Charles Darwin
valerycedeno19 de Abril de 2014
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Tarde en el Renacimiento, el genio de Leonardo de Vinci explico la teoría de los estratos afirmando que los ríos, al acarrear al mar los restos erosionados formaban bancos que se iban recubriendo con otros de distintos espesores y lo que era el fondo del mar se convirtió con el tiempo en lo alto de las montañas. En el siglo XVIII, Mostesquieu se refirió de una manera amplia a las variaciones humanas, afirmando que son debidas en gran parte a las condiciones del ambiente. Leibnitz se convierte en otro precursor al declarar que los fósiles no son “juegos de la naturaleza”, como se creía, sino restos de seres vivos. A fines del siglo XVIII, el propio abuelo de Darwin, Erasmo Darwin, llegó a la conclusión de la existencia del transformismo como consecuencia de las modificaciones experimentadas por los animales en el curso de su desarrollo embrionario, de las transformaciones de las plantas cultivadas y de los animales domésticos a causa de la selección realizada por el hombre y de la semejanza estructural que existe entre los vertebrados; el libro de Erasmo Darwin, Zoonomia, en el que postulaba una ascendencia común para todas las formas de vida y sugería la lucha por la existencia, fue puesto en el Índice, esto es en la lista de libros prohibidos por la iglesia.
Inestimablemente fue por la contribución del naturista sueco Karl von Línnè a las ciencias naturales. Más conocido como Linneo (1707- 1778), fue quien hizo la primera clasificación de plantas y animales por especies.
A él debemos la clasificación binaria de los organismos y una clasificación artificial de las plantas, pero además de este sistema artificial dejo Linneo los fundamentos de una clasificación natural que serian de gran valor para los investigadores posteriores.
El naturalista francés Jean Baptiste Lamarck (1744 – 1829) adopto una posición muy similar y en 1809 logro construir un sistema en forma de árbol genealógico, partiendo de los organismos unicelulares hasta llegar al hombre, con ramificaciones que indican los orígenes comunes de diversos grupos de animales. A este sistema, que tiene el merito de presentar por primera vez un cuadro global de la evolución biológica, se le aplico la denominación de “Lamarckismo”, que postula –aunque no suministra pruebas- que una tendencia hacia el perfeccionamiento habría impulsado a los animales a ascender por la escala de los seres hasta llegar al hombre y –al igual que Diderot y Erasmo Darwin- admite un “sentimiento” que incitaría a los animales a emprender movimientos, contraer hábitos y adquirir necesidades que traerían como consecuencia la formación de órganos destinados a satisfacer estas necesidades y estos deseos. Pero Lamarck no es, como injustamente se ha creído, el autor de la hipótesis ya caduca de la herencia de los caracteres adquiridos, ni tampoco fue quien proclamo la influencia directa de los factores ambientales sobre el organismo, como se le atribuye.
El nombre de Charles Darwin es, con justicia, el más eminente ligado a la evolución; no obstante, ya en su tiempo flotaba la idea en los círculos notables naturalistas y era inminente la publicación de una obra en la que se explicase la teoría. Paralelamente a Darwin, otro naturalista ingles, Alfred Russel Wallace (1823 – 1913), quien como aquel había viajado extensamente realizando observaciones y recogiendo ejemplares de la flora y la fauna de distintos lugares de la tierra. Independientemente, Wallace llego a las mismas conclusiones que Darwin y estando en el archipiélago de Las Molucas le envió a Londres, solicitándoles su opinión, un trabajo en el que postulaba resumidamente la selección natural, o la “lucha” por la existencia como el mecanismo fundamental de la evolución. Al examinar el manuscrito de Wallace, Darwin se quedó perplejo, escribirá en sus memorias: “… a comienzos del verano de 1858, Mr. Wallace, que en aquel tiempo estaba en el archipiélago malayo, me envió un ensayo “On the Tendency of Varietes to Depart Indifinitely from the Original Type” (Tendencia de las variedades a apartarse indefinidamente del tipo de origen”), y este ensayo contenía una teoría exactamente igual a la mía”. Y en otra parte apunta: “…el ensayo de Mr. Wallace estaba admirablemente expresado y era absolutamente claro”. Darwin, que levaba veinte años preparando su libro, se comporto como el científico cabal, no se esforzó en publicarlo con rapidez con el fin de ganarse honores y envió el ensayo de Wallace a otros científicos para que lo publicaran. Solo un año después Darwin publico su famoso libro El origen de las especies por medio de la selección natural, que será la obra capital de la biología de todos los tiempos.
