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Esta Noche Dime Que Me Quieres

101219934 de Noviembre de 2014

557 Palabras (3 Páginas)215 Visitas

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Capítulo 1

Las golondrinas volaban a baja altura mientras se ponía el sol. De vez

en cuando cruzaban el porche de la antigua villa de piedra, de muros

fuertes y gruesos. En el interior, una gran escalera de madera oscura

llevaba a la planta superior. Un poco más abajo, el jardín, bien cuidado,

le confería a la casa el aspecto de estar dibujada entre las colinas de las

Langhe. Más allá, entre las hileras de viñedos de Nebbiolo, la uva se

veía oscura, tostada por el sol de todo el verano. Tancredi corría con su

hermano Gianfilippo; ambos gritaban y reían. Bruno, el jardinero,

acabó de cortar el seto con unas enormes tijeras de podar, sonrió al

verlos pasar como una exhalación a pocos pasos de él y entró en la

casa. Todo olía a romero recién cortado.

Delante del porche, en el centro de la gran mesa de piedra situada

entre los dos sauces llorones, María, la camarera, colocó el pan recién

horneado. Durante un instante, aquel perfume invadió el aire. Tancredi

detuvo su carrera, arrancó un pedazo y se lo llevó a la boca.

—¡Tancredi, te he dicho mil veces que no comas antes de cenar! ¡Si no

después ya no tienes hambre!

Pero él sonrió y echó a correr de nuevo por el jardín. El joven golden

retriever, que estaba tumbado a la sombra de una silla de hierro con un

cojín encima, se levantó y lo siguió en su carrera, divertido. Se

internaron entre las espigas y, un instante después, su hermano

Gianfilippo se lanzó en su persecución.

La madre salió de la casa justo en aquel momento.

—¿Adónde vais? ¡Comeremos en seguida!

Luego sacudió la cabeza y suspiró.

—Tus hermanos... —Se dirigía a Claudine, que acababa de sentarse a la

mesa.

La mujer volvió a la cocina. Sobre una mesa de madera antigua había

una lámina de pasta fresca recién hecha; un poco más allá, sobre una

encimera de mármol llena de cajones, todavía quedaban restos de

harina. De la pared colgaban varias sartenes de cobre. Unas cazuelas

cocían a fuego lento sobre los fogones de hierro fundido.

La madre habló con la cocinera y le dio instrucciones para la cena.

Después les hizo unas cuantas advertencias a las dos camareras.

Aquella noche tenían invitados.

Fuera, Claudine permanecía correctamente sentada a la mesa mientras

miraba a sus hermanos jugar. Estaban bastante lejos. Los ladridos del

perro llegaban hasta ella. Cómo le habría gustado estar con ellos, correr

y ensuciarse; pero su madre le había ordenado que no se moviera.

«Yo no puedo levantarme de la mesa.» Entonces oyó aquella voz.

—¿Claudine? —La joven cerró los ojos.

Se mantenía inmóvil en el umbral, con una mirada ligeramente severa.

Observó con curiosidad las estrechas espaldas de la niña: el suave

cuello brotaba del último bordado del vestido y se perdía entre los

mechones de cabello castaño y apenas rizado.

¿Acaso no lo había oído? Entonces, con el mismo tono, del mismo

modo, la llamó de nuevo.

—¿Claudine?

Aquella vez la niña se volvió y lo miró. Permanecieron en silencio

durante un instante. Luego, él sonrió y extendió la mano hacia ella.

—Ven.

La pequeña se levantó de la mesa y dio unos cuantos pasos hasta llegar

a él. Su manita desapareció en la del hombre.

—Vamos, tesoro.

En aquel momento, en la entrada de la gran casa, Claudine se detuvo.

Giró lentamente la cabeza. A lo lejos, sus dos hermanos y el perro

seguían corriendo entre la hierba. Sudaban, se divertían. De repente

Tancredi

...

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