La Herencia
hyvfyu27 de Octubre de 2014
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salita de estar, dejando a criterio del montador o del mismo director la elección de los elementos que componen la escena. Se observa en la obra la necesidad de un soporte para planchar, un sofá, un sillón de orejeras y otros enseres de rutina colocados físicamente o simulados con un decorado, como un pequeño mueble aparador, un cuadro, etc.
SE ABRE EL TELÓN
Susana está planchando, pero de vez en cuando suelta una carcajada. Su marido, sentado sobre el sillón de orejera y sin soltar su bastón, simula que ve la televisión. Junto a él, una mesa de camilla sobre la cual, se ve una carpetilla que supuestamente contiene una copia del testamento del abuelo.
Belén, acaba de llegar, entra en la cocina y vuelve a la salita mordiendo con ansiedad una manzana que ha retirado del frigorífico y se deja caer de un golpe en el sofá.
BELÉN -¡Hola, mamá! Desde la esquina vengo oyendo una risa y me iba diciendo a mí misma: ¡Esa es mi madre! Seguramente, está viendo a los hermanos Calatrava, o yo diría que por la forma de reírse está viendo un capítulo de Mr. Bean! ¿Me equivoco?
SUSANA - Sí, hija, esta vez, te equivocas. ¡Ja, Ja!
BELÉN - Bueno, mamá, entonces, como no te estés riendo porque te estás acordando de tu noche de bodas, que siempre te ha hecho tanta gracia.
SUSANA - Hija mía, pero si es para hartarse de reír. ¿Has visto el testamento del abuelo? Es que es para mearse de risa. Cualquiera que lo vea, no se lo cree. ¡Ja, ja, ja!
BELÉN - Mamá, me estás poniendo nerviosa. Dime ya, qué dice el dichoso testamento. A lo mejor es que te ha dejado treinta euros y una colección de vitolas de los habanos que se fumaba en los toros, que era lo único que le gustaba.
SUSANA - No hija. No es eso. Es que tu padre me lo estaba leyendo.
¿Y tú, tienes idea de lo que te ha dejado a ti? ¡Anda! ¡Adivina! ¡Tú , que eres tan lista!
BELÉN - ¿A mí? No tengo ni pajolera idea. Como no sea esa gorra de portuario inglés, toda sudada, que se compró un día en Gibraltar, y que ahora está muy de moda.
SUSANA - Pues no. El abuelo te ha dejado la cunita. Tu cunita. La cunita de pino que él mismo te hizo. Esa en la que tú creciste.
Recuerdo que muchas veces yo te tenía que dar de comer en la misma cuna porque tú no querías que te sacar de ella. Allí comías, allí jugabas a las casitas llenándola toda de zanahorias, de lechuga, allí hacías “pipí”, allí tocabas el órgano de juguete que te compramos. ¡Vamos! ¡Todo! ¡Qué manía!
BELÉN - ¿Y eso es lo que me ha dejado? ¡Vaya con el abuelo! ¡Pero si yo siempre le decía que no pienso tener enanos, porque no me quiero casar!, ¡que los tíos hoy no tienen formalidad, y lo primero que hacen es ponerte los cuernos, encima de que la que trabaja es una, y ellos no dan ni golpe, con el pretexto de que hay tanto paro!
¡Mira que dejarme la cuna! ¡Bueno! La meteré en mi habitación.
SUSANA - ¿En la habitación? ¡No se te ocurrirá otra vez meterte en ella! Porque, hija, con la manía tuya, eres capaz.
BELÉN - Anda ya, mamá. Me servirá para meter mis muñecas. ¿Qué voy a hacer? ¡No las voy a llevar a Reto, con lo bonitas y antiguas que son! ¡Pero vamos!, yo no creo que te estuvieras riendo tanto por eso.
SUSANA - No, hija. Me estaba riendo porque, entre otras cosas, el abuelo me ha dejado a mí la yegua. ¡Mira que dejarme a mí la yegua! Precisamente a mí, que cuando era una niña y me iba a la feria con mis amigas, me divertía con todo, menos subiendo a los caballitos. ¡Si yo le tengo fobia a todo lo que se monta! ¡Si yo no sé montar ni en una bicicleta!
A lo mejor se creía el abuelo que yo iba a poner un coche de caballos en una plaza pública para dar paseítos a los ingleses que vienen de turismo. ¡Mira que tiene!
BELÉN - Bueno, mamá, pero te puedes hacer socia de la peña rociera, que ahora está de moda ir al rocío en caballo. Me imagino a mi madre, vestida de rociera, montada en un caballo y con mi padre detrás. ¡Ja, ja! Y mi padre, también, vestido de cortijero, muy serio, con su bigote, sus gafas, su bastón, y su gorro de ala ancha. ¡Qué fuerte!