La teoría originalmente propuesta por Darwin ha sido perfeccionada y modificada, habrá de serlo aun más, pero el principio general y fundamental de la evolución significa una de las más grandes conquistas del pensamiento humano sobre la interpretación del mundo y de la vida.
La obra de Darwin tiene dos aspectos principales: en primer lugar, deja sentado definitivamente el concepto de que la evolución es un hecho y, en segundo lugar, descubre el principio explicativo de la evolución de los seres organizados. Dentro de este principio son dos las fuerzas que actúan en el proceso evolutivo: la mutación y la selección.
La mutación, o variación, se refiere al hecho de que las especies poseen la capacidad de producir nuevos tipos de individuos en cada generación a partir de diferentes frecuencias y combinación de genotipos. Pero no es la mutación lo que dirige la evolución sino la selección natural, y esta no es fortuita sino que viene determinada rigurosamente por las condiciones del medio, por ella se seleccionan los individuos en cada generación.
En su libro El origen de las especies… Darwin se abstuvo de aplicar su teoría al hombre, aunque las conclusiones son claras; pero en 1871 publico The Descent of Man and Selection in Relation to Sex, obra en la que sostenía que también el hombre había evolucionado desde formas más simples de vida. Esta proposición fue admitida con mucho menos entusiasmo que de la selección natural originaria y las razones son obvias; nadie por entonces quería descender del mono. No obstante, Darwin jamás dijo que el hombre era descendiente directo del mono o de algún simio conocido. Según él, tanto el hombre como los antropoides tenían antepasados comunes. “no debemos caer en el error –escribía- que el simio progenitor de la especie actual de los cuadrumanos, fuera idéntico, ni siquiera parecido a cualquier simio existente”.
Ya antes, en 1863, Thomas Huxley había publicado un libro, El lugar del hombre en la naturaleza, en el que se abordaba por primera vez el problema desde un ángulo científico y al compararla anatomía del hombre y de los antropoides establecía que el chimpancé y el gorila tenían un parentesco más estrecho con el hombre que con los otros simios, y que los antropoides o grandes monos habían evolucionado de forma semejante, de acuerdo con los mismos principios. La descendencia del hombre y la selección natural en relación con el sexo de Darwin se basaba u completaba los principios y explicaciones de Huxley, su gran admirador, defensor y amigo. Pero ambos libros fueron mal comprendidos, casi todas las personas y algunos científicos llegaron a la precipitada conclusión de que Darwin y Huxley creían que el hombre descendían en forma directa de los antropoides vivientes, idea que fue maliciosamente alimentada por lo anti evolucionistas. En consecuencia, quienes aceptaban la evolución estaban obligados a creer aparentemente que un chimpancé o un gorila eran antepasados. Esto, unido al prejuicio de que tales ideas suscitaban, al enfrentarse contra la versión bíblica del Génesis, impidió que muchos aceptasen el concepto de la evolución.
La mala interpretación de las obras de Darwin y de Huxley dio lugar a otra idea que se ha mantenido por mucho tiempo, la idea del “eslabón perdido”. Si el hombre y los antropoides eran monos se podía demostrar su relación ancestral descubriendo un fósil que estuviera entre los dos; pero no se hallaron fósiles del “eslabón perdido” ni habrán de encontrarse jamás, puesto que hoy sabemos que el hombre como los antropoides descienden de un tronco común, pero a través de una muy larga cadena de relaciones cuyos orígenes son muy remotos y lo que se viene encontrando son más bien segmentos y eslabones de la cadena, que los paleo-antropólogos tratan de unir para definir cada vez mejor nuestra línea filogenética.
La teoría de la evolución produjo un tremendo impacto en las creencias tradicionales que tuvo como inmediata consecuencia un fervoroso repudio que habría de durar muchas décadas; aun hoy existe mucha gente que la considera como una posición ideológica materialista, equivoca y anticristiana. Casi todos los cristianos han venido aceptando literalmente lo que dice la Biblia, puesto que era el sentido de la interpretación de los teólogos. Incluso la edad de la Tierra había sido calculada de acuerdo con la versión del Génesis. En 1650 el arzobispo James Usher de Armagh (Irlanda) llego a la conclusión de que el mundo había sido creado el 23 de octubre del año 4004 a.C., ¡a las nueve en punto de la mañana! Aun hoy en día las declaraciones del papa Juan Pablo II aceptando la realidad de la evolución han causado no poca conmoción entre algunos católicos.
Darwin, que no era un escritor fluido, escogió para explicar mejor su teoría una figura un tanto metafórica: “selección natural”, con la que de alguna manera personifica a la naturaleza como si esta procediese a escoger conscientemente determinadas cualidades para continuarlas en la evolución. Herbert
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