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El Eternauta


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2014  •  520 Palabras (3 Páginas)  •  206 Visitas

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HÉCTOR GERMÁN OESTERHELD

EL ETERNAUTA

* * N O V E L A * *

Un crujido en la silla del otro lado del escritorio. Alcé los ojos y ahí estaba, otra vez: el Eternauta, mirándome con esos ojos que habían visto tanto. Durante un largo rato se quedó ahí, mirando sin ver el tintero, los libros, los papeles desordenados sobre el escritorio.

-Te conté de Hiroshima... - dijo y apoyó la cabeza ya blanca sobre la mano-. Te conté de Pompeya...

Hizo una pausa, me miró sin verme; de pronto sonrió.

-Ni yo mismo sé por qué te hablo de todo eso... - y la voz le venía de quién sabe qué eternidad de espanto, de quién sabe qué inmensidad de dolor y angustia-. Quizá te hablo de todo esto para borrar con otro horror el horror que trato de olvidar. Mientras cuento vuelvo a vivir lo que cuento... Y si hablo de Hiroshima, si hablo de Pompeya, olvido el horror máximo que me tocó vivir.¿Qué fue Pompeya, qué fue Hiroshima al lado de Buenos Aires arrasado por la nevada?

Volvió a callar. En el cuarto vecino, alguna de mis hijitas se revolvió en la cama. Me estremecí. ¡Qué desnudos estamos en el mundo, qué blanco fácil somos!

-Ya te conté... -El Eternauta vacilaba en reanudar su relato- cómo me separé de Elena y de Martita. Ya te conté cómo, buscándolas, quedé perdido en el espacio y en el tiempo... Lo que no te conté todavía es cómo siguió la invasión de los Ellos.

-¿Cómo? -lo interrumpí-. ¿Sabes acaso cómo terminó la invasión?

-Por supuesto que lo sé...

Los ojos se le redondearon de espanto y por un momento creí que iba a gritar.

-Por supuesto que lo sé...- repitió-. Yo volví a la Tierra poco después de que tratara de escapar metiéndome con Elena y Martita en la cosmonave de los Ellos... Yo se lo pedí, y el Mano me ayudó a volver. Fue él quien me llevó a una extraña gruta abierta en la roca, una gruta con paredes de cristal con luces extrañas que saltaban de una pared a la otra. Era como estar en el centro de un endiablado fuego cruzado de ametralladoras luminosas que no hacían daño, que no hacían más que encandilar, aturdir con tanto destello multicolor. Allí creo que me desvanecí. Recuerdo sólo el rostro del Mano, iluminado por los destellos que le irisaban los cabellos, mirándome con ojos que sonreían tristes. Sí, debí desvanecerme. Y la gruta de los cristales debió ser otra máquina del tiempo.

“Cuando volví en mí, cuando volví a ser dueño de mis sentidos, me encontré en el lugar menos esperado: estaba en el agua, nadando. Un agua bastante fría, color marrón. Un río ancho aunque no demasiado, pero muy caudaloso. Sauces en las orillas, un árbol de flores rojas: seguro que un ceibo. Orillas familiares, muy familiares... Comprendí enseguida que eso era el Tigre. Y cuando reconocí un chalet supe que estaba en el río Capitán, no lejos del recreo "Tres Bocas". La corriente era fuerte. Yo había dejado de luchar contra ella y me

dejaba llevar, nadaba oblicuamente hacia la orilla con los sauces verdes y los ceibos de

...

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