellano) es utilizado por Cenicienta para incrementar el poder y el prestigio de la madre original (muerta). Parece ser que el padre aprueba el paso del estrecho vínculo que Cenicienta mantenía con él a la relación original no ambivalente con la madre, por el hecho de que es él quien le ofrece la rama que ensalza la memoria materna. Esta disminución de la importancia emocional del padre en la vida de Cenicienta prepara el camino para la transferencia de su amor infantil por el progenitor a un amor maduro por el príncipe. El árbol que Cenicienta planta en la tumba de su madre y riega con sus propias lágrimas es uno de los aspectos más poéticos, conmovedores y significativos, desde el punto de vista psicológico, que encontramos en esta historia. Nos sugiere que el recuerdo de la madre idealizada de la infancia puede, y de hecho lo hace, ayudarnos en las circunstancias más adversas si se mantiene vivo como parte fundamental de la propia experiencia interna. En otras versiones este simbolismo queda todavía más patente al transformar la figura de la madre buena, no en un árbol, sino en un animal benefactor. Por ejemplo, en la primera variante china que se ha recopilado, la heroína cuidaba de un pececillo, que empezó a crecer hasta que alcanzó tres metros de longitud. La perversa madrastra descubre la importancia que este pez tiene para la niña y, a sus espaldas, lo mata y se lo come. La muchacha se desespera y llora desconsoladamente hasta que un hombre sabio le revela dónde se hallan enterradas las espinas del pescado y le indica que las recoja y las guarde en su habitación. Le asegura que, si implora a estas espinas, obtendrá cualquier cosa que desee. En muchas versiones europeas y orientales, la madre se transforma en un ternero, una vaca, un carnero o en algún otro animal para socorrer a la heroína mediante la magia. El cuento escocés «Rashin Coatie» es más antiguo que el de Basile y el de Perrault, pues ya en el año 1540 encontramos referencias sobre él.87 Una madre, antes de morir, regala a su hija, Rashin Coatie, un pequeño ternero que le concede todo lo que desea. La madrastra lo descubre y ordena que el animal sea degollado. Rashin Coatie se siente sumamente desgraciada, pero el ternero muerto le dice que recoja sus huesos y los entierre bajo una piedra gris. La niña cumple las indicaciones del animal y, a partir de entonces, consigue cuanto anhela con sólo pedírselo al carnero. En Yuletide, cuando todo el mundo se viste con sus mejores galas para ir a la iglesia, la madrastra de Rashin Coatie no le permite ir con ellos porque sus ropas no son adecuadas para esta ocasión y están demasiado sucias. El ternero muerto viste a la muchacha con un hermoso vestido y, en la iglesia, un príncipe se enamora de ella; al tercer encuentro, Rashin Coatie pierde una zapatilla, etc.  En otras muchas historias de «Cenicienta», el animal bondadoso llega incluso a alimentar a la protagonista. Por ejemplo, en un cuento egipcio, una madrastra y sus hijas maltratan a dos niños que suplican: «Oh vaquita, sé buena con nosotros como lo era nuestra madre». El animal los alimenta con lo mejor que tiene. La madrastra se entera de lo sucedido y sacrifica la vaca. Los niños queman los huesos del animal y entierran las cenizas dentro de una vasija; al cabo de un tiempo crece un hermoso árbol que provee de frutos a los niños, haciéndoles inmensamente felices.88 Así pues, en algunas historias del tipo de «Cenicienta» se combina la representación de la madre en forma de animal y de árbol, mostrando que uno puede ser símbolo del otro. Al mismo tiempo, estos cuentos son un ejemplo de la sustitución simbólica de la madre original por un animal que da leche, por ejemplo, una vaca o una cabra, en los países mediterráneos. Este simbolismo refleja la conexión emocional y psicológica de las primeras experiencias en la alimentación, que nos proporcionan seguridad en la vida posterior. Erikson habla de «un sentido de confianza básica» que, según dice, «es una actitud, hacia uno mismo y hacia el mundo externo, que tiene su origen en las experiencias del primer año de vida».89 La madre buena que el niño experimenta durante las primeras etapas de su vida configura esta confianza básica. Si todo se desarrolla con normalidad, el niño adquirirá seguridad en sí mismo y en el mundo. El animal bondadoso o el árbol mágico no son más que una imagen, una encarnación y una representación externa de esta confianza básica. Es el objeto mágico que la madre deja a su hijo en herencia lo que le salvará de los peligros más espantosos. Los relatos en que la madrastra da muerte al animal bondadoso, pero ni siquiera así consigue privar a Cenicienta de lo que le proporciona la fuerza interna, indican que lo que sucede en nuestra mente es más importante que lo que existe en la realidad si queremos triunfar y enfrentarnos con éxito a la vida. La imagen de la madre buena que hemos internalizado —de tal manera que la desaparición del símbolo externo no tenga mayor importancia— nos hace la vida más soportable, incluso en las circunstancias más adversas.90 Uno de los mensajes más importantes que nos transmiten las distintas versiones de «Cenicienta» es que estamos equivocados si pensamos que debemos aferrarnos