SUSANA - ¡Mira, niña, de mí no te cachondees! ¡Vamos! ¡Yo
al rocío...!
¡Y montada en una yegua! ¡Tú estás majara!
( A esto, don José mira hacia las dos mujeres con un gesto de rechazo, como pensando: ¿Ésta y yo en el rocío, montados a caballo? )
BELÉN - ¿Y a mi hermano? ¿El abuelo se ha acordado de mi hermano? Lo dudo, porque mi hermano no iba ni a verlo desde el día que hizo la primera comunión, para que le hiciera un regalo. Y no se me olvida que el rostro del abuelo se le descompuso cuando le dio a mi hermano los cuarenta duros.
SUSANA - Sí, hija, sí. A tu hermano le ha dejado el pequeño huerto de Algodonales. Y el abuelo, además, y según me ha leído tu padre, añade:
“El huerto de Algodonales, con la cochinera y los cochinos, para mi nieto Pedrito, para que cuide del huerto, labrándolo y sembrándolo cada temporada, y para que cuide de los cerditos”
BELÉN - ¿De los cerditos? ¡Ja, ja! ¡Si mi hermano huele una cochinera desde seis kilómetros y le falta suelo para vomitar! ¿Y cuidar el huerto? ¡Ja, ja! ¡Con el trabajo que da el huerto! ¡Pero si mi hermano se piensa manifestar con una pancarta porque quiere otros dos sofás para tumbarse!
¡Si se lleva todo el día de uno a otro, como los gatos! ¿Tú te lo imaginas, mamá? ¡Qué risa! Mi hermano con una herramienta en la mano, y además, una herramienta de esas, de las que se usan para trabajar.
¡Si el otro día, le pedí que me apretara el tornillito de la patilla de mis gafas y me dice: “Es que eso habrá que apretarlo con un destornillador, y yo para esas cosas, no valgo”
SUSANA - Que sí, hija, que llevas razón. Que tu hermano no ha nacido para doblar el espinazo. Pero bueno, ya se apañará. ¡Mira! Él es muy bueno en el ordenador, ¿verdad?
BELÉN - Si, mamá, pero un huerto no se lleva desde un ordenador, ¡O tú te has creído que el ordenador de mi hermano es la base de Cabo Kennedy!
SUSANA - ¡Bueno! Pero mira lo que contó de esos alemanes que conoció en la playa. Le contaron que contrataron una empresa de albañiles de Conil para hacerle un chalecito, y dice que el alemán, desde Alemania está viendo si los albañiles acuden al tajo o se queda alguno haciendo novillos en el bar de enfrente. Por lo visto, lo tiene todo controlado desde su propia casa.
BELÉN - ¡Claro, mamá! Eso es domótica, control de presencia por ordenador, tecnología punta. Pero tú no sabes de eso. Todavía no se ha inventado un ordenador que siempre las patatas y los pepinos, y los melones.
Lo mejor que puede hacer Pedrito con el huerto del pueblo es poner un bar de copas, para los fines de semana, que eso sí que le va muy bien.
SUSANA - Mira, eso no es mala idea. A lo mejor, puede hacer negocio allí montando un espectáculo de ‘’boys” para las mujeres solteras.
BELÉN - Desde luego, el testamento es de cachondeo. Yo creo que el abuelo, el pobre, estaba ya chocheando cuando lo hizo, y así le ha salido todo, ¡descuadrado!
SUSANA - Con cara de pitorreo - ¡Bueno! Todavía no te has enterado de lo que le ha dejado a tu padre.
(Don José, echa unas miradas a su mujer, como lamentándose de que esas cosas le sirvan a ella de mofa a su costa)
BELÉN - ¡Ah! ¿Pero también se ha acordado de papá? ¡Pero si el abuelo no hacía migas con papá por aquello de la política! Tú sabes lo ‘’izquierdoso” que era tu padre, y lo ‘’facha’’ que es el mío.
SUSANA - Si, por eso, no me extraña que le haya dejado la escopeta de caza. Es como... es como si fuera una indirecta.
BELÉN - ¿A mi padre? ¿Que le ha dejado la escopeta de caza? ¡Pero si papá no es capaz ni de matar una cucaracha! Si el otro día tenía un mosquito picándole en la oreja, le avisé, y me contestó:
“Déjalo, hija mía, que todos tenemos derecho al alimento que Dios nos da cada día”
¡Por favor, mamá! ¡Esto de la escopeta me suena a puro cachondeo!
¿No te acuerdas aquel día que fue al juzgado de guardia a denunciar al vecino porque estaba con una escoba correteando a un ratón para mandarlo al otro mundo? ¡No me lo creo! ¡Lo de la escopeta, no me lo creo!
SUSANA - ¿Qué me vas a contar de tu padre, hija mía? ¿Quién lo va a conocer mejor que yo? ¡Míralo! Ahí
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