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La Herencia


Enviado por   •  27 de Octubre de 2014  •  3.864 Palabras (16 Páginas)  •  154 Visitas

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salita de estar, dejando a criterio del montador o del mismo director la elección de los elementos que componen la escena. Se observa en la obra la necesidad de un soporte para planchar, un sofá, un sillón de orejeras y otros enseres de rutina colocados físicamente o simulados con un decorado, como un pequeño mueble aparador, un cuadro, etc.

SE ABRE EL TELÓN

Susana está planchando, pero de vez en cuando suelta una carcajada. Su marido, sentado sobre el sillón de orejera y sin soltar su bastón, simula que ve la televisión. Junto a él, una mesa de camilla sobre la cual, se ve una carpetilla que supuestamente contiene una copia del testamento del abuelo.

Belén, acaba de llegar, entra en la cocina y vuelve a la salita mordiendo con ansiedad una manzana que ha retirado del frigorífico y se deja caer de un golpe en el sofá.

BELÉN -¡Hola, mamá! Desde la esquina vengo oyendo una risa y me iba diciendo a mí misma: ¡Esa es mi madre! Seguramente, está viendo a los hermanos Calatrava, o yo diría que por la forma de reírse está viendo un capítulo de Mr. Bean! ¿Me equivoco?

SUSANA - Sí, hija, esta vez, te equivocas. ¡Ja, Ja!

BELÉN - Bueno, mamá, entonces, como no te estés riendo porque te estás acordando de tu noche de bodas, que siempre te ha hecho tanta gracia.

SUSANA - Hija mía, pero si es para hartarse de reír. ¿Has visto el testamento del abuelo? Es que es para mearse de risa. Cualquiera que lo vea, no se lo cree. ¡Ja, ja, ja!

BELÉN - Mamá, me estás poniendo nerviosa. Dime ya, qué dice el dichoso testamento. A lo mejor es que te ha dejado treinta euros y una colección de vitolas de los habanos que se fumaba en los toros, que era lo único que le gustaba.

SUSANA - No hija. No es eso. Es que tu padre me lo estaba leyendo.

¿Y tú, tienes idea de lo que te ha dejado a ti? ¡Anda! ¡Adivina! ¡Tú , que eres tan lista!

BELÉN - ¿A mí? No tengo ni pajolera idea. Como no sea esa gorra de portuario inglés, toda sudada, que se compró un día en Gibraltar, y que ahora está muy de moda.

SUSANA - Pues no. El abuelo te ha dejado la cunita. Tu cunita. La cunita de pino que él mismo te hizo. Esa en la que tú creciste.

Recuerdo que muchas veces yo te tenía que dar de comer en la misma cuna porque tú no querías que te sacar de ella. Allí comías, allí jugabas a las casitas llenándola toda de zanahorias, de lechuga, allí hacías “pipí”, allí tocabas el órgano de juguete que te compramos. ¡Vamos! ¡Todo! ¡Qué manía!

BELÉN - ¿Y eso es lo que me ha dejado? ¡Vaya con el abuelo! ¡Pero si yo siempre le decía que no pienso tener enanos, porque no me quiero casar!, ¡que los tíos hoy no tienen formalidad, y lo primero que hacen es ponerte los cuernos, encima de que la que trabaja es una, y ellos no dan ni golpe, con el pretexto de que hay tanto paro!

¡Mira que dejarme la cuna! ¡Bueno! La meteré en mi habitación.

SUSANA - ¿En la habitación? ¡No se te ocurrirá otra vez meterte en ella! Porque, hija, con la manía tuya, eres capaz.

BELÉN - Anda ya, mamá. Me servirá para meter mis muñecas. ¿Qué voy a hacer? ¡No las voy a llevar a Reto, con lo bonitas y antiguas que son! ¡Pero vamos!, yo no creo que te estuvieras riendo tanto por eso.

SUSANA - No, hija. Me estaba riendo porque, entre otras cosas, el abuelo me ha dejado a mí la yegua. ¡Mira que dejarme a mí la yegua! Precisamente a mí, que cuando era una niña y me iba a la feria con mis amigas, me divertía con todo, menos subiendo a los caballitos. ¡Si yo le tengo fobia a todo lo que se monta! ¡Si yo no sé montar ni en una bicicleta!

A lo mejor se creía el abuelo que yo iba a poner un coche de caballos en una plaza pública para dar paseítos a los ingleses que vienen de turismo. ¡Mira que tiene!

BELÉN - Bueno, mamá, pero te puedes hacer socia de la peña rociera, que ahora está de moda ir al rocío en caballo. Me imagino a mi madre, vestida de rociera, montada en un caballo y con mi padre detrás. ¡Ja, ja! Y mi padre, también, vestido de cortijero, muy serio, con su bigote, sus gafas, su bastón, y su gorro de ala ancha. ¡Qué fuerte!

SUSANA - ¡Mira, niña, de mí no te cachondees! ¡Vamos! ¡Yo

al rocío...!

¡Y montada en una yegua! ¡Tú estás majara!

( A esto, don José mira hacia las dos mujeres con un gesto de rechazo, como pensando: ¿Ésta y yo en el rocío, montados a caballo? )

BELÉN - ¿Y a mi hermano? ¿El abuelo se ha acordado de mi hermano? Lo dudo, porque mi hermano no iba ni a verlo desde el día que hizo la primera comunión, para que le hiciera un regalo. Y no se me olvida que el rostro del abuelo se le descompuso cuando le dio a mi hermano los cuarenta duros.

SUSANA - Sí, hija, sí. A tu hermano le ha dejado el pequeño huerto de Algodonales. Y el abuelo, además, y según me ha leído tu padre, añade:

“El huerto de Algodonales, con la cochinera y los cochinos, para mi nieto Pedrito, para que cuide del huerto, labrándolo

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