a algún objeto del mundo externo para tener éxito en la vida. Todos los esfuerzos de las hermanastras por conseguir sus objetivos mediante cosas puramente materiales resultan inútiles; de nada les sirve elegir cuidadosamente los mejores vestidos, ni el engaño que pretenden llevar a cabo para que el zapato se ajuste a sus pies. Sólo aquel que es sincero consigo mismo, como lo es Cenicienta, alcanza la victoria final. La misma idea se transmite por el hecho de que no se necesita la presencia material de la madre o la del animal bondadoso. Este mensaje es correcto desde el punto de vista psicológico, ya que, para obtener la seguridad interna y la sensación de autoestima, no se precisa ningún objeto externo una vez se ha desarrollado aquella confianza básica. Los elementos del mundo externo no pueden sustituir ni compensar la falta de confianza básica que debía haberse adquirido en la infancia. Aquellas personas desafortunadas que han perdido la confianza básica al comienzo de su vida, sólo podrán alcanzarla, si es que lo logran, mediante cambios producidos en la estructura interna de su mente y personalidad, pero nunca aferrándose a cosas de aspecto atractivo.  La imagen que nos brinda el árbol, que se ha desarrollado a partir de una ramita, los huesos del ternero o las cenizas, representa los distintos seres que pueden surgir de la madre original o de la manera en que la experimentamos. La imagen del árbol es particularmente adecuada porque implica un proceso de crecimiento, tanto si se trata de la palmera de Gata Cenicienta, como del avellano de Cenicienta. Este símbolo demuestra que el mantener internalizada la imagen de la madre en una época anterior no es suficiente. A medida que el niño va creciendo, la madre internalizada debe experimentar cambios, al igual que los experimenta el niño. Se trata de un proceso de desmaterialización similar al que lleva al niño a sublimar a la madre buena real en una experiencia interna de confianza básica.  En la versión de los Hermanos Grimm, estos aspectos aparecen mucho más perfeccionados. Los procesos internos de Cenicienta comienzan con la desesperación que siente ante la muerte de su madre, que está simbolizada por el hecho de vivir entre cenizas. Si hubiera permanecido fijada en esta etapa de su vida, no se hubiera llevado a cabo ningún desarrollo interno. La aflicción, como transición temporal que nos obliga a seguir viviendo sin la persona amada, es algo absolutamente necesario; pero, para una supervivencia prolongada, este sentimiento debe convertirse en algo positivo: la formación de una representación interna de lo que se ha perdido en la realidad. Este objeto interno permanecerá intacto en nuestro interior, pase lo que pase en la realidad externa. Las lágrimas de Cenicienta que caen sobre la ramita plantada muestran que el recuerdo de la madre todavía permanece vivo; pero, a medida que el árbol va creciendo, la figura materna internalizada en Cenicienta crece también. Las plegarias que Cenicienta dirige insistentemente al árbol expresan las esperanzas que cultiva también en su interior. Las oraciones siempre piden algo que confiamos en que llegue a realizarse: la confianza básica se restablece después de haber superado el trauma que las adversidades arrastran consigo; esta confianza nos permite mantener la esperanza de que todo vuelva a ser como en el pasado. El pajarillo blanco que acude a satisfacer los ruegos de Cenicienta es el mensajero del Señor: «Un pájaro transportará la voz por el aire, y aquel que tenga alas transmitirá el mensaje». Es fácil reconocer en el pájaro blanco el espíritu materno que se dirige a su hijo a través de los alimentos que le proporciona: no es otra cosa que el espíritu que en un principio se estableció en el niño, dando lugar a esa confianza básica. Como tal, se convierte en el propio espíritu del niño que lo alienta en todas sus dificultades, haciéndole concebir esperanzas en el futuro y proporcionándole fuerzas suficientes para crear una vida satisfactoria.  Tanto si somos capaces, como si no, de reconocer conscientemente el pleno significado de lo que expresa simbólicamente el hecho de que Cenicienta pida la ramita, la plante y la cultive con sus lágrimas y oraciones, y la imagen del pajarillo blanco que se le aparece cada vez que Cenicienta lo necesite, este aspecto del cuento nos impresiona a todos y nos hace reaccionar, como mínimo a nivel preconsciente. Es una imagen hermosa y eficaz que posee un hondo significado para el niño que está empezando a internalizar lo que sus padres representan para él. Posee la misma importancia tanto para los niños como para las niñas, porque la madre internalizada —o la confianza básica— es un fenómeno mental decisivo sea cual fuere el sexo de la persona implicada. Al eliminar el árbol y sustituirlo por un hada madrina, que aparece repentinamente y de modo inesperado, Perrault despojó a la historia de gran parte de su contenido más profundo. La «Cenicienta» de los Hermanos Grimm transmite al niño, de modo sutil, el siguiente mensaje: por muy miserable que pueda sentirse en este momento —a causa de la rivalidad fraterna o por cualquier otro motivo—, si es capaz de sublimar su tristeza y dolor, al igual que Cenicienta hace al plantar y cultivar el árbol con sus sentimientos, el niño podrá, por sí mismo, solucionar los problemas, de manera que su vida en el mundo se convierta en algo realmente agradable. En la versión de los Hermanos Grimm, inmediatamente después del episodio del pajarillo blanco que concede a Cenicienta todos sus deseos, se anuncia que el rey dará una gran fiesta de tres días para que su hijo pueda elegir novia entre todas las muchachas del reino. Cenicienta ruega que se le permita asistir al baile. Pero, a pesar de las negativas de la madrastra, insiste en sus súplicas. Finalmente, la madrastra le dice que, si es capaz de recoger y limpiar antes de dos horas un montón de lentejas que ha arrojado a las cenizas, le dará permiso para acudir a la fiesta.  