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Elementos Del Libro Amor Y Otros Demonios


Enviado por   •  10 de Septiembre de 2014  •  1.883 Palabras (8 Páginas)  •  425 Visitas

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Amor y erotismo en Del amor y otros demonios

de Gabriel García Márquez

El objetivo de este artículo es exponer las formas en que el erotismo y el amor son abordados en Del amor y otros demonios (1994), novela de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927). Particularmente se trata de mostrar que los vínculos erótico-amorosos entre Sierva María de Todos los Ángeles y Cayetano Delaura siguen una evolución: en un principio se establece que existen algunos elementos que llevan a pensar en el amor cortés, que luego sobrepasan debido a las peculiares sensibilidades y circunstancias vitales de los personajes. Es importante notar que esta propuesta de lectura, más que encajonar la novela en el marco de una preceptiva del amor cortés, pretende dar cuenta de la conducta erótico-amorosa de los personajes principales.

Para cumplir este propósito se hace imprescindible plantear algunos elementos relativos al amor cortés. Importa aclarar aquí que no hay acuerdos definitivos para precisar por completo esta forma de amor y lo que significa en última instancia; aunque existen coincidencias básicas. El articulo, artículo se divide en dos partes. En la primera, tal vez un tanto digresiva, pero como se verá, necesaria, se proporcionan algunas pautas que identifican al amor cortés; y en la siguiente se observa ya concretamente la relación entre Cayetano Delaura y Sierva María en función de la cortesía y el erotismo.

La anécdota que recogió García Márquez para dar forma a Del amor y otros demonios evidentemente tuvo la misión de recrear la historia maravillosa de Sierva María [1]. Pero también trató de reconfigurar mediante la ficción el mundo del que provino esa historia; un mundo que redescribe como dominado por la superstición, el fanatismo y el miedo, al punto que sus habitantes son incapaces de comprender, por ejemplo, las diferencias culturales a las que asimila con frecuencia a la esfera de lo demoníaco. De hecho, la historia marca que ésta forma de comprensión era normal (Weckman, 1994:163-183). En este mundo el erotismo y el amor fueron también “demonios,” o si se quiere más claridad, “tentaciones” que pone el Maligno para aprovechar las debilidades de los hombres para perderlos.

La época colonial que recreó García Márquez como marco espacial e histórico de su narración queda tipificada, entonces, como una época en la que todavía prevalecía la idea del “desborde del Infierno” en la tierra, una “pesadilla” que en el resto de Europa había terminado hace más de un siglo [2]. ¿Pero qué tiene que ver el amor cortés con esta situación de pesadilla? Lleguemos, primero, a un acuerdo en torno al significado básico de esta forma de amor.

El término “amor cortesano” o “amor cortés” -o “cortesía” o “culto al Amor” o “fin amor-” no se acuñó en la Edad Media. En 1883 el novelista francés Gaston Paris caracterizó con estos términos una actitud acerca del amor que se manifestó por primera vez en la literatura del siglo xii (Singer, 1992:35) [3]. Su importancia radica en el esfuerzo por crear un nuevo ideal de amor y por establecer una nueva concepción de las relaciones humanas. En este sentido, puede desatacarse estas líneas generales que delimitan la cortesía: 1) El amor entre hombres y mujeres es, en sí mismo, algo espléndido, un ideal por el que vale la pena esforzarse; 2) el amor ennoblece tanto al amante como al amado; 3) por ser un logro ético y estético, el amor sexual no puede reducirse a un mero impulso de la libido, 4) el amor se vincula con la cortesía y el cortejo, pero no necesariamente con la institución del matrimonio; 5) el amor es una relación intensa y apasionada que establece una sagrada unicidad entre el hombre y la mujer (Singer, 1992:39-40). Sobre este punto cabe advertir que el amor cortés y su codificación es realmente una forma de controlar el impulso sexual: “Este canon tan sutil constituye en realidad un código para reprimir el amor. Pero pocos, poquísimos, podrían llevarlo a la práctica. Es cosa de hombres literarios, en cuyas composiciones no hay ninguna traba, más que de personas” (Victorio, 1983: 37).

Las características concretas del amor cortés las proporciona Guillermo Séptimo, conde de Potiers (muerto en 1127), quien estableció con nitidez el código de la cortesía, (las leyes de Amor). Destaca, primero, y ante todo, la idea del “vasallaje” del caballero a la dama o señora (domina): “Permanece siempre atento a todos los mandamientos de las damas”. Esta relación supone un juramento de fidelidad semejante a la del señor con el vasallo o, mejor dicho, con su caballero. Para el amador todo estriba en aceptar, no la igualdad de la dama a quien ama, sino, su superioridad sobre él, y de advertir lo bien fundado de las exigencias de la amada, incluso de sus desprecios y sus crueldades. Esta "fidelidad cortés", además, entraba en franca contradicción con el matrimonio porque en este momento normalmente era un convenio entre los padres de los hijos contrayentes; un contrato entre familias en donde poco o nada importaban los afectos amorosos de los contrayentes. La mujer, además, estaba hecha para cumplir los designios del hombre. En este sentido, las consideradas “virtudes femeninas” (procreación y sumisión, por decirlo rápidamente) estaban en consonancia con la conducta de sumisión hacia el hombre. Y si el amor cortés pretendió un contacto diferente, pues en el contaba primordialmente lo que sentían los individuos, el matrimonio en muchos casos resultó un obstáculo. Por eso el amor cortés apareció con frecuencia en forma de infidelidad conyugal [4]. Pero se cuidaban de fomentar la fornicación, pues el amor cortés debía ser casto [5]:

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