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El Retorno Del Rey


Enviado por   •  24 de Mayo de 2013  •  1.427 Palabras (6 Páginas)  •  320 Visitas

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EL RETORNO DEL REY

Tolkien, J. R. R.

- LIBRO CINCO -

LAS MINAS TIRITH

Pippin miró fuera amparado en la capa de Gandalf. No sabía si estaba despierto o si dormía,

dentro aún de ese sueño vertiginoso que lo había arrebujado desde el comienzo de la larga cabalgata. El

mundo oscuro se deslizaba veloz y el viento le canturreaba en los oídos. No veía nada más que estrellas

fugitivas, y lejos a la derecha desfilaban las montañas del sur como sombras extendidas contra el cielo.

Despierto sólo a medias, trató de echar cuentas sobre las jornadas y el tiempo del viaje, pero todo lo que

le venía a la memoria era nebuloso e impreciso. Luego de una primera etapa a una velocidad terrible y sin

un solo alto, había visto al alba un resplandor dorado y pálido, y luego llegaron a la ciudad silenciosa y a

la gran casa desierta en la cresta de una colina. Y apenas habían tenido tiempo de refugiarse en ella

cuando la sombra alada surcó otra vez el cielo, y todos se habían estremecido de horror. Pero Gandalf lo

había tranquilizado con palabras dulces, y Pippin se había vuelto a dormir en un rincón, cansado pero

inquieto, oyendo vagamente entre sueños el trajín y las conversaciones de los hombres y las voces de

mando de Gandalf. Y luego a cabalgar otra vez, cabalgar, cabalgar en la noche. Era la segunda, no, la

tercera noche desde que Pippin hurtara la Piedra y la escudriñara. Y con aquel recuerdo horrendo se

despertó por completo y se estremeció, y el ruido del viento se pobló de voces amenazantes.

Una luz se encendió en el cielo, una llamarada de fuego amarillo detrás de unas barreras

sombrías. Pippin se acurrucó, asustado un momento, preguntándose a qué país horrible lo llevaba

Gandalf. Se restregó los ojos, y vio entonces que era la luna, ya casi llena, que asomaba en el este por

encima de las sombras. La noche era joven aún y el viaje en la oscuridad proseguiría durante horas y

horas. Se sacudió y habló.

—¿Dónde estamos, Gandalf? —preguntó.

—En el reino de Góndor —respondió el mago—. Todavía no hemos dejado atrás las tierras de

Ano ríen. Hubo un nuevo momento de silencio. Luego:

—¿Qué es eso? —exclamó Pippin de improviso, aferrándose a la capa de Gandalf —. ¡Mira!

¡Fuego, fuego rojo! ¿Hay dragones en esta región? ¡Mira, allí hay otro!

En respuesta, Gandalf acicateó al caballo con voz vibrante.

— ¡Corre, Sombragris! ¡Llevamos prisa! El tiempo apremia. ¡Mira! Gondor ha encendido las

almenaras pidiendo ayuda. La guerra ha comenzado. Mira, hay fuego sobre las crestas del Amon Din y

llamas en el Eilenach; y avanzan veloces hacia el oeste: hacia el Nardol, el Érelas, MinRimmon, Calenhad

y el Halifirien en los confines de Rohan.

Pero el corcel aminoró la marcha, y avanzando al paso, levantó la cabeza y relinchó. Y desde la

oscuridad le respondió el relincho de otros caballos, seguido por un sordo rumor de cascos; y de pronto

tres jinetes surgieron como espectros alados a la luz de la luna y desaparecieron, rumbo al oeste.

Sombragris corrió alejándose, y la noche lo envolvió como un viento rugiente.

Otra vez vencido por la somnolencia, Pippin escuchaba sólo a medias lo que le contaba Gandalf

acerca de las costumbres de Gondor, y de por qué el Señor de la Ciudad había puesto almenaras en las

crestas de las colinas a ambos lados de las fronteras, y mantenía allí postas de caballería siempre prontas a

llevar mensajes a Rohan en el Norte, o a Belfalas en el Sur.

—Hacía mucho tiempo que no se encendían las almenaras del norte —dijo Gandalf—; en los

días de la antigua Gondor no eran necesarias, ya que entonces tenían las Siete Piedras.

Pippin se agitó, intranquilo.

—¡Duérmete otra vez y no temas! —le dijo Gandalf—. Tú no vas como Frodo, rumbo a Mordor,

sino a Minas Tirith, y allí estarás a salvo, al menos tan a salvo como es posible en los tiempos que corren.

Si Gondor cae, o si el Anillo pasa a manos del enemigo, entonces ni la Comarca será un refugio seguro.

—No me tranquilizan tus palabras —dijo Pippin, pero a pesar de todo volvió a dormirse. Lo

último que alcanzó a ver antes de caer en un sueño profundo fue unas cumbres altas y blancas, que

centelleaban como islas flotantes por encima de las nubes a la luz de una luna que descendía en el

poniente. Se preguntó qué sería de Frodo, si ya habría llegado a Mordor, o si estaría muerto, sin sospechar

que muy lejos de allí Frodo contemplaba aquella misma luna

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