Esta es una de las tareas aparentemente imposibles que los héroes de los cuentos de hadas han de llevar a cabo. En las versiones orientales de «Cenicienta», la muchacha se ve obligada a hilar durante algunas horas; mientras que en las versiones occidentales tiene que limpiar el grano.91 Este es otro ejemplo evidente de los abusos que se cometen en la persona de Cenicienta. Sin embargo, para la muchacha —después del cambio radical de su destino, al haber encontrado una ayuda mágica en el pájaro blanco que realiza todos sus deseos, y poco antes de ir al baile—, esta prueba representa las penosas y difíciles tareas que debe llevar a cabo antes de merecer un final feliz. Gracias a los pájaros que acuden en su ayuda, Cenicienta puede completar su trabajo, pero, después de esto, la madrastra vuelve a exigirle otra condición que entraña aún mayor dificultad: la segunda vez tiene que recoger dos platos de lentejas esparcidas por entre las cenizas en menos de una hora. Cenicienta lo consigue de nuevo gracias a la colaboración de los pájaros, aunque la madrastra sigue sin permitirle ir al baile a pesar de sus anteriores promesas. La labor que se le pide a Cenicienta parece absurda: ¿por qué arrojar lentejas a las cenizas sólo para volver a recogerlas otra vez? La madrastra está convencida de que es algo imposible, humillante y carente de sentido. No obstante, Cenicienta sabe que puede obtener algún resultado positivo de cualquier cosa que se realice, con sólo atribuirle un significado, incluso de algo tan degradante como hurgar en las cenizas. Este detalle estimula en el niño la convicción de que el vivir en lugares considerados mezquinos —jugar entre y con la porquería— puede tener gran valor, si se sabe cómo extraerlo. Cenicienta llama a los pájaros para que acudan en su ayuda, diciéndoles que pongan las lentejas buenas en el puchero y que se coman las malas. La injusticia cometida por la madrastra al negarse por dos veces a cumplir sus promesas contrasta, así, con la convicción de Cenicienta de que es preciso escoger entre el bien y el mal, al igual que hay que distinguir las lentejas buenas de las malas. Después de que la muchacha ha transformado su tarea en un problema moral de oposición entre el bien y el mal eliminando este último, se dirige a la tumba de su madre y le pide al árbol que la cubra «de oro y plata». El pajarillo la viste con un hermoso traje de oro y plata y con unas zapatillas decoradas con seda y plata. La última noche, las zapatillas que le concede el pajarillo son de oro. En el cuento de Perrault, Cenicienta se ve obligada también a realizar una tarea antes de poder ir al baile. Después de que el hada madrina le ha dicho que debe ir a la fiesta, le ordena que recoja una calabaza del jardín. Aunque Cenicienta no comprende el significado de todo esto, lleva a cabo lo que se le exige sin rechistar. No es la muchacha, sino el hada madrina la que vacía la calabaza y la convierte en una carroza. A continuación le insta a que abra la ratonera y transforma los seis ratoncitos en hermosos caballos, y el más grande de ellos en un cochero. Finalmente, Cenicienta tiene que buscar seis lagartijas que, en un santiamén, se convierten en otros tantos lacayos. Sus harapos desaparecen para transformarse en un resplandeciente vestido, mientras que en sus pies se ajustan unas diminutas chinelas de cristal. Cenicienta, tan espléndidamente ataviada, se dirige al baile, pero el hada madrina le impone una condición: deberá abandonar el baile antes de medianoche, pues, de lo contrario, todo recobrará su forma original. Las chinelas de cristal y la calabaza convertida en carroza son puras invenciones de Perrault: son elementos que tan sólo se mencionan en su versión y en las que derivan de ella. Marc Soriano considera que estos detalles no son más que una mofa para el oyente que toma la historia en serio, y comenta la ironía con que el autor trata este tema: si Cenicienta puede convertirse en una hermosa princesa, también los ratones pueden transformarse en caballos y en un cochero.