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Juna Perez


Enviado por   •  4 de Octubre de 2012  •  1.729 Palabras (7 Páginas)  •  349 Visitas

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Ésta es la historia de Juan Pérez Jolote, un indio maya tzotzil de San Juan Chamula, en México. En este capítulo nos cuenta sobre sus primeros años.

No sé en que año nací. Mis padres no lo sabían, nunca me lo dijeron. Soy indio chamula, conocí el Sol allá en el lugar de mis antepasados que está cerca del Gran Pueblo, en el paraje de Cuchulumtic.

Me llamo Juan Pérez Jolote. Lo de Juan, porque mi madre me parió el día de la fiesta de San Juan, patrón del pueblo. Soy Pérez Jolote porque así se nombraba a mi padre. Yo no sé cómo hicieron los antiguos, nuestros "tatas", para ponerle a la gente nombres de animales. A mi me tocó el del guajolote.

Conocí la tierra de cerquita, porque desde muy pequeño me llevaba mi padre a quebrarla para la siembra. Me colocaban en medio de mi padre y mi madre cuando trabajaban juntos en la milpa. Era yo tan tierno que apenas podía con el azadón. Estaba tan seca y tan dura la tierra, que mis canillas se doblaban y no podía yo romper los terrones. Esto embravecía a mi padre, y me golpeaba con el cañón del azadón, y me decía:

-¡Cabrón, hasta cuándo te vas a enseñar a trabajar!

Algunas veces mi madre me defendía, pero a ella también la golpeaba.

Ahora pienso que tuve mala suerte con ese padre que me tocó. Bien me daba cuenta que a otros niños sus papás los trataban con muchas consideraciones y con harta paciencia los enseñaban. Pero a mí ese padre, con su trago y sus golpes, hizo que se me creciera el miedo en la barriga y ya no quería aguantarme junto a él, no me fuera a matar en un descuido.

Un día domingo, a la hora en que pasa por el camino la gente que vuelve de San Andrés, después de la plaza, me acerqué a una mujer zinacanteca y le dije llorando:

-Mira, señora, llévame para tu casa, porque mi papá me pega mucho. Aquí tengo mi seña todavía, y acá, en la cabeza, estoy sangrando. Me pegó con el cañón de la escopeta.

-Bueno -me dijo la mujer-. Vámonos.

Y me llevó para su casa donde tenía sus hijos, en Nachij.

No muy cerca de esta casa, en otro paraje, había una señora viuda que tenía cincuenta carneros. Cuando supo que yo estaba allí, vino a pedirme diciendo a la mujer que me había traído:

-¿Por qué no me das ese muchacho que tienes aquí? No tiene papá, no tiene mamá. Yo tengo mis carneros y no tengo quién me los cuide.

Luego me preguntó la mujer que me trajo:

-¿Quieres ir más lejos de aquí, donde tu papá no te va a encontrar?

-Sí -le dije. Y me fui con la mujer de los carneros, sin saber adónde me llevaba... pero más lejos.

No recuerdo cuántos meses estuve con aquella mujer; pero fue poco tiempo, porque me fueron a pedir otros zinacantecos. Eran hombre y mujer, me querían para que cuidara sus frutales. Le dieron a la viuda una botella de trago, y me dejó ir.

Yo sentía ganas de jugar a Pedro Iguana con otros niños, o ser un "cazador" en el juego de escarbar la moneda, pero los grandes nomás me daban trabajo. Mi nuevo trabajo era espantar los pájaros que se estaban comiendo las granadas y los plátanos. Aquí, mis patrones tenían dos hijos. Eran muy pobres. Para vivir sacaban trementina de los ocotales y la llevaban a vender a Chapilla. Siquiera los viejos me compraron unos huaraches.

Un día me llevaron a tierra caliente a buscar maíz. Allá trabajaban los zinacantecos haciendo milpa. Llegaron con un señor que tenía montones de mazorcas. Todos ayudamos al señor del maíz en su trabajo; unos desgranaban metiendo las mazorcas en una red y golpeando duro con unos palos, otros lo juntaban y lo encostalaban. A mí me puso a trabajar el dueño, como si fuera mi patrón, y todo el día estuve recogiendo frijol del que se queda entre la tierra. Cuando terminé, me puso a romper calabazas con un machete, para sacarles las pepitas.

Cumplimos tres días de trabajo. Luego los viejos se fueron con sus hijos y yo me quedé para desquitar el maíz que se habían llevado. Con el dueño del maíz estuve partiendo calabazas, hasta que se juntaron otros quince días. Y aunque los viejos tenían que desquitar más cargas de maíz, ya no me dejaron allá. Me dio gusto irme con ellos a su casa porque las plagas y los mosquitos de tierra caliente no dejan dormir. Me dieron para mí una carguita de caracoles de río y eso me puso más contento.

Pasó el tiempo y me volvieron a llevar a tierra caliente. Esta vez los viejos se habían quedado en casa: fui solo con los dos hermanos. Llegamos donde vivía el hombre que tenía el maíz y me dejaron vendido con él por dos fanegas. Llevábamos cuatro bestias y los dos hermanos las cargaron con el maíz que recibieron a cambio de mí. Entonces me dijeron:

Aquí quédate. Volvemos por ti dentro de ocho días.

Pero

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