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Guillermo


Enviado por   •  20 de Mayo de 2014  •  1.514 Palabras (7 Páginas)  •  213 Visitas

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Guillermo Fadanelli

Es escritor y nació en la Ciudad de México (sus datos biográficos contemplan distintas fechas de nacimiento que van de 1959 hasta 1965 aunque la real, 1960, no es la que más se repite). 14 de noviembre de 1960. Fundador de la revista Moho en 1988 (que él mismo define más como un punto de reunión que como un vehículo de difusión de ideas ) y de la Editorial Moho en 1995. Colaborador e impulsor de varios proyectos de literatura y de arte subterráneo.

En casi toda su obra de ficción hallamos ángulos recurrentes como la ciudad, el pesimismo, la ironía y el escepticismo. Habla de literatura, filosofía, democracia y política, de problemas actuales, resultado ostensible de sus lecturas. No aspira a otra cosa que no sea a la sencillez.

A este escritor al que le gustan los hombres en llamas, el Holocausto individual, el sufrimiento, que adora ver a las personas que se quedan sin respuestas a sus problemas, que saben que la vida es una suma de malentendidos a la que tarde o temprano el mal llegará, respondió en el papel a los cuestionamientos que le causaban comezón en el entendimiento. Los escribió y guardó un profundo silencio en medio de un caos de libros

Ella estaba parada junto a un cartel de Cuidemos el Agua, es por el bien de todos. Tenía un vestido color betabel y zapatos de agujas largas y charol impecable, y su cabello negro, casi de plástico, cortado por unas tijeras bien afiladas. Era tan pálida como una puta del Cáucaso, o si se quiere, tan blanca como la avena o el semen de un toro. "Una mujer blanca para esta noche negra y estúpida", pensé. La calle bautizada con el nombre de un santo, la banqueta estrecha y del fondo de sus coladeras un olor a orines y a sangre de rata, y excremento y aromatizador Wizard. Ella mantenía la barbilla alzada, la nuca recargada en la pared, y la mirada extraviada en un cartel de letras enormes, tipografía helvética: "No hay obstáculos, lo que hay son malas decisiones". Me detuve, tenía los huevos ardiendo, tal vez porque desde hacía muchos meses no recogía a una desconocida para cubrirla con mis sábanas sucias, llenas de manchitas de mostaza y refresco de naranja, salpicadas con gotitas de sangre y escupitajos de pluma fuente. Me acerqué a ella, misterioso, como si guardara la navaja en la mano, aunque en lugar de la hoja filosa y refulgente saqué unas pastillas de frambuesa que también brillaron con un rojo intenso. Y se las ofrecí.

Metí la llave en el ojo de la cerradura, a tientas, porque mis ojos estaban en otra parte, y mis labios untados a un pezón, tan duro como una avellana seca. "Espérate a que entremos, papito", dijo, y su papito obedeció, empujó la puerta de pino con olor a viejo y a barniz, encendió la luz de un foco de 50 watts y la invitó a entrar a un departamento sin alfombras, ni lavadora en el baño, ni closet de puertas averiadas, ni peceras con peces de ojos saltones, ni envolturas de chocolate Hersheys tiradas en el tapete del baño. Y ella entró, fea como en realidad era, descubierta por la vil y amarillenta fatalidad del foco, con su cabello mal cortado y sus zapatos de charol descascarados por el uso, y sus uñas pintadas de un naranja infeliz y su piel dorada como la piel de una tortilla, y su vagina limpia y rojiza como su vestido marcado con una quemadura de cigarro en el escote. "¿Cuánto me cobras por hacer de cenar?" "Nada", dijo y preparó dos huevos estrellados, supurando aceite, y calentó en un comal el pan Bimbo y exprimió la salsera como si estuviera estrujando la gran verga para sacarle el último chorrito de Catsup.

Nos lavamos los dientes con el mismo cepillo de cerdas jodidas e hicimos buches con Astringosol y nos enseñamos la lengua como los que van a agarrarse a madrazos y antes se muestran los puños llenos de anillos y de huesos cicatrizados y nudillos negros. Pero la verdad estábamos tan agotados, yo a causa del trabajo en la oficina, con la mano dolorida de tanto poner sellos en la parte inferior izquierda de cientos de facturas, y de ir en metro hasta Atzcapozalco a cobrar un adeudo, y volver a esperar que a un puto gerente se le hincharan las bolas para decirme: "Vete de una vez para que mañana vuelvas más temprano". Y ella estaba también a punto de dormirse, molesta por la violeta de genciana que tenía a un lado del culo. "me mordió un maldito

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