*92 La ironía es, en parte, el resultado de pensamientos inconscientes, por lo que la amplia aceptación de los detalles inventados por Perrault puede explicarse porque tocan la fibra más sensible del oyente. El aferrarse a las cosas que en el pasado nos han producido satisfacción, como último recurso; el cultivar el propio sentido de la moral; el permanecer fieles a las propias cualidades a pesar de los problemas planteados; el no permitir que la maldad o la hostilidad de los otros nos venza, son cosas tan evidentes en «Cenicienta», que Perrault no puede haber permanecido insensible a ellas. Por lo tanto, la conclusión sería que Perrault se defendió deliberadamente contra los sentimientos que despiertan estos aspectos de la historia. Su ironía anula la exigencia que subyace en el relato: nos vamos transformando a través de un proceso interno. Ridiculiza asimismo la idea de que los esfuerzos destinados a conseguir los objetivos más elevados nos permiten superar las ínfimas condiciones de nuestra existencia externa. Por ello, la «Cenicienta» de Perrault queda reducida a una hermosa fantasía, en la que no nos sentimos implicados en absoluto. Sin embargo, este es el tipo de historia que quieren oír la mayoría de las personas, lo que justifica la gran popularidad de que disfruta esta versión. Aunque lo anterior pueda explicar el modo en que Perrault elaboró las antiguas versiones, no aclara en absoluto los detalles concretos que inventó de acuerdo con su comprensión consciente e inconsciente de la historia, y que aceptamos por esa misma razón. Contrariamente a la que postulan el resto de los cuentos de «Cenicienta», el relato de Perrault nos dice que fue la muchacha quien eligió el llevar una existencia entre cenizas. Esto la convierte en la niña de la etapa anterior a la pubertad, que todavía no ha conseguido reprimir el deseo de ensuciarse de pies a cabeza; que no experimenta ninguna repugnancia ante animalillos escurridizos como los ratones, las ratas y las lagartijas; y que vacía una calabaza, imaginándose que se trata de una hermosa carroza. Las ratas y ratones viven en rincones sucios y oscuros, robando comida y haciendo todo aquello que el niño desearía hacer también. A nivel inconsciente, despiertan asociaciones fálicas que indican el advenimiento del interés y de la madurez sexual. Por lo tanto, representa una sublimación el hecho de transformar estos animales insignificantes y repulsivos en caballos, cocheros y lacayos, dejando al margen sus connotaciones fálicas. A pesar de ello, este detalle parece correcto, como mínimo a dos niveles: estos animales encarnan la compañía de Cenicienta cuando vivía entre cenizas, y quizá también sus intereses fálicos; por otra parte, parece lógico que estos intereses tuvieran que sublimarse a medida que iba madurando, es decir, se preparaba para unirse con el príncipe.  La versión de Perrault hace que Cenicienta sea más aceptable para nuestra comprensión consciente e inconsciente del contenido de la historia. A nivel consciente estamos dispuestos a aceptar la ironía que reduce la historia a una hermosa fantasía sin contenido profundo, puesto que nos libera de la obligación de enfrentarnos al problema de la rivalidad fraterna, y de la tarea de internalizar nuestros primeros objetos, constriñéndonos a vivir de acuerdo con sus exigencias morales. A nivel inconsciente, los detalles que Perrault añade parecen convincentes a partir de nuestras experiencias infantiles sepultadas en los recuerdos, ya que parasen indicar que para convertirnos ein personas maduras debemos transformar y sublimar nuestra temprana fascinación en cuanto a la conducta instintiva, tanto si se trata de la atracción que sentimos hacia la suciedad, como hacia los objetos fálicos. La Cenicienta de Perrault, que asiste al baile en una carroza tirada por seis caballos y custodiada por seis lacayos —como si el baile hubiera de celebrarse en el palacio de Versalles en la época de Luis XIV—, debe regresar antes de medianoche porque en ese instante recobrará su aspecto harapiento. Sin embargo, la tercera noche, no presta suficiente atención al reloj y, al tener que huir apresuradamente, antes de que el encanto desaparezca, pierde una de sus zapatillas de cristal. «El príncipe corrió tras ella y preguntó a los guardianes de palacio si habían visto salir a toda prisa a una princesa, pero éstos le respondieron que tan sólo había pasado una jovencita vestida de harapos, y que parecía más bien una pobretona que una dama de la nobleza.» En la historia de los hermanos Grimm, Cenicienta puede permanecer en el baile hasta que lo desee, y cuando se va, lo hace únicamente por su propia voluntad y no por obligación. En el instante en que decide retirarse, el príncipe se brinda a acompañarla, pero la muchacha lo esquiva y se esconde. «El hijo del rey esperó hasta que finalmente llegó el padre de la niña, y le dijo que una extraña muchacha se había escondido en el palomar. El viejo pensó: "¿Será Aschenputtel?". Pidió que le trajeran un hacha y partió el palomar en dos, pero no había nadie dentro.» Entretanto, Cenicienta ha conseguido escapar y cambiarse de ropas. Al día siguiente, vuelve a repetirse la misma escena, con la única excepción de que Cenicienta se esconde entre las ramas de un peral. Pero, al tercer día, el príncipe hace embadurnar las escaleras con pez; y, así, cuando Cenicienta huye de nuevo, una de sus zapatillas se queda pegada en un escalón. Hay variantes de la historia de Cenicienta en que la muchacha toma la iniciativa para que el príncipe la reconozca, en lugar de esperar pasivamente. En una de ellas, el príncipe le regala una sortija, que ella amasa en un pastel que luego sirven al hijo del rey; sólo se casará con la muchacha que pueda ponerse el diminuto anillo.  ¿Por qué acude Cenicienta por tres veces consecutivas al baile para encontrarse con el príncipe y huir de él, regresando a su humillante situación? Como sucede a menudo, repetir tres veces los mismos actos refleja la posición del niño respecto a sus padres y su intento por alcanzar la verdadera identidad mientras va eliminando la temprana convicción de que él es el elemento más importante de la constelación triangular de la familia y, a la vez, el temor posterior de ser el más insignificante. La verdadera identidad no se alcanza a través de estas tres repeticiones, sino gracias a una de sus consecuencias: el hecho de que el zapato se ajuste a su diminuto pie. A nivel manifiesto, la huida de Cenicienta significa que desea ser elegida por lo que es en realidad y no por la apariencia externa de un momento dado. Sólo si el ser amado la ve en su humilde posición y, aun así, sigue deseándola, querrá ella entregarse a aquel que le ha dado esta prueba de cariño. Pero, si se tratara únicamente de esto, bastaría con que perdiera la zapatilla la primera noche. A nivel profundo, las tres veces en que acude al baile simbolizan la ambivalencia de la muchacha, que quiere realizarse a sí misma personal y sexualmente, y que, al mismo tiempo, teme llegar a hacerlo. Es una ambivalencia que se refleja también en el padre, quien se pregunta si aquella hermosa muchacha no será su hija Cenicienta, pero que, al mismo tiempo, desconfía de sus impresiones. El príncipe, como si intuyera que no podrá conquistar a Cenicienta mientras ésta permanezca vinculada emocionalmente a su padre, en una relación edípica, no intenta atraparla él mismo, sino que pide al padre que lo haga en su lugar. Sólo si el padre da muestras de querer deshacerse de este lazo con su hija, podrá esta última transferir su amor heterosexual de un objeto inmaduro (el padre) a un objeto maduro: su futuro marido. El hecho de que el padre destruya los escondites de Cenicienta —cortando a hachazos el palomar y el peral— demuestra que está dispuesto a entregar a su hija al príncipe. No obstante, sus esfuerzos no obtienen el resultado pretendido. A un nivel muy diferente, el palomar y el peral representan los objetos mágicos que han ayudado a Cenicienta hasta el momento presente. El primero es el lugar en el que habitan los pájaros bondadosos que ayudaron a Cenicienta a limpiar las lentejas; sustitutos del pájaro blanco del árbol que le proporcionó los hermosos vestidos y las zapatillas providenciales. El peral, a su vez, nos recuerda el árbol que había crecido en la tumba de la madre. Cenicienta debe abandonar la creencia y la confianza de que los objetos mágicos van a ayudarla siempre, si quiere vivir de modo satisfactorio en el mundo real. El padre parece comprender esta necesidad y, por ello, destruye sus escondites: ya no puede seguir ocultándose entre las cenizas ni buscar refugio en lugares mágicos huyendo de la realidad. Desde ahora, Cenicienta no podrá existir ni por debajo de su estatus real ni por encima de él. Cox, siguiendo a Jacob Grimm, cita la anticua costumbre alemana en la que el novio regalaba a la novia un zapato en señal de compromiso.94 Pero esa tampoco es una explicación del porqué ha de ser precisamente un zapato de oro el que decida quién es la verdadera esposa, en la versión china, y una zapatilla de cristal, en el cuento de Perrault. Para que la prueba tenga sentido, es necesario que el zapato sea una chinela, que no tenga elasticidad alguna o, de lo contrario, se adaptaría a cualquier pie, por ejemplo, al de las hermanastras. La sutilidad de Perrault queda patente en el detalle de que la zapatilla sea precisamente de cristal, material que no cede, extraordinariamente frágil y que se rompe con gran facilidad. Un diminuto receptáculo en el que un miembro del cuerpo debe deslizarse e introducirse hasta quedar bien ajustado puede considerarse como un símbolo de la vagina. Algo frágil y que no debe maltratarse, porque podría rasgarse, nos recuerda el himen; por otra parte, algo que se puede perder fácilmente después de una gran fiesta, cuando el amante intenta retener a su pareja, parece una imagen sumamente apropiada para definir la virginidad, especialmente cuando el hombre tiende una trampa —las escaleras embadurnadas con pez— para atrapar a su amada. La huida de Cenicienta para escapar de su situación podría representar sus esfuerzos por proteger su virginidad.  En el cuento de Perrault, la orden del hada madrina de que Cenicienta regrese a casa a una hora determinada, de lo contrario todo podría desbaratarse, es semejante a la exigencia de un padre que prohíbe a su hija permanecer demasiado tiempo fuera de casa por la noche, por temor a lo que pueda pasar. Muchas de las historias de «Cenicienta» en que la muchacha escapa para evitar ser violada por un padre «desnaturalizado» preconizan la idea de que su huida del baile está motivada por el deseo de protegerse contra una posible violación o contra sus propios impulsos. Este hecho obliga al príncipe a buscar a la muchacha en casa del padre de ésta, acción paralela a la del novio que va a pedir la mano de su prometida. En la «Cenicienta» de Perrault, es un caballero el que prueba la zapatilla alas mujeres del reino, y en la de los Hermanos Grimm es el propio príncipe quien se la entrega a Cenicienta para que se la calce con sus propias manos, mientras que, en muchas otras historias, es el príncipe mismo quien introduce el zapato en el diminuto pie de la muchacha. Esta acción podría compararse al momento en que el novio pone el anillo en el dedo de la esposa, como parte más importante de la ceremonia nupcial, lo cual es símbolo del vínculo que les unirá de ahora en adelante. Todo esto se puede adivinar fácilmente. Al escuchar la historia se tiene la impresión de que el ajustar la chinela significa contraer un compromiso, y queda bien claro que Cenicienta es una novia virgen. Todos los niños saben que el matrimonio está relacionado con el sexo. En otros tiempos, cuando los niños crecían en contacto con la naturaleza y los animales, sabían que el sexo consistía en que el macho introdujera su órgano en la hembra, pero los niños de hoy en día tienen que aprenderlo de las palabras de sus padres. Sin embargo, teniendo en cuenta el tema central de la historia, la rivalidad fraterna, hay, al margen de este, otros significados simbólicos relacionados con el hecho de que una hermosa zapatilla se ajuste al pie apropiado. La rivalidad fraterna es el tema principal de «Cenicienta», al igual que de otros muchos cuentos de hadas. En estos relatos, la rivalidad fraterna suele darse entre hermanos del mismo sexo. Pero en la vida real, es mucho más frecuente que exista una mayor rivalidad entre hermano y hermana. La discriminación que sufren las mujeres, comparadas con los hombres, es una vieja historia a la que ahora se empieza a desafiar. Sería extraño que esta discriminación no engendrara celos y envidia entre hermanos y hermanas en el seno de la familia. Las publicaciones psicoanalíticas están llenas de ejemplos de niñas que tienen envidia del aparato sexual masculino; la «envidia del pene» por parte de la mujer ha sido un concepto muy extendido durante algún tiempo. Lo que no se ha clarificado suficientemente es que esta envidia sea unidireccional, pues también los niños sienten celos de lo que las niñas poseen: los pechos y la posibilidad de tener niños.95 Ambos sexos están celosos de lo que no tienen, por mucho que estén orgullosos de sus atributos, de su estatus, rol social y órganos sexuales. Aunque esto pueda observarse a simple vista y a pesar de ser una opinión indudablemente correcta, por desgracia todavía no está lo suficientemente divulgada ni aceptada. (Hasta cierto punto, este problema se debe a que el psicoanálisis ha puesto demasiado énfasis en la llamada envidia del pene por parte de las niñas, lo cual no es de extrañar, pues en aquella época la mayor parte de estudios fueron escritos por hombres, que no se detuvieron a examinar su propia envidia de las mujeres. Esto es algo semejante a lo que ocurre hoy en día en los trabajos de algunas feministas fanáticas.) «Cenicienta», que es el cuento que más enfatiza el tema de la rivalidad fraterna, resultaría deficiente si no expresara, de algún modo, la rivalidad existente entre niños y niñas, debida a sus diferencias físicas. Tras esa envidia sexual yace el temor sexual, es decir, la llamada «angustia de castración»: miedo a la pérdida de alguna parte del cuerpo. La «Cenicienta» trata sólo de la rivalidad entre las niñas de modo manifiesto, pero ¿podrían encontrarse algunas alusiones indirectas a estas otras emociones mucho más profundas y, por lo tanto, reprimidas? Aunque tanto niños como niñas sufran por igual la «angustia de castración», las sensaciones que padecen no son semejantes. Tanto el término «envidia del pene» como «angustia de castración» subrayan uno de entre los muchos y complejos aspectos psicológicos de los fenómenos a que aluden. Según las teorías freudianas, el complejo de castración de las niñas se basa en su fantasía de que, originalmente, todo el mundo tenía pene y de que las niñas, de alguna manera, llegaron a perderlo (probablemente como castigo por su mala conducta); y alimentan, en consecuencia, la esperanza de que pueda volver a crecerles. La angustia paralela que experimenta el niño es la de que, si las niñas carecen de pene, hecho que puede explicarse sólo por la pérdida del mismo, también él puede llegar a verse privado de él. La niña que sufre la angustia de castración utiliza distintas defensas para proteger su autoestima de tal deficiencia imaginada; entre estos mecanismos de defensa están las fantasías inconscientes de que también ella posee el órgano envidiado. Para comprender los pensamientos y sentimientos inconscientes que han dado origen a la invención de una diminuta y hermosa zapatilla como rasgo principal de «Cenicienta», y, aún más importante, para comprender las respuestas inconscientes a este símbolo, que hace de «Cenicienta» uno de los cuentos más convincentes y preferidos, hemos de aceptar que pueden asociarse actitudes psicológicas muy diversas e incluso contradictorias con el símbolo del zapato. Un incidente que se repite en numerosas versiones de «Cenicienta» es el de la mutilación que las hermanastras llevan a cabo en sus pies para poder calzar la diminuta zapatilla. Aunque Perrault excluyera este detalle en su historia, según la opinión de Cox se trata de algo común a todas las versiones de «Cenicienta», exceptuando la de Perrault y las que de ella derivan. Este hecho puede considerarse como una expresión simbólica de algunos aspectos del complejo de castración en las mujeres. La salvaje mutilación que se infligen las hermanas es el último obstáculo que impide el final feliz; después de descubrir el engaño, el príncipe encuentra a Cenicienta. Es la última oportunidad que tienen, con la ayuda de la madrastra, para engañar a Cenicienta y privarla de lo que le pertenece por derecho. Al ver que el zapato no se ajusta a su pie, las hermanastras se mutilan. En la historia de los Hermanos Grimm, la mayor de ellas no puede calzarse el zapato por culpa del dedo gordo, por lo que la madre le tiende un cuchillo y la insta a cortárselo, diciéndole que, una vez sea reina, ya no tendrá necesidad de caminar. La muchacha así lo hace y consigue introducir el pie en la chinela, marchándose a continuación a caballo con el príncipe. Al pasar por delante de la tumba de la madre de Cenicienta y del avellano, dos palomas que estaban posadas en él empiezan a cantar: «Mira, hay sangre en el zapato: el zapato es demasiado pequeño; la verdadera novia se ha quedado en casa». El príncipe comprueba que del zapato fluye sangre y regresa de nuevo con la hermanastra. Entonces, la segunda hermana intenta calzarse la chinela, pero su talón es demasiado abultado. La madre insiste, de nuevo, en que se lo corte y da pie a que se repitan los mismos hechos. En otras versiones, en las que no existe más que una impostora, esta última se corta o bien el dedo o bien el talón, y, a veces, incluso ambas partes a la vez. En «Rashin Coatie» es la madre quien lleva a cabo esta desorbitada acción.  Este episodio refuerza la impresión que ya teníamos de la tosquedad de las hermanastras, ya que no se detienen ante ningún obstáculo para vencer a Cenicienta y conseguir sus propósitos. De modo plausible, la conducta de las hermanastras contrasta grandemente con la de Cenicienta, quien no busca la felicidad más que a través de su verdadera identidad. Se niega a ser escogida tan sólo por una apariencia mágicamente creada y dispone los acontecimientos de manera que el príncipe tenga que verla con sus harapientos vestidos. Las hermanastras se sirven del engaño, y esta falsedad las conduce a su propia mutilación, tema que se vuelve a citar al final de la historia, cuando dos pajarillos blancos les arrancan los ojos. Pero, aun así, se trata de un detalle de extrema crueldad, que probablemente fue inventado por algún motivo concreto, aunque quizás inconsciente. La automutilación no es corriente en los cuentos de hadas si la comparamos con las agresiones que se infligen a los otros, tan frecuentes como castigo a la maldad.  Cuando se inventó la historia de «Cenicienta», se solía oponer el vigor y la talla del hombre a la pequeñez e insignificancia de la mujer, por lo que los pies pequeños de Cenicienta la hacían especialmente femenina. En cambio, el mayor tamaño de los pies de las hermanastras, que no podían calzarse la chinela, es un rasgo de masculinidad, que las hacía menos atractivas que Cenicienta. Desesperadas por conquistar al príncipe, las hermanastras no se detienen ante nada para parecer lo más delicadas posible. La sangre que fluye de sus heridas descubre a las hermanastras que intentaban engañar al príncipe. Intentaron ser más femeninas cortándose una parte de su cuerpo; su consecuencia fue la hemorragia. Se castraron a sí mismas simbólicamente para probar su feminidad; la sangre fluyendo de la parte del cuerpo castrada puede ser otra demostración de sus cualidades femeninas, ya que puede representar la menstruación.  Tanto si la automutilación como la mutilación por parte de la madre representan un símbolo inconsciente de castración para deshacerse de un pene imaginario, y tanto si la hemorragia simboliza la menstruación como si no, el cuento nos indica que los esfuerzos de las hermanastras terminaron en un rotundo fracaso. Los pajarillos descubren la hemorragia que es una prueba de que ninguna de las hermanastras es la verdadera novia. Cenicienta es la novia virgen; en el inconsciente, la niña que todavía no ha menstruado es, evidentemente, más pura que la que ya ha pasado por este trance. Y la muchacha que permite que un hombre la vea sangrar —como ocurre en el caso de hermanastras, que no pueden detener la hemorragia— no sólo es vulgar sino también menos pura. Así pues, este episodio, a otro nivel de comprensión inconsciente, parece contrastar la virginidad de Cenicienta con la falta de pureza de las hermanastras. La zapatilla, rasgo central de la historia de «Cenicienta» y que decide su destino, es un símbolo muy complejo. Probablemente, fue inventado a partir de pensamientos contradictorios inconscientes y, por eso mismo, evoca una gran diversidad de respuestas inconscientes en el oyente. A nivel consciente, un objeto como la zapatilla no es más que un zapato; sin embargo, inconscientemente, en esta historia, puede ser símbolo de la vagina o de las ideas relacionadas con ella. Los cuentos actúan tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente, rasgo que les hace más atractivos, convincentes y parecidos a una obra de arte. Por lo tanto, los objetos que en ellos aparecen deben ser adecuados a nivel consciente, aunque provoquen también asociaciones totalmente distintas a su significado evidente. La diminuta zapatilla y el pie que se ajusta a ella, así como el pie mutilado que es demasiado grande, son imágenes lógicas para nuestra mente consciente. En «Cenicienta», la imagen del diminuto pie ejerce un atractivo sexual inconsciente, sobre todo si va unida a una hermosa y espléndida (dorada) zapatilla a la que el pie se ajusta perfectamente. Este elemento de la historia de «Cenicienta» lo encontramos también como tema central de un cuento divulgado por Estrabón, mucho más antiguo que la versión china de «Cenicienta». El relato nos habla de un águila que se oculta después de haberse apoderado de la sandalia de una hermosa cortesana llamada Rodopis, y que, desde cierta altura, la deja caer sobre el rey de Egipto. El faraón, maravillado por la forma de aquella sandalia, ordena la búsqueda de la persona a quien pertenece para hacerla su esposa.96 Esta historia nos indica que en el antiguo Egipto, al igual que hoy en día, en determinadas circunstancias la zapatilla de una mujer, como símbolo de aquello que despierta mayor deseo en ella, provocaba el amor de un hombre por razones muy concretas, pero totalmente inconscientes. Desde el momento en que existen historias, a lo ancho de todo el mundo, que datan de unos dos mil años atrás —como demuestra el relato de Estrabón— y en las que la zapatilla de una mujer posibilita la solución fantástica al problema de hallar a la esposa adecuada, seguramente existirán poderosas razones para ello. La dificultad al analizar el significado inconsciente de la zapatilla, como símbolo de la vagina, radica en que tanto el hombre como la mujer, al reaccionar al significado simbólico, no lo hacen del mismo modo.*9798 En eso consiste, pues, la ambigüedad y complejidad de dicho símbolo, despertando así un gran atractivo emocional en ambos sexos, aunque por distintas razones. De todos modos, no es de extrañar, pues la vagina y lo que ésta representa a nivel inconsciente son cosas totalmente distintas para uno y otro sexo; esta diferencia continúa existiendo hasta que alcanza la plena madurez sexual y personal, que suele presentarse en una época bastante tardía de nuestra vida. En la historia que comentamos, la elección del príncipe se basa en la chinela de Cenicienta. Si hubiera estado condicionado, al escoger, por el aspecto y personalidad de la muchacha, o por cualquier otra de sus cualidades, las hermanastras no hubieran podido engañarle. Sin embargo, éstas consiguieron embaucarlo hasta el punto de que el príncipe partió cabalgando hacia palacio, primero con una y después con la otra. Los pajarillos tuvieron que advertirle de que aquella no era la verdadera novia, pues del zapato manaba sangre. Con ello, podemos conjeturar que no fue la zapatilla ajustada al pie lo que decidió cuál era su verdadera novia, sino la hemorragia que fluía del zapato, que le hizo comprender que aquella mujer era una impostora. Sin embargo, parece que el príncipe era incapaz de darse cuenta por sí solo de la sangre que salía, aunque fuera algo fácilmente visible. Sólo reparó en ella cuando se le forzó a hacerlo. El hecho de que el príncipe no pudiera observar la sangre en el zapato podría ser otro aspecto de la angustia de castración, relacionado con la hemorragia de la menstruación. La sangre que mana del zapato no es más que la ecuación simbólica zapatilla-vagina, sólo que ahora la vagina está sangrando por la menstruación. Si el príncipe no es consciente de ello, significa que tiene que defenderse contra la angustia que este hecho despierta en él. Cenicienta es la verdadera novia, puesto que libera al príncipe de sus ansiedades. El pie de la muchacha se desliza suavemente en la hermosa zapatilla, cosa que muestra que algo exquisito puede introducirse en ella. No tiene necesidad de mutilarse ni de hacer sangrar ninguna parte de su cuerpo. La insistencia de Cenicienta en huir señala que, contrariamente a sus hermanas, su sexualidad no es agresiva sino que espera pacientemente a que el príncipe la elija, pero aun así, una vez efectuada la elección, la muchacha no se hace rogar en absoluto. Al ponerse ella misma la zapatilla, sin esperar a que el príncipe lo haga, pone de manifiesto su propia iniciativa y su capacidad para regir su destino. El príncipe experimentó una enorme angustia frente a las hermanastras, que le impidió incluso darse cuenta de lo que sucedía. Sin embargo, con Cenicienta, se siente completamente seguro. Al proporcionarle esta seguridad, Cenicienta se convierte en la verdadera novia. Pero, ¿quién es, en realidad, Cenicienta, protagonista central de esta historia? El hecho de que el príncipe aprecie el extraordinario valor de la zapatilla demuestra a la muchacha, en forma simbólica, que al hijo del rey le gusta su feminidad, representada por el símbolo de la vagina. No obstante, Cenicienta puede haber aprendido, de su existencia entre cenizas, que, ante los demás, puede

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